Mi opinión
Los ayacuchanos, posiblemente con razón, aseguran que el pan chapla nació en la ciudad de Huamanga durante los años de la dominación española. Prueba de esa aseveración: los hornos coloniales que siguen dando batalla en algunas de sus calles más antiguas. Nosotros, que acabamos de volver del departamento de Amazonas, donde el pancito y las cachangas campesinas siguen convocando a propios y extraños, algunos de estos productos se siguen elaborando todavía con la harina de trigo que viejos molinos de piedra -como el Molino San José, en Lámud- se afanan en crear. Podemos dar fe de la importancia cultural del pan evidentemente serrano que festejamos. Maravilloso, la tradición y la cultura popular se siguen dando la mano para decirnos que en materia de manjares y cocinas locales nadie nos gana.
Tomado de Jornada / Ayacucho. Una nota de Frank Tacuri Yupanki
Una tradición culinaria se mantiene viva gracias a la dedicación de María Rodríguez Pérez, una mujer que ha dedicado más de cinco décadas a la preparación y venta del emblemático pan chapla ayacuchano. Ella tiene su pequeño puesto de venta en el mercado Andrés F Vivanco.
“Yo inicié en este emprendimiento desde que tenía 8 años, en aquellos años junto a mi madre veníamos a vender pan a las tres de la mañana. La gran mayoría eran puestos vacíos”, recordó.
Desde entonces ha perfeccionado su receta, que combina harina de trigo, agua y sal, con un toque especial que le hizo famosa entre los consumidores.
«Cada pieza de pan chapla lleva un pedazo de mi historia», dijo entre sonrisas.
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María no solo se preocupa por la calidad de sus ingredientes, sino también por mantener viva la tradición, transmitiendo su conocimiento a las nuevas generaciones.
«Es un trabajo duro, pero muy gratificante», aseguró.
Desde las primeras horas de la mañana, comienza a amasar la masa y preparar los hornos, llenando el aire con un aroma irresistible que invita a sus clientes a ingresar a su horno ubicado por el sector de Los Licenciados, en el distrito de Ayacucho.
A lo largo de los años, la comerciante ha creado una comunidad de fieles clientes que la visitan a diario. Muchos de ellos comparten historias sobre cómo el pan chapla ha estado presente en momentos importantes de sus vidas, desde celebraciones familiares hasta encuentros con amigos.