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Marlis y la escuela Tikapata

Mi opinión

Marlis me va contando el método educativo de la eco-escuela Tikapata con seguridad y mucho orgullo. Sabe que lo que se ha construido en esta esquinita del mundo no ha sido fácil. Me dice que las personas que fundaron la escuela ya no están al mando del invento, de esta nueva resurrección del sueño de Alexander S. Neill, el dómine inglés que hace casi un siglo se animó a decirle al mundo que la escuela tenía que construirse respetando la libertad de los niños y niñas, de todos.


Por Guillermo Reaño

Huayllabamba, día 26.  Marlis fue mi alumna hace muchos años, ahora podría ser mi maestra.

En un borde de la hacienda Huayoccari, en Huayllabamba, en uno de los paisajes más fantásticos del Valle Sagrado de los Incas, la mujercita que no hace mucho corría por el patio del colegio Los Reyes Rojos, mi antigua morada, alborotando a la tribu, dirige desde hace unos años una escuela libre, diferente, insólita y lo hace en convivencia con la naturaleza y la atenta mirada del apu Pitusiray, la montaña espléndida y llena de hielo que no he dejado de apreciar toda la mañana.

En estos primeros días de julio el sol del Cusco pareciera estar interesado en abrasar todo lo que toca.

Implacable guardián de sementeras y caminos, amo y señor de estos valles, el padre Sol hace su trabajo, Marlis Ferreyros, hace el suyo.

Yo solo atisbo.

En la eco-escuela de Tikapata un grupo de adolescentes, escolares todos, se protege de los rayos solares bajo la sombra de una construcción de madera techada con ichu. Conversan. Nada distrae su amena charla. Son las once y cincuenta de la mañana.

Cerca de ellos, formando otra legión de niños y niñas, observo a Kantu, la hija menor de Franco Negri y Marlis Ferreyros, revoloteando a su antojo. Es mi sobrina, mi sobrina-nieta. Sus amigos y ella, estoy seguro, planean algo grande. No en vano van de un lado a otro tratando de organizarse.

En Tikapata la actividad no se detiene, es incesante, frenética. Miro con atención lo que va ocurriendo mientras camino cerca de un salón que podría ser el espacio de reunión de los profes, o acompañantes como suelen auto-definirse. La puerta se abre y un par de niños corren con unas salchichas que han decidido tostar al sol. Buena idea, ya va llegando la hora del almuerzo.

Continúo con mis pesquisas…

Trato de hacerme la mayor cantidad de preguntas, finalmente, pese a los cambios de piel que he venido sufriendo en los últimos años, sigo siendo un maestro lleno de inquietudes.

Un niño sin zapatos y con los pelos largos y desordenados juega en una poza de arena y tierra. Nada lo inquieta, el tiempo no existe para él y sus fantasías. Tampoco el sol. Saludo a un profesor que busca, sin prisa, algo que se le ha perdido: pienso en un mapa físico de América del Sur o en la clásica lámina del cuerpo humano.

Marlis me va contando el método educativo de la eco-escuela Tikapata con seguridad y mucho orgullo. Sabe que lo que se ha construido en esta esquinita del mundo no ha sido fácil. Me dice que las personas que fundaron la escuela ya no están al mando del invento, de esta nueva resurrección del sueño de Alexander S. Neill, el dómine inglés que hace casi un siglo se animó a decirle al mundo que la escuela tenía que construirse respetando la libertad de los niños y niñas, de todos.

No ha sido fácil, me cuenta, hemos tenido que replantear lo que se tenía pensado hacer en un primer momento. Hemos sabido escuchar a los propios chicos y dejar atrás ideas preconcebidas.

La escucho. Aquí estudia toda su prole: Valentina, la mayor; Mateo que acaba de volver de una competencia deportiva en Ecuador; Alegría que es un encanto y Kantu, la menor de todas.

Podría ser el inspector del viejo sistema educativo tratando de encontrar las fisuras del nuevo modelo para gritar qué viva el antiguo Régimen.

Nada más falso que aquello, desde hace mucho tiempo milito en la causa del amor a raudales y la tolerancia como principios básicos en la educación de nuestros párvulos. No creo, nunca he creído en otros postulados, soy hijo de una escuela nacida en una callecita de Barranco que hace mucho dirigió un hombre bueno y lleno de dudas. Ese ideario lo tengo grabado en el corazón.

Para siempre.

Por eso cuando me piden referencias de escuelas respondonas, con filo, no dudo en hablar de la escuela Tikapata, en el Cusco, muy cerca al Barrio Lamay, en el ombligo del mundo, la escuelita de Marlis, ese mujerón que mientras me va hablando de escuelas libres, del Pesta de Ecuador y de aulas multigrado no se percata que mi cerebro y mi piel andan por otros lares, en otros tiempos, en otros soles, han vuelto a aterrizar en un patio poblado con estas mismas sonrisas y estas mismas ganas de explorar, de poblar el mundo de emociones, de nuevos ímpetus.

Entonces la tomo del brazo para decirle como antes: Ven pacá, Gordis, vamos a tomarnos una foto, no vaya a ser que se dé cuenta que tengo los ojos poblados de lágrimas y unas ganas inmensas de volver a tomar el atajo por donde vine para ponerme a llorar de alegría.

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La hija del presidente, día 30
Panchito Llacma recuerda muy bien el momento. Iba a cerrar la cocina de la Estación Biológica de Villa Carmen, su feudo desde hace mucho en estos bosques de Kosñipata tan llenos de vida, cuando una señorita, la más educada del grupo de estudiantes de los Estados Unidos que los visitaba desde hacía varios días, se acercó con el plato que había usado en la cena y le pidió, con una gentileza conmovedora, permiso para lavarlo.

Panchito, chumbivilcano de armas tomar, es un hombre duro y sabe muy bien su oficio. Desde hace más de quince años trabaja en las estaciones de Conservación Amazónica – Acca haciendo lo que más le gusta: cocinar para los investigadores que llegan de todas partes del mundo, pero esa muchachita, tan aplicada y solícita, tan educada, me lo comentó, lo conmovió.

Podría ser mi hija, llegó a pensar.

Al día siguiente el rumor había tomado por asalto las instalaciones de la ex hacienda Villa Carmen en las proximidades de la localidad de Pilcopata, en un fantástico borde le Parque Nacional Manu. En el grupo de gringos que estaban atendiendo se encontraba Malia Obama, 18 años, la hija del presidente de la nación más poderosa de la tierra.

“Era ella, la altota”, me termina de contar. “Fue ella la que entró a mi cocina a utilizar mi fregadero. Hasta ahora no lo puedo creer”.

Cosas que ocurren en el paraíso, le dije.

En el río Los Amigos, día 34
En el comedor principal de la Estación Biológica del río Los Amigos me he tropezado con Letty Salinas, bióloga sanmarquina a cargo del departamento de ornitología del Museo de Historia Natural de Lima, que me saluda con unas atenciones que no esperaba: cuánto honor, qué satisfacción se siente cuando personas que apreciamos valoran el trabajo que uno hace.

Lo anoto siempre en mis cuadernos de viajes: hay días en que es posible sentirse Kapucsinski, John Lee Anderson, Manu Leguineche.

Hoy me he sentido parte de esa tribu, lo digo sin ruborizarme.

El centro de investigación que gestiona Conservación Amazónica ACCA se encuentra en un borde de la propiedad de más de 145 mil hectáreas que administra desde el año 2000 en una de las zonas más biodiversas del planeta. Se trata de un gabinete científico del más alto nivel que junto a Cocha Cashu, la célebre estación en el Manu tan vinculada a John Terborg, tal vez sea uno de los más importantes de la región tropical.

Letty me presentó a Samia Carrillo-Percastegui, mexicana, experta en felinos y estudiosa de los jaguares que se mueven por esta floresta inacabable y a una simpática profesora de la California State University San Marcos, en Estados Unidos; las tres responsables en ese momento de un inusual taller que reúne a un grupo de estudiantes gringos con sus pares de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la decana del Perú y también de América Latina.

Maravilloso, ¿no?, chicos de una injustamente vapuleada universidad peruana haciendo ciencia y conservación de tú a tú con sus similares del mundo en un centro de investigación tan importante como el del río Los Amigos. Y haciéndolo bien, sin complejos ni cortapisas, con el entonado desenfado de sus veinte años o tal vez un poquito más.

Ese es el camino que deben seguir los colegios y universidades peruanos, pienso, para acortar distancias en lo que se refiere a ciencia y tecnología y por supuesto también para sacarle merecido provecho al territorio de este país cuyos formadores de opinión solo se conforman con repetir las malas noticias y los escándalos mediáticos.

Fue muy lindo encontrarte, estimada Letty, haciendo magisterio y contribuyendo con tu esfuerzo a construir un mejor futuro para los que vienen. Fue muy inspirador hablar con tus muchachos y muchachas, contarles lo que vengo haciendo y animarlos a que sigan preocupados en el devenir de la Amazonía que debemos salvar de la mediocridad y los extractivismos sin sentido.