Mi opinión
Me encantó esta nota suelta que encontré en el ciberespacio sobre el ídolo moche de Macabí, la isla, en realidad las dos islas frente a la costa del departamento de La Libertad, el árido territorio que hace más de 1500 años convirtieron en formidable despensa agrícola los moche, los industriosos habitantes de una de las civilizaciones más notables de nuestro pasado. Y me gustó no solo por lo bien narrado que está el artículo que les comento, sino, sobre todo, por la información que trae sobre algunos temas en los que suelo detenerme cuando reviso el poblamiento humano del litoral peruano, la región de los yungas, los habitantes de los valles que interrumpen cada cierto tiempo la desolación propia del interminable desierto nuestro.
En Macabí, entre los depósitos de estiércol de las aves marinas amontonados a lo largo de los siglos, se halló hacia 1870 un ídolo en madera posiblemente de algarrobo, el árbol que ha acompañado hasta el día de hqoy a los “gentiles de estos reinos”, ue alguien, hace más de mil seiscientos años, dejó como parte de un ritual, cualquiera que este haya sido, que termina de confirmar la intensa relación que existió en el pasado entre las islas del Pacífico (con sus extraordinarios fertilizantes) y la vida de unos hombres y mujeres que tuvieron que hacer lo imposible para mejorar la producción de los campos labrantíos que crearon en uno de los desiertos más extremos del planeta.
Las islas, las de Curayacu, frente a mi casa en San Bartolo, la de Punta Hermosa, por supuesto que la de Pachacamac, todas, cumplieron un rol estelar en las vidas y en las cosmovisiones de nuestros ancestros. También, lógicamente, sus alrededores, los espacios circundantes que domeñaron: el mar que navegaron con presteza, los acantilados próximos, los peces que los moche convirtieron en deliciososo huacos y otros objetos que han perdurado en el tiempo, etcétera. En mi barrio, mejor dicho en el barrio que los sambartolinos que hace más de tres mil años ocuparon mientras se dedicaban a la recolección de mariscos, la pesca con cestos y artes de totora y la permanente cosecha de cochayuyos y otras algas marinas, dejaron para la posteridad una estatuilla en terracota que los arqueólogos que la encontraron convinieron en llamar la Venus de Curayacu, un ídolo, como el de Macabí, hermoso, original, telúrico, que, si lo estudiamos y llegamos a comprender el contexto en que el que fue elaborado, podremos entender por fin el papel que nos toca jugar como chalacos -los habitantes de la región chala de acuerdo a los estudios del sabio Pulgar Vidal- y yungas que finalmente somos en los tiempos por venir. Ellos supieron entender los ciclos de la Pachamama y de la Mamacocha, de Gaia, y con esa sabiduría fueron capaces de construir civilizaciones extraordinarias. Podríamos subirnos nuevamente a ese tren de la historia. Sería magnífico, linda semana para todos.
Texto y foto: Perú Conócelo
Frente a las costas de Chicama, en La Libertad, se encuentran dos pequeñas islas conocidas como Macabí. No son un lugar apto para la vida, ya que, al igual que todas las islas del Pacífico peruano, carecen de fuentes de agua dulce. Sin embargo, Macabí siempre ha atraído a las personas por un recurso muy especial: el guano, es decir, los excrementos acumulados de aves marinas durante milenios, que forman auténticas montañas de uno de los fertilizantes naturales más reconocidos y valiosos del mundo.
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Hace aproximadamente 150 años, el mundo moderno «descubrió» la potencia del guano como fertilizante. Fue entonces cuando Macabí, al igual que todas las islas guaneras, se vio invadida por ejércitos de trabajadores que, en condiciones subhumanas, extraían el guano endurecido por siglos, lo empaquetaban en sacos y lo cargaban en los barcos que lo distribuían a puertos de Estados Unidos y Europa. El Estado y los empresarios, tanto peruanos como británicos y norteamericanos, obtuvieron enormes ganancias con este negocio. Sin embargo, la «fiesta» duró poco: en la década de 1870, el recurso se agotó, los trabajadores regresaron a sus hogares y la economía peruana, que se había vuelto dependiente del guano, cayó en bancarrota. Las islas guaneras recuperaron entonces su tranquilidad, llenándose nuevamente de aves y lobos marinos.
Fue precisamente en esos años cuando ocurrió un hallazgo inesperado en Macabí. No conocemos todos los detalles, pero sí sabemos que, bajo los picos y palas de los trabajadores que excavaban en el guano, comenzaron a aparecer pequeñas figuras humanas de tiempos muy remotos. Algunas, hechas de cerámica y madera, representaban hombres desnudos, con las manos y el cuello atados, sentados con las piernas cruzadas y con una expresión de seriedad y derrota en los ojos: prisioneros.
Es tentador imaginar si el trabajador anónimo que encontró estas figuras habría comparado sus propias condiciones de trabajo —muchos obreros guaneros también eran encadenados— con la apariencia de aquellos pequeños hombres del pasado. Lamentablemente, no tenemos tanta información al respecto. Lo que sí sabemos es que un británico vinculado al negocio del guano se hizo con estas piezas y las vendió al principal museo de Londres en 1871, indicando explícitamente que provenían del guano de Macabí.
La figura que hoy se puede observar en la fotografía fue realizada aproximadamente 1,500 años antes de su descubrimiento. Es indudablemente mochica, algo que reconocemos no solo por su estilo —los detalles del rostro, las proporciones del cuerpo, los genitales centrados—, sino también porque la representación de prisioneros sentados, desnudos y atados es un motivo recurrente en el arte de esta cultura.
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No conocemos con exactitud las circunstancias del hallazgo: ¿fue parte de un entierro? ¿Un «pago» o una ofrenda religiosa? En cualquier caso, su origen ayuda a confirmar la importancia ritual que las leyendas andinas otorgaban a los islotes del Pacífico peruano, considerados lugares “especiales” donde los espíritus de los muertos habitaban. Además, estas piezas refuerzan los datos que arqueólogos e historiadores tienen sobre el uso del guano de las islas como fertilizante en el Perú antiguo. No es difícil establecer una relación: frente a Macabí se encuentra una extensa porción de tierra originalmente desértica (entre Malabrigo y Magdalena de Cao), que fue precisamente cultivada por los Moche mediante sistemas de riego. El uso del guano de Macabí, tan cercano, habría sido un recurso lógico para fertilizar esas tierras. Tal vez las ofrendas de guano fueran una manera de agradecer a la naturaleza o a los dioses por ese regalo.
Las piezas mencionadas se encuentran en el Museo Británico desde 1871. La figura que aparece en la imagen, en particular, mide 33 centímetros de altura, está hecha de madera de algarrobo y posee una cavidad en su interior, lo que indica que pudo tener un uso ritual o simbólico específico.