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Parque Nacional Alto Purús: otra esperanza

Mi opinión

¿Hasta qué punto los intereses de las transnacionales de la madera y del progreso fácil pueden resistir el impulso concertado de quienes han entendido que la Amazonía puede ser el buen negocio de los países pobres en su ansiado propósito de poner proa en dirección al desarrollo social? ¿Hasta qué punto los afanes de proteger una de las mayores fábricas de producción de oxígeno del planeta pueden hacer entrar en razón a los que ven en las carreteras interoceánicas la panacea del desarrollo?  En Perú, la alianza entre los que saben que el bienestar del futuro pasa irremediablemente por el buen uso de los recursos naturales, las agencias cooperantes y el Estado, viene dando –a pesar de los múltiples problemas y las cada vez más ruidosas campañas anti ambientales-  frutos tangibles: en noviembre pasado las autoridades peruanas dieron el visto bueno para la creación del Parque Nacional Alto Purús, una joya de más de dos millones de hectáreas en medio de un paraíso que posee récords mundiales en biodiversidad jamás antes sospechados.


Ubicado en los departamentos de Madre de Dios y Ucayali, en el oriente peruano, el Parque Nacional Alto Purús posee una superficie de 2’510,694.41 hectáreas y ha sido considerado, debido a su fascinante diversidad cultural y biológica, una pieza fundamental en el delicado engranaje del mapa de la biodiversidad sudamericana. Mapa, por cierto, de capital importancia para el futuro de la humanidad toda vez que en su interior se alinean, sobre un área aproximada de ocho millones de hectáreas de bosques espectaculares, ocho áreas protegidas de carácter nacional (entre las que se encuentran el Parque Nacional Manu y el Parque Nacional Bahuaja-Sonene) y un sin número de expectativas sobre el valor de conservar para el mañana extensas áreas con vida silvestre. Diversos estudios han insistido en la singularidad de los ecosistemas del Alto Purús señalando marcas que podrían poner por sí solas los pelos de punta hasta al más escéptico: el área posee el récord mundial de diversidad de mamíferos, con 86 especies y la más alta diversidad de aves en el planeta, con 516. Además, es el hogar de varias especies en peligro de extinción como el mono araña (Ateles paniscus), el jaguar (Panthera onca), el águila harpía (Harpia harpyia) y el lobo de río gigante (Ptenorura brasiliensis). Por otro lado, Purús es uno de los lugares en el Perú con mayor concentración de caoba y refugio de un impresionante número de especies de mariposas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.

Por ello es que la norma técnica que le da luz verde al Parque advierte que la creación del área tiene como objetivo fundamental conservar una muestra representativa de bosque húmedo tropical y sus zonas de vida transitorias, además de permitir la perpetuación de los procesos evolutivos que en ellos se desarrollan, así como proteger las especies de flora y fauna endémicas y amenazadas. Pero no solamente la importancia del área protegida tiene que ver con los intereses de los peruanos. No, como lo ha afirmado en un reciente trabajo la Dra. Renata Pitman, científica adscrita a la Universidad de Duke y decidida defensora de la riqueza biológica del Parque, “la zona reservada creará un corredor inmenso de áreas protegidas y promoverá la unión de por lo menos dos grandes áreas de protección estricta –el Manu (1,7 millones de Ha) y la Reserva Biológica de Río Chandless (casi un millón de Ha), en el Brasil”. En un mundo cada vez más globalizado, la creación del Parque Nacional Alto Purús representa una buena oportunidad para iniciar trabajos a gran escala y a niveles que trasciendan los marcos de un solo Estado. Por donde se le mire, el Parque representa una magnífica noticia para el movimiento conservacionista mundial.

En la provincia del Purús, una de las más apartadas del Perú, los ríos llevan sus aguas a Brasil, lo que dificulta la comunicación local. Foto de Michell León, Apeco, WWF Perú

 

II

Marc Dourojeanni es una referencia obligada al momento de pasar lista al trabajo de protección y difusión ambiental en esta parte del continente. Para este científico formado en la Universidad Nacional Agraria de La Molina (UNALM) y fundador de ProNaturaleza, la principal institución conservacionista peruana, las carreteras en la Amazonía son una de las principales causas de la deforestación y de la crisis sociocultural que asola a la región. Dourojeanni ha estudiado con mucho interés el caso brasileño y en el año 2001, en medio de las discusiones que la puesta en marcha de la llamada carretera Transoceánica (proyecto vial que uniría irremediablemente Rio Branco-Puerto Maldonado e Ilo, en la costa del Pacífico), advirtió que los impactos socioambientales de su construcción podían ser devastadores. La iniciativa binacional intenta poner en bandeja los productos del oriente brasileño en el occidente sudamericano, utilizando para ello la tristemente célebre carretera BR-364, la misma que en su momento motivó la resistencia pacífica del líder ambientalista Chico Mendes y generó la formación del partido ambientalista que gobierna el estado brasilero de Acre, y un sistema vial por construirse en los departamentos peruanos de Madre de Dios y Ucayali, precisamente donde se ubica el nuevo Parque Nacional Alto Purús.

Pero, ¿qué significa para el movimiento conservacionista mundial la BR-364? Para nadie es un secreto que la construcción de esta megaautopista durante la década de los ochenta significó una catástrofe ecológica de proporciones inimaginables. Fue tal el daño causado por la carretera en términos de deforestación, contaminación de las aguas e invasión de las tierras indígenas, que el caso es considerado, junto a la colonización del Kalimantan, en Indonesia, como el punto de quiebre en la formulación de las atingencias ambientales en los proyectos que debe aprobar el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros organismos cooperantes.

Para Dourojeanni lo que se avecina en el Perú con la construcción de la vía interoceánica, de no mediar iniciativas de protección inmediatas, puede ser aún más funesto que lo ocurrido en la Amazonía brasileña, debido a la precariedad institucional y la poca capacidad del Estado peruano para financiar, vía inversiones significativas en el uso de los recursos naturales, el desarrollo de estas extensas zonas de biodiversidad. Cincuenta kilómetros a cada lado de las carreteras que se construyen en la Amazonía sufren impactos indirectos según informes científicos y si sumamos a este daño ocurrido en las vías principales los que se producirán como consecuencia de la construcción de las vías alternas o secundarias, la superficie de bosques que se perderán resulta impresionante. Paradójicamente, el proyecto vial que los desarrollistas de ambos países vienen impulsando recorrerá de palmo a palmo la región mejor conservada de la Amazonía peruana. Por eso es que Dourojeanni propone, entre muchas recomendaciones, el desarrollo de una estrategia binacional que apunte a la coordinación y nivelación de estrategias de desarrollo sostenible, de conservación de los recursos naturales y de protección ambiental. En esa dirección la reciente creación del Parque Nacional Alto Purús cobra inusitado sentido.

III

John O’Neill tiene en su despacho de la Universidad de Louisiana un mapa inmenso del Perú. Allí el científico va observando las áreas de la Amazonía donde aún no se han construido caminos: en ellas es posible encontrar todavía bolsones de endemismos y riquezas insospechadas. Así de sencillo es su método de introspección científica. John O’Neill llegó a Balta, en la cuenca media del río Curanja, en 1964. Un compañero de estudios universitarios, Kenneth Kensinger, antropólogo que por entonces trabajaba con indígenas cashinahuas lo invitó a visitar el poblado para poder apreciar la rica avifauna de sus contornos. O’Neill, actualmente profesor en la universidad de Louisiana y uno de los más reconocidos ornitólogos en el mundo, nunca se imaginó que ese viaje inicial sería el primero de muchos más a lo largo de nueve años. Como él mismo lo ha dicho: “llegué a registrar en Balta y alrededores 425 aves, durante muchos años esta riqueza aviar permaneció como la más diversa registrada en una sola localidad y hasta la fecha es considerado este sector del Alto Purús como uno de los lugares más diversos en cuanto aves neotropicales del planeta”.

Con O’Neill me une una relación intelectual de varios años. Lo conocí en Lima en uno de sus tantas paradas en el Perú. Acababa de retornar de Cordillera Azul, en los bosques montanos del norte amazónico donde –entre muchas cosas- había descubierto, junto a su colega Dan Lane, una nueva especie aviar para la ciencia, el Barbudo pecho escarlata (Capito wallacei). Cuando hablamos en casa de Arturo y Helen Koenig, sus amigos de toda la vida, me comentó que su estadía en Balta también produjo descubrimientos de ese tipo. Tres aves “descubrió” John en el área de Balta: el Tororoi Evasivo (Grallaria eludens), la Cotinga de Cara Negra (Conioptilon mcilhennyi) y el Cacique de Koepcke (Cacicus koepckeae).

Uno de los primeros objetivos del peruanista fue aprender la lengua de los cashinahuas lo suficiente como para poder entender los datos que sus informantes le iban dando conforme se generaba entre ellos una relación de mayor familiaridad. Los cashinahuas, refiere O’Neill, como tantos otros pueblos de la Amazonía, son poseedores de un vasto conocimiento sobre la fauna de su entorno y entienden perfectamente los ciclos de vida en los bosques. “Al poco tiempo de llegar a Balta, me comenta el científico por internet, me di cuenta de su profundo conocimiento ornitológico y de sus particulares y muy eficientes sistemas de clasificación.  Recuerdo como si fuera ayer uno de mis tantos ingresos en un bosquecillo a un kilómetro del poblado. Me acompañaba un joven cashinahua que se sorprendió de mi asombró al escuchar por primera vez el canto de un ave desconocida. En medio de los truenos y la lluvia oía su vocecilla: “kuudeen…kuudeen…kuudeen”. De inmediato le pregunté a mi informante por el nombre del ave. Me dijo secamente: “kuden-ika”. Como no me había quedado muy claro si me había entendido, le volví a preguntar por su nombre. “Se llama “kuden-ika” que quiere decir “lo que dice kuden”.

Durante sus sucesivos ingresos a la zona el Dr. O’Neill fue recogiendo una impresionante colección de aves que en la actualidad se puede encontrar en el Museo de Historia Natural de Lima o en la universidad donde labora. Pero no solamente sus andanzas por el Alto Purús tuvieron que ver con aves; en 1968 junto al Dr. Alfred Gardner, entonces un joven estudiante de la Universidad de Louisiana y al Dr. James Patton, de la Universidad de Berkeley, tuvo la oportunidad de participar en una expedición científica que posibilitó el descubrimiento de tres especies nuevas de mamíferos: una muca (Philander mcilhennyi), un murciélago (Mimon koepckeae) y un ratón de quebrada que se alimenta peces. “Durante esos años de estudio yo aún era “joven e ignorante”, confiesa John, y no me daba cuenta de la importancia de los diferentes microhábitats y en general no miraba el mundo con la perspectiva de hoy”.

Aún así, O’Neill es consiente de que la reciente creación del Parque Nacional Alto Purús representa una posibilidad concreta para salvar una de las regiones biológicamente más diversas del Perú y que ese estatus le dará protección necesaria a las poblaciones indígenas en aislamiento voluntario que no quieren relacionarse con el mundo exterior.

IV

Algo similar me comentó en Lima Antonio Brack Egg, tal vez el conservacionista más respetado en el Perú. El Dr. Brack es un reconocido “creador de áreas naturales” y autor, entre muchos títulos, del “Atlas Indígena de la Amazonía Peruana”, el compendio sobre los pueblos amazónicos más completo que se haya editado hasta la fecha. Para este nativo de la selva peruana –Antonio nació en Villa Rica, en la selva central- el Parque Nacional Alto Purús representa una valiosa oportunidad para empezar a conocer una de las zonas más ricas en biodiversidad y diversidad cultural de nuestro país y del planeta. Esta variedad biológica y humana ha logrado permanecer intacta debido a la inexistencia de vías de comunicación apropiadas. Según el Atlas de Brack Egg solo en el departamento de Madre de Dios existen a la fecha nueve pueblos indígenas, entre originarios, de larga data y procedentes de otras partes de la Amazonía. Proteger este mosaico interétnico, si seguimos a pie juntillas la norma técnica que ha aprobado el gobierno peruano, es otro de los objetivos fundamentales de la creación del Parque Nacional Alto Purús.

En efecto, el DS N° 040-2004-AG que le da vida el Parque, crea también la Reserva Comunal Purús, área protegida de 202,033,21 hectáreas que se ubica en su extremo nor-este y que servirá como una eficiente zona de amortiguamiento. La idea de los planificadores de INRENA–el ente gubernamental encargado de darle visto bueno a las áreas de protección en el Perú-  es conservar, a través de un adecuado manejo por parte de las poblaciones locales, la diversidad biológica del área. Para estas poblaciones sumidas muchas de ellas en la pobreza extrema –otra de las paradojas de un país rico en recursos, pero pauperizado económicamente- la Reserva Comunal favorecerá la conservación de espacios para la realización de actividades agrícolas y pesqueras, el manejo de áreas boscosas para el autoconsumo y la protección de hábitats de mamíferos grandes tan útiles para la dieta de estos hombres que basan su alimentación en la carne de monte.

Como lo dijera a su turno el experto en manejo de áreas protegidas John Terborgh, una errada política de población en las fronteras, así como violentos procesos de colonización, determinaron el surgimiento de pueblos y caseríos en lugares donde las actividades productivas se basan en la autosubsistencia o la trashumancia. Para Terborgh lo verdaderamente moderno en la actualidad es desarrollar fronteras verdes; vale decir, límites interestatales regidos por la común propiedad de áreas naturales reguladas por marcos de protección adecuados. Y en esa dirección, la creación tanto del Parque Nacional Alto Purús como la Reserva Comunal Purús, resultan también una buena noticia.

Puerto Esperanza, la capital de la provincia de Purús, es una ciudad pequeña, apacible, de gente muy amable que no parece vivir enclaustrada. Foto de Michell León, Apeco, WWF Perú

V

En el Parque Nacional Alto Purús cohabitan los grupos étnicos mashco, mashco-piro y curanjeños. En su zona de influencia pobladores de la etnia amahuaca, asháninka, cashinahua, culina, mastanahua, piro y sharanahua. Para estos hombres de la floresta amazónica, estos bosques son (y han sido) su fuente de vida y hogar permanentes. Beatriz Huertas, antropóloga interesada en poblaciones indígenas y autora de un extraordinario trabajo sobre los indígenas en aislamiento voluntario, considera que son ellos los verdaderos guardianes de estos hábitats pletóricos de vida y futuro. Basándose en estudios en el área –y también en otras zonas de la exultante Amazonía- la estudiosa afirma que existe una relación muy estrecha entre biodiversidad y ocupación humana. Obviamente, se refiere a un poblamiento que sigue patrones ancestrales, de respeto de los ciclos de vida y no a aquel que solamente siguió las directivas de los gobiernos centrales a las que hacía referencia Terborgh en su propuesta de fronteras verdes. Y esto parece ser del todo cierto cuando se constata, sin ánimo de caer en maniqueísmos, que los indígenas trashumantes de la selva amazónica han sido capaces de aprehender de la naturaleza los ciclos reproductivos de las especies, la relación entre flora y fauna, la fragilidad de los recursos naturales, entre otras cosas. Estos conocimientos, transmitidos de generación en generación, son los que han permitido la sobrevivencia del bosque que se refleja en la capacidad que tiene de alojar en su interior a numerosos grupos familiares.

Los colonos asentados en la selva del Perú suelen llamar a los indígenas no contactados o en aislamiento voluntario, calatos. Para ellos, en su mayoría habitantes llegados de los Andes peruanos, los no contactados constituyen un problema mayúsculo debido a la competencia que se produce cuando deben compartir los productos del bosque, cuando no una amenaza real al producirse escaramuzas violentas entre unos y otros. Todos ellos, indígenas asimilados, colonos y no contactados, son en la actualidad actores de un drama social que tiene como directores de orquesta a los mismos digitadores de siempre: los extractores de recursos naturales de toda laya que han aterrizado en la Amazonía dispuestos a perpetuar un aforismo trágico: en estos escenarios naturales no existe otro dueño que la codicia y la rapidez con que se actúe. Cientos de años de colonización a mansalva son los testigos más evidentes de un modelo de ocupación humana y aprovechamiento de la riqueza natural equivocado y empobrecedor.

Por eso es que, como lo ha hecho saber Beatriz Huertas, el asilamiento de estos pueblos debe ser entendido como un rechazo al establecimiento de relaciones permanentes con otros actores con el objetivo de garantizar la sobrevivencia física y cultural. Las traumáticas relaciones con colonos e indios sometidos han impactado profundamente en estas comunidades que han decidido voluntariamente evitar todo tipo de relación con los “otros”. Actualmente existen en el Perú catorce pueblos indígenas en situación de aislamiento voluntario que habitan los bosques más alejados de Loreto, Ucayali y Madre de Dios, generalmente en zonas de frontera o bosques de colinas donde nacen los ríos que usufructúan cotidianamente.

VI

Para Walter Wust, fotógrafo de naturaleza y consultor en temas ambientales de reconocido prestigio en el Perú, las evidencias demuestran que el principal problema que afecta a los pueblos indígenas no contactados es la creciente presión de los madereros. Wust dirige desde el año 2000 EcoNews la primera agencia peruana de noticias ambientales y precisamente en el ejercicio de su misión periodística es que pudo tomar contacto directamente con el problema de estos peruanos que empiezan a ser reconocidos como tales. En el 2001, el conocido hombre de prensa fue notificado de un ataque sufrido por nativos amahuacas y sharanahuas de la comunidad de Santa Clara, en la zona de influencia del Parque, por parte de un grupo de indígenas en aislamiento voluntario. La refriega debió dejar un saldo indeterminado de muertos entre los “indios bravos”, nombre con el cual también se les conoce. El caso que ameritó la denuncia recogida por el equipo de EcoNews, lamentablemente no era el único; en 1982, como lo atestiguan los partes policiales que hemos recogido en Puerto Maldonado, la capital política del departamento de Madre de Dios, un barco de la Marina de Guerra del Perú que patrullaba tranquilamente en las aguas del río Manu fue atacado por un grupo numeroso de nómades con el mismo saldo trágico. En todos los casos, el ataque fue antecedido por los silbidos que los no contactados producen imitando los sonidos onomatopéyicos de varios animales a la vez.

No existen datos concretos acerca de la magnitud de la población indígena nómade y no contactada del Alto Purús. Sin embargo, las evidencias muestran que se distribuyen en grupos de entre 50 y 200 personas aproximadamente los que, a su vez, estarían formados por un conjunto de núcleos familiares.

¿Cuál fue el motivo que tuvieron los indígenas en aislamiento voluntario para atacar a los nativos de Santa Clara?, ¿por qué se ven obligados a enfrentarse con los hombres que voluntariamente rechazan? Para los analistas en temas amazónicos y los representantes de los grupos indígenas organizados como la  Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Amazonía Peruana (AIDESEP), la Federación Nativa del río Madre de Dios y Afluentes (FENAMAD) o la Federación de Comunidades Nativas del Alto Purús (FECONAPU) los indígenas en aislamiento voluntario vienen sufriendo nuevas amenazas que los obligan a invadir territorios ocupados o, eventualmente, defender los suyos al riesgo de nuevos genocidios. Diezmados por miles por el avance de la civilización que desciende desde los Andes, los mashcos, los posibles atacantes de los nativos del Alto Purús, se niegan en la práctica a seguir el ejemplo de los nahuas del río Manu quienes en 1984 decidieron tomar contacto con los colonos de un campamento maderero. Cuatro de ellos volvieron a sus aldeas con gripe y tos convulsiva contagiando velozmente a los demás. El resultado del encuentro fue fatal: el grupo, reducido a su mínima expresión, tuvo que internarse nuevamente en el monte.

Otra de las causas de los eventuales encuentros, siguiendo la investigación periodística de Wust y las denuncias de la antropóloga Beatriz Huertas, es la presencia en la zona de los misioneros de la South American Mission, quienes ilusamente consideran a la zona el paraíso terrenal y han decidido poblar a cualquier precio sus cuencas. Para estos pioneros, estas criaturas en busca del Dios verdadero deben asimilarse a toda costa; sin importar el método de convencimiento. La Dra. Huertas comenta en su trabajo sobre los no contactados de Madre de Dios que tanto los evangelizadores como los madereros ilegales dejan herramientas y otros enseres en los caminos abiertos por los indígenas para que estos las tomen y empiecen a desarrollar una relación de dependencia con ellos que luego les permita usufructuar de su fuerza de trabajo o de sus almas. Una versión nueva de las correrías implementadas por los caucheros del siglo pasado.

La creación del Parque Nacional representa el ulterior intento por proteger a estas poblaciones en aislamiento voluntario e ir creando las condiciones necesarias para su futura integración, cuando ellos, claro está, así lo decidan. Mientras esto se produce, sus bosques y ríos permanecerán resguardados de la voracidad que los empujó a huir de los hombres y buscar la protección de sus dioses en los recodos de la selva más impresionante del planeta.

l Parque Nacional Alto Purús es un paraíso de la biodiversidad. Foto de Michell León, Apeco, WWF Perú

VII

En un coloquio organizado hace algún tiempo en la Universidad Nacional Agraria La Molina uno de los expositores citó el trabajo de un científico prestigioso a nivel mundial donde se afirmaba que la Amazonía que se esconde en las fronteras de Brasil, Perú y Bolivia podría ser el laboratorio de biodiversidad necesario para salvar al resto del planeta de la destrucción que los procesos de industrialización venían originando tan vertiginosamente. Para los que asistimos a esa reunión académica salvar esos bosques de la desaparición resultaba más fácil que apurar las firmas necesarias para echar a andar el protocolo de Kyoto. Desde entonces a la fecha mucha agua ha corrido bajo el cauce de la discusión ambiental en el Perú al ritmo de la elevación –de manera aparentemente irreversible- de los estándares de pobreza y contaminación planetarias.

Posiblemente el panorama siga siendo tan pesimista en los próximos años y ello acelere las exigencias de líderes locales y poblaciones empobrecidas en el sentido de tomar por asalto las áreas protegidas con el propósito de utilizar sus riquezas de manera descontrolada. Es necesario, por tanto, defender la coherencia de la existencia de estas grandes zonas de vida silvestre, no solamente por los beneficios tangibles que podrían deparar actividades económicas amigables como el ecoturismo y la investigación científica, sino también por los servicios ambientales que cumplen para el beneficio de la humanidad. La de ahora y, sobre todo, la del futuro. Los peruanos debemos entender que la creación del Parque Nacional Alto Purús y la Reserva Comunal Purús significan la inversión económica más productiva de los últimos años, mucho más que las que se han venido dando en el campo de la minería. Nuestro país podría recibir ingentes cantidades de divisas por concepto de la venta de volúmenes impresionantes de oxígeno como consecuencia de la fijación de carbono producida en estas zonas pletóricas de bosques y de vida. Ese capítulo del desarrollo sostenible se va a inaugurar, digan lo que digan los escépticos, muy pronto. Ese es el futuro, no las carreteras que depredan el bosque y permiten la llegada de los madereros irresponsables (entre otros aterradores comensales) que imponen una ley que nunca antes existió en la Amazonía, la de la selva.

La estación biológica del Río La Novia, ecoturismo y turismo científico en un bosque conservado. Foto de MABOSINFRON

 

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