Mi opinión
Totalmente de acuerdo con Luis Lama, el prestigioso crítico de arte que cada semana nos ilustra y/o desasna desde su columna habitual de Caretas. De verdad, de verdad, eso lo vengo diciendo desde que lo inauguraron, el Circuito Mágico del Agua es una obra “excrementicia”, flatulenta, que modifica inmisariamente el contexto artístico del parque donde se aloja, un espacio siglo que había resistido a duras penas embates “culturales” de disímiles gestiones municipales y gobiernistas.
Claro, es cierto también, que a la gente le gusta y mucho, tanto que se ha convertido en uno de los espacios públicos de esta ciudad carente de lugares para la convivencia ciudadana. Pero ese es otro tema…
Los dejo con esta excelente crítica a la gestión cultural castañedista. Y al aporte que desde el ministerio de Cultura viene haciendo la señora Álvarez Calderón.
¿Cómo destruir una ciudad? Es suficiente un alcalde que se considere dueño de la ciudad para hacerlo. Muy pocos han criticado a “El Circuito Mágico del Agua” porque –admitámoslo–a la mayoría le suele gustar. Pero no por eso debemos aceptar las manifestaciones excrementicias de una gestión municipal caracterizada por su analfabetismo.
Desde los años 30 se viene utilizando la palabra kitsch para definir el exceso, el mal gusto, la apariencia y la ostentación, lo desquiciado en materia de cualquier manifestación en el seno de una sociedad. Adorno fue uno de los primeros en utilizar el término para definir la relación entre el hombre y los objetos que lo rodean. Greenberg también lo empleó para poder catalogar las manifestaciones de vanguardia y posteriormente Susan Sontag establecería las diferencias entre kitsch y camp, que no es más que la perversión del kitsch. Gillo Dorfles, quien fue mi maestro, lo explicó en profundidad en los setenta y luego Umberto Eco se encargaría de su aggionarmento.
Entre nosotros, libremente, podríamos traducir kitsch como huachafo, algo que pudiera definir los conceptos del alcalde sobre la ciudad. Este circuito mágico es una malversación inspirada en Las Vegas, la ciudad kitsch por excelencia. Además del despilfarro, resulta muy grave la intervención que han hecho al monumento a Fermín Tangüis, obra de dos grandes nombres de la arquitectura y escultura del siglo XX en el Perú. Piqueras Cotolí y Héctor Velarde.
Hoy el monumento luce como una discoteca prostibularia. Donde antes había una luz dorada que iluminaba el conjunto, hoy chirriantes alternancias de colores y el movimiento del agua que serpentea por los aires han hecho que el homenaje desaparezca. El trabajo de jardinería luce inspirado en “Alicia en el país de las maravillas”. Esa cafetera hecha de plantas –topiaria le dicen– que bota un permanente chorro de agua al interior de una tasa de arbustos verdes y rojos es un insulto que no puede permanecer impune.
En el Museo Metropolitano se repite la misma estrategia. La distorsión de la Historia, la afrenta al buen gusto, el recurso de la televisión chatarra. Ese es el local cuya parafernalia intentan rehacer con una inversión millonaria. Es indispensable impedirlo a través de todos los recursos que sean posibles. Basta.
EL MINISTERIO DE CULTURA ES EL RESPONSABLE
El Monumento a Tangüis fue realizado por Piqueras Cotolí y Héctor Velarde. El primero ha dejado magníficos ejemplos de arquitectura neoperuana como la fachada de la Escuela Nacional de Bellas Artes, el Pabellón Peruano en Sevilla de 1929, el trazo de la Plaza San Martin y el proyecto de El Olivar de San Isidro. Entre sus obras escultóricas se encuentra el desubicado homenaje a Ricardo Palma en Garcilaso de la Vega, la tumba de Francisco Pizarro en la Catedral de Lima y el Salón Inca en Palacio de Gobierno. Por su parte, Héctor Velarde fue uno de los protagonistas de la arquitectura peruana durante más de medio siglo. Fue además un prolífico escritor y recuerdo una de sus obras cuyo título hoy luce premonitorio “Lima en picada” de 1946.
¿Puede enfrentarse el Ministerio de Cultura a la Municipalidad de Lima? Es su obligación hacerlo. Pero el Mincul es inexistente. En momentos que se ha desmantelado el Museo de la Nación creado por García, que se devuelve a Javier Aldana la escultura que allí nos recibía, cabe preguntarse ¿Por qué permanece Diana Álvarez Calderón en un puesto que no tiene la capacidad de ejercer?
La primera respuesta es su relación con la presidenta de la República y los congresistas no la interpelan, pues la cultura no es parte de sus intereses. Pero se puede cuestionar por qué Cateriano no procedió a reemplazarla. La respuesta la dio la misma señora a El Comercio en el 2013: “Estuve en la campaña del Fredemo, trabajé cerca de Vargas Llosa. Mi interés fueron las zonas populares. Mucho después, encontré a Fernando Olivera, en el 2000, y me dijo que se presentaba para presidente. Me reí, pero terminé en la lista al Congreso…”.
26/04/2015