Mi opinión
No todo está perdido, las experiencias de manejo apropiado de los bosques y desarrollo rural en la Amazonía peruana existen, están allí, sobreviven pese a los obstáculos y las tendencias destructivas. Hay que conocerlas, hacerlas visibles, multiplicarlas, confiar en que se replicarán por todas partes. Les dejo una de ellas, dos en realidad: la del maravilloso Tambopata Research Center y la del Proyecto Guacamayo.
“Entonces éramos jóvenes y nos creíamos capaces de todo. Podíamos dormir sobre el piso alimentándonos con lo que conseguíamos por allí. En el mercado de Puerto Maldonado comprábamos kilos y kilos de machas, ¿recuerdas la fiebre de las machas en el Perú? Eran muy baratas, eso comíamos”, Mario Napravnik, gerente general de Rainforest Expeditions, la empresa que gestiona el Tambopata Research Center (TRC), el icónico albergue ecoturístico y centro de investigación ubicado al interior de la Reserva Nacional Tambopata, rememora, a la distancia, los primeros años de trabajo en la selva de Madre de Dios.
Le he pedido volver al pasado para conocer un poco más los detalles de la fundación del TRC y los servicios que ha venido prestando no solo al turismo de naturaleza sino también a la ciencia.
Con él y con otros protagonistas de esta historia he empezado a recorrer el camino trazado por uno de los emprendimientos turísticos más sólidos e importantes de la Amazonía peruana creado -hace casi treinta años- para hacer ciencia y conservación en uno de los bosques más extraordinarios del planeta.
Los locos años ochenta
“Eduardo -se refiere al arquitecto Eduardo Nycander, fundador de la empresa- había llegado por aquí en el año 1989 invitado por Wildlife Conservation Society (WCS). Se quedó con la boca abierta, no podía creer lo que estaba viendo. Miles de guacamayos de todos los colores volaban en tropel para tomar posesión de cualquier espacio que quedaba libre en una de las collpas más espectaculares de la selva amazónica, la collpa Colorado”.
Las collpas o saladeros, clay licks por su denominación en inglés, son extensos depósitos de arcilla que se forman en las laderas de los barrancos del departamento de Madre de Dios, principalmente, donde acuden las bandadas de pericos, loros y guacamayos, pero también otras aves y algunos mamíferos, para proveerse de las sales minerales que necesitan para vivir en una selva escasa en dotaciones de sodio, zinc y magnesio.
Maravilloso.
“¿La collpa Colorado?, claro que la conozco, desde que era muchachito he pasado por allí. Tanta era la bulla en ese sitio, eran tantos los guacamayos que había que taparse los oídos con las manos para no quedar sordo, eran tantísimas”, aguza también sus recuerdos Agustín Mishaja, indígena Ese eja de la comunidad de Infierno y célebre por ser uno de los protagonistas, junto a sus amigos Melo y Mañuco, del documental “Candamo, la última selva sin hombres”, la producción nacional que más sintonía ha tenido en la historia de la televisión peruana.
Y que precisamente se ocupa de retratar con minuciosidad y respeto la vida silvestre de los que entonces eran los inhóspitos bosques de los ríos Candamo y Tambopata, en una de las fronteras naturales más extraordinarias del Perú.
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“Yo también me acuerdo de esa collpa, comenta Johanna Pérez, de Puerto Maldonado, licenciada en turismo y colaboradora por mucho tiempo de Rainforest Expeditions, era inmensa y siempre estaba llena de guacamayos, yo solo era una niña de doce años que acompañaba a sus padres y gozaba como nadie viendo tanta naturaleza”.
Johanna está de vuelta en el Tambopata Research Center, ha venido con sus hijos y una sobrina para que conozcan el paraíso que frecuenta desde hace más de veinticinco años. “Nos demorábamos un día en llegar, te lo juro, no era como ahora, a veces nos agarraba la noche y teníamos que dormir en una playa, entonces comíamos pescado que sacaban del río. Lindos días…”
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“Antes era así, ahora el viaje lo hacemos en dos etapas” me explica Juan Diego Shoobridge, responsable científico de Wired Amazon, el proyecto de ciencia ciudadana que ha implementado Rainforest Expeditions en sus operaciones y que él se encarga del monitorear desde el albergue Refugio Amazonas. “Nuestros pasajeros duermen el primer día en Refugio y al día siguiente continúan la navegación por el río Tambopata: de aquí hasta el TRC son 4 horas de navegación. En las dos etapas ya se pueden ver capibaras, guacamayos, monos, caimanes, tortugas y si la suerte los acompaña, hasta jaguares”.
Juan Diego es biólogo y conoce los proyectos científicos de Rainfiorest desde que era un niño: su padre Diego Shoobridge, comunicador y apasionado de la Amazonía, fue uno de los barbados limeños que acompañaron a Nycander en esos primeros años.
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“¿Cómo no me voy a acordar de Eduardo Nycander si lo conozco desde que era así, flaquito? Es mi amigo, con él y sus compañeros jugábamos pelota en la cancha de Infierno, él se quedaba con nosotros semanas, a veces hasta meses por aquí”. Víctor Pesha, ese eja como Mishaja, ha sido presidente de la comunidad de Infierno y es uno de los líderes que más ha apostado por el desarrollo del turismo en su comunidad.
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“Nycander, vuelvo a conversar con Napravnik, identificó una zona del bosque cerca de la collpa y allí, con toda la pasión que lo caracteriza, empezó a construir un centro de investigación para proteger a las comunidades de guacamayos de la zona. Así nació el proyecto Guacamayo. De eso hace casi treinta años, increíble, al año siguiente, en 1990, el centro ya podía darse el lujo de tener un piso de madera elevado sobre unos cuantos pilotes, un techo de palma y unos baños”.
Los muchachos, obviamente, podían descansar con más tranquilidad viendo las estrellas.
El Proyecto Guacamayo
“En la selva baja del Perú, leo en un artículo del científico Donald Brighsmith publicado en la revista Viajeros, habitan tres especies de guacamayos grandes que pueden registrarse desde Loreto hasta Madre de Dios: el guacamayo escarlata (Ara macao), el guacamayo boliviano (Ara ararauna) y el guacamayo cabezón (Ara chloropterus)”.
Brighsmith, ecológo por la Universidad de Texas, es el director del proyecto Guacamayo desde el año 1999. Sobre estos psitácidos, una familia compuesta por 332 especies de guacamayos, pericos y loros de todos los plumajes, ha dicho que son inteligentes y que pueden vivir medio siglo; sin embargo, se trata de especies severamente amenazadas “por un conjunto de factores que incluyen la pérdida de su hábitat, cacería y el tráfico de mascotas”.
Tanto la tala de árboles como la deforestación para agricultura y minería disminuyen la cantidad de los espacios que tienen para anidar los guacamayos de las selvas del Tambopata, dejando parejas sin árboles donde construir sus nidos y criar nuevos polluelos.
El primer objetivo del Proyecto Guacamayo estuvo vinculado a ese punto: construir nidos artificiales, primero de madera –yo los he visto- y luego de PVC, para complementar los sitios de anidación natural. Y dejarlos a 40 metros de altura, en la parte más apropiada de los shihuahuacos (Dypteryx spp.) o lupunas (Ceiba spp) que las parejas de guacamayos, por lo general formadas para toda la vida, eligen.
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Arturo Bullard, el conocido travel blogger peruano, encontró su propósito de vida en el TRC. Él mismo ha referido que en el año 1993 tuvo la oportunidad de ser asistente de campo de Frans Lanting, el fotógrafo de National Geographic que visitaba el proyecto para preparar el especial que la prestigiosa revista publicó al año siguiente.
“Convivimos con cerca de doce guacamayos nacidos ese año en el TRC”, ha anotado Bullard en su blog.
“La experiencia fue alucinante, a las seis de la mañana, la turba de pequeñas y coloridas aves se acercaban al colchón donde dormía y se trepaban como perritos a jugar. Caminaban sobre mí y me mordían levemente en las manos y la cabeza mientas pegaban fuertes y agudos gritos”, agrega.
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Una sucursal del cielo
Casi treinta años después, debo decirlo, todos hemos cambiado. El local del TRC lógicamente ya no es el mismo, el actual es una oda a la comodidad, al buen gusto y la comunión con el espíritu de la naturaleza.
El estilo Nycander, no lo había mencionado pero el fundador de Rainforest Expedition, la empresa que empezó a operar en 1992, es un arquitecto especializado en diseños amazónicos, se deja ver por todos lados, en especial en los cuartos.
Nycander entendió muy temprano que lo que sus huéspedes buscaban al elegir sus instalaciones era el contacto permanente con el bosque, por ello decidió dejar fuera, sacar literalmente, la cuarta pared de sus habitaciones, casualmente la que mira al follaje, para crear esa ilusión y un estilo arquitectónico que ha perseverado en el tiempo.
El albergue cuenta con dieciocho habitaciones que son un sueño, algunas tan bien concebidas que uno podría quedarse a vivir para siempre en ellas, también tiene amplios salones, zonas de estar muy cómodas y una pasarela de trescientos metros que permite internarse en el bosque para ver la vida que bulle entre los árboles… mientras el pasajero regresa a sus habitaciones.
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“Por supuesto que no todo fue tan fácil como se podría creer, comenta Kurt Holle, biólogo, socio de Nycander en Rainforest Expeditions y en la actualidad responsable en nuestro país de la filial peruana de World Wildlife Fund (WWF), cuando creamos la empresa éramos tan fanáticos de la Amazonía que pensábamos que todo el mundo iba a venir a nuestro albergue. Después nos fuimos dando cuenta de las limitaciones: no todos los visitantes tenían el tiempo que teníamos nosotros para investigar y pasarla bien ni a todos les interesa despertarse a las cinco de la mañana para ver guacamayos después de haber dormido sin tantas comodidades”.
Alojarse en estos días en el TRC es un lujo que hay que darse alguna vez en la vida. La operación camina al ritmo de los sueños de sus fundadores y de sus actuales colaboradores. Los visitantes se sienten como en casa y tienen a la mano un pool de actividades para elegir cada día.
Por supuesto que entre los paseos propuestos el que termina siendo el más requerido es el que permite conocer la mítica collpa Colorado, el lugar donde empezó todo.
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Lauren Bazley, la bióloga de Trent University que se encarga este año del trabajo de campo en el Proyecto Guacamayo, ha permitido que los acompañe el día de hoy a la collpa. Soy un invitado privilegiado en el exclusivo apostadero que tienen los investigadores del proyecto para registrar el movimiento de los guacamayos que cada día visitan el saladero.
“Hoy hemos registrado 35 azul y amarillo o bolivianos, 25 escarlatas, 2 cabezones y también un grupo de pavas, otro de loros, en total 13 especies de aves”, termina de comentarme. La acompañan dos voluntarios del proyecto y Carlos Huamaní, el experto en el manejo de las cuerdas que hay que usar para llegar a los nidos que se han instalado en los árboles más grandes y apropiados de las inmediaciones del albergue.
(“Anota una más, le dice a una de las chicas que la apoyan en el registro, allá en lo alto están volando dos gansos del Orinoco…”)
Al regresar al TRC, media hora de descanso de por medio, vuelvo a salir con ella y con Carlos, para ver el trabajo de reparación de nidos que les toca hacer esta mañana. Tomamos uno de los senderos que usan los turistas hasta llegar a un claro del bosque donde sobresalen, inmensos y poderosos, los shihuahuacos y lupunas donde han instalado los nidos artificiales que van a reposicionar para evitar la llegada de las termitas y las avispas, competidores muy peligrosos por la posesión del privilegiado lugar.
Verlos ascender hasta lo más alto del bosque, suspendidos de las cuerdas y las poleas, es todo un espectáculo.
Un grupo de visitantes detienen su marcha para contemplar el trabajo de los investigadores.
Los Chicos ya son grandes
En el gabinete de trabajo del Proyecto Guacamayo, muy cerca a la espléndida maloca donde se encuentra el comedor y el bar del TRC, dos guacamayos escarlatas graznan de lo lindo mientras entrevisto a Lauren y Carlos. “Son nuestros Chicos”, me dice la bióloga, “y si no me equivoco uno de ellos es Inglesita, la reconozco porque tiene una pata lesionada”.
Abro mi cuaderno y empiezo a copiar los que me cuenta Lauren. La historia es conmovedora:
“Nycander y su primer equipo de trabajo, ya te lo habrán comentado, consiguió en poco tiempo lo que algunos pensaban que era imposible: que los guacamayos escarlatas, que es la especie con la que todavía trabajamos, se reprodujeran y que sus crías se integraran a la vida del bosque.
Los Chicos son los polluelos que nacieron en las primeras campañas y que han permanecido cerca de nosotros todo este tiempo. Son como nuestros hijos, de ese grupo de 34 guacamayos sobreviven unos cuantos, los demás, luego de reproducirse con éxito, fueron perdiendo facultades y muriendo. Así es la ley de la vida en el bosque.
Chuchuy e Inocencio, andan por lo general por el comedor, son pareja y se han logrado reproducir. Tabasco es el más travieso de todos, abre hasta los tapers, es también el más sociable de los que quedan. Inglesita es la de la pata coja y Avecita la que tiene un ojito dañado”.
“Nycander observó que los guacamayos suelen empollar tres o cuatro huevos, solo el primero y algunas veces el segundo logran prosperar. Los polluelos del tercer o del cuarto turno no llegan a la edad adulta. Fue entonces que él y su equipo decidieron rescatar a los que iban a morir para criarlos al margen de los padres. Esos son nuestros Chicos”.
Impresionante.
“Yo me acuerdo clarito de los Chicos”, me termina de contar Johanna Pérez, la mujer a punto de llegar a la cuarentena que los conoció cuando era tan solo una niña, es hora de volver y voy tomando mis últimos apuntes, “Chicos, Chicos, los llamaba Eduardo y los chicos venían y se le paraban en los hombros, hasta en la cabeza”.
“El Proyecto Guacamayo es, a mi parecer, termina de decirme Lauren, una de las experiencias de reproducción de guacamayos de manera asistida más exitosa del mundo”.
“Sí, asevera Carlos Huamaní, nuestros Chicos no solo lograron nacer, pudieron también vivir en el bosque y reproducirse. Los collares que tienen nos dan información de las distancias que recorren, tenemos registrada la presencia de uno de ellos a 150 km de aquí”.
Regreso a Puerto Maldonado lleno de impresiones y aún tengo tiempo para hacer mis últimas pesquisas. El bote de la empresa me ha dejado en el puerto de la comunidad de Infierno y mientras bajan los equipajes le enseño a Mishaja, el piloto de la nave, la foto con la huella del animal que registré en una de mis excursiones por las inmediaciones del TRC:
“Es un jaguar, me dice, grande es, seguro que es el mismo que estuvo rondando anoche cerca a nuestras habitaciones. No hacen nada, se han acostumbrado a caminar por el bosque, saben, son vivos, que no les va a pasar nada, hasta fotos les puedes tomar.”
En Puerto Maldonado vuelvo a buscar a Mario Napravnik quiero hacerle una pregunta, la última, que se me ha quedado en el tintero. Lo encuentro y la disparo.
Dime, Mario, ¿media vida después de haber empezado a construir este sueño que sensación te queda de lo que se ha hecho?
Mario me mira, piensa unos segundos y me contesta: “Me queda la sensación de que valió la pena el esfuerzo y el absoluto convencimiento de que este es uno de los pocos lugares de la tierra que sigue igual a como lo encontramos hace casi treinta años”
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Me despido agradeciendo a los dioses del bosque, a los chullachaquis de los que me habló Víctor Pesha en la Casa de la Cultura Ese eja de la comunidad nativa de Infierno, por haber permitido que la ilusión de unos muchachos se haya convertido en un refugio de vida y esperanzas.