Mi opinión
El Niño Costero fue un verdadero vendaval, destruyó todo lo que encontró a su paso, ensañándose más de la cuenta, como ocurre siempre en eventos como estos, con los más pobres.
Ocho meses después de producida la catástrofe climática, lo ha comentado en sus redes el periodista Ralph Zapata, amigo nuestro, los estragos del desastre que afectó a 427 mil peruanos todavía se sienten en Piura, una de los departamentos más golpeados por la tragedia.
De allí la necesidad de apurar, por un lado, los procesos que aseguren la prometida Reconstrucción con Cambios que el gobierno anunció, y, por otro lado, volver a pedir el concurso de la población -que se movilizó como nunca antes al llamado de #unasolafuerza- para apoyar a los damnificados que siguen luchando por recuperar sus medios de vida.
Como lo dijimos en su momento, cuando se pierden las fuentes de donde provienen los ingresos económicos que nos permiten vivir con dignidad, el drama se amplifica y la desesperación cunde.
La única manera que tiene la gente para salir adelante, es ganándose el pan con trabajo remunerado. No hay otra.
Las ollas comunes y las donaciones, que para el caso del Niño Costero del 2017 fueron muchas y muy importantes, hay que decirlo, sirven para enfrentar la emergencia. Son el paliativo que antecede a la recuperación económica.
Esa lógica fue la que nos impulsó a sumarnos a la campaña #elturismoayuda, iniciativa que intentó promocionar los destinos turísticos de las regiones afectadas a pesar de las dificultades que existían. Para nosotros las cosas estaban claras: con la platita de las ventas de los bienes y servicios puestos a disposición de los turistas, los afectados –casi todos microempresarios, comerciantes, productores agrícolas- se podían comprar la calamina, los medicamentos, la ropita que estaban faltando.
Desde hoy nos sumamos a la campaña #tejiendofuturo, iniciativa liderada por el PNUD, Voluntarios ONU y Red de Energía del Perú, cuyo objetivo es apoyar a las artesanas de Catacaos, en Piura, que perdieron sus viviendas, talleres y tiendas por acción de las lluvias y los desbordes.
Ellas, conservan arte y tradición en sus manos, son unas tromes y siguen elaborando los hermosos sombreros de paja toquilla que esperan vender para recuperarse de la crisis y salir adelante, como siempre lo han hecho. Les vamos a ir contando un poco la historia de estas guerreras. Hay que apoyarlas, se lo merecen.
Hay un antes y un después de un desastre. En Piura hay un antes y un después de El Niño costero que arrasó más que puentes y casas en esta desértica región al norte de Perú. En Piura, ahí donde se luchó contra el agua y el lodo, ahora hay un después: mujeres y hombres reconstruyendo el futuro con sus manos.
TEJER EL FUTURO
Piura se inundó el pasado 27 de marzo. La maestra de la artesanía, María Mendoza, recuerda ese día. También la gran maestra, Iris Chero Mendoza. Ese lunes, madre e hija se alejaron del río Piura que, en solo una mañana, devastó Catacaos. Ese día todo en esa ciudad famosa por sus artesanías ofreció poca resistencia a la fuerza del agua.
“La lluvia se llevó todo: la paja, los moldes, nuestras artesanías, pero no el arte que llevamos en nuestras manos”, dice Iris.
Han pasado seis meses de El Niño costero y, aunque la arquitectura de Catacaos aún lleva las marcas de lo que fue el desastre, cada vez son más artesanas y artesanos quienes con sus manos están volviendo a tejer oportunidades.
Todos tejen. En este valle fértil, donde la artesanía no tiene género, la mayoría teje la paja toquilla. Con devoción, por semanas, 250 mujeres dividen la paja en fibras muy delgadas y las entrelazan hasta tener un sombrero. La meta: 500 sombreros que ya tienen compradores gracias a esquemas de voluntariado corporativo en alianza con Voluntarios ONU y Redes Eléctricas del Perú.
Esta es la iniciativa que promueve el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con el financiamiento del Departamento de Ayuda Humanitaria de la Unión Europea (ECHO), con seis asociaciones de artesanas quienes han recibido paja y otros insumos indispensables y disminuir, así, la dependencia que generan desastres como este.
“Nos motiva porque no es una donación, es un trabajo”, dice Juana Solano, presidenta de una asociación de 62 artesanos que encuentran en ello, una manera de recuperar su economía luego de la emergencia y, a la vez, de integrar a la comunidad en esta técnica ancestral.
En sus manos, Juana lleva la tradición de un pueblo que resiste. Ahora que su casa ha dejado de ser un refugio para sus vecinos más afectados, y ha vuelto a ser el taller de artesanías, sueña con tejer nuevos lazos. Y es que tejer es eso y los artesanos de Catacaos han entrelazado lazos tan fuertes como para resistir y recuperarse juntos de cualquier desastre.
REMOVER EL PASADO
Con 27 años y 3 hijos, Rosmery Escobar vive en Morropón, una provincia que un día antes del 27 de marzo, soportó la lluvia más intensa de su historia. Rosmery vive en Morropón, en un desierto dividido por un río.
Por esos días, ella escuchaba la radio local, con miedo al agua. También Mario Zapata, desde su silla de ruedas. Pero el desborde del río los alcanzó mientras dormían la madrugada del lunes. Morropón se convirtió, entonces, en un paisaje desastroso.
“Todo quedó irreconocible. Nosotros queríamos limpiar, era un desastre”, cuenta Rosmery.
Por la radio de su comunidad, Rosmery y Mario se enteraron de Cash for Work (Dinero por trabajo), una metodología desarrollada por el PNUD junto a Soluciones Prácticas y CARE con el financiamiento del Fondo Central de Respuesta a Emergencias (CERF) de Naciones Unidas, para acompañar las iniciativas de la población que fue retornando a sus casas y, a la vez, darle un empleo. Remover escombros y lodo es uno de esas iniciativas.
“Nuestros criterios se enfocaron en las familias más vulnerables. Había muchas madres cabeza de familia, este proyecto ha hecho que se empoderen y reciban su primer sueldo”, cuenta Ivette Ruiz, arquitecta y voluntaria de Naciones Unidas en Piura.
Este fue el primer trabajo, remunerado, de Rosmery y fue elegida, por sus compañeros: jefa de brigada.
Por doce días, la brigada liderada por Rosmery, al igual que otras 140 brigadas capacitadas en remoción segura de lodo y escombros, trabajó desde muy temprano para limpiar casas y espacios comunitarios como comedores populares, postas médicas y parques.
“Todos hemos trabajado por igual. Vivir esto, nos ha hecho más fuertes y ahora sé lo que valemos y lo que podemos”, dice Rosmery.
Con la fuerza de sus manos y los instrumentos necesarios, estos hombres y mujeres derrumbaron muros y removieron lodo y todo ese pasado que un día cambió el rostro de Morropón.
DERRIBAR OBSTÁCULOS
Mario siempre ha superado las dificultades. Con 57 años y sin la movilidad de sus piernas, Mario no sabe rendirse. Con El Niño costero, no fue diferente.
Al igual que Rosmery, Mario vive en Morropón, en una casa a 20 metros del río que el agua inundó hasta 80 centímetros de altura. Cuando regresó un mes después, el panorama era de barro.
“Yo también he puesto mis manos para sacar el lodo”, dice Mario quien, antes de las inundaciones, no trabajaba pues en esta zona de cultivos de plátanos no encontraba oportunidades. Por eso no creía que en Cash for Work lo aceptarían. Contrario a eso, fue jefe de una brigada de 8 mujeres y 2 hombres.
“No esperemos que nos den todo, hay que poner de nuestra parte. Todos necesitamos. No dejemos a nadie, hay que ser unidos. Unidos todo es mejor”, dice Mario quien es un ejemplo de cómo es posible recuperarse sin dejar a nadie atrás.
CONSTRUIR OPORTUNIDADES
Aunque todavía la reconstrucción es un gran desafío para las comunidades de Morropón, como explica Ivette Ruiz, “hay un cambio de actitud cuando se les da una oportunidad”.
Ivette es arquitecta y desde la emergencia, voluntaria de las Naciones Unidas. Desde hace meses, Ivette aporta sus conocimientos y su experiencia para la reconstrucción de Piura. Ser voluntaria le ha permitido contribuir en un contexto distinto y, como dice ella, “aprender lecciones que te dejan las personas que han sido afectadas; para afrontar situaciones”.
Para Eliliana Castillo, voluntaria ONU y especialista en promoción social, esa es la importancia de su labor cada día después de la emergencia. Eliliana es administradora y siempre ha trabajado en aspectos sociales. Con las inundaciones, no dudó en aportar a la recuperación desde el voluntariado. “La recuperación es salir adelante, empezar de nuevo y reactivar, sobre todo, los medios de vida”, dice y ella ha contribuido con su experiencia a que las artesanas y los artesanos de Catacaos “no se derrumben por un fenómeno tan doloroso” y reactiven sus medios de vida.
A cinco meses de El Niño costero, en Piura la palabra «recuperación» tiene muchos significados, tantos como desafíos hay para alcanzarla. La recuperación es volver a tener todo aquello que se perdió, los medios de vida y los territorios, y a la vez es algo más. La recuperación son también las historias de quienes, incluso en un desastre como este, hacen la diferencia.
28/11/2017