Mi opinión
Ciento veinte días después de haber salido a caminar, extraño por primera va vez mi casa, mis libros, mi biblioteca. Si estuviera allí, entre ellos, hubiera corrido a atrapar «País de Jauja» y todo lo que atesoro de la obra de Edgardo Rivera Martínez, un escritor a tiempo completo, un amante permanente y respetuoso del mundo andino.
Tuve el honor de conocerlo, fui maestro de sus tres hijos, Oriana, Gonzalo y María Alejandra, a ellos mi cariño y solidaridad en estos días tristes…
Rivera Martínez fue un artista en toda la extensión de la palabra. Músico amateur y musicólogo, estudioso de los viajeros franceses en el Perú del siglo XIX, maestro universitario, finísimo traductor y escritor notable, tal vez de los mejores del parnaso literario del Perú. Lo voy a recordar como un hombre discreto, de pocas apariciones públicas, parco, cultísimo y fino, un obrero incansable de las letras y la creación genuina.
País de Jauja es una de las novelas más hermosas que he leído. Un canto bellísimo a la tierra nativa y al país de la infancia, de las evocaciones, de los recuerdos más tiernos e imperecederos.
Buen retorno a la tierra, viajero…
(Les dejo por aquí la entrevista que le hiciera Jaime Cabrera Junco para la edición número 8 de la entrañable revista Buen Salvaje)
Edgardo Rivera Martínez acaba de cumplir 80 años y la celebración fue tan especial como se esperaba. Se realizó –por fin– en Jauja, su tierra natal, aquella que inmortalizara en País de Jauja, publicada hace dos décadas y considerada la mejor novela peruana de la década del noventa. Lejos del sol y del clima seco de su ciudad, conversamos con él sobre la esencia de su obra, la vigencia de dicha novela, el hábito de la escritura y la narrativa peruana contemporánea.
¿Cómo ve País de Jauja, con un contexto distinto al de 1993?
Creo que está vigente en muchísimos sentidos. Ahora Jauja no atrae a quienes necesitan curarse de la tuberculosis, como ocurría en 1947, época en la que está ambientada la novela y en la que todavía había una presencia de personas de diferentes países. Cuando yo era niño, Jauja era una pequeña sociedad cosmopolita. Yo vi gente llegada incluso desde Japón. Me imagino que para el lector de hoy no existen dificultades para comprender esta obra porque es una Jauja que vive un momento pacífico, un Perú sin los problemas que trajo luego la guerra interna.
Esta novela tiene diversas aristas. Usted sostiene que se trata de una utopía lírica con una conjunción feliz: el amor por lo andino y la apertura a lo occidental. En cambio, el crítico Ricardo González Vigil afirma que es «la mejor novela peruana sobre la vocación artística».
Sí, seguramente es así. País de Jauja es una novela de la felicidad, del descubrimiento, de la vocación verdadera, del camino de realización. Si bien el protagonista (Claudio Alaya) está dotado para la música, su formación es bastante tardía; su camino de realización es la literatura.
¿Qué autocrítica podría hacerse?
No lo sé, no me he planteado ese problema. En todo caso, esa convivencia armónica entre gentes de diversas procedencias tal vez hoy no se daría de la misma forma. Ahora, como digo, ese modo de sentir el paisaje, la naturaleza y las raíces se da de otra manera. La propuesta de País de Jauja es la de una utopía posible, una conjunción feliz de un país multicultural como es el Perú. Y esa diversidad se sigue mostrando. Ahora se toma conciencia sobre las muchas etnias amazónicas con su propia lengua, su cultura, amenazadas por el sistema político y económico en que vivimos, por la minería informal, etcétera. Somos un país multicultural y lo que debería lograrse es una convivencia armónica, feliz, creadora. Esa es la propuesta de la novela.
Fue publicada el mismo año que Lituma en los andes, de Mario Vargas Llosa. La crítica señaló en su momento que el hoy Nobel de Literatura mostraba una visión inconsistente de lo andino. ¿Coincide con esta apreciación?
Digamos que en esa época, no sé cómo será ahora, él no sentía el Ande, no lo vivía. Sin restar en absoluto sus grandes méritos, no estaba compenetrado con la cultura, con el sentir del alma andina. Yo por nacimiento, por mis raíces, sí lo estoy profundamente.
Eso los sitúa en orillas distintas. ¿Considera que los temas que les interesan como escritores se encuentran en extremos opuestos?
Tenemos una visión diferente, una manera distinta de sentir los Andes, el Perú. No estoy desvalorizando su obra, estoy señalando las diferencias que existen entre nuestros temas. Por ejemplo, para mí la música andina significa muchísimo emocionalmente. He sido lector de recopilaciones de letras, de la música andina hecha por estudiosos. Yo, como Claudio (protagonista de País de Jauja), me inicié en el piano con mi madre, que tocaba ese instrumento. Pensé en presentarme al conservatorio; lo hice pero me di cuenta de que era tarde y que mi camino estaba en la Literatura.
Y la visión de José María Arguedas del hombre andino, ¿es tan idealizada como dice Vargas Llosa?
Sí, probablemente es así, sin restar, en absoluto, méritos a la obra de Arguedas, que respeto mucho. Él no enfocó su atención en la conjunción de lo andino y lo universal. Mientras que para mí era muy natural disfrutar de la música andina y de las composiciones de Beethoven, de Bach. Disfrutar de la letra y la música de los huaynos, mulizas, y también de la poesía española; ya se anunciaba mi admiración por César Vallejo, ese poeta universal.
Aparte de Ximena de dos Caminos, la novela de Laura Riesco que narra un acercamiento armonioso entre lo andino y lo occidental, no encontramos autores que aborden este tema. ¿Cree que los escritores están mirando más hacia afuera que hacia adentro?
Este fenómeno debe tener causas diferentes. En parte se debe al predominio de lo que nos viene de afuera; hoy la manera de ver las cosas está impregnada de elementos foráneos. Por otro lado, sucede que lo que les interesa a muchos autores es el mercado editorial.
Miguel Gutiérrez afirma que los narradores jóvenes cuestionan sentimientos como el de patria y nación.
En parte sí. Se trata también de la influencia ejercida por una abrumadora producción novelística que nos viene de afuera, y que es muy comentada por la crítica. Además, está la fuerte prevalencia de lo urbano.
Algunas novelas peruanas contemporáneas se ocupan de los años de la guerra interna. Esta fórmula ha tenido éxito en España, donde incluso han sido premiadas.
Existe una visión del Ande desde fuera y hacia afuera. También se tiene en cuenta un Perú que ya no está embarcado en una guerra interna, que tiene otro tipo de problemas políticos aunque no exista aún una verdadera inclusión social.
¿Para escribir y sentir los Andes es necesario haber nacido allí?
Es una cuestión de raíces. También podría darse el caso de que algún estudioso de las manifestaciones andinas se haya volcado hacia el terreno de la creación novelesca, pero no sé de ningún antropólogo que haya hecho esto.
¿Lee novelas peruanas contemporáneas?
Sí, pero no mucho porque tengo que concentrar mi atención en lo mío y ya con la edad se me hace difícil mantener el mismo ritmo de trabajo, de lectura. En muchos casos disfruto mucho de la relectura de textos que han sido para mí muy importantes.
¿Qué libros relee?
En busca del tiempo perdido, obras mías y también de otras autores. Acabo de releer Pedro Páramo, de Juan Rulfo, quien está entre los escritores que más aprecio.
¿Qué sensación tiene de leer su propia obra?
Hay noches en las que releo partes de País de Jauja porque me divierte hacerlo. Vuelvo a vivir lo que imaginé en aquel momento.
¿Cuánto ha cambiado la narrativa peruana en los últimos 20 años?
No estoy en condiciones de pronunciarme al respecto porque, por razones de tiempo y trabajo, no me mantengo tan al día en la lectura de obras recientes. Salvo algunas excepciones (he comenzado la última novela de Mario Vargas Llosa).
Revisando su biografía encuentro que hay dos referentes que siempre menciona: La Ilíada y En busca del tiempo perdido. ¿A qué libro le debe más como escritor?
Son obras de carácter muy diferentes, de épocas muy diferentes. Disfruté mucho de la literatura clásica a través de las traducciones al español, pero cuando me inicié en los estudios en San Marcos mi lectura de los clásicos griegos hizo que me acercara a alguien que significó mucho en mi vida: Fernando Tola, un gran helenista que, cercano ya a los 100 años, sigue activo. Debe dominar unas 14 lenguas.
¿Qué ha significado En busca del tiempo perdido para su narrativa?
Me reveló, pues, lo que puede haber y hay de memorable, de poético, en los diversos momentos del día. Esos momentos que parecen perderse en el pasado, en el olvido, pero son recobrados. Ese recordar de los momentos significativos, felices e iluminadores. Además, leer la prosa de Marcel Proust es algo muy placentero.
¿Se da cuenta de que usted es una suerte de Proust andino?
Quizás, haya componentes proustianos en mi narrativa. Está, repito, entre los narradores que más admiro; dentro de la literatura francesa, sin duda el que más.
¿Cómo le va con su próxima novela, Casa de Cristal?
Está en proceso. Trabajo a ritmo más lento ahora, pero espero tener la salud y la posibilidad de terminarla. No me impongo ningún plazo.
¿No ha vuelto a escribir cuentos?
Tengo por ahí unos cuatro cuentos inéditos de temática andina, pero también hay preocupaciones que retardan mi trabajo.
Alice Munro, la escritora canadiense que acaba de ganar el Premio Nobel, ha vuelto a reafirmar su retiro de la escritura. ¿Usted dejaría de escribir?
La escritura es parte de un trabajo que compromete la imaginación con los afectos, la manera de ver las cosas y el enfoque de la actualidad. Yo creo que continuar escribiendo es saludable: espero nunca dejar de hacerlo.
6/10/2018