Mi opinión
Repito la idea que con tanta claridad precisó el gran Manu Leguineche, el más grande de los reporteros de viajes que conozco:: “En tiempos de impostura cualquier asomo de verdad o de autenticidad es revolucionario”. Manu fue un revolucionario. Lo he recordado anoche y hace unos días me topé con un emocionado testimonio sobre él de uno de sus mejores compañeros de ruta, el periodista Juan Cruz, otro habitué del club de los faltos de cariño.
Por Guillermo Reaño pra Notas de Viaje
Ayer no pude derrotar el insomnio post gripe así que, como en otras oportunidades, me desvelé leyendo al gran Manu Leguineche (1941-2014), un viajero sabio, un hombre sencillo y bueno que se dio el lujo de conocer, vagando por el mundo, lo peor y lo mejor de nuestra especie. Les he copiado las citas que marqué de su excepcional libro «El club de los faltos de cariño».
Guárdenlas, consejo de pata. Va la primera:
«Los días se escurren entre los dedos. «Somos el tiempo que nos queda» (Caballero Bonald). Está prohibido envejecer y quejarse. Cada vez agradezco más la presencia de gente que no se queja. Estamos en medio del camino hacia la selva oscura».
(Algo parecido me dijo alguna vez María Rostworowski, esa mujer de acero que cuando la entrevisté manejaba su VW de otros tiempos y solo buscaba la compañía de amigos jóvenes, que no hablaran de enfermedades y vejeces. María tenía entonces 86 y solo pensaba en proyectos. Murió centenaria).
«Este acostumbramiento al silencio tiene sus desventajas. En cuanto regresas al barullo de la gran ciudad todo te incomoda, el ruido exterior, las sirenas de las calles de San Francisco. Dale a un español una sirena y será el rey del mambo. El ruido más molesto para mí es cuando en el piso de arriba desplazan las sillas, las rascan sobre el suelo. También es difícil soportar el ruido de los niños, que como dicen los ingleses, están hechos para ser vistos que para ser oídos».
Manu se retiró a Brihuega, en Guadalajara, España, dejando atrás su vida de exitoso corresponsal de prensa en el fin del mundo y en manos de otros las agencias de noticias que fundó, para vivir en el campo, rodeado de sus animales domésticos -un gato, un pato, una pandilla de perros- y la compañía de sus vecinos, (des) ilustrados y sabios.
Ese camino, lo digo con un poco de «sonrojura», es el que he empezado a recorrer hace unos años mudándome a San Bartolo, mi «campo». Por eso es que la ciudad, desacostumbrado como estoy, me duele tanto y la rehúyo.
Como el gran Manu solo me alejo de San Bartolo-Brihuega para salir por trabajo -de comisión como decimos los periodistas- a peinar el mundo. No es la jubilación, ni la arena brillosa donde van a morir las ballenas, es simplemente el exilio. La búsqueda afanosa del principio.
“Desconfío de los puros, de los que hacen alarde de su pureza, de los puretas. Se niegan a estar a la altura del tiempo que nos ha tocado vivir, tan contaminado y tan inauténtico. El puro se pasa el día pregonando su mercancía de inocencia y perfección. Ya lo decía el sabio Elías Canetti, cuya casa natal visité en Rumania: “conviene desconfiar de los que se proclamar puros”.
(Dos personas muy cercanas a mi re-educación ciudadana, Hubert Lanssiers y Constantino Carvallo, fueron luminosos militantes de esa misma causa, la de desconfiar de los que se sienten moralmente superiores a los demás. Con ellos aprendí el arte de la tolerancia, ese ejercicio cotidiano que exige ponerte en el papel del otro, de mudarte a la piel ajena para sentir su pálpito, su idéntica conformación celular. Y aceptar que dentro de nosotros habita también el enemigo al que debemos someter).
Termino con una reflexión muy buena, muy Manu Leguineche.
“Vivimos en lo que el francés Guy Debord llamó en 1967 “la sociedad del espectáculo”. Te llaman, te convocan para dar una conferencia, una charla, para participar en un debate. La cosa es que apareces en carne y en hueso. Hay quienes no hemos nacido para eso. Hemingway dijo una vez que él era escritor. Ni conferenciante, ni orador, novelista. Tan solo una vez acudió a una llamada, cuando visitó su escuela en Idaho. En tiempos de impostura cualquier asomo de verdad o de autenticidad es revolucionario”.
Repito la idea: “En tiempos de impostura cualquier asomo de verdad o de autenticidad es revolucionario”. Manu fue un revolucionario. Lo he recordado anoche y hace unos días me topé con un emocionado testimonio sobre él de uno de sus mejores compañeros de ruta, el periodista Juan Cruz, otro habitué del club de los faltos de cariño. Ya les cuento más…
25/7/2017