Mi opinión
Hay libros que los cierras y no te dejan en paz, que te hablan en la noche perturbando tu aquiescencia, tu insípida paz. Como éste de Amon Oz, el narrador nacido en Jerusalén poco antes de la creación del estado de Israel, que acabo de guardar en el librero de mi casa en San Bartolo. Pese a lo que alguien apuntó en la tapa del libro, Una pantera en el sótano, no es solamente el testimonio de la amistad que surge entre un niño judío y un policía británico a cargo de poner orden en el territorio ocupado. No. La novela es la descripción, conmovedora y profunda, de las mil formas que tiene el sistema (la casa, el barrio, la escuela) para educarnos de cara al opresor, al enemigo, al otro, cualquiera que éste sea: chiquito, grande, maléfico, histórico. Una reflexión sobre la resistencia, sobre nosotros y los demás, sobre la forma de “ganar la guerra”.
Escribí esta nota hace un tiempo, me parece que fue en el año 2015; entonces Amon Oz, el escritor israelí recientemente fallecido, sempiterno candidato al premio Nobel de Literatura debo agregar, soportaba con estoicismo el asedio de la ultraderecha de su país, incapaz de tolerar su prédica pacifista y sus ojos bien abiertos.
Lo acaba de mencionar Vargas Llosa en su columna semanal: “Es verdad que no debe ser fácil ser un escritor laico y progresista en un país como Israel, donde, en cada elección, siempre vuelven al Gobierno las mismas gentes y las mismas políticas extremistas, gracias a pequeños partidos de fanáticos religiosos —a los que Amos Oz dedicó precisamente uno de sus últimos ensayos— cuyos votos garantizan la mayoría al Gobierno imperante. En Israel, la democracia existe y funciona de manera impecable para los israelíes (para los palestinos, desde luego, no). Hay libertad de prensa, no existe la censura, los jueces son independientes, y la vida política es diversa, libre, muy intensa. Pero si un visitante se interna en Cisjordania ya es otra cosa. Las ciudades y pueblos palestinos están prácticamente cercados por los asentamientos ilegales, sometidos a un control policial y militar estrictísimo, y cortados y cuadriculados por un murallón gigantesco que separa las familias de sus escuelas y campos de trabajo”.
Les dejo mis apuntes sobre Una pantera en el sótano. Buen retorno a la tierra, Maestro:
Hay libros que los cierras y no te dejan en paz, que te hablan en la noche perturbando tu aquiescencia, tu insípida paz. Como éste de Amon Oz, el narrador nacido en Jerusalén poco antes de la creación del estado de Israel, que acabo de guardar en el librero de mi casa en San Bartolo. Pese a lo que alguien apuntó en la tapa del libro, Una pantera en el sótano, no es solamente el testimonio de la amistad que surge entre un niño judío y un policía británico a cargo de poner orden en el territorio ocupado. No. La novela es la descripción, conmovedora y profunda, de las mil formas que tiene el sistema (la casa, el barrio, la escuela) para educarnos de cara al opresor, al enemigo, al otro, cualquiera que éste sea: chiquito, grande, maléfico, histórico. Una reflexión sobre la resistencia, sobre nosotros y los demás, sobre la forma de “ganar la guerra”.
Las reminiscencias del escritor hebreo me han conmovido, han sido como un zarpazo en el alma. Curioso, mientras leía a Oz, sempiterno candidato al Nobel de Literatura, hacía lo propio con el librito de José Carlos Agüero sobre Los Rendidos, el arreglo de cuentas que hace un hijo de senderistas muertos en la guerra sobre lo que sus padres generaron con su levantamiento en armas. Ellos, los hijos de Sendero, también fueron educados en el odio al enemigo de clase, como panteras en el fondo del sótano. Digamos como son educados, con mayor o menor enajenación, debo decirlo, los hijos de la cultura del enfrentamiento, de la guerra, del odio al que no piensa como nosotros.
Oz se rebela ante esta situación y desde el campo mismo de batalla, desde las calles de su ciudad sitiada por la enemistad de los vecinos, le ha dicho a sus compatriotas que es necesario abrazar al Otro. El más célebre de los escritores israelíes vivos, el hijo de dos judíos polacos expulsados de Europa antes de Hitler y soldado él mismo en las batallas que libraron a su país de la invasión árabe, se ha declarado un testigo escéptico de su época y un observador caritativo de la comedia humana. Acto seguido ha propuesto, con el dolor de su corazón patriota, seccionar el territorio obtenido por Israel en 1947 para entregarle una porción a los palestinos.
Ha decidido abandonar el sótano y arrancarse de un tiro una piel que ya no sirve. Como les dije hay libros que no te dejan en paz.
Una pantera en el sótano
Fondo de Cultura Económica, 2005
164 páginas