Mi opinión
En febrero del año pasado hice un viaje relámpago y maravilloso a Chiclayo para adentrarme en el mundo Sicán, uno de los tantos estadios culturales que se desarrollaron en la región y ahora tienen para exhibir los impulsores de la Ruta Moche. De mi bitácora viajera les paso estos recuerdos vividos con Carlos Elera y Rosana Correa, gestores culturales de polendas y buenos amigos. Buen fin de semana para todos, a gozar de la ruta interminable…
En el centro poblado de Mayascón, distrito de Pítipo, provincia de Ferreñafe, región Lambayeque, o mejor se los cuento así, en la localidad de Mayascón, a 45 minutos de la ciudad de Chiclayo, media hora dando botes por un camino de tierra que acaba de ser asfaltado, me esperaban varias sorpresas. La primera, un muy bien decorado monumento al oso de anteojos y una historia fascinante. Se las voy a contar rapidito antes de tomar el camino a los jagüayes del mismo nombre.
Mayascón es el nombre de una próspera hacienda que en el siglo XIX pasó a manos de la familia Salcedo Peramás, acrisolada estirpe lambayecana cuyo descendiente más célebre, Augusto B. Leguía, llegaría a ser varias veces presidente del Perú y quien según cuenta la tradición correteó entre los campos de cacao y paltos y los espléndidos arrozales de las más de mil hectáreas de lo que fue alguna vez una excelente propiedad sobre las faldas de los bosques de Laquipampa, tierra de osos y de extremos.
En 1851 la hacienda se convirtió en la única proveedora de insumos para la también famosa Fábrica de Chocolates Mayascong, por muchos años orgullo de la región por sus riquísimos productos. Quién lo diría, en las tierras del King Kong algún día reinaron los chocolates. De esos tiempos dorados quedan en Mayascón, calcinados por los rayos del sol que aniquilan lo que toca, los trastos de lo que alguna vez fue la Casa Hacienda con sus patios de piedra donde se amontonaban los quintales del mejor cacao de Lambayeque.
Las haciendas Mayascón y Batán Grande, antes de la Reforma Agraria de Velasco, fueron propiedad de Juan Aurich Pastor, terrateniente de los más mentados en todo Chiclayo y alrededores. Curioso, Pastor Herrera se llama el vecino de Mayascón que designado por el municipio local se encarga de cuidar, de proteger la sección del bosque donde vamos a ingresar. Que le hayan puesto como nombre el apellido de los patrones de antes es una reminiscencia y una mueca de los años dorados de la hacienda en el Perú.
Con Pastor, guía práctico de los buenos y ágil baquiano de estos bosques de hualtacos, zapotes, palos verdes, overos, algarrobos y cactus de todos los tonos y variedades, avanzamos por un sendero que atraviesa una geografía de extremos superlativos y antigua ocupación humana. Eso al menos es lo que indica la presencia de tantos petroglifos a la vera.
Me acompañan dos caminantes de lujo: el arqueólogo Carlos Elera y la arquitecta Rosana Correa. Treinta minutos nos tomó llegar a los tres, a los cuatro, a la primera poza del mosaico de jagüeyes que pareciera que descienden de la montaña. Una explicación necesaria: en la costa peruana llámese jagüey, jaguay o jaway a los brotes o espejos de agua que se hallan en los cauces secos después de las temporadas de lluvia o avenida. Dícese también que suelen formarse donde las aguas subterráneas son obligadas a salir en forma de puquio o manantial como consecuencia de la presencia de rocas estrato.
Aunque el vocablo de procedencia taína es usado en Colombia para definir lo mismo, en nuestro país decimos que su origen proviene del quechua jagüei o jagüey. Como sea, me consta, la apropiación del término por los yungas de la costa (o chalacos) ha determinado que muchas de las playas en las cercanías de espejos de agua se llamen en la actualidad Hawai, como la que existía antes de Pulpos, al sur de Lima o esa otra que se ubica en Chincha, en las proximidades de Wakama.
Lo cierto es que los de Mayascón, y era febrero, detienen con esmero el líquido elemento que sirve para abrevar y dar respiro a las especies de todo tipo que habitan en el bosque seco ferreñafeño. Desde las más vistosas como el puma y el venado hasta las de menor linaje como los chiscos, chilalos y lagartijas. Una roca de proporciones hace las veces de trampolín y la profundidad de la poza permite las soberbias lanzadas de cabecita. Intenté hacerlo con éxito y gocé tanto como la parejita de excursionistas que habían llegado antes que nosotros para darse susurros de amor eterno,
La poza debe tener diez o doce metros de diámetro y sus aguas son límpidas a pesar del musgo que crece en sus orillas. Las sombras de los higuerones dan protección al caminante y le permiten grabar para siempre las imágenes y sonidos de un bosque inusual por la dureza del clima y la ausencia, en febrero vuelvo a decirlo, de lluvia o humedad ambiente.
Pastor se afana en comentarnos que diariamente llegan visitas por sus reinos y que ha tenido la suerte de acompañar por estas soledades a la científica canadiense Robyn Appleton, experta en osos de anteojos que desde hace varios años recorre el bosque para registrar conductas y la información necesaria que permita cuidar a una especie emblemática de estos arrabales.
No les había dicho que en la placita de Mayascón, las autoridades ediles han levantado un monumento que perenniza la presencia antigua y maravillosa de una especie amenazada por la voracidad de la nuestra.
Ya de regreso en el centro poblado Carlos Elera, Rosana Correa, Pastor Herrera y yo hablamos de esto mientras apurábamos unos gigantescos marcianos de tamarindo que acopiamos en una tiendita local. Lindo momento, guardo en mi faltriquera los mejores recuerdos de mi paso por los jagüeyes de Mayascón, uno de mis lugares preferidos. A los tres les he prometido volver…
1/05/2015