Mi opinión
Iniciamos con esta nota la serie #100huariquesalsurdelima, un recorrido gustativo por los restaurantitos, fondas, dulcerías, ramaditas, hornos y chinguiritos de todo talante que acompañan al viajero mientras recorre los caminos entre el valle de Lurín, al sur de Lima y la mágica península de Paracas, en Ica. Aquí va el 1/100, el restaurante campestre Paraíso de Calango, un vergel de los camarones y los aromas inconfundibles de la buena tierra.
A Rafaela, que vive en Holanda y ama el país que la convoca de tanto en vez, le encantó la propuesta. No hay mesa campesina más distinguida y sabrosa, cuando se trata de hablar de camarones del valle de Mala, que la del restaurante campestre Paraíso, la extremadamente simpática y muy acogedora ramada y balconcito sobre el río que don Alberto Fuentes y su esposa, doña Brígida Ávila, crearon hace veinte años para capturar a los habitúes de una cuenca limeña poco transitada y tan llena de bondades
Ayer lo volví a visitar con la Rafa y su familia, después de un reconfortante encuentro con el sol en la parte media del valle y fuimos felices. Opíparamente felices.
Como lo comentamos durante la sobremesa, ese momento cálido, mágico, necesario de todo almuerzo slow, estamos perdiendo el hábito de la comida salida del fogón casero, lenta, rumorosa y salpimentada al lado de la huerta, el viento fresco y la calma que antecede al convite y la conversación que no se agota.
Van quedando pocos lugares en la ruta para las recetas de antaño y el gusto por las exquisiteces de la tradición y el buen vivir, me queda claro…
Qué verde era mi valle
La campiña de Calango, 26 km después de haber dejado la antigua carretera al sur, a la altura de San Antonio de Mala, es simpática en extremo: una copia de los tantos vallecitos yungas que se acomodan entre los pedregales de unos cerros, cerrotes, que descienden de los Andes cincelados por la aridez extrema y los campos que mecen sus cultivos al paso de un río diáfano, de aguas habitadas por camarones, esos crujientes y zalameros crustáceos del Pacífico sudamericano que mochicas y chimúes reverenciaron en su tiempo y que no hay sibarita que no haya elogiado después de haberlos consumido en las mesas de las fondas y restaurantes al sur de Lima.
La de doña Brígida, unos metros antes de cruzar el puente La Capilla es de las primeras en este sector del distrito maleño y ya tiene pedigrí y muy bien ganado, por cierto. Sonaly Tuesta suele pasar por aquí cuando viene a reverenciar a la Virgen de la Candelaria que festejan los calanguinos. Yo, también. En el restaurante Paraíso, bajo una ramada y el mismo pacae gigantesco de este almuerzo que comparto con ustedes, sobre un piso de tierra y barandales hechos a pulso, he compuesto historias y he hablado más de la cuenta con amigos de todo linaje.
Y en todos los casos, mis compañeros de ocasión han vuelto por más. Lo sé.
El festín del camarón maleño
Les doy pormenores más precisos de los platillos de ayer. La mayoría de los asistentes al festín dominguero optaron por el tradicional Chupe de camarones de doña Brígida, clásico en cada uno de sus detalles e insumos, bien acompañado de esos huevos de gallina de corral que aletean por doquier y se han convertido en un sello de fábrica del restaurante campestre. Como las manzanas delicias y paltas que se dejan ver –y oler- por todas partes.
Rafa prefirió el Saltado de camarones con arroz y papitas fritas, sobrio, sin estridencias y muy bien presentado; los demás optamos por el Arroz con camarones y la Tortilla de camarones que salen como pan caliente. Buenísimos los dos: contundentes y bien provistos del crustáceo de marras.
Dejamos para una próxima visita el chicharrón de camarón que nos hacía señas desde una mesa vecina, el picante y el ceviche del mismo animalito de río y el tremebundo tallarín con camarones que destaca en la carta que por cierto, si lo que quiere es recorrer la variada fauna local, se complementa con potajes a base de patos, truchas y cuyes.
William Fuentes, el hijo de don Alberto y doña Brígida hizo referencia a la dureza de los días de confinamiento vividos y a la poca afluencia de público que llegó a sus pagos. También a la obstinación de sus padres de respetar al milímetro la veda anual que impone la realidad sobre los deseos de la carne, prohibición que suele empezar en diciembre o enero y se prolonga invariablemente hasta el último día de marzo.
Dese una vuelta por este huarique al lado de La Capilla, un destino singular que bien vale la pena visitar en estos tiempos de retorno al placer y la mesa bien servida, como nos gusta a los que padecemos del vicio eterno de la conversa interminable y el disfrute de los productos de la buena tierra. Cuando Rafa regrese con los suyos de la vieja Europa, doña Brígida, don Alberto y su familia que la quiere y la siente todos los días los estarán esperando. Buena mesa para todos…
Restaurante campestre Paraíso
Puente La Capilla s/n Zona Baja, km. 26
Antes de cruzar el puente La Capilla, Mala
restaurantecampestreparaiso@gmail.com
Teléfono 954420931 – RPM #954420931
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