Mi opinión
Lelis Rivera, el antropólogo que desde hace más de cinco décadas defiende los territorios de los pueblos indígenas de nuestra Amazonía, habla claro, muy claro, en esta entrevista que nos concediera hace doce años y que a pesar del tiempo transcurrido desde entonces continúa siendo actual. Lelis acaba de ser ungido con el Premio para la Conservación Carlos Ponce del Prado en la categoría Personalidad Ambiental 2024, un merecidísimo galardón para quien ha sido responsable, junto a su institución, CEDIA, de la titulación de más de cinco millones de hectáreas en favor las comunidades nativas del oriente peruano.
Su voz, sus clarísimos alegatos por la razón, tienen que sonar más fuerte en esta temporada de olvidos y nuevas presiones sobre los territorios indígenas titulados y las áreas naturales protegidas. A los extractivistas de nuevo cuño y a los defensores de los negocios ilegales no les interesa la degradación de la Amazonía y se niegan a aceptar que los territorios en manos de las comunidades nativas y las áreas bajo protección estatal suelen ser los espacios físicos mejor conservados de un bioma vital para la salud del planeta. Lo que los científicos y líderes ambientales acaban de decir en Cali sobre la importancia y la necesidad urgente de empoderar a las poblaciones amazónicas que están protegiendo los bosques bajo su resguardo pareciera que les ha entrado por un oído y les ha salido sale por el otro. Y eso sí que es peligrosísimo.
Les dejo la entrevista a Lelis que publicáramos en La Mula en el 2012 después de una larga conversación en su despacho en La Perla. Hay que estar muy atentos a los nuevos “viejos” intentos por desguazar la Amazonía que nos queda en aras de un desarrollo que nunca llega a quienes se pretende beneficiar. Buen miércoles para todos, sigamos en guardia…
Una entrevista de Guillermo Reaño para La Mula
En el 2001, junto al fotógrafo Franco Goyenechea y Lelis Rivera, entonces como ahora director de CEDIA, la prestigiosa organización responsable de la mayor ofensiva de titulación de tierras de la que se tenga noticias en la Amazonía peruana, visitamos el Bajo Urubamba para conocer la realidad de la nación machiguenga a poco de haberse puesto a andar el megaproyecto Camisea. Con el equipo de Cedia y la buena compañía de tres líderes del COMARU, la federación indígena que agrupa a los nativos machiguengas del río Urubamba, atravesamos el pongo de Mainique para extasiarnos con una geografía de belleza insuperable y los sueños de un pueblo que empezaba a ver de otra manera su futuro. Once años después volvemos tras esa historia de la mano del propio Lelis Rivera, antropólogo con más de cuarenta años de trabajo en la selva y una experiencia de vida que nos abruma. En su discreta oficina del populoso barrio de La Perla, en el Callao, hablamos y hablamos sin parar.
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¿Qué cosas han cambiado en el Bajo Urubamba desde nuestro encuentro en julio de 2001?
– Muchas cosas, a inicios de la década pasada estaba por empezar formalmente el proyecto Camisea y las expectativas eran grandes. Entonces se vivía un momento de tranquilidad total, de mucha calma, de cierta felicidad en la población local; estamos hablando de una zona que era abundante en biodiversidad, con un paisaje extraordinario…Todo eso, lamentablemente, cambió, ahora lo que encontramos es una situación diferente: por un lado se ha consolidado el sistema de áreas protegidas en la región, existen dos Reservas Comunales (la Asháninka y la Machiguenga), un Parque Nacional (Otishi) y un Santuario Nacional (Megantoni) con una estructura totalmente saneada y regulado…
¿Y por otro lado?
– Por otro lado, conforme ha ido avanzando el proyecto Camisea se han ido sucediendo grandes cambios. Cuando visitaste el bajo Urubamba era posible observar en un día cualquiera dos o tres embarcaciones surcando el río. Ahora si te paras en la boca del río Camisea a contar los botes que suben y bajan la situación es radicalmente opuesta: 150 chalupas de las compañías petroleras se trasladan por el río, aparte de las naves de gran tonelaje que vienen desde Atalaya a Las Malvinas y las embarcaciones de gran calado (chatas en el decir de los ribereños) que también son muy comunes.
Es la foto de otro paisaje, sin duda…
-Sí. En esas circunstancias el pescadito que los nativos pescaban en el Urubamba ha desaparecido. Ya no hay pesca para nadie: la contaminación del río por los derrames y el tráfico que produce la explotación de hidrocarburos hacen imposible la pesca tradicional.
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¿Y cómo están remplazando los pobladores la falta de proteína que la pesca proveía?
-No lo remplazan. Los niveles de desnutrición infantil como consecuencia de éste y otros fenómenos son alarmantes. El 57 % de la población infantil en Camisea sufre de desnutrición crónica, se trata de una crisis alimentaria nunca antes vista y un escándalo si consideramos que el proyecto iba a llevar a la zona, según el decir de sus propios funcionarios, una inversión de tres mil millones de dólares.
¿No estamos hablando de un fenómeno histórico…?
– De ninguna manera, tengo cuarenta y dos años recorriendo la zona y puedo decir que antes de Camisea la desnutrición existía en una proporción entre el 13 y el 24 %. Esto se ha elevado tres veces…
¿Qué es lo que ha traído, entonces, el proyecto Camisea al Bajo Urubamba?
– Mucho concreto, mucho fierro, mucho trabajo para la gente de las localidades de la zona y de otras partes de la región. Mucho comercio, principalmente de cerveza. El alcoholismo ha crecido de manera alarmante y no hay respuestas claras por parte del Estado para atender este problema.
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Escuchando lo que dices, los defensores del proyecto podrían aducir que se ha llevado trabajo…
-Seguramente, hay trabajo en la actividad petrolera directamente…o en las subsidiarias, pero a costa de un despoblamiento, sobre todo de varones en edad de trabajar, en las comunidades, también hay trabajo en los municipios, eso nadie lo discute…
¿Dirías que el extractivismo está destruyendo el tejido social? ¿Se está vulnerando la fortaleza de las comunidades?
– Correcto. Las chacras indígenas que a veces llegaban a tener hasta 40 especies vegetales para alimentar a la familia, han disminuido en tamaño porque el varón no está. Tampoco está para proveer de carne a su prole como es costumbre entre los machiguengas y otros pueblos indígenas. En la Amazonía es el hombre el que caza y pesca…y como ya no está no hay carne en la mesa.
¿Tampoco brazos para el trabajo de la tierra?
– Es verdad. Las chacras indígenas se han achicado en términos de tamaño y diversidad. Cada vez hay mayor dependencia del mercado. Eso es clarísimo. Entonces, el poco dinero que traen los que aprovechan estas oportunidades temporales de trabajo se gasta en atún, fideos y otros productos de fabricación industrial. Está disminuyendo la soberanía alimentaria que antes tenían los indígenas. Antes no dependían de nadie para poder comer bien, ahora dependen de los boteros que transitan por los ríos llevando los productos del mercado.
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Ay, las carreteras…
“El tráfico fluvial ha cambiado el paisaje del Bajo Urubamba y ha golpeado duramente al turismo. Para el caso del albergue machiguenga del río Timpía, las colpas de guacamayos y monos no existen, los animales se fueron. En el pongo al tráfico fluvial hay que agregarle el tráfico de los helicópteros que van y vienen por el cañón haciendo una bulla espantosa. Este tremendo ruido ha espantado a las aves, en especial a las comunidades de megantos, los loros verdes que le dan nombre al Santuario Nacional de Megantoni”.
¡Qué lamentable!
-Esa era una zona donde se observaban megantos en las madrugadas y al atardecer. El negocio sostenible utilizando la biodiversidad sin lastimar el bosque se está cayendo. Simplemente hay menos atractivos que mostrar.
¿Qué otra consecuencia ha traído el desarrollismo de los últimos años?
– Como hay dinero del canon las autoridades y los que los siguen piensan que hay que hacer carreteras. No se piensa en mantener las que se hicieron en los setenta y los ochenta. Hoy se sigue hablando de un proyecto de carretera hacia el bajo Urubamba que dividiría el Santuario Nacional Megantoni en dos…Es necesario que la gente sepa que las carreteras que se han venido haciendo se han hecho sin la elaboración previa de un expediente técnico y en el caso de la carretera que se pretendía hacer hacia el Bajo Urubamba ni siquiera tenía un estudio de impacto ambiental. Curioso. Le exigimos a las empresas todo tipo de estudios y a los municipios ninguno. No hay coherencia.
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¿Quién alienta el carreterismo?
– Los políticos, principalmente. Para todos es evidente la destrucción ecológica que han supuesto las carreteras. Nosotros tenemos registros de la secuela que ha dejado las carreteras en Quillabamba: a la fecha existen 110 mil hectáreas de tierras totalmente perdidas, erosionadas, de difícil recuperación. Hay 450 mil hectáreas más en proceso de desertificación tanto en el valle de Lares, como en el valle del Urubamba…El tema de la construcción de carreteras sigue estando ligado a la idea de la ocupación territorial, se sigue viendo a la selva como un territorio para los inversionistas, principalmente agrarios. Se construyen carreteras por ofrecimientos políticos de los candidatos a las alcaldías en los últimos treinta años…
¿Y las comunidades nativas?
– Cuando uno sobrevuela el territorio de La Convención, específicamente en la zona del Alto Urubamba, puede observar que donde hay comunidad nativa todavía el bosque sigue en pie. Sus territorios son islas de bosques en un mar de desertificación. Si bien es cierto que los campesinos necesitan tierras, la construcción de carreteras ha hecho que se asienten sobre tierras con escasa capacidad productiva, en tierras que no sirven para la actividad agropecuaria.
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Nuevamente la madera
“El carreterismo acabó con la caoba y el cedro de la región, pero desde hace diez años, aproximadamente, el negocio le ha puesto el ojo a nuevas especies maderables y ya se están sacando maderas blancas. Sin embargo, muchos de estos árboles se encuentran en zonas inaccesibles, por tanto la pretensión de los que están detrás del negocio es construir nuevas vías de comunicación. La forma de hacer digerible está pretensión en sectores alejados de la realidad amazónica es a través del discurso de la conexión de los pobres con los mercados. La verdad es que detrás de ese interés está la intención de seguir aprovechándose de los recursos del bosque…
Hablemos del Purús…
– Eso está pasando en el Purús, el Purús es una prueba de eso. Podemos hablar de otras pruebas en otras partes. Ese es el sentido que tienen las propuestas de nuevas carreteras, no se está tomando en cuenta que las vías de comunicación tradicionales pueden seguir siendo utilizadas.
Digamos que en el Bajo Urubamba la única actividad económica, al margen de la que ha traído Camisea, está vinculada a la extracción maderera…
– Sí, es verdad, todavía no hay otras iniciativas.
¿Las empresas que operan Camisea no invierten en proyectos sociales?
– Ni la empresa ni el Estado no ha puesto en la zona proyecto de desarrollo alguno.
¿Qué dicen los indígenas de esta inacción?
– Se sienten estafados, pensaron que el desarrollo iba a ser impulsado por el proyecto pero nada de eso ha ocurrido. Cuando le reclaman a la empresa, la empresa les dice que ellos cumplen con pagar el canon al Estado. No nos vengan a pedir cosas que son responsabilidad del Estado, les dicen.
El VRAEN y el Bajo Urubamba
En este escenario se suma la presencia de bases militares en el Alto y Bajo Urubamba para controlar las rutas del narcotráfico que se han abierto en la zona…
– El tema de los mochileros lo venimos viendo desde el 2002 y el 2003, lo hablamos en su momento con los funcionarios de Camisea y otras autoridades. El movimiento de estos “transportistas” de la droga se ha incrementado tanto desde que se hizo la carretera que conecta estas regiones con el VRAE (ahora Vraem) que ahora se desplazan en vehículos cuatro por cuatro…
¿Hablamos de la carretetera Kiteni-Kepashiato?
Sí. Esa carretera tenía cierta lógica, hay que decirlo, iba a permitir trasladar los productos de la región hacia los grandes mercados en menor tiempo. En la práctica no ha cumplido ese objetivo…No hay control y las cosas que ocurren en esa y en otras carreteras en la zona del VRAEM no están caminando bien, no hay ni inteligencia ni deseos de acabar con esta lacra.
¿Dirías que las carreteras en la zona podrían estar incentivando una ofensiva minera similar a la de Madre de Dios?
– No tengo evidencias de presencia de mineros ilegales en esta zona, sí de narcotraficantes, todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice. El problema existe hace quince años, no es nuevo en la región. El propósito de esta violencia que se ha instalado en el Urubamba no es político, es esencialmente económico y está basado en el tráfico de las drogas.
Ay, las carreteras de nuevo…
¿Cuál es el interés de los que promueven esta violencia?
– El interés más importante es acabar con lo que queda del semillero de especies valiosas en la Amazonía. Concuerdo con lo que dice el jefe del Parque Nacional Ato Purús, hay comunidades completamente endeudas como consecuencia del accionar de estos traficantes de madera que llegaron a la zona para engañar a los nativos con el cuento de negocios fáciles.
¿Es verdad que lo que está en juego en el Alto Purús vuelve a ser la madera, se dice que en la zona se encuentran los últimos bolsones de cedro y caoba de la Amazonía peruana?
– Sí, es totalmente cierto…
Si los ríos son las grandes vías de comunicación y estos, siguiendo tu relato sobre el tránsito fluvial en el Bajo Urubamba, han colapsado, ¿por qué no buscar otras formas de comunicación…?
– Para mí la última opción es la opción carretera. Hay que darnos cuenta de que todas las carreteras, las viejas y las nuevas, han significado la apertura para la ocupación irregular del territorio. Todas están ocupadas a los costados y dos, tres kilómetros monte adentro, esa es la realidad. No hay que olvidar que se trata de poblaciones no locales que creen que la única posibilidad para comunicarse es sobre ruedas…
¿Cómo hacemos como sociedad civil organizada, querido Lelis, para seguir insistiendo en la pertinencia de conservar las áreas naturales protegidas tal como se han venido diseñando?
– Bueno, creo que siguen existiendo muchas oportunidades para seguir desarrollando actividades económicas amigables como el turismo. Hay que dejar de creer que solo destruyendo el bosque para incentivar actividades desproporcionadas como la agricultura se va a desarrollar la Amazonía. Tenemos que dejar de pensar que la Amazonía es la despensa agrícola del país. La conservación de la biodiversidad es una gran oportunidad para poder, sin trastocar el recurso genético, desarrollar…Loreto lo ha entendido bien, sus autoridades han entendido que el extractivismo no es la solución y han cambiado de visión. De la conservación sí se puede comer, por lo menos las poblaciones locales van a poder hacerlo.
Debo inferir que sigues creyendo, entonces, en una opción diferente al modelo extractivista…
– Seamos claros que el tema de la conservación, que es, además, un mandato constitucional, constituye una visión que debe calar en el corazón y en el sentido común de toda la población peruana. Tenemos que rescatar los semilleros de vida, no solamente de la Amazonía peruana, sino de todas las demás regiones…tenemos que rescatar nuestra biodiversidad para que no se quede para siempre en el cajón de ese “desarrollo” que solo ha significado la destrucción total de nuestros recursos. Tenemos que dejar de pensar que alguien va a reponer lo que agotamos ahora. Lo que se acaba hoy se acaba para siempre.
Datos para viajeros de todos los gustos
• La propuesta de creación del Santuario Nacional Megantoni fue una iniciativa del Consejo Machiguenga del Río Urubamba (COMARU), el Centro para el Desarrollo del Indígena Amazónico (CEDIA) y el Ministerio de Agricultura. El expediente técnico fue presentado en 1999. En el 2004 el Estado estableció la Zona Reservada.
• En el Santuario Nacional Megantoni se han registrado 1400 especies pero se estima que deben existir entre tres mil y cuatro mil especies de flora y fauna. Se han registrado en el santuario 378 especies de aves entre las que destacan las pavas, guacamayos y especies extremadamente raras y locales, consideradas en estado vulnerable como la perdiz negra (Tinamus osgoodi), guacamayo verde cabeza celeste (Propyrrhura couloni) y el famoso guacamayo meganto (Ara militaris), que da nombre al Santuario Nacional Megantoni.
• En las inmediaciones del Santuario Nacional Megantoni existen numerosos habitantes, tanto machiguengas como colonos llegados de los Andes y en su interior, en el Alto Timpía, se encuentran algunos pueblos indígenas en aislamiento voluntario, como los Nanti, los Kugapakori y otros.
• El Pongo de Mainique es un accidente geográfico formado por el río al dividir la cadena montañosa en un estrecho cañón de 3 km de longitud y aproximadamente 45 m de ancho, con unas 30 cataratas en su recorrido. Un ligar bellísimo y de gran significancia para la nación machiguenga.
• El objetivo de creación de la Reserva Comunal Machiguenga (218,905.63 Ha), creada en el 2003, es el de garantizar la conservación biológica y cultural en beneficio de las comunidades nativas colindantes que hacen uso tradicional de sus recursos naturales.