Bosques de Chontachaka. Pablo Yglesias , el hombre fuerte de la Reserva Tierra Linda, en Chontachaka, cruza el río Hospital una y mil veces con su poderosa camioneta de otros tiempos cuidando de no estropear el paisaje primoroso que pincela este cauce fluvial lleno de vida, prístino, de aguas cristalinas, diminuto si lo comparamos con el Madre de Dios o el Tambopata, los serpenteantes ríos que habré de recorrer dentro de poco, pero sin duda esplendoroso.
Hospital, vaya nombre. Le pregunto a Pablo por el apelativo y me responde lo que ha escuchado: en la época del caucho, cuando los shiringueros, los buscadores del látex milagroso, empezaron a sufrir los estragos del paludismo, la malaria y los demás padecimientos propios de estos trópicos, encontraron en las aguas balsámicas de este río de corrientes templadas un conjuro momentáneo para aplacar fiebres y tembladeras.
El río cuyo nombre local seguramente aludía a su extrema belleza y sincopado descenso desde las alturas de Chontachaka pasó a llamarse Hospital. Así de simple. Hileras de dolientes, me imagino, recorrían el bosque para encontrar el alivio en un río cuyo cargamento de aguas salutíferas, reconfortantes, actuaban como un placebo y conseguían darle mejoría a aquellas huestes enloquecidas por la goma.
El nombre se ha perpetuado en el tiempo. Pablo me va señalando en su cuartel general de Tierra Linda, la cabaña que levantó al pie del Hospital, los hallazgos que ha hecho en su larga estancia en estos bosques cargados de nubes y criaturas de todos los linajes. Me cuenta, por ejemplo, que el río Hospital viene cargado de peces y crustáceos y que sus playas son un vergel para las mariposas y también para los sajinos, los venados, los pumas, las serpientes y hasta los otorongos.
Pero que la sensación de este segmento del Hospital, el animal estrella, es la nutria de río o mallu-puma, Lontra longicaudis, un elusivo mamífero bastante más pequeño que sus parientes del Tambopata y el Manu que solo habita en cursos de aguas límpidos y ajenos a los contaminantes que el hombre se esmera en producir en cantidades.
Las nutrias del río Hospital se mueven a sus anchas en los arroyos y corrientes rápidas y hace buen tiempo que construyen sus madrigueras en lugares seguros y se reproducen sin estrés, seguras de que los tiempos ignominiosos del tigrilleo –la cacería abusiva, enfermiza, de nutrias y otros animales del bosque para transformarlos en pieles- han terminado, al menos en el territorio que riega con sus aguas milagrosas el formidable y bucólico Hospital, el río de las piscinas naturales y los verdes de todas las tonalidades.
Yesenia Jilahuanco, bambusera, día 37
El sol hace bien su trabajo en Pilcopata, la capital del distrito de Kosñipata, en el límite amazónico entre Cusco y Madre de Dios.
Calcina, se empeña en detener el tiempo y hacer de la tarde un verdadero infierno.
En la calle principal de este pueblo de casas modestas y árboles en retirada, Yesenia, la hija menor de Teodosio Jilahuanco y Francisca Huamansulca, de Carabaya, Puno, no se inmuta, sigue atenta a la labor que empezó muy de mañana y que todavía no acaba: cortar con delicado esmero los maderos que se convertirán en el cerco del pequeño jardín exterior que ha previsto en sus planos.
Yesenia es arquitecta por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco y han sido sus diseños –y su absoluto convencimiento en el proyecto de sus padres, gente de turismo, colonos andinos haciendo patria en una frontera dura- los que están transformando el Gallito de las Rocas Lodge en un establecimiento moderno, acogedor, lleno de luces y en cuyos acabados relucen los palos de bambú, las guaduas que los Incas utilizaron para armar las balsas cuya capacidad para domeñar las olas del gigantesco mar Pacífico nadie discute.
La hija de don Teodosio y Panchita es bambusera y se ha propuesto, vaya, cómo sueñan los Jilahuanco, llenar el distrito de construcciones con este material, una madera dúctil y resistente, noble, un insumo del bosque ideal para levantar casas que resistan las condiciones del tiempo y los temblores de la tierra.
Y en eso anda, cortando con ahínco los maderos de su jardicinto en medio del trópico mientras va pensando en las tareas que le quedan por hacer para que el evento que está organizando su institución, el Bamboo Green Cities, sea un éxito y termine por convencer a los pilcopatinos de la potencia del bambú y se animen de una vez a cambiar el material noble de las casas que sueñan por la versátil y ubicua madera.
Cuando los peruanos entendamos, me lo dijo alguna vez Marta Giraldo, aymara, revolucionaria, que el material noble del que hablamos tanto no es el cemento si no el adobe, el bambú, la quincha, la totora, habremos dado un paso inmenso hacia la sostenibilidad del país y la recuperación de la autoestima que tanto nos falta.
El calor, la incandescencia solar interrumpe mis cavilaciones, debo tomar pronto el colectivo que me debe de llevar a Patria, me espera en ese villorrio de campesinos dedicados al cultivo de la coca, compromisos varios por cumplir.
Me alejo y a la distancia veo desde la Caldina de Fernando, el chofer que me ha llevado de aquí para allá todos estos días, a la sutil Yesenia manejando con destreza la sierra y su infinita paciencia.
En una de las estaciones biológicas de ACCA, día 49
En el comedor principal de la Estación Biológica del río Los Amigos me he tropezado con Letty Salinas, bióloga sanmarquina a cargo del departamento de ornitología del Museo de Historia Natural de Lima, que me saluda con unas atenciones que no esperaba: cuánto honor, qué satisfacción se siente cuando personas que apreciamos valoran el trabajo que uno hace.
Lo anoto siempre en mis cuadernos de viajes: hay días en que es posible sentirse Kapucsinski, John Lee Anderson, Manu Leguineche.
Hoy me he sentido parte de esa tribu, lo digo sin ruborizarme.
El centro de investigación que gestiona Conservación Amazónica ACCA se encuentra en un borde de la propiedad de más de 145 mil hectáreas que administra desde el año 2000 en una de las zonas más biodiversas del planeta. Se trata de un gabinete científico del más alto nivel que junto a Cocha Cashu, la célebre estación en el Manu tan vinculada a John Terborg, tal vez sea uno de los más importantes de la región tropical.
Letty me presentó a Samia Carrillo-Percastegui, mexicana, experta en felinos y estudiosa de los jaguares que se mueven por esta floresta inacabable y a una simpática profesora de la California State University San Marcos, en Estados Unidos; las tres responsables en ese momento de un inusual taller que reúne a un grupo de estudiantes gringos con sus pares de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la decana del Perú y también de América Latina.
Maravilloso, ¿no?, chicos de una injustamente vapuleada universidad peruana haciendo ciencia y conservación de tú a tú con sus similares del mundo en un centro de investigación tan importante como el del río Los Amigos. Y haciéndolo bien, sin complejos ni cortapisas, con el entonado desenfado de sus veinte años o tal vez un poquito más.
Ese es el camino que deben seguir los colegios y universidades peruanos, pienso, para acortar distancias en lo que se refiere a ciencia y tecnología y por supuesto también para sacarle merecido provecho al territorio de este país cuyos formadores de opinión solo se conforman con repetir las malas noticias y los escándalos mediáticos.
Fue muy lindo encontrarte, estimada Letty, haciendo magisterio y contribuyendo con tu esfuerzo a construir un mejor futuro para los que vienen. Fue muy inspirador hablar con tus muchachos y muchachas, contarles lo que vengo haciendo y animarlos a que sigan preocupados en el devenir de la Amazonía que debemos salvar de la mediocridad y los extractivismos sin sentido.