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Fundación Omacha de Colombia: nació inspirada por Cousteau y ya tiene 30 años 

Mi opinión

He conversado alguna vez con Fernando Trujillo, el fundador de la Fundación Omacha, organización científica que este año cumple treinta tratando de conservar la vida acuática que pervive en la Amazonía y la Orinoquia, los gigantescos ecosistemas sudamericanos que agonizan en medio de la desolación y el cambio climático. A Trujillo, a quien los indígenas de Puerto Nariño, en la frontera con el Perú, llaman omacha, delfín rosado en la lengua local, lo busqué en el 2017 para hablar de las grandes criaturas que pueblan los ríos amazónicos, entre ellos, los delfines de río, los paiches y los manatíes. Aquella vez me sorprendió su vastísimo conocimiento sobre el bioma en general y su meritorio afán por trabajar colaborativamente con los científicos y pobladores de la cuenca en la conservación de la fauna asociada a sus sistemas hídricos. Desde entonces he seguido con creciente atención la labor de la organización que creó en el noventa y tres y he aplaudido sus logros, que son innúmeros. Las dos especies de delfines de río de la Amazonía y, sobre todo, los manatíes que estudia Fundación Omacha han sido prácticamente diezmados de sus hábitats históricos; la narrativa sobre el ensañamiento que han tenido sus antagonistas más tercos, nosotros, es amplia. Baste sino mencionar las repetidas referencias sobre las masacres en el río Magdalena de las poblaciones de manatíes en “El amor en los tiempos del cólera” del genial García Márquez para comprobar tan fatal empecinamiento. Les dejo esta nota que recojo de la prensa colombiana sobre los treinta años de Fundación Omacha. Nuestras felicitaciones y agradecimientos a Fernando Trujillo y a los integrantes de todos sus equipos desde este otro lado de la cuenca.


Tomado de Agenda del Mar

Fernando Trujillo estudiaba biología marina en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Allí llegó como invitado para dictar una conferencia el oceanógrafo Jacques Cousteau, reconocido por sus investigaciones y especialmente por los documentales en los que aparecía a bordo del famoso buque Calypso.

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“Yo estaba estudiando francés y pude hacerle un par de preguntas sobre las especies en riesgo y recuerdo que me respondió: los delfines en el Amazonas, nadie los está estudiando”. Esa respuesta tuvo un impacto profundo en Fernando, quien, dos años después, iba en un avión de carga con dos compañeros para iniciar una travesía que aún no ha terminado.

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Tenía apenas 19 años y cursaba séptimo semestre en la universidad. Llegó a Leticia en 1987, pero el ambiente que encontró no le agradó. Así que tomó una embarcación y se internó río arriba hasta Puerto Nariño, una pequeña población habitada por indígenas de tres etnias: los tikunas, los cocamas y los yaguas. 

Fundación Omacha.

Allí fue bien recibido y acogido a pesar de que desde el primer día le advirtieron que a los biólogos y a los antropólogos no los querían mucho. Fernando preguntó por qué y le dieron una respuesta clara y contundente: “Porque vienen una semana, recogen datos, se van y no vuelven, nunca tenemos una retroalimentación de lo que hacen”, le explicaron los indígenas. “Ese día yo dije ‘nos vamos a quedar’ y ya llevo 36 años en Puerto Nariño”.

De aquellas primeras experiencias, Fernando recuerda que los indígenas se reían de él, pero lo trataban con mucho aprecio. A pesar de sus estudios y su pasión por los animales del Amazonas, muchas veces creyó ver un delfín cuando en realidad se trataba de un pirarucú o trabajaba juicioso en el registro de sus avistamientos y los pescadores le hacían caer en cuenta de que estaba contando el mismo delfín varias veces.

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“Fue muy bonito porque fue una lección de humildad, me bajó de mis humos universitarios y me hizo entender que el conocimiento lo tienen las personas que viven en las regiones”, explica.

El nacimiento de la Fundación Omacha

En ese primer viaje Fernando estuvo dos meses conviviendo con los indígenas y con la naturaleza. Se enamoró de los delfines, del Amazonas y de las comunidades ancestrales. Regresó a Bogotá para continuar con sus estudios, pero prometió volver. Los siguientes años se la pasó yendo y viniendo. Hizo su tesis sobre delfines, primer estudio científico que se realizó en el país dedicado a esta especie.

El tiempo que podía estar en Puerto Nariño lo compartía con los pescadores al borde del río, convivía con ellos. Y allí llegaban delfines heridos o lastimados. En cierta ocasión, Fernando recibió a un delfín que venía en malas condiciones y no lo pudo salvar. La tristeza y la sensación de impotencia por no haber tenido los recursos para prestarle una mejor atención, lo empujaron a escribir a algunas entidades en Inglaterra y logró que se hiciera una colecta en ese país. Reunieron 5.226 libras esterlinas y con eso, en 1991, construyó una estación biológica en el Amazonas.

Le pidió a la universidad que se encargara de la estación, pero su solicitud no fue acogida. Algo le decía que era el momento de tomar decisiones. Así que en 1993 creó la Fundación Omacha en compañía de una bióloga y una periodista inglesa que tiempo después se retiraron. “Sentí que había que dar un salto al vacío y lo hicimos. La idea inicial de salvar a los delfines rosados, que era muy romántica, se convirtió en algo mucho más asentado que nos permitió entender que los delfines podían ser un instrumento para que la gente se conectara con los ríos y con la selva”.

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Fernando Trujillo – Fundación Omacha

Y a lo largo de 30 años, esa idea ha hecho posible que la Fundación Omacha haya participado de procesos de conservación muy exitosos en aspectos tan diversos como acuerdos de conservación pesquero, mejoramiento de calidad de vida de las comunidades locales, ordenamiento forestal, generación de áreas protegidas, turismo de naturaleza y mucho más. “Lo más importante que hemos hecho es generar tejido social en las regiones donde hemos venido trabajando”.

Fernando y su equipo encontraron que, en aquellos primeros años de la década de 1990, el trabajo de investigación y conservación era precario en ecosistemas terrestres y prácticamente inexistente en ecosistemas acuáticos. Así que la Fundación Omacha no se quedó solo en el Amazonas y en 1994 se extendió al Caribe, con un trabajo que sigue vigente en el Golfo de Morrosquillo; y en 1995 al Orinoco, en Puerto Carreño.

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Más tarde vinieron proyectos prácticamente en todo el país y varias experiencias muy valiosas en el exterior. Actualmente, 60 personas hacen parte de la Fundación en todo el país. “Omacha es una fundación pequeña con sombra grande”, dice.

La celebración de los 30 años no se hizo con un cóctel ni con un evento pomposo. Se hizo con una gran siembra de árboles en las tres regiones donde ha trabajado principalmente la fundación: en Puerto Nariño, en Córdoba y en Puerto Carreño. Han pasado 36 después de aquel viaje a Puerto Nariño, siendo estudiante, y algunos le preguntan a Fernando Trujillo si no es hora de liderar las tareas de la Fundación desde Bogotá y bajarle el ritmo a los viajes a los diferentes territorios. Y ante eso su respuesta es simple: “Ir al campo es lo que me mantiene vivo, lo que me mantiene la esperanza, sin esa conexión con la gente, los animales y la naturaleza, hace rato hubiera tirado la toalla”.

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