Mi opinión
Me encantó esta nota: en estos tiempos de empoderamiento femenino y lucha frontal contra el machismo secular y la discriminación, que estas bravas mujeres den batalla en primera línea contra la cacería ilegal es alentador. Las akashingas, valientes en la lengua local, de las selvas de Zimbabue, el país donde fue abatido el famoso león Cecil hace algunos años, han logrado detener las escandalosas cifras de un negocio que no tiene cuando acabar y se expande por todos lados. En fin, a seguir en la brega, hay mucho por hacer.
Al final de esta selección digna de una preparación para un grupo comando, las más resistentes se convertirán en guardabosques «akashinga», las «valientes» en lengua shona.
Son valientes en más de un modo. Primero porque se tendrán que enfrentar con cazadores ilegales armados hasta los dientes. Segundo porque todas han sufrido en la vida y apuestan a volver a tener el destino en sus manos.
Todas las candidatas son supervivientes: víctimas de violencias sexuales, huérfanas por el sida, madres solteras o mujeres abandonadas.
Entre ellas, Chiyevedzo Mutero, que fue golpeada por su suegra hasta que dio un portazo y se divorció. Hoy cría sola a su hija.
«Mi marido está en Sudáfrica y ni siquiera me envía dinero. Pero estoy aquí para tener los medios para criar a mi hija», afirma con decisión.
Esta madre soltera de 22 años participa con unas 160 mujeres en una competencia de varios días, muy exigente en los planos físico y mental que incluye flexiones, carrera y largas caminatas bajo el calor, en la región de Phundundu, en el norte de Zimbabue.
Durante un ejercicio de lucha, Chiyevedzo se rompe un dedo. Pero rechaza que tengan lástima de ella. Se coloca una venda y regresa con sus compañeras.
«Estoy feliz. Es la razón por la cual no lloro. Intento convertirme en una Akashinga», explica.
Este programa fue creado por Damien Mander, un ex soldado del ejército australiano que, tras pasar tres años en el frente iraquí, dirige la Fundación Internacional contra la Caza Ilegal (IAPF).
«Intentamos crear una oportunidad para las mujeres más marginadas en una de las regiones más duras y en uno de los países más pobres del continente», cuenta.
¿Quiénes son las combatientes?
«No queríamos gente con un currículum extraordinario. Queríamos combatientes», continúa Mander, de 39 años, con chaqueta kaki, pantalón al tono y descalzo.
El pasado de estas mujeres a las que la vida no trató con cariño se vuelve algo fructífero en el frente de la lucha contra la caza ilegal.
«Estas chicas saben trabajar», confirma uno de los entrenadores zimbabuenses, Paul Wilson, también exmilitar. «Están acostumbradas a andar largas distancias con bidones de 20 litros de agua sobre la cabeza, a pasar el día trabajando la tierra, a transportar grandes pilas de troncos».
«La mayoría de la gente piensa que ser guardabosques es un trabajo de hombre porque creen que los hombres son más fuertes que las mujeres», afirma Juliana Murumbi, surgida de la primera promoción formada en 2017. «Pero creo que somos iguales. Al fin y al cabo puedo hacer lo mismo que ellos».
«Hacer que se aplique la ley no es una cuestión de bíceps y disparos», agrega Mander. «Se trata más bien de crear relaciones y vínculos de largo plazo con las comunidades», dice, precisando que las mujeres tienen la «capacidad de apaciguar naturalmente las tensiones».
Las candidatas preseleccionadas son todas oriundas de la zona a la que serán enviadas a trabajar. «Les conviene que esto funcione», señala.
El resultado es evidente: en esta región de Zimbabue se mataron 8.000 elefantes desde principios de siglo. Pero desde el despliegue de las primeras guardabosques de la IAPF en 2017, los casos de caza ilegal cayeron en un 80%.
Un total de 155 personas fueron detenidas, sin que se haya disparado un solo tiro.
Un ejército de mujeres
Mujeres con ropa de combate y armadas patrullan ahora cinco reservas con una superficie total de 4.000 km2. El objetivo final es desplegar «un pequeño ejército de miles de mujeres» en 20 reservas, según Damien Mander.
Se trata de un trabajo extremadamente peligroso. «La protección del medio ambiente está cada vez más militarizado», ante cazadores furtivos armados, explica.
Hasta el momento, ninguna guardabosques fue abatida, pero es una cuestión de tiempo, advierte su jefe. «Es la naturaleza de esta industria. Es un trabajo difícil».
En el plano personal, este programa «transforma totalmente la vida de las mujeres que se encontraban en una relación abusiva», asegura una de las guardaparques, Nyaradzo Auxilia, de 27 años.
Gracias a un salario que varía entre los 300 y los 1.200 dólares, adquieren una independencia financiera. «Algunas construyeron su casa», celebra Nyaradzo.
Chiyevedzo espera sumarse muy pronto. Por el momento su valentía le ha abierto el camino. Seleccionado para integrar una nueva unidad contra la caza ilegal, comenzará su formación final de seis meses en 2020.