Mi opinión
El binomio producción-conservación del que tanto se ha hablado en la Amazonía peruana empieza a hacerse realidad en Madre de Dios. En la frontera que compartimos con Brasil y Bolivia un grupo entusiasta de ciudadanos comprendió que el bosque, si se trata y gestiona con cuidado, se transforma en el capital que se necesita para generar desarrollo y buen vivir para todos. La operación forestal que se viene llevando a cabo en las concesiones de Maderacre, en la provincia de Tahuamanu, lo confirma. Fuimos hasta Iñapari para conocer un modelo de manejo forestal moderno e innovador que se ha convertido en uno de los más reconocidos en esta región tropical del planeta.
Por Guillermo Reaño, reportaje especial para la revista Viajeros. Fotos de Gabriel Herrera
«El primer Cardozo llegó en 1915 desde el otro lado de la frontera. Mi padre me contaba que el abuelo, que había nacido en Portugal, dejó sus estudios de medicina para venir a Sudamérica, al Brasil. Estando allí, la promesa de la construcción de un ferrocarril que llegaría a la costa lo sedujo a venir a estas tierras; estando aquí se produjo la gran decadencia del caucho. Tuvo que cambiar para vivir de una chacrita y un trapiche, mientras llegaba el tren. En esos años no había nada por aquí, él y su familia sobrevivieron con lo que el bosque les daba”. La historia de la familia de Abraham Cardozo Mouzully, exalcalde de Iñapari y vecino ilustre de un distrito peruano en la frontera con el estado de Acre (Brasil) y con Bolivia, es la historia de la perseverancia y la fe en el futuro.
Nos hemos detenido a conversar en el restaurante que maneja con dos de sus hermanas en la avenida principal de su ciudad que no es otra que una prolongación de la carretera Interoceánica, la vía de 2,600 kilómetros que une la costa del Perú con el resto de la Amazonía. En la apacible Iñapari, ciudad de calles anchas y árboles bien cuidados, se respira orden y mucha calma. De ser una localidad alejada por completo de los mercados comerciales, totalmente incomunicada con el resto del país, la capital de la provincia de Tahuamanu, en Madre de Dios, se ha convertido, gracias al aprovechamiento forestal y al empuje de sus pobladores, en un modelo de desarrollo local que empieza a ser visto con admiración.
Vayamos por partes. En el 2002 un maduro Abraham Cardozo, docente de una escuela estatal, sus hermanos y un grupo entusiasta de vecinos de Tahuamanu, iniciaron, sin más capital que la audacia, una aventura insólita: postular a un concurso público del Estado peruano para obtener una concesión de 100 mil hectáreas del bosque de su provincia para dedicarlas al manejo forestal sostenible. Un par de años antes el gobierno peruano había aprobado un marco legal que exigía un plan de manejo forestal para la adecuada utilización de los recursos del bosque, hasta entonces un asunto de intrépidos y de muy poca preocupación por la naturaleza.
Se trataba de un intento de poner a tono con los tiempos una industria que debía redituar beneficios para todos. Para la población y para la salud del bosque. Los ciudadanos que se lanzaron desde ese rincón tan alejado del país oficial entendían muy bien que solo había que extraer del bosque lo que el bosque era capaz de producir. Y hacerlo a partir de un manejo forestal moderno, basado en la ciencia y en la tecnología, sin perturbar los procesos naturales y garantizando la trazabilidad de la madera producida. Al sueño empresarial le pusieron un nombre que armonizaba con el río que baña las selvas del otro lado de la frontera y que al asociarse con el producto que pretendían extraer de las entrañas del bosque, les daba sentido a sus desvelos: Maderacre.
Cardozo sintetiza lo que sus compañeros y él pensaban por entonces en pocas palabras: “Teníamos el convencimiento de que asociándonos a la naturaleza podíamos crear oportunidades para la gente”. No se equivocaron, Iñapari, una localidad de poco más de mil quinientos habitantes, veinte años después de iniciado el ciclo virtuoso de la explotación maderera en las tierras concesionadas, es una ciudad que vive del manejo sostenible de sus bosques y de los negocios conexos que crecen al ritmo del turismo y el intercambio comercial transfronterizo. “Mi abuelo no se cansó de esperar hasta el final de sus días, la llegada a Iñapari del tren prometido. Le faltó tiempo para ver que el ferrocarril era solo una metáfora. La vía que nos está comunicando con el mundo es nuestro propio bosque”, comenta con seguridad.
Los restaurantes y los servicios prosperan y a pesar de la crisis de la pandemia que nos ha golpeado tanto, el empleo formal y seguro se extiende entre sus habitantes. “Me remito a las cifras, agrega Cardozo, hace unos años aparecíamos en el mapa de la pobreza nacional junto a otros pueblos de la región, en la actualidad estamos al nivel de los distritos limeños de San Isidro y Miraflores”.
Maderacre, una apuesta por el futuro
En la actualidad, la empresa de capitales peruanos realiza sus operaciones sobre una superficie de 270 mil hectáreas de Tahuamanu bajo muy rigurosos estándares de Manejo Forestal Sostenible que garantizan, entre otras cosas, la extracción de la madera utilizando técnicas de aprovechamiento de impacto reducido y un proceso de custodia forestal otorgado por el Forest Stewardship Council (FSC) que le permite producir, transformar y comercializar madera certificada en los principales mercados internacionales. “Maderacre es una empresa que garantiza la extracción de menos de un árbol por hectárea cada veinte años”, termina de contarnos Abraham Cardozo.
El tamaño de los bosques que le fueron concesionados es enorme y si le sumamos a ellos las áreas bajo gestión de las otras empresas forestales de Tahuamanu, la superficie bajo manejo en toda la provincia supera con facilidad las seiscientas mil hectáreas. Estamos hablando de una superficie dos veces mayor que la que tiene la Reserva Nacional Tambopata, emporio de la biodiversidad regional y orgullo de los maternitanos.
Nos estamos refiriendo a bosques bien cuidados, con abundancia de maderas valiosas, con un gran stock de árboles en buen estado como los que se pueden encontrar en las demás áreas naturales protegidas, saludables, que con su sola presencia testimonian el descuido con que se ha venido tratando históricamente nuestro patrimonio forestal en infinitos espacios de la vasta Amazonía peruana. Estamos hablando también, de bosques repletos de una flora y una fauna deslumbrantes.
Nuevas versiones del paraíso
Paradójicamente, el paisaje que se advierte desde que se abandona la ciudad de Puerto Maldonado, luego de cruzar el fabuloso puente Billinghurst en dirección a Iñapari es apocalíptico: una foto en tonos sepia del avance incontenible de la deforestación, los incendios forestales que se han vuelto pan de cada día y la sinrazón que impone condiciones en una región de biodiversidad extrema. Sobre las llanuras que dejó el aluvión humano se pueden apreciar, agonizantes, las últimas castañas de lo que alguna vez fueron unos bosques abundantes en una especie que hasta hace poco sostuvo la economía de Madre de Dios.
El panorama de devastación cambia sustancialmente al ingresar a la provincia de Tahuamanu. Iñapari se encuentra a 210 kilómetros de Puerto Maldonado, camino a Brasil, después de dos horas y media de recorrido por la carretera Interoceánica. El paisaje, de pronto, retoma los tonos en verde que habíamos perdido y el bosque circundante vuelve a sonreír. El sol abruma al despuntar la mañana y en las afueras de la ciudad que empezamos a conocer observamos un tropel de trabajadores marchando hacia la planta de acopio y producción de madera de la empresa.
Abraham Cardozo conoció al ingeniero Nelson Kroll, forestal por la Universidad Nacional Agraria y oxapampino de pura cepa, mientras le daba forma a la ilusión colectiva del 2002. No dudó en convocarlo para que se sume a las filas de la recién estrenada operación. Desde entonces Kroll es el timonel, el hombre fuerte, de una industria forestal que ha sido capaz de crear más de trecientos puestos de trabajo directos en la localidad, productos en madera con alto valor agregado y que en el quinto año de su operación ya se podía dar el lujo de repartir dividendos entre sus trabajadores.
“Lo nuestro es conservación productiva, queremos que el bosque sea competitivo”, nos comentó en un aparte de sus ocupaciones en la moderna planta de transformación de Maderacre en Iñapari, “somos una empresa forestal cuyos negocios en la naturaleza tienen un objetivo claro: conservar los bosques para darle oportunidades a los hombres y mujeres de la Amazonía”.
Perú es el noveno país con mayor extensión forestal del planeta y el segundo, después de Brasil, con la mayor cantidad de bosques amazónicos. Asimismo, ocupa el quinto lugar entre los estados con más bosques primarios con relación a la superficie de su territorio. El cuatro por ciento del mapa nacional es boscoso, estimándose en más de 60 millones de hectáreas la cobertura arbórea de la Amazonía peruana, 28 millones de las cuales corresponden a tierras aptas para la producción forestal.
A pesar de estas cifras, el sector de la madera aporta menos del 1 % al PBI nacional. Más grave aún, la tasa de deforestación en la Amazonía ha alcanzado la pavorosa cifra de 200,000 hectáreas por año, siendo que la pérdida de sus bosques supera a la fecha largamente los 8 millones de hectáreas. O más.
¿La causa de esta tragedia ambiental? El cambio de uso de la tierra para el desarrollo de diversas actividades económicas, legales e ilegales, que crecen con el paso del tiempo en la medida que aumenta la población, se acentúa la pobreza rural y, sobre todo, no se justiprecia el valor de los bosques en pie. Darle una nueva valoración relativa, lo constatamos durante nuestro periplo por las operaciones de Maderacre en la provincia de Tahuamanu, para contrarrestar la pérdida y la degradación que vienen soportando, resulta indispensable para la conservación del bioma amazónico y preservar la salud de la Tierra.
Para conocer más detalles de la operación de Maderacre subimos a un vehículo todo terreno que nos permitió recorrer el camino forestal de 120 kilómetros que se interna por los bosques de su Unidad de Manejo Forestal. El contraste en el estado de conservación de los predios privados fuera de la concesión y los bosques que observamos es impresionante. En los primeros, solo vimos campos calcinados y devastación, en los concesionados, se observan inmensas coberturas boscosas en muy buen estado y vida silvestre por todos lados. A poco de haber iniciado nuestro recorrido nos topamos con una familia de monos aulladores cruzando sin mayor cuidado uno de los puentes colgantes que la empresa habilitó para permitir la conexión biológica de las criaturas que habitan en las áreas de intervención. Impresionante.
En las concesiones forestales de Maderacre se ha registrado la presencia de por lo menos 34 especies de mamíferos, 98 de aves, 12 de reptiles y 6 de anfibios. Un arca de Noe poblada por maquisapas, pumas, otorongos, perros de monte, sachavacas, venados, huanganas, tucanes, guacamayos, paujiles, lagartos, ranas, etcétera. Y todas sus comunidades en continua relación con los seres humanos. “La densidad poblacional de jaguares en las concesiones forestales de Tahuamanu es la segunda en el mundo después de la del Pantanal”, nos comentó en Lima el biólogo José Luis Mena, responsable de las investigaciones que realiza el Zoológico de San Diego, Estados Unidos, en Maderacre, de las poblaciones de felinos y sus presas.
Durante todo el día, lluvia intensa de por medio, recorrimos los caminos forestales de Maderacre hasta llegar al mítico río Tahuamanu, el cauce fluvial que desciende desde sus nacientes en el río Purús, Ucayali, territorio habitado por indígenas en contacto inicial (Piaci) y otras poblaciones del bosque. En esos bordes de la concesión forestal la empresa colabora con el Estado, nos lo dijo hace algunos meses Arsenio Calle, jefe del Parque Nacional Alto Purús, en la protección de los espacios de vida de estos peruanos amenazados por el avance de las actividades ilegales.
El bosque de los sueños
“Para nosotros tan importante como los bosques son las personas, la gente, sin ellos los bosques no estarían tan bien conservados”, nos comentó con aplomo Kroll en uno de los restaurantes de comida regional en Iñapari. Por ello Maderacre ha impulsado la creación de un Comité Consultivo de Desarrollo Comunitario, una mesa de trabajo que reúne a los representantes de las todas las entidades públicas y privadas del distrito que decide donde orientar los aportes económicos de la empresa. Este comité priorizó, desde luego, las inversiones en educación y salud con capacidad de acortar las brechas sociales en el distrito.
En la escuela secundaria de Iñapari lo comprobamos. El viejo local de la institución educativa había quedado inutilizado debido a la intensidad de las lluvias, lo que motivó que algunas familias decidan enviar a sus hijos a los colegios de Brasil. La frontera entre ambos países es un lazo que suele estrechar a los más necesitados. Con fondos de la empresa y el apoyo de los padres de familia, muchos de ellos trabajadores de Maderacre, se construyeron en tiempo récord las ocho aulas, ventiladores y energía eléctrica incluidas, para albergar nuevamente a sus 200 alumnos. El proyecto de recuperación incluye la dotación de nuevos servicios higiénicos, laboratorios y una sala de cómputo.
Más todavía. En el local de la escuela pública funcionan en las noches los dos Centros de Educación Básica Alternativa (CEBA) que el comité de desarrollo comunitario recomendó implementar, también con el aporte económico de Maderacre, para capacitar a los jóvenes de la provincia que no pudieron acceder a una educación adecuada y desean retomar sus estudios o integrarse a la vida laboral. Lo mismo fue lo que vimos durante nuestra visita a las escuelitas de Villa Primavera y Noaya: niños y niñas de Iñapari gozando de una educación de calidad gracias al esfuerzo de la empresa forestal, sus padres y los demás socios locales.
De dónde sale el dinero para estas inversiones en educación, salud y desarrollo, le preguntamos a Nelson Kroll a nuestro retorno de los bosques bajo manejo sostenible de Tahuamanu. “Del bosque, nos dijo, la plata sale del bosque, así de sencillo”. El modelo de diversificación productiva que la empresa viene impulsando, que incluye por cierto los negocios verdes, como el de los créditos por bonos de carbono -o los de conservación que el mercado está empezando a implementar- permiten obtener los montos que se invierten en la gente y en la protección de su patrimonio natural.
Y ha hecho que la historia de la provincia se divida en dos períodos: antes de las concesiones forestales que el marco legal generó y después. En el primer momento, el abandono estatal y las carencias de todo tipo fueron las constantes; en el segundo, la mejoría en el nivel de vida y el orgullo local en la provincia empezaron a crecer año tras año.
La ecuación conservación y producción es posible. Abraham Cardozo lo sintetiza de esta manera: “Antes dependíamos para todo de Brasil, ahora somos autosuficientes y ellos son los que cruzan la frontera para adquirir los bienes y servicios que necesitan”. Tres generaciones de su linaje y una misma visión fueron necesarias para volver a vivir de los bosques en sabia armonía, la ilusión del patriarca que llegó desde el otro lado del Atlántico para construir un futuro mejor para sus descendientes.
En el distrito de Iñapari los vientos empiezan a soplar en la dirección correcta. Finalmente, de lo que se trata es de encontrar las recetas que nos permitan conservar nuestros recursos para darle igualdad de oportunidades a la gente y con ellos continuar (re) construyendo los corredores biológicos que se necesitan para salvar la Amazonía, el pulmón más grande de la Tierra. Las concesiones forestales de la provincia de Tahuamanu, en Madre de Dios se han convertido en parte de un territorio de más diez millones de hectáreas de bosques en buen estado sobre la superficie de tres países de la cuenca amazónica. Ese es el camino.
___________________________________________________________________________
Maderacre en seis actos
I. Concesiones forestales
Las concesiones forestales a particulares sobre bienes de dominio público se establecieron en el marco de la Ley Forestal y de Fauna Silvestre 27308 del 2000 que precisaba la posesión de estas por un periodo de hasta 40 años renovables. De acuerdo con dicha ley, los concesionarios deben presentar un Plan General de Manejo Forestal, preservar la integridad de las áreas concedidas, controlar y vigilar el uso adecuado de los recursos naturales, garantizar la trazabilidad de la madera extraída, así como el respeto a las vedas y demás medidas de protección determinadas por la autoridad competente.
Entre los derechos adquiridos, la ley autoriza el uso comercial de la madera de acuerdo con el Plan Operativo Anual aprobado, así como el aprovechamiento de los recursos de flora silvestre, servicios turísticos, servicios ambientales y todos los beneficios tributarios que la legislación prevé. Se estima que fueron concesionadas 9 millones de hectáreas para uso forestal. En la actualidad, solo el 20% son aprovechadas, el 30% está en proceso de caducidad y el 50% ya caducó o está sometida a procesos judiciales. O, simplemente, cayó en manos de agricultores, madereros ilegales y cazadores que desvirtúan totalmente los fines de su adjudicación.
II. Diversificación productiva
Maderacre, con la finalidad de diversificar sus líneas de producción, promueve un manejo forestal integral y adaptativo de sus concesiones forestales, para ello ha elaborado dos proyectos REDD que le permiten aprovechar los servicios ambientales que el bosque ofrece y que la legislación vigente ha previsto. De esta forma se reduce la presión que causa la expansión de la frontera agrícola y ganadera y se garantiza la sostenibilidad del manejo forestal en sus concesiones. Sus directivos lo repiten como un mantra: “los servicios ambientales que el bosque nos proporciona benefician a la población y hacen que el bosque permanezca en pie, se conserve y siga dando beneficios”.
III. Pensando en grande
“Al crear Maderacre nos propusimos tres objetivos estratégicos», nos lo dijo Nelson Kroll. «El primero se refiere obviamente a la silvicultura de madera para la producción de un recurso con altos estándares internacionales. El segundo objetivo estratégico está vinculado al desarrollo de negocios basados en los servicios ecosistémicos. El tercer objetivo estratégico es desarrollar proyectos de turismo de naturaleza, eso es algo que todavía no termina de arrancar con fuerza pero que es parte de nuestros objetivos”.
IV. Una maestra con fe
Carla Malave, cusqueña, llegó al Tahuamanu con un solo propósito: servir a la infancia más necesitada de su país. En la escuelita que levantó sobre un potrero abandonado de Noaya, una comunidad a pocos kilómetros de la ciudad de Iñapari, la profesora –que está convencida de la importancia de cuidar la naturaleza– fue sembrando con sus pequeñines un bosquecillo que es el orgullo de todos. De los chicos y de sus padres. Consciente del esfuerzo que hacían sus niños al subir los baldes de agua desde el fondo de la quebrada más próxima, les pidió apoyo a las autoridades que de inmediato la pusieron en contacto con Maderacre. Hoy el bosque escuela de Noaya tiene un sistema y tanque de agua que le permite seguir soñando con sus alumnos en un mundo mejor.
V. Importancia de las certificaciones
“La certificación es solo un mecanismo para acreditar que lo que hacemos está bien hecho y nos sirve para que nuestros productos lleguen a nichos de mercado que valoran el trabajo que hay detrás, entre ellos el europeo. Los mercados exigen que se garantice la trazabilidad de la madera que comercializan sin que su extracción haya impactado en las poblaciones locales y en los altos valores de conservación que se encuentran en los bosques” (Nelson Kroll).
VI. Nuevos proyectos
“Estamos armando un proyecto para gestionar 40 mil hectáreas más en áreas que fueron deforestadas sobre concesiones forestales entre Iberia e Iñapari. En ellas vamos a implementar proyectos de conservación, restauración ecológica y de servicios ecosistémicos. Nos hemos propuesto como una de nuestras metas reactivar la cadena productiva de la shiringa, un producto muy importante en la región que no suele tener acceso adecuado a los mercados” (Nelson Kroll).