Mi opinión
No voy a discutir los riesgos que supone el tratar de intimar más de la cuenta con las montañas del planeta. Caer al vacío, ser arrastrado por una avalancha, morir de la peor forma es parte del paquete que decidieron hacer suyo los que han hecho de los ascensos a las cumbres y las hazañas imposibles pan de cada día.
Es así. La muerte anda agazapada detrás de cada grupo de montañistas que parten en busca de su destino. Ellos lo saben. En Cordillera Blanca, especialmente, la desaparición de una cordada o el accidente trágico de algún escalador solitario es cosa de todos los años. Mis amigos montañistas de Huaraz no se cansan de despedir cada temporada a un compañero caído en la ruta.
Ese fue el caso de Jaime Quintana en julio pasado. El experimentado y muy técnico montañista fue arrastrado por un alud de nieve en el Alpamayo a medidos de julio. Con él perdieron la vida dos deportistas más: un británico y un esloveno. Semanas antes dos mexicanos habían corrido idéntica suerte –o mala suerte- en el Artesonraju.
El año anterior dos chilenos y un ruso dejaron sus vidas en el nevado Pirámide. No menciono más: la relación de accidentes en la montaña es interminable.
El de hace unos días, sin embargo, el que tuvo como epílogo la muerte de tres montañistas catalanes y un guía nacional, Rubén Darío Alva, pareciera agregarle al riesgo que trato de describir algunos elementos adicionales. Uno, el intentar hacer cumbre en fecha tan singular como enero, mes de lluvias, deslizamientos a granel y poco, casi ningún tránsito en los caminos. Dos, tratar de hacerlo desde la más peligrosa inexperiencia, desdeñando los cuidados que se debe tener aún en cumbres relativamente seguras: “No éramos deportistas de élite, lo ha admitido a la prensa de su país Pablo Belmonte, el único de la cordada que sobrevivió de milagro, sino montañeros hippies”.
Y tres, es menester empezar a mencionarlo en voz cada vez más alta, sin tener clara conciencia de las transformaciones que están ocurriendo en las montañas –sobre todo en las de la Cordillera Blanca- como consecuencia de los cambios en el clima global. Cambios que implican fragilidad y pérdida de las coberturas nevadas, deslizamientos, avalanchas, entre otras calamidades.
No digo más, solo soy un simple espectador tratando de entender lo sucedido para evitar tragedias como las del nevado Mateo. Qué la resignación y los buenos recuerdos acampen en casa de los montañistas fallecidos.
Les dejo la nota que acaba de publicar el diario El País sobre lo acontecido en Cordillera Blanca . Quedo a la espera de sus opiniones.
«La avalancha la generamos nosotros mismos por un tema de cómo la nieve se apelmaza, llevaba una semana haciendo sol cuando tenía que estar lloviendo o nevando todo el rato», confiesa a la SER Pablo Belmonte, el único superviviente de la tragedia de los Andes, una avalancha en la que murieron tres montañsitas catalanes y su guía peruano la madrugada del domingo tras alcanzar la cima del nevado Mateo, en Perú, de 5.150 metros de altura.
«Arriba ni siquiera nos sacamos la foto finish porque no teníamos cojones de sacar los móviles por los rayos. Sabíamos que era un momento peligroso», continúa su relato en El Larguero de cómo sucedió la tragedia. En otra entrevista con Efe, recuerda que «hubo una tormenta eléctrica muy fuerte». «Llevábamos equipos metálicos y entonces había riesgo de que nos impactara algún rayo, así que decidimos bajar muy rápido. Entonces sobre esa capa de nieve compacta, casi hielo, se generó una capa de nieve virgen, y al bajar corriendo, resbalamos», explica.
Uno de los cuatro resbaló, provocando la caída de todos y la consecuente avalancha. «No sé bien quién resbaló primero, a mí me embistió uno y yo a otro. Ahí generamos la avalancha que nos arrastró, yo iba el segundo». A su juicio, «si no hubiese caído uno, hubiese sido otro. Cuando estás en la montaña sabes que estás expuesto». «Íbamos los cinco atados, pero era nuestro peso y el de la nieve», recuerda, para admitir que no eran «deportistas de élite» sino «montañeros hippies«.
Belmonte describe la caída como «estar en una lavadora». «Fue una caída larga, de bastantes segundos, más de medio minuto», detalla. En un primer momento, tras la caída, pensó que todos estaban vivos, «Estuve consciente todo el rato. Mi reacción fue levantar la mano para chocar los cinco. La que acabábamos de liar. Pensaba que ellos estaban como yo. No sé por qué pasan estas cosas pero mi casco estaba intacto. Fue suerte», asegura. Pero pronto descubrió que habían muerto. «El guía estaba medio consciente, pudo levantarse. Los servicios médicos lo encontraron con signos vitales, pero no estaba demasiado presente. Mis compañeros estaban inconscientes», lamenta.
Sobre sus tres amigos, los ingenieros Sergi Porteros Villar, Adrià Sanjuan Perelló y el economista Gerard Borrull Regal, de 26 años y naturales de Cerdanyola del Vallès (Barcelona), afirma: «La última imagen que tengo de ellos, incluso empezando a caer, era una sonrisa. Con la tensión del momento, pero estaban haciendo lo que les gustaba. No me cabe duda de que murieron siendo felices». «Acabaron esta etapa en el mundo riendo y compartiendo lo mejor de ellos. Eran personas increíbles y quiero dar las gracias a las familias y amigos que han hecho que estas personas sean así», subraya sobre sus tres compañeros desde la infancia, con quienes compartía su afición a la montaña y con quienes hizo su primer viaje al Camino de Santiago.
El único superviviente de la avalancha, que se recupera «con calma» y sin rencor a la montaña en la ciudad andina de Huaraz, lamenta en la entrevista con Efe la ausencia de medios en la zona, como helicópteros de rescate, que pudieran haber ayudado a salvar a su amigos. «Huaraz es una de las capitales mundiales del montañismo y cuando solicité ayuda, pedí un helicóptero, porque era imposible moverlos. Como estaban con vida, por las heridas que tenían, era necesario un helicóptero, pero resulta que no hay. Yo sé que los presupuestos son limitados, pero siendo esta una maravilla del mundo y sabiendo que aquí van a llegar turistas de todo el mundo, va a haber más accidentes. Con un helicóptero más de la mitad del equipo se podría haber salvado», relata.
«Yo solicité ayuda antes de las dos de la tarde. Me recibió un guía que estaba en la carretera y él activó la alarma. A las seis de la tarde estaban llegando los primeros efectivos a la carretera. Estuve tres horas brindando primeros auxilios a mis compañeros. Los accidentes pasan. No quiero echar la culpa a nadie, pero creo que se debe tener en cuenta que es necesario tener un helicóptero de rescate para poder evitar nuevas desgracias», añade.
«No tendríamos que haber llegado tan tarde, pero igual en otra montaña nos hemos salvado por llegar tarde. Nosotros siempre comentábamos que la seguridad es importante, pero lo primordial es tener una vida plena», reconoce, para añadir que su «error» fue «el típico del alpinista: no dar la vuelta a tiempo cuando las cosas están complicadas en la cumbre». «Mi consejo es que la gente se informe bien de las condiciones meteorológicas, pero que se lancen», dice, a pesar de todo.