Miraflores. Fue hace veinte años o de repente un poco más. Él era un joven aprendiz de periodista que debía cumplir los encargos más inverosímiles de unos jefes de edición, Juan Carlos Lázaro y Paco Tumi, duchos en ganar primicias y dar batalla a los diarios más encopetados de entonces. Yo en cambio un experimentado profesor de historia que escribía relajadas columnas de opinión en la sección editorial del mismo periódico donde el mozalbete –Santiago Roncagliolo- corría como un loco para escribir sobre cualquier tema. Un día me llamó, alborotado y lleno de prisa. Buscaba una locación para inmortalizar la belleza efímera de una musa que había calificado con excelencias para la sección la-chica-de-la-semana del suplemento de los domingos.
Me puso en aprietos. Vamos, una criatura de apolíneas curvas iba a subir más de la cuenta la temperatura siempre en ebullición del patio de Los Reyes Rojos. No supe qué decirle, cómo salir del paso, pero mientras iba armando tinglados más o menos predecibles di con la solución. El jardín del chalet de alquiler en Villa donde sobrevivía a duras penas. Caca de perros, moscas, bichos, pelotas de fútbol y trastos de todo tipo, incluidos.
Santiago saltó de emoción y en un tris se puso en acción. Ingrid, así se llamaba la blonda muchachita de este relato, supo aguantar con estoicismo el ataque artero de los zancudos villanos, la total ausencia de logística alguna y la humedad homicida de un jardín regado por la pichi de Bruno y Brea, los dos labradores de mis hijos. Más pudo el legítimo deseo suyo de alcanzar la fama, también efímera, que las incomodidades de un amarillento jardín de las afueras de una Lima que se moría de intrigas.
Santiago le refirió el episodio a Carlos Álvarez y Arturo Carranza hace unos meses en Barcelona. Sin duda lo recuerda mejor que yo, olvidadizo y siempre en otra. Como lo mencionó ayer en El Virrey en un momento de la presentación de “La noche de los alfileres”, su última novela, “la memoria está compuesta por mucha ficción y fantasías”. La mía también, por eso es me que gusta mucho la dedicatoria que el fornido cuarentón del 2016 apuntó en el libro que acabo de abrir para empezar su lectura: “Para Willy Reaño en cuya casa he visto mujeres semidesnudas va esta historia adolescente”.
Abrazo, camarada, bienvenido a esta desfachatada urbe al lado del mar.