Mi opinión
El refugio de dos habitaciones, o si se quiere, las dos casitas de los Negri Ferreyros, resume con exacto realismo el tipo de vida que esta familia forjada desde un principio en el valle de Lamay, muy cerca a Pisac, a 45 minutos del Cusco, ha patentado en esta campiña de luces iridiscentes y olor a tierra mojada y a fogones dando lo que saben…
Nada les falta, más bien, podría decir, les sobra autonomía e independencia.
Son dos casitas en el centro de un jardín que es también un prado cercado por el cielo más cielo del Valle Sagrado de los Incas.
Dos casitas, la más grande llamada Amanecer, la más pequeña Atardecer, levantadas ambas con delicado esmero en los pagos de Franco y Marlis, de Valentina, Mateo, Alegría y Kantu, de Luz Marina y José, en ese rincón tan especial de la quebrada de Lamay que suelo visitar con exagerado regocijo y el corazón henchido de remembranzas.
En las mañanas, qué mañanas, la más amplia, la que fue mi refugio por unos días en las Casitas Lamay, pareciera empeñada en recibir las primeras luces del nuevo día, la señal que los incautos necesitamos para salir al campo tras la dicha y todos los antojos; en las tardes, en cambio, cuando las sombras le ganan la partida al ánimo, la más pequeña, la casita Atardecer, se convierte en la generosa receptora de los últimos rayos del padre Inti y no queda más que prolongar la fiesta.
El refugio de dos habitaciones, o si se quiere, las dos casitas de los Negri Ferreyros -Franco, Marlis & Co.- resume con exacto realismo el tipo de vida que esta familia forjada desde un principio en el valle de Lamay, muy cerca a Pisac, a 45 minutos del Cusco, ha patentado en esta campiña de luces iridiscentes y olor a tierra mojada y a fogones dando lo que saben…
La base Lamay
Lamay es un pueblo de pocas casas y gente muy laboriosa a un lado de la carretera que corre paralela al portentoso Willkamayu. Sus campos de cultivo son prósperos y las montañas que la circundan ásperas y bravías.
Un río, montaraz y siempre presente, desciende de las alturas para llevar sus aguas al río mayor, al amaru principal de estos valles, el Vilcanota de los gentiles, el Urubamba del planeta turismo. Entre los mil tonos verdes por todas parte y las pircas de piedra, la casa de las que les hablo es un delicado retablo que explosiona de dicha y bien estar…
Les cuento más. Franco y Marlis adquirieron el predio donde viven hace más de quince años. Los he visto quemar sus naves: eran jovensísimos entonces y no creían en convenciones ni en hojas de ruta trazadas por otros. Eran puros y auténticos como hasta ahora, madera fuerte de alisos, rudas ramas de pisonayes, y la visión de una tribu, la suya, creciendo entre los matorrales y los campos fructificados con sus manos, pudo más que los consejos de los que mirábamos desde lejos, y citadinos, el andamiaje de sus primeras quimeras.
He vuelto una y mil veces a su casa en el prado. He jugado con sus perros y he tenido el gusto de ver como crecía su prole. He acompañado a Franco a revisar el estiércol y los desperdicios orgánicos que alimentan sus sementeras, he sentido el ululato de las lechuzas y el trino mañanero de los chiguancos alborotándolo todo. He visto a Marlis listar con ahínco los insumos que se necesitan para que la ofrenda a la tierra dé sus frutos y convoque a los espíritus del bosque. Soy feliz viendo a sus niñas crecer bañabas en salud y respirando aire puro. Del físico y de espiritual.
Pasar una temporada en una casita Airbnb o en un alojamiento con estilo es algo que suelo recomendar por aquí. Da salud y rompe esquemas. Quedarse a vivir unos días con la tribu de F & M es una gloria. Un ejercicio de vida alternativa y hurras a ese futuro que estamos en la obligación que construir sí o sí.
Las Casitas Lamay
Los Negri de Lamay son los mejores anfitriones que he conocido y unos notables maestros en el oficio de convertir a sus invitados en devotos de una forma distinta y más armoniosa de vivir de cara al sol.
Las casitas, por ahora dos, que han construido en su tremenda propiedad, permiten ese acercamiento: han sido levantadas, pieza por pieza, por la familia en pleno; usando para ello materiales que no disuenan con el espacio que le han ganado a la natura. Sus ambientes son cómodos, amplios, iluminados, espaciosos, llenos de detalles que invitan al sosiego y la contemplación.
Nada les falta, más bien, podría decir, les sobra autonomía e independencia.
Luego de vagar por el valle, cada tarde y de puntillas, llave de la propiedad en mano, gocé del privilegio de ingresar a mi reino por unos días para sentarme en la terraza de la casita y esperar, con calma, la llegada del ocaso.
En las noches, cuando las libélulas teñían de luces el universo entero, tomaba el atajo hacia la casa de los Negri para prolongar la tertulia hasta la llegada de Morfeo. Al día siguiente, tempranito, repetía el recorrido para despedir a las niñas y a Mateo y también a José en ruta hacia el cole.
El día empezaba de nuevo para alegría y agradecimientos de este mortal…
En la casita Atardecer me esperaba mi mesita de trabajo, una cocina muy bien equipada, una sala amplia y llena de detalles, una ducha primorosa y el viento suave bajando de las montañas para susurrarme la ruta a descubrir esa mañana.
Después de tanto amor, volví a casa renovado. Otro.
Buen viaje.
Ficha técnica:
Dos casitas muy bien equipadas e independientes. O una sola, con dos ambientes. Servicio de WiFi rápido en todos los espacios. Chimenea interior. Cocina implementada, sala, comedor, baños con agua caliente y todo lo necesario para el goce. Refrigeradora, cafetera, estufa, menaje. Estacionamiento. Atención esmerada. Entrada independiente, amplios jardines, chacra orgánica.
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