Tomado de la revista Somos
La primera especie animal que el hombre domesticó en sus viejos tiempos como cazador-recolector fue el lobo salvaje, que luego se convirtió en perro, hace más de 20 mil años. Con este cuadrúpedo, que se alimentaba de sus sobras, el ser humano desarrolló una sociedad ideal de trabajo, compañía, protección y hasta de afecto, como no lo ha hecho con otra especie, con el perdón de los gatos. En el antiguo Perú existieron algunas razas de perros autóctonos, como el “viringo” o perro sin pelo, que en un tiempo fue despreciado y perseguido por su belleza alternativa, y hoy es un símbolo de peruanidad y hasta de estatus. Pero hay otros perros de nuestro pasado precolombino que no han tenido la misma promoción ni suerte que sus primos “calatos”.
Si hoy en día uno pasea por mercados, plazas, calles o cualquier lugar, es posible que nos topemos con un tipo de can particular, de cola doblada y peluda como un plumero, con el pelaje más o menos suelto y las orejitas caídas. Puede pasar como un chusco cualquiera, pero hay peruanos que sostienen que en verdad serían los descendientes de un perrito noble que en el antiguo Perú servía para pastorear llamas.
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La primera en documentar la existencia de este animal fue la arqueóloga Sonia Guillén, mientras hacía sus investigaciones sobre la cultura Chiribaya en Ilo, Moquegua. Durante sus excavaciones, Guillén y su equipo descubrieron antiguos cementerios chiribayas que albergaban entierros de perros. “Encontramos que estos eran tratados con gran respeto. Eran entierros donde ellos no eran la ofrenda, sino un miembro importante de la comunidad que recibe atención para su vida después de la muerte. Esto no lo hemos visto antes”.
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Al poco tiempo de este hallazgo, Guillén y su equipo notaron que muchos perros callejeros de la zona de Ilo y el valle del Tambo tenían un parecido notable con las momias de los perritos encontrados. Tenían las orejas dobladas, el vello suelto y largo en la zona de los codos, un pequeño manto en la zona trasera y las patas posteriores como las de un conejo, ideal para desplazarse en la arena. “Y de pronto, un día se nos apareció Abdul, un perro fantástico con todas las características de un perro chiribaya. Y lo que me llamó la atención es que cuando salíamos a caminar nos rodeaba, nos empujaba. Luego un amigo veterinario nos explicó que esas son las conductas típicas de los perros pastores”.
La hipótesis es que los antiguos chiribayas se habrían valido de estos perros para ayudarse en la crianza de camélidos, que por ese entonces se podían encontrar tranquilamente en la costa. Aunque su zona de acción haya sido el sur del Perú, la doctora Guillén ha encontrado rastros de perros chiribaya hasta en la región de Amazonas, en donde ella vive. Es el caso de Chiri, una perrita pastora chiribaya que, ni bien llegó a vivir con ella al museo de Leimebamba, impuso su autoridad sobre el resto de canes y se volvió la protectora de facto del lugar.
Desde hace años, Guillén y otros amantes de los perros están en la lucha para hacer más conocido a este animal. “Hemos estado tratando de hacer los estudios genéticos sobre las momias, hemos conversado con un genetista en la Universidad de Oxford y ya hay algunas muestras que se han procesado, pero finalmente tenemos una tarea grande en manos: hay que rescatar un perro que lo estamos denominando ‘chusco’, pero que carga una gran historia de nuestra vida y pasado”.
Somos los perros pastores
Es posible que los rastros genéticos de los perros pastores chiribayas se encuentren diluidos entre miles de procesos naturales de mestizaje en todo el Perú. Por lo mismo, la tarea de recuperar su fenotipo y darle un estándar es una tarea titánica. Ese trabajo lo está haciendo Jaime Rodríguez Valencia, cinófilo y juez canino internacional de la Asociación Canófila Peruana – Unión Canófila Peruana. Con la gentil ayuda de Emilima, que administra el Circuito Mágico del Parque de las Aguas, el señor Rodríguez nos hace una muestra de su fantástica colección de chiribayas. Así conocemos a Qallar y Sulay, dos hermosos ejemplares que rescató de la misma zona de influencia de la cultura Chiribaya. Llegaron famélicos y cargados de garrapatas y ahora están disfrutando los beneficios de vivir en la capital.
Qallar y su compañera han sido traídos con el fin de conseguir que con su descendencia se genere un estándar fenotípico que ayude al reconocimiento oficial del animal ante las federaciones internacionales. “Es una labor compleja porque estos animales vienen de muchos procesos de mestizaje. Tranquilamente, los hijos de ellos pueden salir con características de rottweiler, por decir un animal, si es que han tenido un antepasado de esa raza”, señala Rodríguez. Otro desafío que enfrenta es hacerse comprender por grupos animalistas que promueven la esterilización masiva de los canes, sin importar que se trate de una raza en recuperación.
Los pasos necesarios para el reconocimiento oficial del pastor chiribaya son claros para Jaime. Lo primero es definir el estándar de raza y contar con un grupo grande de perros que garanticen la sostenibilidad. Con el estándar casi completo, la asociación planea presentar su trabajo en noviembre de este año en el Congreso de Presidentes de la Federación Canina Americana (Fecam) en Sao Paulo. Durante una hora, se expondrá la investigación con la esperanza de que estos ejemplares obtengan por fin el lugar que la historia les reserva. //
Además…
Un perro con mucha historia
La cultura Chiribaya se desarrolló en las zonas de Ilo y Mollendo, entre los años 900 y 1450, lo que la sitúa en el Horizonte Tardío. Por el clima desértico, los animales que enterraron sufrieron un proceso de momificación natural. Habrían existido hasta tres tipos de perros pastores chiribayas: pequeños, medianos y grandes. Todos ellos estaban adaptados a las labores de pastoreo de alpacas y vicuñas, que en esa época se encontraban en la costa.
Las primeras noticias de hallazgos de perros enterrados datan de la década del 90. En el año 2006, se encontró un cementerio de perros en el valle de Ilo. Lo curioso es que estos no fueron sacrificados como en otras culturas, para acompañar a un gran señor. Fueron enterrados con honores y junto a abrigos y alimentos. Los perros chiribayas son más largos que altos, de temperamento juguetón y siempre están alertas. Son grandes amigos y buenos guardianes.