Mi opinión
Los llamaron culíes y llegaron al Perú en busca de un mejor destino. En China, su tierra natal, las hambrunas y las guerras solo podían ofrecerles padecimientos o la muerte. Se embarcaron con destino a una patria prometida que mutiló su libertad para convertirlos en esclavos. El relato de su gesta, de su conversión en peruanos, en habitantes silenciosos de estos pagos, ha sido contada con aflicción por algunos de sus descendientes o referida con respeto por historiadores alejados del relato en tono sepia de esas guerras que perdimos por culpa de unos militarotes que siguen ocupando el panteón de los héroes.
Les dejo esta nota de El Comercio, bajo la Lima que crece y crece, milenaria como la ha llamado Javier Lizarzaburu, descansan, se apretujan, unos migrantes que llegaron desde lejos para construir la ciudad y el país que tanto nos duele. Ellos fueron los venezolanos de esa primera República fallida. Honor y gloria a su gesta ciudadana.
Fue enterrado boca arriba y desnudo, con una muda completa de ropa doblada en el regazo, cartas de tarot chino y una pipa de opio: el viaje a la otra vida también requiere equipaje.
Sus últimos años debieron ser difíciles. La demanda de mano de obra en las haciendas de azúcar y algodón era muy alta y la fuerza de trabajo asiática comenzaba a ganar terreno en el país. Este hombre habría participado en la primera ola migratoria de chinos al Perú –a mediados del siglo XIX–, quienes llegaron en busca de mejores oportunidades.
Fue encontrado en un cajón de madera, junto a otros dos entierros similares, por trabajadores de la empresa Cálidda, el pasado 22 de enero, mientras realizaban labores de instalación de tuberías de gas natural en Carabayllo. Por el buen estado de conservación, estos habrían sido sometidos a un proceso de momificación.
Estaban a menos de un metro de profundidad, a la altura del kilómetro 17,5 de la avenida Túpac Amaru, en el pueblo joven conocido como La Flor. La arqueóloga Cecilia Camargo, encargada de la excavación y conservación de estos cuerpos, cree que los actuales habitantes de esta zona tienen bajo sus pies todo un cementerio de inmigrantes chinos.
“Lo que hemos encontrado sería la periferia de un cementerio. Varios vecinos del pueblo La Flor, en estas últimas décadas de urbanización, declaran que han encontrado diversos objetos de origen chino. Lo que tienen bajo sus pies es muy valioso, y este último hallazgo hace que ellos mismos conozcan lo que tienen, recuperen la memoria de su pasado, se empoderen y se contagien del interés para cuidarlo a lo largo del tiempo”, dice Camargo.
Muy cerca de la zona donde fueron encontrados operaba, hace más de un siglo, la hacienda Caudivilla, una de las que contrataron la mayor cantidad de mano de obra oriental, según el historiador Santiago Tácunan, autor del libro “Carabayllo: génesis de Lima norte”.
Pese a que habrían trabajado en condiciones de semiesclavitud, estos hombres nunca cortaron el vínculo con su país natal. “Quisieron irse con los objetos que los acompañaron toda su vida”, dice la arqueóloga.
Este hallazgo sucede ocho meses después de que el Ministerio de Cultura, en agosto del 2017, encontrara 16 tumbas de peones chinos que habrían trabajado en algodoneras, en la huaca prehispánica Bellavista, ubicada en Santa Anita. Aquí habría existido una necrópolis de inmigrantes orientales que laboraron en la hacienda algodonera Zavala en la segunda mitad del siglo XIX.
Años atrás se descubrieron tumbas similares en el complejo Mateo Salado y La Punta, pero la de Bellavista fue la primera con tantas sepulturas en un mismo sitio.
Roxana Gómez, directora del proyecto arqueológico Bellavista, dice que estos extranjeros eran excluidos por no ser católicos. Esto hacía que los inmigrantes no pudieran ser enterrados en los cementerios de la ciudad. “Vivían en las afueras de las haciendas, casi aislados. Ahí mantuvieron sus ritos y tradiciones religiosas”, señala.
Cálidda ya inició conversaciones con la comunidad china en el Perú para definir el destino de este último
1/2/2018