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Misofobia, fobia a la basura

Acostumbrados a vendernos miasma al por mayor, los medios -y ahora las redes- encontraron la perfecta ocasión para señalarnos lo negativo, lo deplorable, el pan (con bromato) nuestro de cada día en estos días de tantos discursos formativos y reflexiones morales: la basura que dejaron en Las Palmas los miles de miles de feligreses que fueron al encuentro con Francisco.

«Aj, qué cochinos que son», fue el balance final de un acontecimiento rico en situaciones y mensajes «políticos» provechosos para seguir -o empezar- a vender ciudadanía. Eso que tanto nos falta para derrotar la sinrazón y la inopia en la que andamos.

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Y las fotos y  los memes se multiplicaron ad infinitum.

Es esa gigantesca distracción bendecida por nuestros diminutos líderes de opinión la que facilita la venta pública de gato por liebre a la que estamos sometidos: entonces los vendedores de rifas marcadas aprovecharon la circunstancia y a las pocas horas del retorno del pontífice a Roma, zuas, se dieron maña para aprobar las leyes que van a permitir la destrucción de la misma Amazonía con la que con tanto fervor hablaron los indígenas y el propio papa en Puerto Maldonado.

Otra vez lo chiquito y retorcido ganándole protagonismo a lo importante y necesario.

Qué falta de modales, aúllan los que seguramente fueron al mitin católico con su bolsita de plástico ad hoc. «Escúchame, qué sucios que son», m imagino que deben seguir diciendo.

¿Sabrán esos críticos de ocasión a dónde fue a parar la basura que prolijamente guardaron en sus canastitas de mimbre en estos días de reflexión y masas en las calles?

Vamos, no no nos hagamos los suecos, la basura que recogieron los encargados para hacerlo -seguramente después de las imprecaciones hechas por los periodistas y opinólogos de ocasión- ya debe estar flotando en el mar de Grau (así lo llaman) o pudriéndose en alguna pampa o quebradita cerca de Lima.

Exagero, ciertamente, pero por allí va la cosa.

«Ninguna desinformación es inocua: fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas».
Jorge Mario Bergoglio