Mi opinión
Martín Caparrós está de vuelta (cómo si alguna vez se hubiera ido), dos libros suyos –Nómades y Postales- se acaban de publicar en estos días para regocijo de quienes no nos cansamos de leer sus trabajos en New York Times, El País y Altäir. El argentino sigue en lo suyo, ácido y nada afecto a los lugares comunes y a lo políticamente correcto. Les dejo esta entrevista aparecida en la prensa canaria a propósito de sus dos nuevos libros.
Para hacer Nómadas viajó con una familia trashumante. Después de haber recorrido todo el mundo, ¿le sorprendió especialmente algo de esta experiencia?
Viven vidas muy distintas en muchos aspectos a todo lo que estamos acostumbrados a considerar normal. Lo cual, de algún modo, te hace poner en cuestión lo que piensas como normal. Desde que los chicos empiecen a trabajar desde muy chiquitos, que no vayan a la escuela, las niñas se casan pronto, a veces un hombre tiene varias mujeres, y no hay esta separación clara entre el trabajo y el ocio. Uno no va al trabajo. Se vive en unidades familiares. Estos grupos se desplazan en familias ampliadas de 20 o 30 personas, que van caminando juntos por el mundo. Tienen formas muy distintas de las nuestras y eso te hace pensar en nuestras formas. Por qué estamos tan acostumbrados a considerar que las maneras de vivir inventadas por nuestra cultura son las únicas o prescriptivas, las que deberían extenderse a todo el mundo. Eso me pareció lo más interesante. Estamos muy acostumbrados a vivir a nuestra manera, no salimos nunca de esas ideas. La enorme mayoría de las personas no se enfrenta nunca con gente que vive de una manera muy distinta. Eso es un caldo de cultivo para todo tipo de intolerancias, de patrioterismos, de racismo y de exclusión: la creencia de que solo nuestra forma es la que vale.
Usted y Samuel Aranda colaboran con The New York Times. ¿Cree que es la meca del periodismo?
Nos gusta mitificar y siempre el jardín del vecino es más verde que el nuestro. El New York Times tiene muchas cosas muy atractivas y también otras incómodas, como en cualquier medio o en cualquier trabajo. Ahora escribo regularmente cada 15 días para ellos unas columnas de opinión y de vez en cuando algún trabajo que necesita más cocina, Samuel tiene una relación más directamente periodística. Es un buen medio, pero me parece que hay cosas espléndidas que se publican en otros lugares y no hay que mitificar los medios. Sobre todo estos grandes medios, que son cada vez más cajones de sastre donde conviven desastres absolutos con cosas que tienen cajones.
Usted dijo en uno de sus artículos que el mejor periodismo parte de la premisa de intentar colocar al lector en la piel del otro. ¿Cree haberlo conseguido con algún trabajo? ¿Se ha sentido cerca de su objetivo?
Eso no lo puedo decir yo. Lo intento, efectivamente, porque creo que vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Los trabajos que creo que merecen la pena tratan de abrir la mirada, mostrar que hay otros y sugerir a los lectores que vuelvan a pensar su propio mundo en función de esa diversidad. Ojalá lo haya conseguido alguna vez. Muchas veces trabajé para intentarlo. Mi último libro de no ficción, que es El hambre, es un intento de mostrar cómo vive alguna de esa gente de los que consideramos más ajenos. Gente que pasa hambre, que nos parece lo más distante porque, por suerte, no nos sucede y lo desechamos por distante. Uno de los intentos principales de ese libro es mostrar cómo es una vida cuando no sabe si va a comer mañana y tratar de ponerse, aunque sea brevemente, en la piel de esa persona.
A colación de lo que cuenta, que cada vez somos más ajenos a lo distinto, ¿cree que el periodismo está alejándose de la sociedad?
Ese sería un gran elogio para la sociedad. Pensar que el periodismo es malo pero la sociedad es buena. El periodismo obviamente, como casi todo, es un buen reflejo de la sociedad en la que vivimos. Si tenemos este periodismo es porque tenemos esta sociedad. De hecho, creo que uno de los grandes problemas del periodismo contemporáneo es que se adapta cada vez más a las sociedades en las que vivimos y con mecanismos muy precisos. Cuando miras cuáles son los artículos más leídos de los periódicos, o sea, los que la sociedad que consume está demandando, es que quieres matar. Piensas, ¿para qué coño hacemos los esfuerzos que hacemos? Porque son artículos frívolos, tontos e inútiles. Entonces, en esos casos, me alegro mucho de que el periodismo se separe de nuestras sociedades y trate de hacer algo mejor que lo que estas sociedades le piden. Desde hace años vengo diciendo que, cada vez más, hay que hacer periodismo contra el público. Ahora que el periodismo escrito entró en la lógica del rating y es capaz de chequear segundo a segundo qué se lee y qué no se lee, cada vez se cae más en la tentación de ofrecer al público lo que el público le pide que son estas cosas frívolas e idiotas. La actitud que me interesa es la de trabajar contra esa demanda.
Usted es un extranjero en Cataluña y observa su país con el Atlántico de por medio. ¿Le ayuda la distancia a analizar mejor las cosas? ¿O prefiere zambullirse en la realidad para mostrarla?
En realidad creo más en la distancia mental que en la geográfica. Uno siempre tiene que buscar una distancia mental respecto a lo que quiere contar y lo que quiere entender, pero esa distancia no necesariamente tiene que ser geográfica. Escribí muchos años en la Argentina sobre la Argentina y lo que quería era separarme de los árboles para poder entender dónde estaba el bosque y ver cómo estaba hecho. En eso consiste el trabajo de alguien que quiere entender un determinado fenómeno. Mezclarse con él, meterse allí dentro y después dar el paso atrás y ver qué se ve desde esa distancia, pero también es necesario empaparse, si no, no tienes ni idea de qué estás hablando.
¿Y se puede entender lo que está pasando en Cataluña?
¡Buf! ¡Qué sé yo! Escribí varios artículos en el Times sobre eso y el primero -publicado antes del referéndum y que se titulaba El viejo truco de la patria– trataba de contar cómo dos sectores de centroderecha, que estaban gobernando uno en Cataluña y otro en España, en una situación en la que habían hecho recortes sociales importantes y medidas antipopulares, descubrieron que, si sacaban a flamear las banderas de sus respectivas patrias, mucha gente iba a olvidar esas medidas antipopulares porque se iban a unir detrás de las banderas. Es lo que pasó. El gobierno de Convergència hizo unos recortes brutales en sanidad, en educación, en muchas cosas y, cuando se les venía todo abajo, apareció el nacionalismo independentista para salvarlos. El gobierno del Partido Popular hizo tres cuartos de lo mismo. Entonces, en principio, me parece que fue esa doble conveniencia de esos partidos de centroderecha que se vieron amenazados y sacaron a relucir las banderas. Solo que creo que supusieron que iban a mantener un descontrol controlado, que iban a llegar hasta cierto punto pero que no se iban a pegar con las banderas en la cabeza. Y fue en agosto o septiembre cuando descubrieron, con cierta sorpresa y mucha preocupación, que se les había ido de las manos. Empezaron a intervenir otros sectores que se subieron a estos carros en movimiento y todo se descontroló. Ahora están tratando de ver cómo vuelven las cosas a su cauce, que es lo que en Argentina llamamos: ¡agarrame que lo mato! Esto es que, en medio de una riña, hay un tipo que no va a pegar a nadie, pero espera que lo agarren. Ese es el cauce normal de la situación. Se van a enojar conmigo por decir esto, pero están tratando de volver al agarrame que lo mato.
Hace unas semanas, en Buenos Aires, a plena luz del día, agredieron a una amiga embarazada de seis meses para atracarla. ¿Entre la inflación y la inseguridad es una heroicidad vivir en Argentina?
No heroicidad yo no lo diría, si acaso una pena. Lo que pasa ahora en Argentina es producto de 40 años de fracasos sucesivos y sostenidos. Es cierto que hay un alto nivel de violencia en las calles argentinas pero todavía, por suerte, es mucho menor que en muchos otros países del continente. En Colombia hay 30 o 40 muertes violentas cada 100.000 personas por año; en Argentina hay 4 o 5. En Salvador hay 80 y en Brasil, 20. Es un país violento comparado consigo mismo, pero poco en comparación a otros. Pero eso no sirve de nada. Mal de muchos consuelo de tontos. Lo cierto es que la Argentina está así producto de muchos años de fracasos que han creado algo que allí no existía: un 25 o 30% de la población que está estructuralmente excluida, que vive en condiciones precarias, con poco acceso a la educación y a la salud, y sin ninguna expectativa de tener un trabajo regular y registrado. Muchos sobreviven con trabajitos ocasionales, otros con planes sociales y otros saliendo a robar. Son pocos estadísticamente, pero sí alcanzan para complicar la situación en las grandes ciudades. Es un fenómeno que no existía. Era una sociedad bastante integrada hace 50 años, la menos desigual del continente y el gran cambio de este medio siglo ha sido ese: la creación de un sector radicalmente marginalizado.
¿Qué le diría a un lector para animarlo a lanzarse a ese universo que ha creado en las 1.024 páginas de su libro La Historia?
No puedo ayudarlo. Me parece bien que meta miedo. Yo respeto los libros que meten miedo y este debería meter más miedo todavía. Creo que es el libro más raro que he leído en mucho tiempo. Si alguien quiere leer un libro que le dé miedo, ahí tiene La Historia. Si quiere leer otros que sean como una mantita en los pies, hay muchísimos. Este no. Este te destapa.
Pero creo que llegó a inventarse hasta un léxico.
Sí, como un idiomita. Bueno, fueron diez años de trabajo.
Pues para haber invertido tanto trabajo en ese libro, lo vente usted fatal.
No quiero venderlo (risas).
Pero si usted ha depositado en esta novela tanto tiempo y esfuerzo…
Y expectativas… Me parece lo mejor y lo único que he hecho en mi vida. Pero bueno, el que lo quiera leer que lo lea. ¿Le voy a prometer algo que cuando lleve cinco páginas leídas se va a dar cuenta de que no está ahí?
Supongo que en un libro tan extenso habrá de todo.
Casi de todo. Lo que no hay es literatura de aeropuerto.
Y se inspiró en algún país, ¿en Argentina?
No tiene nada de Argentina. Justamente el único chiste es que se supone que cuenta la vida, la historia, la cultura de una civilización, que no se sabe dónde sucede, pero el libro está editado por un historiador argentino que intenta convencernos de que todo sucedió en Argentina. Lo intenta con argumentos imposibles. Es una burla de esa forma de patrioterismo que trata de apropiarse de grandes hechos culturales.
Envergadura. En Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) todo es desmesurado, desde su bigote hasta sus méritos literarios y periodísticos. Incluso su acento argentino, que se mantiene perenne a pesar de haber llevado una vida bastante nómada. Se licenció en Historia en París, vivió en Madrid, Buenos Aires y Nueva York y, actualmente, reside en Barcelona. Colabora con The New York Times en español y con El País.
Galardones. Su vertiente periodística ha sido reconocida con el Premio Internacional María Moors Cabot 2017, el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes 2017 o el Premio Rey de España 1992. Su trayectoria literaria también ha estado jalonada de distinciones como el Premio Herralde de novela 2011 por Los Living o Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald 2016 por El hambre.
Amplio espectro. Caparrós ha publicado once novelas, entre las que se cuentanLa Historia (editada en España en 2017), Valfierno (2014), Comí (2013) y Echeverría (2016). Además, ha cultivado la crónica y los libros de viajes y el ensayo.
Proyectos. Su producción literaria crecerá en marzo. Ese mes publicará en Argentina Todo por la patria. «Es un juego. Una novela policial que transcurre en los años 30 en Buenos Aires. Su protagonista es un autor de letras de tango», explica el escritor que tendrá que volver rápidamente a España para presentar otro libro titulado Postales. El volumen reúne 40 fotografías tomadas por Caparrós a lo largo de los últimos cinco años en sus viajes por países como México, Zambia, Brasil, Cuba, la India, China o Níger. Cada foto va acompañada de un texto.
En ‘Nómadas’. Su voz se puede escuchar hasta el 4 de mayo en Casa África relatando su periplo con el fotógrafo Samuel Aranda por el Sahel junto a unos pastores trashumantes.
30/3/2018
https://soloparaviajeros.pe/entrevista/martin-caparros-me-interesa-el-periodismo-que-duda-que-no-afirma-a-ultranza/