Mi opinión
Les dejo este relato que acabo de recoger de BioBioChile, la red de prensa más importante de ese país, sobre el épico viaje por el mundo -en el ahora lejanísimo 1971- de dos jóvenes adelantados a su época: Ricardo Nazar y Marcelo Lama, primos, santiaguinos ambos.
Los muchachos compraron una camioneta Citroën del año de la pera y sin pensarlo mucho se lanzaron a rodar por el mundo. Y vaya si no llegaron lejos: la citronela de los jovenzuelos recorrió toda Sudamérica, llegó a los Estados Unidos, se embarcó hacia Europa para recorrer el Viejo Continente y de allí tomó por asalto los caminos de África. Una odisea menos promocionada que la Trans Word Record Expedition en la que participó Manu Leguineche pero igual de impactante, al menos eso es lo que se desprende de la nota de la periodista Francisca Rivas que les envío.
Los viajeros, entonces imberbes, llegaron a publicar en Francia un libro sobre sus aventuras por el mundo que al parecer se va a editar próximamente en Chile. «7 años de aventura en citroneta», es el título del trabajito de estos dos sexagenarios que tuvieron el privilegio de rodar por el planeta cuando viajar era patrimonio de unos cuantos.
Cuando uno viaja, dicen al unísono, “uno aprende historia, aprende de todo, aprende a apreciar la cultura de los otros países; se terminan los prejuicios, uno convive con todo tipo de gente y en todo tipo de circunstancias”. Y por supuesto que tienen razón.
Ricardo Nazar y Marcelo Lama eran dos jóvenes primos de Santiago con vidas normales, hasta que decidieron darle un giro a su destino y salir a recorrer el mundo… en una citroneta.
Era 1971 y, tal como relata Ricardo en conversación con BioBioChile, “la idea de partir la teníamos ambos en nuestro pensamiento, sin haberlo conversado nunca. Yo por mi lado, siempre me daba vuelta esto de viajar y de conocer otro mundo, otra gente, otras culturas. Chile era un país bastante aislado en ese tiempo, en el sentido de que no había mucha conexión con gente extranjera ni se sabía mucho. Entonces era la curiosidad de ver qué había más allá”.
Así que, a inicios de ese año, decidieron realizar la que sería una inmensa aventura que se extendería hasta 1978 y los llevaría a casi 40 países en tres continentes diferentes. Siempre en compañía de una citroneta (o Citroën 2CV) naranja del año 1959, que tenía pintado el mapa de Chile en el capó y que Ricardo compró ya estando usada, cuando el no sabía ni siquiera manejar.
Cuando partieron, en septiembre de 1971, no tenía ningún plan establecido, sino que iban donde sea que quisieran. “En esos años prácticamente no había gente que hiciera esto, por lo menos de acá de Chile. Esto era totalmente espontáneo. No había planificación previa, no había un itinerario preciso. Simplemente era aventura y podíamos estar aquí y mañana conocíamos a alguien y decíamos ‘ya, vamos para allá’, ¡e íbamos!”, cuenta Nazar.
Y no sólo no sabían a dónde estarían al día siguiente, sino que además estaba la incertidumbre de cómo conseguirían subsistir: cuando partieron, no tenían casi nada de dinero. “No creo que tuviéramos más de 50 o 60 dólares (de ese tiempo), no me acuerdo dónde los conseguimos, y como 700 escudos en moneda chilena”.
Esto significó que durante todo el viaje, tuvieron que trabajar en los países a los que iban para poder comer. Y su segunda fuente de ingresos fueron auspicios. “Le poníamos publicidad a la citroneta de empresas como Shell, Kodak, alguna línea aérea como Braniff en ese tiempo. O sino era con empresas locales, que le poníamos una calcomanía o un letrero, pintábamos la puerta y todo eso. Con eso conseguíamos algún financiamiento que no era mucho, era voluntario. 50 dólares aquí, 20 allá y así”.
La primera parada del viaje fue en Perú, en donde visitaron un pintoresco lugar casi desconocido llamado… Machu Picchu.
“Llegamos al Cusco y nos enteramos que habían unas ruinas que se llamaban Machu Picchu, no teníamos idea, y partimos. En ese tiempo no había nadie en Machu Picchu, dormíamos en las ruinas, había muy poco turismo y no se pagaba ni entrada”, afirma.
Eso, claro está, es algo totalmente opuesto a lo que ocurre en la actualidad, pues ese sitio histórico se ha transformado en uno de los principales destinos turísticos a nivel mundial.
Tras avanzar por toda América Latina con su fiel acompañante naranja, los viajeros llegaron a Estados Unidos en 1973. Allí se quedaron alrededor de 7 meses. En ese tiempo se dedicaron a trabajar, porque necesitaban reunir suficiente dinero para poder viajar -con citroneta y todo- a Europa.
“Estuvimos en Tucson, Arizona, trabajando principalmente en las compañías que daban servicio de catering (alimentación) a las empresas de cine, como Paramount y Warner Bros. Íbamos adonde hacían las filmaciones, era súper entretenido. Íbamos a las montañas donde estaban las reservas indígenas, íbamos a todos lados”, dice Nazar.
Y añade que “después trabajamos un poquito en Nueva York y presentamos la citroneta en el show del automóvil de Nueva York. Ese fue un gran evento donde llegaban las marcas importadas de Europa, como Lamborghini, Maserati, Ferrari, todas esas empresas. Y nosotros teníamos nuestra modesta citroneta ahí, en medio de todo eso. Fue súper interesante y una buena curiosidad para Citroën”.
En citrola desde el Atlántico hasta el Sahara
Cuando ya tenían dinero para seguir su viaje, Ricardo y Marcelo volaron hasta Luxemburgo, desde donde tomaron un tres hacia el norte de Alemania para poder reunirse con su querida citrola, la cual había venido navegando desde Estados Unidos hasta el Puerto de Bremen Hansen.
Aquí ya era 1974 y, como muchos hinchas sabrán, la Copa Mundial de Fútbol se jugaba en ese país. “Estuvimos en Berlín con los jugadores, íbamos todos los días a los entrenamientos, porque llegó ahí la prensa chilena. Estaba Hernán Solís, Julio Martínez en ese tiempo”, expresa.
Continuando con la travesía, “después hicimos todo Escandinavia, llegamos hasta más arriba del círculo polar ártico, por Noruega. Estuvimos también en Dinarmarca, Finlandia y Suecia”.
Tras volver a Berlín, se dirigieron hacia Francia, donde conocieron las oficinas centrales de Citroën. Aquí es donde su historia vuelve a dar un giro radical, pues los primos habían pensado seguir hacia Asia después de visitar Europa, pero en lugar de eso escogieron ir a África.
La razón es que en Citroën les contaron sobre un rally que habían organizado en 1973, en el cual decenas de citronetas corrieron por el desierto del Sahara. Inspirados por esa hazaña, quisieron vivir la experiencia.
Mientras estaban recorriendo el Sahara, tuvieron un problema con la citroneta y… se quedaron en panne. “Se nos dobló el chasis en un momento dado. Bueno, era una citroneta ya vieja y el chasis estaba un poco débil. Y se nos bloqueó el sistema de dirección y de transmisión, así que fuimos remolcados casi 300 kilómetros al sur del Sahara, en Níger, para llegar a un oasis”.
No obstante, ese fue uno de los pocos inconvenientes que les dio su auto en todos sus años de viaje. “Sólo había que hacerle mantención a la citroneta. Problemas mecánicos nunca tuvimos, aparte de cambiar la transmisión, porque tanto subir y bajar montañas se debilitaba. Pero en general, nunca tuvimos un problema grave (…) Es un vehículo muy simple de reparar. Esa es una garantía que tiene una citroneta, que estaba todo a la vista ahí y con muy poco se podía reparar”, afirma.
Viajando con un camaleón
Tras la aventura por el Sahara, llegaron hasta Costa de Marfil, donde se separaron: Marcelo regresó a Europa y Ricardo decidió seguir recorriendo África, esta vez acompañado por otros amigos europeos que había conocido en el trayecto.
“Me puse a trabajar unos meses en Camerún con dos franceses, un suizo y otros. En Camerún estuve unos 6 o 7 meses. Tenía más trabajo, pero yo no quise continuar ahí, la cosa era un poco dura. Me preparé para continuar viaje y tenía un compañero mío del trabajo que quiso venirse conmigo”, acota.
Y no iban solos: el amigo -un francés- tenía un hijo de 18 meses y, tras llegar a la actual República del Congo (en ese tiempo se llamaba Zaire), se les sumaron un joven italiano, un perro y un camaleón… sí, leíste bien, un camaleón.
“Teníamos a un camaleón adentro de la citroneta para que se comiera las moscas, porque teníamos miedo de la enfermedad del ébola, que era nueva en ese tiempo y estaba matando gente. Nosotros pensábamos que podía ser por los mosquitos, así que metimos al camaleón adentro para que se los comiera”, relata Nazar entre risas.
Todo fue bien en la siguiente parte del viaje hasta que llegaron a Uganda, donde la cosa se puso difícil, ya que fueron apresados por las autoridades.
“En la cárcel estaban mis amigos, el niño, el camaleón, el perro y yo, todos adentro. Era curioso. Teníamos que decirle a la policía que fueran a comprarle leche al niño, si tenía apenas 18 meses”, dice.
Tras recorrer otros países africanos, Ricardo volvió a Kenia, donde se quedó unos dos años… y conoció a una joven irlandesa, Katherine, con quien después se fue a Europa.
Recién ahí, en 1978, es donde se separó de su infatigable citroneta naranja, la cual le regaló a un compañero de trabajo en Kenia.
El gran aprendizaje de viajar
“Volví a Chile en el 80, después de 9 años. Y Marcelo también volvió, pero antes, como el 78 o 79. Yo volví en el 80 para ver a la familia”, sostiene.
Sin embargo, Ricardo volvió a irse de nuestro país porque decidió seguir viajando un poco más, esta vez sin citroneta, pero junto a Katherine. “Quería mostrarle Sudamérica. Y cuando estábamos en Brasil, ella me anunció que estaba esperando familia. Nosotros todavía no teníamos domicilio, no teníamos nada. Andábamos a la deriva. Así que decidimos que lo mejor era volverse a Londres. Mi hija nació allá. Después yo me quedé en Europa”, concluye.
Actualmente, vive en nuestro país, y recuerda con cariño a toda la gente que conoció en su extenso viaje.
“Convivíamos con la gente, esa era la gracia. Nosotros el 90% del viaje lo compartimos con la gente. Pagamos dos noches de alojamiento desde Santiago a Estados Unidos y el resto se lo agradecemos enormemente a los Bomberos, que en muchos lugares nos acogieron. Y bueno, la gente que se acercaba y nos invitaba. Cuánta gente conocimos. De la choza más humilde hasta un palacete, nos invitaban a quedarnos. Y eso es impagable”, asegura.
En ese sentido, añade que “la parte de poder compartir y conocer gente es la mejor, principalmente. Poder experimentar las distintas culturas, las diferencias sociales. De poder estudiar por qué estamos como estamos actualmente en el mundo. Nosotros éramos bastante poco informados de lo que sucedía en otras partes. Uno aprende historia, aprende de todo, aprende a apreciar la cultura de los otros países. Se terminan los prejuicios, uno convive con todo tipo de gente y en todo tipo de circunstancias. Y además que experimenta una gran cantidad de cosas. Entonces, el viaje en sí es un constante aprendizaje, a medida que uno va avanzando”.
Ricardo y Marcelo cuentan su travesía en un libro llamado 7 años de aventura en citroneta, el cual fue publicado en Francia (“lo sacaron los franceses porque les pareció interesante a gente que está metida en esto de las citronetas”, indica Nazar) y próximamente esperan poder lanzarlo aquí en Chile, para compartir su aventura con las nuevas generaciones.
8/10/2018
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