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“Trocósenos reinar en vasallaje”. El Inca Garcilaso de la Vega cuatrocientos años después

Mi opinión

Ayer se conmemoró en el mundo de habla hispana el cuarto centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega, parafraseando al maestro Raúl Porras Barrenechea, el primero de nosotros en sentirse hijo de ese nuevo mundo que nacía al calor de la conquista perulera. Y hoy en la mañana, mientras me daba un tiempo para saborear los primeros vientos del invierno sambartolino, he gozado como un crío leyendo la semblanza de Chema Formentí, peruanista asturiano y admirador entusiasta de la obra del escritor cusqueño, sobre nuestro homenajeado.

Bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, Garcilaso de la Vega fue, como bien lo subraya Chema, un escritor comprometido con su tiempo que tuvo la dicha de poder vivir entre libros, dedicado a tiempo completo a su creciente interés por las letras y la ilustración, Suerte la del hijo de la ñusta Isabel Chimpu Occlo y el soldado Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, viajero de la memoria, renacentista precoz y orgulloso descendiente de dos linajes enfrentados entonces y a la vez imbricados para siempre.

Urge revisar la obra del escritor muerto en Córdoba hace cuatrocientos años para entender su propuesta existencial. Lo que hemos sabido de aquella, a pesar de los enjundiosos trabajos que se han producido sobre el autor de los Comentarios Reales, ha estado definida por el decir de los que lo convirtieron en padre de la utopía andina o por quienes quisieron convertirlo en una pieza más del parnaso literario español.

El Inca Garcilaso de la Vega es mucho más que eso. Saludos hasta Oviedo, querido Chema, que el legado de nuestro común antepasado cultural nos siga encontrando…


Por José María Fernández Díaz Formentí

Escribo estas líneas el día 23 de abril de 2016, un Día del Libro muy especial porque hoy se conmemora el IV Centenario de la muerte de nuestro más insigne escritor, Don Miguel de Cervantes, fallecido un día antes, el 22 de abril; simultáneamente el mundo anglosajón lo hace con su escritor también más emblemático, William Shakespeare. Para los ingleses, su gran escritor falleció el 23 de abril de 1616, pero hay que tener en cuenta que su calendario en esa época era el llamado juliano, con unos 10 días de adelanto respecto al calendario gregoriano, ya establecido en España por entonces. Por tanto, Shakespeare murió el 3 de mayo de 1616 según el calendario gregoriano, es decir, 11 días después que Cervantes.

Pero no fueron los únicos grandes escritores que murieron en esas semanas entre finales de abril y principios de mayo de 1616. El 23 de abril de 1616, solo 1 día después de fallecer Miguel de Cervantes, y mientras este era enterrado en Madrid, expiraba en Córdoba el Inca Garcilaso de la Vega, escritor mestizo nacido en Cuzco, hijo de un capitán español y de una princesa Inca. Fue uno de los grandes escritores de las letras hispanas, el primer gran escritor que dio América. Nos ha dejado obras tan fundamentales como los “Comentarios Reales de los Incas”, una recopilación de lo que había escuchado a su familia incaica en sus años mozos, antes de que esos recuerdos y datos se perdieran para siempre. Otras obras muy importantes fueron la “Historia General del Perú” (conquista y guerras civiles) y “La Florida del Inca” (exploraciones y aventuras de Hernando de Soto en la Florida).

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De cara al éxito que vendría después, con constantes homenajes siglo tras siglo a estos tres grandes escritores, Garcilaso tuvo la mala fortuna de fallecer un día después que Cervantes, que se lleva en el mundo hispano la práctica totalidad del protagonismo en estas efemérides. Cervantes es conmemorado no solo en España sino en los países hispanoamericanos, restándole involuntariamente protagonismo al Inca Garcilaso. Si este hubiese muerto unos meses después su aniversario luciría en todo su esplendor. Por eso hoy, que se cumplen los 400 años de su fallecimiento, y que de los tres fue el que murió de verdad en el Día del Libro, 23 de abril, quiero dedicarle unas líneas en su homenaje. No voy a centrarme en la calidad de sus obras, profusamente analizadas por grandes investigadores. Solo pretendo acercar al personaje a quienes lean este artículo, para divulgar aspectos de su biografía y vida que me han parecido interesantes….

Me he alegrado mucho de que España haya conmemorado muy dignamente su Cuarto Centenario a la vez que el de Cervantes, con unas estupendas exposiciones simultáneas en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. En la de Garcilaso (“La Biblioteca del Inca Garcilaso”) se hace una reconstrucción de lo que pudo ser su biblioteca personal: a los pocos días de la muerte del Inca Garcilaso, sus albaceas testamentarios realizaron un inventario de los bienes presentes en su casa, registrando los títulos de los libros de su biblioteca, un total de 188 obras. En esta exposición se muestran gran parte de los libros que Garcilaso tenía y consultaba: no son los mismos ejemplares que poseyó el Inca, pero sí de las mismas ediciones de la época y que la Biblioteca Nacional tiene en sus fondos. Además se muestran algunos objetos y mapas de la época, retratos de incas, etc.

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Además de un estupendo escritor y documentalista, el Inca Garcilaso fue un pionero en la defensa del mestizaje como algo muy positivo y enriquecedor para la humanidad. En una época donde indígenas y mestizos eran minusvalorados e incluso despreciados, Garcilaso, vecino de Córdoba y Andalucía y viviendo en la vieja España desde decenios, hace alarde y defensa de su condición mestiza, nombre que “por su significación me lo llamo yo a boca llena y me honro con él” (Comentarios Reales). Esta defensa la hace sin agresividad alguna, convencido que las aportaciones de culturas que se unen suman activos y enriquecen a la Humanidad. Planteamientos así fueron muy pioneros, pues hasta finales del XIX-inicios del XX no surgirán corrientes intelectuales que piensen de esta forma.

Cuzco, 1539…

El 12 de abril de 1539 nacía en Cuzco un niño bautizado como Gómez Suárez de Figueroa. Era hijo de un capitán español, Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, sobrino del afamado poeta renacentista Garcilaso de la Vega, y llegado al Perú con las tropas de Pedro de Alvarado desde Nicaragua durante los años de conquista. Su madre era Chimpu Ocllo, una noble cuzqueña bautizada como Isabel Chimpu Ocllo. Esta ñusta era sobrina del último gran Inca del imperio, Huayna Cápac, y prima de los dos sucesores contendientes, Huáscar y Atahualpa. Durante la guerra civil entre los dos hermanastros, Chimpu Ocllo consiguió sobrevivir a las matanzas llevadas a cabo por las tropas de Atahualpa contra los familiares de Huáscar.

Hasta solo 7 años antes del nacimiento de este niño, Cuzco había sido la esplendorosa capital del imperio Inca. Los españoles la tomaron en 1533, siendo bienvenidos por los cuzqueños, que los veían como libertadores de las venganzas y genocidios hechos por Atahualpa contra los huascaristas (la población de Cuzco apoyaba a Huáscar). Pero las buenas relaciones durarían poco: en 1536 Manco Inca se levantó contra los recién llegados, asediando e incendiando la ciudad durante varias semanas, y estuvo a punto de terminar con los españoles. Poco después hubo graves enfrentamientos entre los propios españoles por la propiedad de la gobernación del Cuzco. Partidarios de Almagro se enfrentaron contra los de Pizarro en la batalla de las Salinas (6 de abril de 1538), cerca de la ciudad. Sebastián Garcilaso debió asentarse en el Cuzco tras la batalla y allí conoció y tomó por compañera a la noble inca Chimpu Ocllo, con quien tendría un hijo al año de la batalla.

Pese a los incendios y asedios habidos tres años antes, Cuzco seguía siendo una ciudad magnífica, que comenzaba a reconstruirse hibridando su arquitectura inca con los gustos castellanos coloniales recién llegados. La familia de Garcilaso ocupaba una cancha o recinto cerrado con varios palacios junto a la plaza Cusipata (hoy plaza del Regocijo), que actualmente se corresponde con la manzana situada entre las calles Garcilaso, Márquez y Heladeros: en ella encontramos hoy dos hoteles con patios coloniales y un museo. Junto a la casa familiar se encontraba la de otro importante conquistador, Mancio Sierra Leguizamo, y poco más allá se estaba construyendo junto a un mercado el templo y convento de La Merced, donde unos meses antes ya habían enterrado a un personaje importante, Diego de Almagro, ajusticiado por Hernando Pizarro.

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La infancia del futuro escritor discurrió en ese Cuzco en reconstrucción. La familia se relacionaba con otras bien conocidas, como la de Mancio Sierra de Leguizamo, Juan de Betanzos, Diego Hernández, o los tíos del niño, Juan Vargas (tío paterno) y Hualpa Túpac Yupanqui (tío materno). Esos otros conquistadores también habían tenido hijos mestizos con mujeres nobles. El padre de Garcilaso, como los de sus compañeros de juegos, pasaba largos periodos fuera, combatiendo en batallas de pacificación contra grupos de resistencia indígena (ej. en Cochabamba) o contra compatriotas de otras facciones (ej. en la batalla de Huarina y en la de Xaquixahuana). Había dejado al militar y compañero de confianza Diego de Alcobaza el cuidado de la familia durante sus ausencias. El futuro Inca Garcilaso lo llamaba afectuosamente “ayo”, y su hijo era como un hermano para él.

Un colegio improvisado

La educación de los niños era difícil en esos tiempos revueltos, recayendo en personal eclesiástico. Pedro Sánchez, y luego Juan de Cuéllar, les impartieron enseñanza hasta la adolescencia. En clase el pequeño Garcilaso tuvo otros 17 compañeros, en su mayoría mestizos de otros conquistadores (como su hermano afectivo o los hijos de Pedro de Candía, Sierra de Leguizamo, Gonzalo Pizarro, etc) o de la alta nobleza inca (ej. Carlos Inca, hijo de Paullu Inca). Allí aprendió latín, gramática, ciencias, etc. Su profesor, Juan de Cuéllar, estaba satisfecho con sus alumnos, lamentando que no pudiesen ir en el futuro a estudiar a la universidad de Salamanca.

Tras las clases los niños correteaban por la antigua fortaleza de Saqsaywamán, en proceso de ser parcialmente desmantelada para usar sus bloques como mampostería en las nuevas construcciones. Todavía tenía en pie sus magníficos torreones. Se adentraban jugando por misteriosos pasadizos y seguramente emulaban luchas entre incas y españoles. La llegada de mercaderes a Cuzco era motivo de excitación, sobre todo cuando traían cosas de España nunca vistas allí. Especial interés popular tuvo la llegada de las primeras vacas y bueyes. Garcilaso recibió azotes de su padre y luego de su maestro por llegar tarde a clase un día que observaba fascinado como un campo era arado utilizando bueyes.

El curioso niño acompañaba a su madre en frecuentes veladas que esta mantenía con sus parientes de la nobleza inca, como hermanas y primos suyos descendientes de Huayna Cápac. Allí Garcilaso escuchaba en sus años de infancia y adolescencia historias de las hazañas de sus antepasados, creencias, fábulas y costumbres que añoraban un pasado glorioso, en las que “con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: “Trocósenos el reinar en vasallaje”. Junto con el español y el latín, Garcilaso dominaba su lengua materna, el quechua, apreciando sus matices de significado en esas conversaciones.

En 1549, cuando contaba 10 años, sufrió el amargo trance de la separación de sus padres y sus respectivas bodas con nuevas parejas. Las razones no parecen derivadas de unas malas relaciones, sino de la insistencia por parte de la Corona española para que los nobles españoles (el padre lo era) se casasen con damas nobles españolas. Sebastián Garcilaso se casó con Luisa Martel de los Ríos, panameña de padres nobles españoles, y su madre lo hizo con Juan del Pedroche, posiblemente mercader o tratante. El padre del pequeño dio una cuantiosa  dote a su anterior consorte india y posiblemente la ayudó en la boda e inicios de su nueva vida, pues no se quiso desentender de quien había estado a su lado más de 10 años.

El pequeño Gómez siguió viviendo en casa paterna, pero continuaba viéndose con su madre probablemente a diario y asistiendo a las reuniones familiares. Sesenta años después, el ya Inca Garcilaso escribiría en la segunda parte de los Comentarios una crítica a esta costumbre de muchos conquistadores (e indirectamente su padre incluido) de tener consortes indias en los años duros y luego casar con mujeres españolas, quedando los mestizos y sus madres sin apenas dotes económicas o herencias. Por fortuna, su caso no fue tan malo. Como decimos, Sebastián dio una cuantiosa dote a Isabel Chimpu, y sobre todo permaneció muy encariñado de su hijo, a quien dejó buenas tierras en Havisca, cerca de Pilcopata (a los pies de los Andes amazónicos), productoras de hojas de coca, y 4000 pesos de oro y plata para que pudiese viajar a España a estudiar.

A medida que crecía, Garcilaso fue aprendiendo nuevas destrezas, como montar a caballo o luchar con la espada. Era ya un joven adulto cuando el Inca de la resistencia Sayri Túpac, su primo, abandonó su refugio en Vilcabamba y pactó un acuerdo de paz con el virrey (aunque a su muerte se continuaría la resistencia). Cuando Sayri Túpac llegó a Cuzco en 1558 recibió afectuosamente a un Garcilaso de unos 19 años, con quien hizo un brindis y se interesó por su vida y destrezas, deseando mantener el contacto con él ahora que había capitulado una paz con los españoles (Sayri Túpac moriría poco después y los enfrentamientos continuarían por el nuevo caudillo, Titu Cusi Yupanqui). Al año siguiente (1559) moría su padre tras una larga y dolorosa enfermedad. Antes de su muerte le había recomendado a su hijo viajar a España y proseguir allí sus estudios. Garcilaso decide emprender viaje y va a despedirse del Corregidor del Cuzco, Polo de Ondegardo. Entonces el funcionario le hace una invitación que le dejó impactado: “Pues que vais a España, entrad en este aposento; veréis alguno de los vuestros que he sacado a la luz, para que llevéis que contar por allá”. El asombrado joven entró en la habitación y quedó admirado: allí estaban cinco momias perfectamente conservadas de algunos emperadores incas y de sus mujeres, entre ellas la de su tío-abuelo Huayna Cápac, a la que tocó entre emocionado y curioso su dedo reseco y acartonado. Eran algunos de los protagonistas de las numerosas historias que había escuchado a sus familiares, y parecían vivos, sentados con sus manos cruzadas, con sus cabellos y llautus sobre la frente.

Rumbo a España

El 20 de enero de 1560 parte del Cuzco en mulo o caballo subiendo la cuesta de Carmenca para continuar por el camino inca del Chinchaysuyu, rumbo a Lima. Le acompaña otro español. Cruza el famoso puente colgante del Apurímac, valles, punas y llega finalmente a los valles desérticos de Ica, Chincha, Pachacámac y Lima.  El todavía Gómez de Figueroa parte ese mismo año del puerto del Callao rumbo a España. El viaje era por entonces muy largo y arriesgado. Cerca de la isla de la Gorgona (actual Colombia), su barco estuvo próximo a naufragar. En Panamá cruzó el istmo a lomos de acémila, hasta llegar a Portobelo, ya en el Caribe. Pasó entonces por mar a Cartagena de Indias, donde esperó a la flota de Indias que desde España seguía a La Habana. Desde allí prosiguió viaje cruzando el Atlántico hasta las Azores y Lisboa, donde desembarcó. Tras unas breves estancias en Extremadura y Montilla (Córdoba), viaja a Madrid a reclamar reconocimientos a la Corona por los méritos de su padre, que le son denegados por haber confusos informes (negados por el joven) acerca de la actitud de su padre en la batalla de Huarina, donde parecía haber apoyado al rebelde Gonzalo Pizarro. Los funcionarios reales reprochan actitudes de su padre en esa batalla, que Garcilaso niega. Decepcionado y orgulloso de su padre, decide abandonar su nombre de pila, Gómez de Figueroa, por el de su padre, Garcilasso de la Vega, añadiendo “El Inca” como reconocimiento orgulloso a su linaje materno. Desde entonces será conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, y así firmará sus escritos.

Por un momento pensó en regresar a su tierra natal, pero finalmente decidió hacer carrera militar, llegando a ser capitán como su padre. Participó en la batalla de las Alpujarras contra los moriscos bajo el mando de don Juan de Austria (1569) y años después recibió jugosas herencias que le permitieron vivir sin necesidades y pudiendo dedicarse a estudiar historia y leer a clásicos latinos y renacentistas. Garcilaso es, por tanto, un hombre del Renacimiento, con formación integral e interés por distintos campos del saber, que domina cuatro idiomas (español, quechua, latín e italiano), y cuya economía le permite vivir dedicado al estudio y escritura, sin necesitar recurrir al trabajo manual.

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En Montilla se instala en casa de su tío, el capitán Alonso de Vargas, propietario de una rica hacienda. Allí se atreve “con temeridad de soldado” a realizar la traducción del italiano de un complejo libro de filosofía neoplatónica, los “Diálogos del Amor” de León Hebreo, que acaba hacia 1586 y saldrá publicado como La Traducción del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo. Este libro marca su paso de la carrera militar a la de estudioso y escritor humanista. Es curioso como en el título hace alusión a su carácter “indio”: tal vez sus facciones raciales hacían que lo llamasen así sus conocidos o el mismo quiso distinguir y vanagloriarse de su sangre indígena, mostrando que también una persona de esa condición podía acometer una tarea tan compleja. Garcilaso pone especial empeño en la fidelidad al texto original, respetando “las mismas palabras que su autor escribió en italiano sin añadir otras superfluas”. Este libro fue leído por Miguel de Cervantes, con quien coincidió en Córdoba. A Felipe II le sorprendió gratamente y en el Escorial califico al autor de “fruta nueva del Perú”.

Garcilaso tuvo por entonces, hacia 1588, un hijo con Beatriz de la Vega, su sirvienta durante los años en Montilla, aunque no llegaría a casarse con ella. Este hijo, Diego de Vargas, convivió con su padre, quien le proporcionó una adecuada educación, aunque nunca hizo alarde manifiesto de su paternidad, tal vez avergonzado por la relación con su sirvienta, a quien dejó pensión vitalicia y la mayor parte del menaje de la casa en su testamento. Una razón de peso pudo ser que desde años antes el escritor había profundizado su relación con la Iglesia, recibiendo órdenes menores eclesiásticas en 1579; en 1596 llega a aparecer en un escrito como “clérigo”.

En 1591 Garcilaso y su pequeño hijo se mudan a Córdoba. La carrera militar estaba ya abandonada y decide dedicarse a escribir. Entrado el nuevo siglo salen publicadas en Lisboa sus obras más conocidas y notables: en 1605 lo hace La Florida del Inca, que narra las aventuras de Hernando de Soto en tierras norteamericanas una vez este conquistador hubo abandonado el Perú. Sus informantes habían sido Gonzalo Silvestre, Alonso Carmona y Juan Coles. Garcilaso veía muy necesario recoger y dejar por escrito estos testimonios antes que se perdieran y así lo hizo en su obra.

Pero desde el siglo anterior ya trabajaba en su obra más importante y conocida. Quería recoger sus recuerdos de la infancia y adolescencia, lo que había escuchado de sus parientes incas, completado con nuevas crónicas y documentos a los que había tenido acceso de otros cronistas e informantes. Así salen publicados en 1609 sus Comentarios Reales de los Incas, impreso por Pedro Crasbeeck en Lisboa.

Se trata de una obra extraordinaria, de enorme interés y hermosa prosa, fundamental para todo aquel que quiera adentrarse en el mundo de los Incas. Para los lectores hispanohablantes, además, es una satisfacción poder leer ese español del siglo de Oro en su versión original, sin tener que recurrir a traducciones como en el caso de estudiosos extranjeros.

La obra ha tenido algunas críticas en cuanto a la validez de sus informaciones: se ha objetado que Garcilaso escribiese sus Comentarios 40 años después de dejar el Perú, y que sus recuerdos estarían ya olvidados o muy influidos por su estancia en España. Prueba de ello sería su visión idílica del imperio Inca, que parece intentar encajar en los cánones éticos de la España renacentista. Pero lo cierto es que Garcilaso muestra voluntad de contar todo ello con objetividad, y contrastando opiniones con otros autores a quienes cita en la obra con gran honestidad por su parte (no era infrecuente copiar textos de otros autores en la época sin citar su procedencia: un ejemplo es Herrera, cronista oficial). Garcilaso tenía en su casa 500 ejemplares para vender, quizá esperando a hacerlo con la Segunda Parte, próxima a salir publicada.

Poco tiempo después de publicar su obra más famosa, en 1612 el Inca Garcilaso completa la Segunda Parte de los Comentarios Reales, dedicada a la conquista del Perú, las guerras civiles habidas entre españoles y la resistencia de los Incas de Vilcabamba. En el prólogo se dirige “A los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilasso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad.” Pero Garcilaso murió antes de ver esta segunda parte impresa, pues sería publicada por su hijo en Córdoba un año después de su fallecimiento (1617). El título original fue cambiado, y en lugar de “Segunda parte de los Comentarios Reales”, salió publicado como Historia General del Perú.

En ese año en que terminó la segunda parte de sus Comentarios, 1612, Garcilaso compró la capilla de las Ánimas en la Catedral de Córdoba, manifestando su deseo de ser enterrado allí. No sabemos que enfermedad padeció, aunque tenía un acusado temblor en la mano desde hacía tiempo que a veces le impedía firmar documentos. Llegado el momento, su hijo se encargó del entierro, cuya lápida reza así: El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre, perito en letras, valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega, de las Casas de los duques de Feria e Infantado, y de Elisabeth Palla hermana de Huaina Capac, último emperador de las Indias. Comentó La Florida, traduxo a León Hebreo y compuso los comentarios reales. Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar, dotó esta capilla. Enterróse en ella. Vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del purgatorio. Son patronos perpetuos los señores Deán y Cabildo de esta santa iglesia. Falleció a 23 de abril de 1616. En realidad en la lápida figura el 22 de abril, pero se trata de un error. La fecha que se da como casi segura es el 23, pues aunque en la partida de defunción de la catedral de Córdoba figura el día 24, se solía escribir la palabra “murió” por dar a entender que “se enterró” (algo similar ocurre con las partidas de Quevedo y Lope de Vega, según hace notar Astrana Marín).

En 1978 el obispo de Córdoba y el Deán de la Catedral hicieron entrega de una pequeña bolsa con parte de los restos del Inca Garcilaso al embajador del Perú en España para que fuesen entregados por el rey Juan Carlos I al Presidente de la República del Perú con motivo de su viaje al país. El 25 de noviembre de 1978 se realizó la entrega. Hoy la arqueta se encuentra en una cripta de la catedral del Cuzco. Seguramente Garcilaso estaría satisfecho de saber que parte de sus restos descansan en su querido Cuzco natal, en aquella catedral que comenzaba a construirse cuando partió de la ciudad, entre ruidos de canteros y albañiles que iban levantando el nuevo templo cristiano, pero con bloques incas reutilizados. Una mixtura de la que el Inca Garcilaso fue el primer gran exponente en el mundo literario…

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© José María Fernández Díaz-Formentí.

 


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