Solo Para Viajeros

Extrañamos tanto a Sonaly…

Mi opinión

Con ella, con sus relatos y testimonios en televisión nacional, aprendimos a ser parte, por fin, de un país diverso, inmenso, poblado en cada uno de sus pliegues de gente buena y llena de goce; gracias a ella nos sentimos parte de una comunidad viva y a la vez antigua, generosa, atiborrada de diablicos y sajras, de niños compadritos y danzantes de tijera, de ingas y mandingas, de luces multicolores que no terminan de apagarse a pesar de haberse encendido hace tantísimo, de picaflores que llegan hasta el sol para beberle el fuego y llamear sobre las flores del mundo, como lo supo decir José María, el Amauta. Gracias a Sonaly Tuesta, las voces de los que no tenían voz se aguzaron hasta convertirse en grito, para decirnos que lo que somos nos basta y sobra para seguir siendo porque imitar desde aquí a lo que nos llega de afuera resulta escandaloso. Cuánta falta nos hace tu voz y tu aliento, compañera…


⁠ ⁠¿Qué olor te devuelve a la infancia?
El olor de la mermelada de zanahoria y el aroma del jazmín. Ambos me transportan de inmediato a la figura de mi padre y a esos momentos familiares llenos de cariño y una felicidad inmensa.

⁠¿Cuál fue tu primer viaje?
Mi papá era profesor, así que cada vez que lo cambiaban de plaza, toda la familia tenía que mudarse con él. Mi mamá siempre me cuenta que, con solo un mes de nacida, dejamos Lámud —el pueblo donde nací— para irnos a Jumbilla. Así fueron nuestros primeros años: una vida en movimiento. Con el tiempo nos asentamos en Chachapoyas, pero el viaje que marcó mi infancia fue el que hicimos a Lima cuando yo tenía 10 años.  Años después, ya en mi camino profesional, el primer viaje que realicé fue a Andamarca (Lucanas, Ayacucho) para cubrir la fiesta del agua. Ese momento fue decisivo: me hizo ver el Perú con otros ojos. Admiré profundamente a su gente, su espiritualidad, su forma de agradecer a la naturaleza. Desde entonces no olvido que el mejor homenaje a los apus y a la pachamama es untarse el rostro de barro: tierra y agua unidas, símbolo de fertilidad y de conexión con lo esencial.

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⁠¿Costa, sierra o selva?
La sierra me encanta por sus montañas imponentes y por la fuerza de las tradiciones que aún se conservan. Siento que allí late una gran parte de nuestra riqueza cultural. La selva, en cambio, me impresiona profundamente. Sus bosques infinitos y su belleza desbordante me llenan de admiración. Pero también me confronta con la gran deuda que tenemos como país. La Amazonía no debe seguir siendo vista solo como tierra de extracción, sino como un hogar: de fauna, de flora y, sobre todo, de pueblos que siguen esperando una vida más justa y digna.

¿Cuál es tu comida favorita?
La costumbre es un plato tradicional preparado con las vísceras del cerdo, papitas y hierbas aromáticas. Es la primera comida que se cocina cuando se mata un chancho en casa, y marca el inicio de una celebración. Es típica de mi tierra, Lámud, y en Lima se ha convertido en un ritual familiar. Mi madre es quien convoca: pone fecha y hora, y todos acudimos a su mesa para compartirla. La costumbre es símbolo de fiesta, de encuentro, de raíces que siguen vivas.

⁠¿Un peruano que te llene de orgullo?
Mi Matiaza Rimachi. Heroína de la Batalla de Higos Urco, que tuvo lugar el 6 de junio de 1821. Una mujer valerosa, del pueblo, que no dudó en convocar a otras mujeres para unirse a la lucha por la libertad. No hizo falta conocerla en los libros ni aprender de ella en la escuela, porque su historia se contaba en casa, en las conversaciones de abuelas, madres y tías. Y hasta hoy, cuando se quiere destacar la fuerza y determinación de una mujer, se dice con orgullo: «Ella es una Matiaza.»

⁠¿Qué ave propondrías como ave símbolo del Perú?
Me encanta el colibrí cola de espátula.

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⁠⁠¿Y qué flor?
Creo que dejaría a la Kantuta, por todo lo que significa y por lo hermosa que es.

 ⁠¿Un libro de viajes o aventura?
Viajes de un chef de Anthony Bourdain

⁠¿Tú escritor favorito?
Siempre vuelvo a José María Arguedas. Hoy tengo entre manos Animales difíciles de Rosa Montero, pero también me acompañan los yáneshas en un libro y los awajún en otro. Y por ahí, entre las páginas que me esperan, asoma El zorro de arriba y el zorro de abajo, anunciándome que el Loco Moncada anda cerca.

¿Qué te hace sentir orgulloso de nuestro país?

La gente que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene fiel a sus tradiciones, que aún conversa con los apus y le ofrece cantos a la pachamama. Aquellos que, con gesto generoso y corazón recíproco, mantienen viva la memoria y la magia de nuestras tierras.

⁠¿Qué personaje te haría cambiar de acera?
Muchos. Gente que no respeta nuestras diversidades y nunca se pone del lado del pueblo sino más bien de sus intereses.

¿Un lugar del Perú o del mundo para vivir el resto de tu vida?
Escogería un lugar tranquilo, donde pueda acercarme a mis raíces. Sin duda, sería mi tierra. Sueño con tener un huerto, una pequeña bodega de vino… una vida simple y en sintonía con lo esencial. Volvería a Lámud, el lugar donde nací, o quizás me dejaría abrazar por la belleza del Lago Titicaca, desde Chifrón, en Capachica (Puno). Allí donde el tiempo parece tener otro ritmo y el alma se siente en casa.

¿Una canción?
Igual que ayer de los Enanitos Verdes. Siempre me pareció un poema y cada vez que la escucho, la canto a todo pulmón. Me conecta con momentos que aún viven en mi memoria y me llena de una energía que viene del recuerdo.

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⁠¿Qué es lo que nunca falta en tu equipaje?
Aunque tengo buena memoria, para mí es vital anotar ciertos nombres —de lugares, de personas— que hacen que cada viaje sea verdaderamente inolvidable. Por eso, llevo más de tres libretas en blanco, repartidas en distintos rincones de mi mochila, para tener siempre una a mano y no dejar que ningún detalle se me escape al momento de escribir.

⁠¿Un viaje soñado?
Un viaje con mis hijos por toda la región Amazonas. Quiero que conozcan de dónde vengo, que respiren la tierra que me formó y sientan la calidez de su gente. Sueño con compartir con ellos las fiestas del pueblo, saborear juntos los potajes llenos de historia, contemplar los paisajes que cortan el aliento… y mostrarles, en cada paso, lo que significa realmente volver a casa.

¿Cuál es el objeto que más valoras?
Valoro profundamente todos los objetos que forman parte de mi colección, reunida a lo largo de 20 años de viajes. Cada pieza guarda una historia y, para mí, es sagrada. Entre ellas, conservo con especial cariño las máscaras del maestro artesano Martín Granados, de Túcume (Lambayeque). Él me obsequió la primera máscara que hizo cuando aún era un “diablico” de fila, y años después me entregó su máscara de caporal, el jefe de todos los diablicos. A través de esas máscaras, conservo muchos de sus años de danza, de vida, de tradición. Son más que objetos: son memorias vivas que laten conmigo.

⁠¿Una ruta o destino que recomiendas?
Moyobamba, en San Martín —la ciudad de las orquídeas—, porque es hermosa y acogedora. Especialmente durante la fiesta de San Juan, cuando la ciudad se llena de música, alegría y se baila la pandilla. Esa danza es tan pegajosa y vibrante que, una vez que te unes al grupo, no quieres dejar de bailar. Es una experiencia inolvidable… ¡es lo máximo!

⁠¿En dónde queda el paraíso?
El lugar más bonito del mundo, allí donde está el paraíso siempre será donde estén tus cariños incondicionales: tu familia.

Sonaly Tuesta es documentalista y cronista. Creó el programa de televisión “Costumbres”, que condujo y dirigió por más de veinte años. En 2015, el Ministerio de Cultura le otorgó el título de Personalidad Meritoria de la Cultura. En 2020 publicó “Costumbres el verdadero espíritu de los peruanos”, donde reúne diez crónicas vivenciales. En 2021 creó y dirigió tres cortometrajes para la miniserie documental Sabiduría madre. En el 2022 publicó su libro “Un viaje para no morir”. Ha dirigido la película documental Misión Kipi. Especialista en patrimonio inmaterial del Perú y consultora en temas de comunicación, turismo vivencial, saberes comunales y costumbres. Es Embajadora de las Aldeas SOS.
En Lámud, sus primeros pasos…

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