Mi opinión
¿Si tuviera que elegir a los cinco grandes animales del Parque Nacional Manu a quienes escogería?, se preguntó el científico Christof Schenck, estudioso de los lobos de río de las cochas de Madre de Dios.
Difícil, el Manu es un arca de Noé poblada por animales de todas las tallas y talantes.
¿Y si hiciéramos el mismo ejercicio para el Tambopata?
Me encanta leer los relatos de Bárbara D’Achille, la periodista que recorrió de palmo a palmo la geografía del Perú para mostrarnos sus riquezas y fantasías. Son brillantes, destellan emoción, gratitud, amor por la naturaleza, respeto infinito por este Edén que tenemos la obligación de cuidar para legarlo a las nuevas generaciones. Amor por la gente que vive donde bulle la vida.
Nadie como ella, pienso, supo ser tan fiel a ese aforismo tan cierto como nuestro: “solo se ama lo que se conoce”.
En Uturunkusuyu, el territorio del jaguar, el libro que recoge su peripecia periodística por la Amazonía peruana, recordemos que Bárbara fue jefa de la sección ecología del diario El Comercio cuando muy pocos hablaban en nuestro país de conservación y áreas naturales protegidas, se pueden encontrar los luminosos apuntes de sus ingresos a la cuenca del Tambopata, en Madre de Dios. Eduardo Nycander, fundador de Rainforest Expeditions, me lo ha comentado alguna vez: Bárbara fue quien lo impulsó a recorrer por primera vez estas selvas infinitas.
Me quedo con las siguientes notas de la periodista, destilan realismo y abundante sabor local. Bárbara ha llegado a Puerto Maldonado, entonces una ciudad de escasos bríos, de calles barrosas y poco transitadas. “El puerto aparece ante nosotros como una ilusión de colores y aromas. Montañas de plátanos verdes y papayas aguardan su traslado a los mercados. En la orilla algunos niños chapotean alegres entre la multitud de canoas, motores fuera de borda y peque-peques. Nuestro bote aguarda listo para la travesía. Unos minutos más tarde estamos surcando las aguas color chocolate del río Tambopata. El destino es el sur, allá donde el hombre es un raro visitante y donde las bandadas de guacamayos y aves de colores imposibles vuelan sin miedo. Donde los lagartos y las tortugas descansan en las playas sin temor a los disparos y donde el rugir del jaguar es todavía frecuente en la espesura”.
El Tambopata, paraíso natural y desafío permanente. Muchas veces me he preguntado cuáles fueron las especies animales que más impresión le debieron causar a la viajera eterna. En los artículos que dan forma a los dos tomos de sus trabajos reunidos en la edición de Peisa del año 1994 –el segundo libro se intitula Kuntursuyu, el territorio del cóndor– desfilan con idéntica emoción jaguares, cóndores, pavas aliblancas, osos de anteojos, guácharos, lobos de ríos, vicuñas, guacamayos, flamencos y cuanta criatura pudo registrar en los caminos.
Imposible saberlo, como toda gran viajera, como Raimondi o Tschudi, o acaso Wiener, Bárbara D’Achille se maravilló con todo aquello que supo ver…
Nada le fue esquivo.
Una antología de gigantes
¿Si tuviera que elegir a los cinco grandes animales del Parque Nacional Manu a quienes escogería?, se preguntó el científico Christof Schenck, estudioso de los lobos de río de las cochas de Madre de Dios. Difícil interrogante, sin duda, en el Manu es posible encontrar 160 especies de mamíferos y más de mil aves de todos los tamaños, 140 especies de anfibios, 50 de serpientes, tres de caimanes.
Si para los aventureros del siglo XIX la selecta lista de grandes presas estuvo conformada por elefantes, rinocerontes, búfalos, leones y leopardos, los cinco elegidos habitantes conspicuos de la interminable y peligrosa sabana africana, ¿cuáles podrían integrar la exclusiva relación de los #BigFive del Manu?. O del Tambopata, la cuenca que vengo recorriendo y admirando con ustedes desde hace varios meses. Haciendo la salvedad, obviamente, que los cazadores de ahora nos conformamos con capturar imágenes y sensaciones. Los tiempos de las cacerías y los trofeos absurdos, felizmente, están llegando a su fin en nuestros días.
Antes de mostrarles mi Big Five tambopatino les dejó la selección del estudioso alemán sobre el Manu: tapir, oso andino, nutria gigante, jaguar y águila aarpía. Magnífica relación, los cinco son animales extraordinarios y bellísimos. Por un pelo, o por una escama, se quedaron a un paso de ser elegidos, comenta el propio Schenck, el mono aullador, el caimán negro, el ronsoco, el oso hormiguero, la anaconda. Todos, en honor a la verdad, seleccionables.
Me olvidaba de mencionarlo: a diferencia del continente africano, poblado por animales de gran talla que se agrupan en manadas que asombran por su tamaño, la mayor parte de los mamíferos amazónicos son pequeños, nocturnos y solitarios debido a la escasez de nutrientes en el bioma y a la alta competencia por la supervivencia. Como ha comentado Phil Torres, investigador de paso por el célebre Tambopata Research Center, si África se ufana de sus cinco grandes, la Amazonía podría estar orgullosa de sus cinco mil criaturas más pequeñas.
Bueno, sin más preámbulos, aquí les dejo mi selección, puedo decir que soy un privilegiado terrícola que ha podido observar en vivo y en directo a sus cinco colosos. Allí van mis Big Brothers…
Jaguar
Para mí el fabuloso jaguar (Phantera onca) es sin más ni más el rey de la selva amazónica. Y también el monarca indiscutible del Pantanal, la Chiquitanía y el Gran Chaco. Yaguar, yaguareté, onça-pintada u otorongo, llamémoslo como queramos, el gato sudamericano de mis preferencias es un felino colosal y hermoso hasta decir basta. Juan Diego Shoobridge, director de campo del proyecto Wired Amazon, se topó con una madre y su cría durante su primer recorrido por los bosques de Refugio Amazonas, el suertudo casi cae fulminado de la emoción.
Water Wust, fotógrafo de naturaleza y visitante frecuente de los albergues de Rainforest Expeditions, comenta en el libro de Bárbara DÁchille que la reputación de “ladrón de niños y asesino de hombres y ganado” que tiene el felino es falsa: los jaguares rehuyen la presencia humana, nos evitan, han entendido mejor que nadie el peligro que supone estar cerca a nuestra especie. Rafael Hoogesteijn, estudioso de los jaguares del Pantanal brasileño, afirma que solo se conoce el caso de un humano muerto por un jaguar.
Panthera onca, me lo ha contado Juan Diego, es solitario por naturaleza y gusta de retozar en las orillas del río Tambopata. Los avistamientos de jaguares en actitud de descanso o a la espera de un ronsoco para la cena son tan frecuentes que existe hasta un 35 por ciento de posibilidades de toparse con uno de ellos durante su viaje al Tambopata. No lo digo yo, lo pueden leer en los catálogos de venta de la empresa que está celebrando sus primeros treinta años de operaciones ininterrumpidas.
Doy fe de aquello: pude observar a un hermoso juvenil retozando en un tronco mientras navegaba por el río de los Ese’ejas. Para los felinos y los otros mamíferos que utilizan playas y orillas ribereñas los botes que recorren el Tambopata no representan ningún peligro. No se inmutan con su presencia.
Ah, debo decirlo, la mordida del jaguar es dos veces más potente que la de un león.
Águila arpía
Monumental y hermosa en exceso, el águila arpía (Harpia harpyja) es un portento de la naturaleza. Un milagro de la vida en los bosques poblados de shihuahuacos, el gigante arbóreo que puede llegar a vivir más de 800 años donde esta singular rapaz, la mayor en tamaño de toda la Amazonía, construye sus impresionantes nidos.
Habitante del dosel del bosque tropical sudamericano, las arpías son unas superpredadoras especializadas en cazar monos aulladores, osos perezosos, armadillos, venados y toda clase de mamíferos y serpientes que se muestren a su alcance. Pese a su tamaño -las hembras llegan a medir más de un metro y son notablemente más grandes que los machos,- las águilas arpías han aprendido a desplazarse con asombrosa naturalidad por las frondas y el follaje de la selva tambopatina. Dicen que es, proporcionalmente hablando, el animal más fuerte del mundo: puede levantar y llevar en vuelo una presa tres veces más pesada que ellas mismas.
Los shihuahuacos, castañas, ceibas o lupunas, los árboles más grandes del bosque del Tambopata, esos que Varun Swamy, otro de los investigadores asociados al proyecto Wired Amazon, cataloga como la megaflora carismática de Madre de Dios, son los que han permitido la sobrevivencia de las arpías. Lamentablemente, la tala de estos gigantes y la cacería excesiva de los animales de los que se alimenta han puesto en peligro a la especie.
En los bosques de Refugio Amazonas se produjo el milagro: hace dos años una pareja de arpías –bautizadas como Kee-wai y Baawaja– eligió un gigantesco shihuahuaco cerca al albergues para construir su nido. Y de inmediato los directivos de Rainforest Expeditions lanzaron el HarpyCam, la primera cámara del mundo capaz de capturar imágenes del comportamiento de las águilas arpías en tiempo real. Claro, luego de que Juan Diego Shoobridge, Diego Balbuena y Mark Bowler, del proyecto Wired Amazon, lograran colocar los equipos después de escalar por una pared de madera de más de treinta metros de altura.
Ver a la familia Harpia harpyja del Refugio Amazonas alimentándose a sus anchas o soportando las lluvias de estación es un espectáculo sobrecogedor. La especie es un bioindicador de la salud de estos bosques y encontrar a algunos de sus miembros en las cercanías del albergue ecoturístico resulta un premio a los esfuerzos de conservación que se hace en la Reserva Nacional Tambopata. De vuelta a casa, después de visitar el albergue, me enteré por Juan Diego que el primogénito de los inquilinos alados, Elpis, es macho.
Tapir
Louis Guillot, otro naturalista de paso por los albergues de Rainforest Expeditions, preparaba su lente macro de 90 mm para retratar a un misterioso hongo que habita la hojarasca del bosque de Tambopata cuando un ruido inesperado lo sacó de sus afanes. Un inmenso tapir (Tapirus terrestris) se acercaba sin prisa hacia él. Louis no supo en un primer momento qué hacer, había escuchado alguna vez que lo más aconsejable en situaciones como esa era permanecer inmóvil, calladito, ni pestañar.
Eso fue lo que hizo mientras la sachavaca o danta, así las llaman en la selva peruana, terminaba de observarlo. “No lo podía creer, ha comentado, la bestia de más de 170 kilos me olisqueaba mientras yo no dejaba de admirarla”. Los tapires son los mamíferos más grandes de la Amazonía y aunque su gran tamaño podría delatar fácilmente su presencia, son tan elusivos como un añuje o una zarigüeya.
Los Tapirus terrestris del Tambopata son excelentes nadadores y buceadores siendo sus únicos depredadores los caimanes negros, que los aguardan en el agua, las anacondas y los jaguares. Son herbívoros, por lo general se alimentan de hojas, brotes, frutos y pequeñas ramas que van arrancado de los árboles. Para ello se valen de un singular hocico en forma de trompa que les permite también coger plantas acuáticas y beber agua. Su pinta delata su condición de fósil viviente: los cuatro tapires sudamericanos –el quinto es malayo- se mantienen tal como fueron sus ancestros hace 55 millones de años.
Uno de los guías de campo del TRC me contó que había avistado a tres robustos tapires en las cercanías del albergue y estación científica días antes de mi arribo. Sabiendo que la especie suele descansar durante el día cerca de las orillas de las cochas y ríos, salimos a su encuentro. No habíamos avanzando mucho cuando vimos a uno de ellos, un apuesto juvenil, descansando a sus anchas en las proximidades de una zona pantanosa. Difícil poder expresar lo que se siente ante la presencia de un sobreviviente de otras eras geológicas, una suerte de rinoceronte con trazos equinos y poco glamour. Fantástico, como dicen los que saben, viví un momento épico, una verdadera epifanía.
Nutria gigante
El cuarto de mis Big Five es la nutria gigante o lobo de río (Pteronura brasiliensis), un depredador voraz cuyo apetito y destreza para la caza puede compararse con las del jaguar, el puma, el caimán negro o la anaconda.
Habitante frecuente de las cochas y cauces fluviales de la cuenca del río Tambopata, sus poblaciones, en la década de 1970, fueron diezmadas prácticamente de los territorios sudamericanos que ocupaban por cazadores en búsqueda de su muy cotizada piel. Extintas en Argentina, Uruguay y Paraguay, las nutrias gigantes que lograron sobrevivir a la matanza se dejan ver todavía en los espejos de agua en un rango geográfico que va desde Venezuela hasta Bolivia.
En Tambopata, felizmente, las comunidades de Pteronura brasiliensis se recuperan gracias al ecoturismo y a los esfuerzos de conservación que han venido haciendo las instituciones del Estado responsables del cuidado de nuestra flora y fauna. Sin embargo, el aumento de la población ribereña que compite con ella por alimento y la presencia de mercurio y otros contaminantes en los hábitats que habita constituyen una amenaza directa para la especie. La población total de nutrias gigantes, según cálculos optimistas, apenas supera los cinco mil individuos.
Al llegar a la adultez, las nutrias alcanzan un tamaño colosal: dos metros de largo desde el hocico hasta la punta de la cola, lo que la convierte en la más grande de las doce especies de nutrias que existen en el planeta.
Nadadoras eximias suelen cazar de día agrupadas en comunidades familiares muy activas y territoriales. Habitan ríos de aguas prístinas, como se ha mencionado, y brazos muertos o cochas con abundancia de peces. Es en estos últimos ecosistemas donde los turistas de paso por el Tambopata podemos observarlas. Yo me he deleitado con ellas en lago Tres Chimbadas; los guías de Rainforest Expeditions advierten que un alto porcentaje de sus excursionistas por las cochas de los albergues visualizan con éxito nutrias gigantes.
La gula, el pecado capital de la especie, digámoslo de alguna manera, es lo que permite acercarnos a sus territorios, siempre en botes y a una distancia reglamentada, para gozar del espectáculo que brinda la cacería organizada que realizan en los lugares más inverosímiles que se pueda imaginar. Los investigadores que estudian a la especie, Christof Schenck, uno de ellos, suelen distinguir a los individuos de un grupo cualquiera por la mancha gular que posee cada uno en la garganta. Las nutrias son curiosas, vocingleras y muy juguetonas y al alcanzar la edad reproductiva, las parejas que se forman lo hacen para toda la vida. Bárbara D’Achille, siempre atenta a los detalles más valiosos y excelente narradora, comenta que “los cachorros aprenden a pescar por sus propios medios; sin embargo, aprovechándose de la preocupación de los adultos por su bienestar, siguen exigiendo ruidosamente su porción de comida hasta el año y medio de vida, es decir mucho después de que ya son perfectamente capaces de alimentarse por sí mismos”.
Por Bárbara me entero que a su dieta mayoritariamente compuesta por boquichicos, carachamas, corvinas de río y pirañas, le suelen agregar, cuando el caso lo amerita, raciones de serpientes, pequeños caimanes, caracoles y ranas. Los indígenas de Madre de Dios saben muy bien que donde hay nutrias, adiós a las anacondas. Ya podrán imaginarse por qué.
Mono aullador
Dejo para el final a este pariente no tan lejano, el mono aullador rojo (Alouatta seniculus) también llamado mono coto o cotomono: un primate de porte soberbio, voz estentórea y belleza exagerada. Y no hay mejor carta de presentación para el último de mis Big Five que el retrato de un individuo maduro posando en las cercanías de uno de los albergues de Rainforest hecho por Lucas M. Bustamante, biólogo ecuatoriano y muy reconocido fotógrafo de vida silvestre.
En los bosques de Tambopata es relativamente fácil advertir la presencia de monos. En el soberbio Posada Amazonas me tropecé, a poco de haber llegado al ecolodge, con una tropa numerosa de monos tití moviéndose con exagerada desfachatez por las copas de los primeros árboles que divisé. Dos días después, yendo a una de mis excursiones por Refugio me di de bruces con un cotomono, el bravucón de esta última reseña.
Increíble, puedo decir que tuve el privilegio de ver un mono coto, rojizo, hercúleo, antes de escuchar los gritos destemplados que caracterizan a la especie.
Los Alouatta seniculus, aunque generalmente avistados cuando están solos, son animales gregarios que forman grupos dirigidos por un macho dominante cuyo hueso hioide de gran tamaño le permite emitir aullidos de suma intensidad. Su grita es audible a varios kilómetros de distancia. Tamaño vozarrón le sirve para advertir a sus rivales de su presencia y la de su harem. Lamentablemente, sus bramidos suelen ser escuchados también por los cazadores que lo buscan por su carne.
La dieta de los coto monos se compone de hojas tiernas, flores y frutos. Ocasionalmente se alimentan también de nueces y huevos de aves. Al igual que la mayoría de los monos amazónicos posee una cola prensil que le permite desplazarse con mucha destreza por la copa de los árboles. En el Libro Rojo de la Fauna Silvestre Amenazada del Perú se advierte que la especie está siendo devastada por la minería, la tala del bosque, la agricultura y la caza, actividades que hacen “muy probable que el 30 % o más de la población se reduzca en un periodo de tres generaciones”. Sería fatal para la salud del bosque, los monos aulladores son dispersores naturales de las semillas que el bosque necesita para seguir vivo. Sin ellos, sin maquisapas, sin tapires, sin ronsocos, sin la presencia de los demás «transportistas» de semillas de la floresta amazónica el bioma no tiene futuro.
Sin estos Big Five y sin las “cinco mil criaturas más pequeñas” mencionadas por Phil Torres, que en realidad son decenas de miles de especies de todo linaje en interacciones infinitas, la vida en la Amazonía y el planeta resulta inconcebible.
El reto es uno solo, salvar de la destrucción el bosque que estamos en la obligación de cuidar.
Buen viaje…