Mi opinión
Me enternece la historia que relata este artículo del 2009. Me enternece por Oliver Whaley del Jardín Botánico de Londres y sus muchachos, púberes muchos de ellos, “cuidadores” de los últimos relictos del huarangal iqueño. Y también por los comentarios de Antonio Brack Egg, entonces ministro del Ambiente y visionario como pocos.
Para el ambientalista que nos dejara hace apenas dos meses, la pobreza termina siendo el mejor aliado de la destrucción de estos ecosistemas frágiles y de tanta importancia en el devenir de los pueblos que se asentaron en la costa peruana.
El arbolillo de marras llega a hundir sus raíces setenta metros bajo tierra llevando el agua desde el subsuelo hacia la superficie. Esa virtud propia de su larga adaptación a este desierto tan nuestro (y tan desconocido), estoy seguro, fue la que supieron apreciar los Nazca para sembrar de vida territorio tan feraz.
Que se les esté dejando morir es un delito mayor, un baldón para los peruanos que le hemos dado vuelta al milenio y nos afanamos en repetir que hemos puesto, por fin, proa con destino al desarrollo. Si no protegemos los ecosistemas que sostienen la vida de los hombres y mujeres de este país, ningún indicador macro económico podrá detener la tragedia que nos viene. Así de sencillo.
«Aunque no hable ni camine, es como un amigo que se preocupa por nuestra vida, un hermano que tenemos que cuidar».
Martín Noa tiene 13 años y vive en la ciudad de Ica, en el sur de Perú. El amigo del que habla es un ser extraordinario, capaz de sobrevivir y hacer posible la vida en uno de los desiertos más secos del planeta.
El árbol de huarango es nativo del Valle de Ica, la vasta franja de tierra entre los Andes y el Pacífico, donde la lluvia es prácticamente nula. Pero lo que según crónicas de los conquistadores fue alguna vez «un bosque impenetrable», es hoy apenas una serie de fragmentos dispersos y mínimos.
Restaurar los bosques secos del sur de Perú es un trabajo arduo y titánico, al que se ha avocado una iniciativa impulsada por Kew Gardens, el Jardín Botánico de Londres. El proyecto lanzará en los próximos meses dos libros, sobre biodiversidad y restauración, basados en experiencias propias de Ica.
La iniciativa ofrece no sólo un modelo para combatir el cambio climático en otros continentes. También utiliza formas pioneras de incorporar el talento de la juventud local, alimentar en los niños el amor por la naturaleza y transformar vidas, como la de Martín.
La historia del proyecto denominado «Restauración de hábitats y uso sostenible en los bosques secos del sur de Perú», es una historia de pasiones y descubrimientos personales.
Amante de los ríos desde la niñez, Whaley quería cumplir su sueño de ir a la tierra donde nace el Amazonas.
En la selva contrajo una enfermedad tropical y como parte de su convalecencia pasó un tiempo en la zona de bosques secos, durmiendo durante meses debajo de un huarango.
«Me curé de la enfermedad, pero me enamoré del árbol de huarango», dijo Whaley a BBC Mundo. «Me di cuenta de que el bosque seco realmente necesitaba ayuda; en imágenes de satélite se veía claramente que el 99% del bosque original se había perdido. Lo que quedaba eran pequeñas reliquias de las que obtener semillas para replantar».
El increíble huarango
En el ecosistema iqueño, uno de los más frágiles del planeta, el huarango sobrevive por sus características únicas.
«Hace algo increíble, tiene las raíces más profundas en el mundo, pueden medir hasta 70 metros”, explica Whaley. Esto le permite acceder a fuentes profundas de agua subterránea y «al traer agua a la superficie hace posible la vida de otras plantas también».
Las hojas funcionan además como atrapanieblas. Según explica Alfonso Orellana, joven botánico integrante del equipo peruano del proyecto, “tienen pilosidades, son pelitos que no se ven a simple vista. Esta superficie sirve como un captador de niebla que se condensa y se convierte en agua, goteando al suelo”.
El fruto del árbol, denominado huaranga, es altamente nutritivo. Whaley apunta que «las culturas precolombinas sobrevivían durante períodos de sequía comiendo solamente este fruto”.
El arte de restaurar
El proyecto se centró al inicio en conservar los fragmentos de bosque existentes. «Pero pronto nos dimos cuenta de que al ritmo en que se destruía el bosque eso no era suficiente», señala Whaley.
«Al costado de la planta hacemos un hoyo e introducimos una botella de dos litros a la que le hicimos agujeritos y dejamos la boquita en la superficie. Cuando necesitamos regar abrimos la botella y echamos agua, que se va soltando poco a poco y llega directamente a las raíces, con lo que hay menos pérdida por evaporación», explica Alfonso Orellana.
El objetivo pasó a ser de restauración, una tarea infinitamente compleja.»Nunca se puede plantar una especie única de árbol, es necesario plantar todos los hermanos y hermanas con los que está relacionado, como la acacia, la guayaba, el molle, entre otros».
«El pájaro que mantiene al huarango libre de plagas, por ejemplo, vive en otros arbustos y sin estos arbustos el árbol será defoliado una y otra vez».
Para Alfonso Orellana el árbol es «como una casa con gran cantidad de animales, como el fringilo o huaranguerito, un ave endémica que sólo vive en el bosque de huarango, o el zorro, fundamental para este bosque porque dispersa las semillas a través de sus heces».
El mayor desafío
Plantar las semillas de huarango es sólo una parte, según Whaley.
«La otra parte es sembrar las semillas en los niños, de modo que para ellos plantar un árbol sea algo normal que se transforme de ahora en más en parte de su vida. Las dos partes deben ir juntas».
Trabajando junto a la Asociación Para la Niñez y su Ambiente, ANIA, el proyecto llega de distintas formas a niños y adolescentes, que integran «brigadas ecológicas», plantan árboles en los terrenos de las escuelas y deciden por sí mismos qué sembrar en espacios marcados como «tierras de niños».
Martín integra una de la brigadas y asegura que su familia «se llevó un gran asombro».
«Cuando iba a plantar huarangos, mi abuelo me decía ‘no plantes eso, porque no nos ayuda en nada’. Pero yo le dije, ‘abuelo, estás muy mal, ese árbol nos ayuda y nos da alimento’. Ahora para cercar su chacra ha utilizado huarangos y espinos, y yo lo ayudé a plantar a mi abuelo».
Cada abril desde 2006 viene celebrándose también el «Festival del Huarango», una oportunidad para comunicar el mensaje de la biodiversidad del Valle de Ica y probar productos elaborados a partir del huarango.
Pollo a la leña
Una de las mayores amenazas para el huarango es lo que Orellana define como una «problemática trágica, la destrucción de hábitats por el mismo poblador iqueño».
Los llamados carboneros cortan árboles para quemar madera y obtener carbón, que venden a un numero creciente de restaurantes locales en los que una de las especialidades del menú es el «pollo a la lena».
«No se dan cuenta que al talar el árbol están talando prácticamente un eslabón principal de todo el ecosistema».
Una solución sería tal vez promover el consumo en restaurantes que utilizan gas en lugar de carbón. Para Antonio Brack Egg, ministro de Medio Ambiente de Perú, se trata ante todo de «una cuestión de pobreza». «Los pobres tumban un árbol de huarango y venden la leña por ganar un par de centavos, lo que hay que generar es que los pobres puedan tener otras formas de empleo», afirmó a BBC Mundo. Brack Egg cita como ejemplos un programa con tejidos a través del PNUD para mujeres jóvenes en Nazca o la inclusión de poblaciones en los circuitos turísticos,,
Con la recesión global, empresas de agroexportación que plantan espárragos, uvas y naranjas están despidiendo trabajadores, agravando la situación.
El ministro señala que la tala de bosques es también un problema de control y de corrupción, porque «tenemos una policía forestal muy débil, con muy pocos efectivos y hay una enorme corrupción en todo el país respecto al algarrobo en el norte, al huarango en Ica, etc».
Además de difundir la necesidad de conservar el huarango, el ministro asegura que una opción sería trabajar con los nuevos empresarios agrícolas para que «planten huarangos en los linderos de las parcelas, porque hay una industria de agroexportación muy grande».
Futuro
El proyecto de Kew ha producido en sus viveros unos 20.000 árboles y creado una reserva en Tunga. Inicialmente financiado por la Iniciativa Darwin -un programa del gobierno británico que ayuda a países ricos en biodiversidad y escasos en recursos financieros, se han obtenido fondos también de Trees for Cities, una ong con sede en Londres.
Dos libros serán distribuidos gratuitamente a escuelas, agricultores, municipios y comunidades. El primero sobre biodiversidad se titula: » Plantas y Vegetación de Ica, Peru . Un recurso para la restauración y conservación». El segundo se titula » Sembrando un futuro. Restauración y manejo sostenible de los bosques y la naturaleza de Ica, Perú». El objetivo es dar herramientas para replantar en armonía con la agricultura sustentable, poniendo énfasis en especies resistentes al cambio climático.
Pero Whaley sabe que el futuro del huarango depende en última instancia de la población local y de jóvenes como Alfonso Orellana, que asegura haber redescubierto la importancia del huarango.
«Antes de entrar al proyecto tenía la idea vaga de que era un árbol insigne para Ica, resistente a un clima extremo (…) Ahora le he dado la importancia de árbol madre; en un huarango veo una forma de vida que entrega más vida».
Dos libros del proyecto, que serán publicados en los próximos meses y distribuidos gratuitamente, permitirán que un público más amplio tenga las herramientas para ayudar a restaurar el ecosistema local.
El primero es una guía de las plantas y vegetación de Ica, con sus usos y conexiones culturales. El segundo, sobre restauración y manejo sostenible, incluye técnicas para germinar, regar y plantar.
«Un mensaje de esperanza»
Los beneficios del proyecto a largo plazo son claros para Brack Egg. «Como ministro del Medio Ambiente veo en forma sumamente positiva que un grupo de jóvenes se preocupen por reforestar árboles que tienen una función muy grande para conservar la fauna local y contener el avance del desierto».
La experiencia en Ica podría ayudar a otras regiones a combatir el impacto del cambio climático. «Si logramos replantar árboles aquí y aprendemos a hacerlo con la menor cantidad de agua posible, entonces podríamos ofrecer un modelo para el resto del mundo», señala Whaley. «America Latina podría lanzar un mensaje de esperanza para África».
El proyecto ya ha lanzado un mensaje de esperanza a jóvenes como Martín, que espera algún día ir a la universidad y ser un «cuidador del medio ambiente».
Para Whaley, los niños son la gran esperanza. «Nunca puede dejarse un proyecto a menos que los niños estén plantando árboles, que lo disfruten y entiendan por qué lo hacen».
Las semillas no bastan para salvar al huarango. Es en la pasión de Martín, Alfonso y otros jóvenes vinculados al proyecto que el árbol madre de Ica tiene uno de sus mejores aliados.