Mi opinión
El espía del inca, la opera prima de Rafael Dumett, es un retrato armonioso y contemporáneo de una época de nuestra historia llena de claroscuros que había sido incorporada, repleta de esquematismos y lugares comunes, a la memoria popular . La trama que teje el autor alrededor de Oscollo, espía del Inca perfectamente disfrazado de Recogedor-de-los Restos-del Inca Atahualpa, está llena de miserias y grandezas que enaltecen a sus protagonistas. Y atrapan al lector. Una suerte de House of Cards en las cumbres del poder del Mundo-de- las-Cuatro-Direcciones. Gran mérito la del dramaturgo que empezó sus pesquisas históricas pensando en una obra teatral dedicada a Felipillo, el tristemente célebre intérprete tallán, y terminó haciendo el mejor fresco de la conquista que conocemos.
Empecé a recorrer las páginas de El espía del Inca, la formidable novela de Rafael Dumett, dramaturgo con larga residencia en San Francisco, Estados Unidos, el día que dejaba de leer, por hartazgo, Viracocha, el promocionado relato histórico de Alberto Vásquez-Figueroa , una indigesta recreación de la conquista perulera a partir de las señas dejadas por Alonso de Molina, uno de los Trece del Gallo.
Las diferencias entre una obra y la otra saltan a la vista desde el primer capítulo. Si en el best seller del escritor nacido en Tenerife, según Randam House “uno de los autores españoles contemporáneos más leídos en el mundo”, los protagonistas se muestran desde el principio falsetes y deslenguados y la geografía donde se inserta la ficción, desprolija y ajena en exceso; en la obra del novelista nacido en Lima y formado académicamente en La Sorbona de Paris, los personajes principales –Atahualpa, Huascar, Challco Chima, Felipillo, Cusi Yupanqui- deslumbran por su realismo y fiel adhesión al retrato que nos ha dejado de cada uno de ellos la historia de los vencidos , aquella historiografía que de–construyó la manera como solíamos acercarnos a esa etapa tan importante de nuestro proceso histórico.
Ni qué decir de los paisajes por donde transcurren los acontecimientos que precipitaron la captura y muerte del Inca Atahualpa –Cusco, la llamada Llacta Ombligo; Vilscahuaman, Cajamarca. En la novela del peruano el territorio quinientista se presenta vital y deslumbrante, cercano al espacio andino que supo reconstruir la etnohistoria en el siglo pasado, con John Murra y la doctora Rostworowski a la cabeza.
Baste lo anterior para afirmar que la opera prima de Rafael Dumett es sin duda la novela más ambiciosa y mejor escrita que se ha publicado en el Perú en lo que va de transcurrida la década que estamos a un tris de dejar atrás. El espía del Inca puede ser considerada, para dar fuerza a lo mencionado, como una suerte de País de Jauja, la recordada novela de Edgardo Rivera Martínez que «aperturó» un nuevo ciclo de la literatura peruana de nuestros días al permitirnos mirar de otra manera el mundo andino. El de ayer y el de ahora.
Dumett ha confesado que le tomó casi once años investigar y escribir la novela de más de 760 páginas que acaba de publicar en versión escrita Lluvia editores (la versión que se conocía circuló solo en formato digital). Y que la suya es una novela de espionaje histórica. O de espionaje, si comparamos el trabajo hecho por el peruano con el que suele realizar Arturo Pérez Reverte, genio indiscutible del género en habla hispana, o el Padura de El hombre que amaba a los perros. Es decir, una suerte de trabajo ficcional de nítidos tonos hiper-realistas que se sostiene en las infinitas lecturas especializadas y el manejo muy profesional de las fuentes primarias que hace el autor.
Para el caso, yendo al corpus de la novela, este se basa en la exaltación de ciertos datos recogidos por el propio Dumett en el libro Suma y Narración de los Incas del cronista Juan de Betanzos, un texto, hay que mencionarlo, oculto durante varios siglos que fuera re-descubierto en una biblioteca española hacia 1987. En el relato de Betanzos, partícipe del drama de Atahualpa y primer escritor español que dominó el quechua, los generales adictos al Inca intentan liberarlo de su cautiverio utilizando la red de espías imperiales y las batallas sicológicas que con tanta frecuencia habían empleado en su praxis militar anterior. En ese contexto de delaciones, conmociones, intrigas y apuros, Dumett encuentra los pilares para urdir un relato vigoroso que no pierde en ningún momento ilación y suspenso.
Para ello se basa en la construcción de un personaje interesantísimo: Yunpacha, un runasimi de Apcara, una localidad chanca sometida al yugo cusqueño, cuya habilidad para registrar de un plumazo todo aquello que puede ser contabilizado, desde un grano de maíz hasta los soldados de un ejército en campaña, es advertida rápidamente por los funcionarios estatales que lo incorporan a la burocracia imperial como “contador de un vistazo”, primero y posteriormente tupucamayoc, quipucamayoc y espía estatal.
A Yunpacha, que pasa a llamarse Qanchis al ser cooptado por los funcionarios imperiales para luego transformarse en Oscollo, Salango y finalmente Pedro Anco Aylli, durante los días de su venerable ancianitud, le toca ser testigo de excepción del desmoronamiento de un mundo hasta entonces inconmovible que colapsó al contacto con unos hombres llegados desde allende los mares que fueron confundidos, en un primer momento, con los dioses y subestimados, luego, debido en gran parte a los apuros propios de una sanguinaria guerra civil.
Destaca en la trama pergeñada por Dumett la cantidad de historias menores que utiliza para tejer, a manera de un gigantesco quipu, una historia extremadamente verosímil sobre el apogeo y la decadencia de un régimen tan distinto a los que Occidente conocía hasta entonces. Y hacerlo respetando la fidelidad del relato histórico y los atributos propios de la novela contemporánea.
José Carlos Yrigoyen, escritor y crítico literario, afirma, con razón, que El espía del Inca “es una de las apuestas más ambiciosas y logradas de nuestra narrativa última”. Es cierto. El mismo Yirigoyen observa dos obstáculos que suele desteñir la épica y el buen trato de la novela histórica: la rendición incondicional de ciertos autores al “tono y a los modos de la época que narran” y/o la exagerada atención que suelen darle a los hechos o momentos estelares de los personajes o épocas que les toca retratar. Si bien es cierto que tropezar con esas dos barreras es propio de quienes se han quemado las pestañas investigando a conciencia su tema de estudio, el trabajo enciclopédico de Dumett no presenta esos defectos.
Estamos hablando, en suma, de una obra mayor, de un retrato armonioso y contemporáneo de una época de nuestra historia llena de claroscuros que había sido incorporada, repleta de esquematismos y lugares comunes, a la memoria popular . La trama que teje Dumett alrededor de Oscollo, espía del Inca perfectamente disfrazado de Recogedor-de-los Restos-del Inca Atahualpa, está llena de miserias y grandezas que enaltecen a sus protagonistas. Y atrapan al lector. Una suerte de House of Cards en las cumbres del poder del Mundo-de- las-Cuatro-Direcciones. Gran mérito la del dramaturgo que empezó sus pesquisas históricas pensando en una obra teatral dedicada a Felipillo, el tristemente célebre intérprete tallán, y terminó haciendo el mejor fresco de la conquista que conocemos.
José Antonio del Busto se lo hubiera agradecido.
El espía del Inca
Lluvia editores, 2018
775 páginas