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Svetlana Alexievich, cazadora de voces en el silencio

Mi opinión

¿Quién conocía en nuestro medio el nombre de Svetlana Alexievich, la periodista recientemente galardona con el Nobel de Literatura? Muy pocos, estoy seguro. La ucraniana solo tiene un título de su aguerrida obra traducido al español y en El Virrey, se lo pregunté al chico que atiende en caja, nunca se ha distribuído nada suyo. Así que a encontrar en Internet referencias sobre esta mujer de 67 años nacida en Ivano-Frankivsk, Ucrania, que ha hecho del reportaje testimonial un arma de combate contra el abuso y la indiferencia.

Les dejo este impecable texto del periodista de La República Ángel Páez, como siempre bien informado y consecuente.


El silencio es miedo. El miedo apaga las voces. Son voces que relatan historias ocultas por el silencio del miedo, historias sobre la aniquilación de los seres humanos por otros seres humanos. El trabajo de Svetlana Alexievich consiste en atrapar esas voces y escucharlas y contar lo que dicen. Como hizo con las víctimas del peor desastre nuclear de la historia, Chernóbil, el sábado 26 de abril de 1986.

“Mis libros se basan en declaraciones de testigos, en las voces de las personas vivas. Suelo dedicarme a escribir un libro de tres a cuatro años, pero esta vez me tomó diez años. Cuando llegué por primera vez a Chernóbil desbordaba de periodistas y escritores de varios países que pedían información y hacían cientos de preguntas. Mientras todos tratábamos de relatar lo sucedido de manera ordinaria y en términos habituales, me convencí de que estábamos ante un fenómeno completamente desconocido y misterioso. Se trataba de las fallas del sistema comunista y de cómo se engañaba a la gente. No se les decía lo que había pasado realmente y cómo debían de actuar en tales circunstancias”, declaró Alexievich a la publicación estadounidense Dalkey Archive Press, en 2014, cuando fue nominada por primera vez al premio Nobel de Literatura. Entonces era improbable que un periodista se lo ganara.

En 1890, el escritor Antón Chéjov hizo un extenuante viaje desde Moscú a la isla de Sajalín, en el extremo oriental de Asia, donde el imperio zarista había construido un centro penitenciario en el que supuestamente se reeducaba a los reclusos más peligrosos. Burló a los celadores y pudo entrevistar dentro del presidio a decenas de presos y constató que se había impuesto un modelo de trabajos forzados que en realidad era una forma de exterminio, un modelo que los estalinistas perfeccionaron bajo el nombre de Gulag, que inspiraron a los nazis para la construcción de los campos de concentración. La publicación de La isla de Sajalín (1895), el reportaje de Antón Chéjov, sacudió el mundo y obligó al Zar a aplicar reformas en el infierno carcelario. De esa tradición periodística proviene Svetlana Alexievich.

La voz a ti debida

“Para mí no eran suficientes las respuestas puramente políticas o científicas. Nadie trató de profundizar en el problema. Yo podía escribir rápidamente el mismo tipo de libro como los demás periodistas que llegaron hasta al lugar. Así que elegí un enfoque distinto. Entrevisté a más de 500 testigos o más, pero se incluyeron 107 en la versión final. Es decir, aproximadamente uno de cada cinco. Busqué personas que habían sido destrozadas por la tragedia, para que pensaran sobre lo que realmente había sucedido”, explicó Alexievich, que publicó por primera vez Voces de Chernóbil en Moscú, en 1997. A los soviéticos nostálgicos no les gustó el libro porque dejaba en evidencia la inhumana maquinaria comunista.

A la Casa Blanca y a los jerarcas de las victoriosas fuerzas armadas estadounidenses tampoco les gustó Hiroshima (1946), el libro del reportero John Hersey, que rompió el cerco militar para hablar con los sobrevivientes de la primer bomba atómica lanzada contra una población civil en la historia de la humanidad. Estaba prohibido el acceso a la zona devastada, pero Hersey incursionó subrepticiamente y entrevistó a varios hibakushas, los que se salvaron de la muerte y fueron testigos de cómo el infierno les cayó encima en forma de una bola de fuego. Los relatos arrojan luz sobre el lado oscuro, cruel, ominoso, de la guerra que los vencedores preferían ocultar. Alexievich es de la misma raza de periodistas como Hersey.

La historia que recogió Svetlana Alexievich en Chernóbil era muy distinta en comparación a la versión oficial e incluso respecto a lo que informaba la prensa.

“La versión oficial tiene poco que ver con la manera en que la gente común y corriente mira los hechos. ¿Qué es lo que siempre buscan las autoridades? Primero que todo, se esfuerzan por protegerse, como ocurrió con las autoridades de la época de la explosión nuclear. Tenían miedo, pánico, a que se conociera la verdad. En sus intentos de protegerse las autoridades engañaron a la población. Por eso la mayoría sabía poco de lo que sucedía. Aseguraron que todo se encontraba bajo control, que no existía peligro alguno. Así que los niños jugaban fútbol en los patios, otros comían helados en la calle, o se divertían en cajas de arena y había quienes se iban a la playa a darse baños de sol. Cientos de miles de esos niños murieron o son hoy inválidos. La gente se dio cuenta de que les ocultaban la verdad. Lo cierto era que nadie los podía ayudar, ni los científicos ni los médicos”, relató Alexievich, cuyo libro, Voces de Chernóbil, el cuarto de los seis que ha publicado, es hasta el momento el único traducido al español.

Entre 1964 y 1981, el polaco Ryszard Kapuscinski ejerció como corresponsal de la agencia estatal de noticias PAP, periodo en el que informó sobre golpes de Estado, hambrunas, revoluciones, guerras y otras tragedias en el Tercer Mundo. A diferencia de sus colegas que después de haber enviado el despacho noticioso del día preferían la comodidad de sus hoteles, Kapuscinski dialogaba mucho con la gente de los lugares donde recalaba en busca de información que explicara, por ejemplo, por qué Haile Selassie gobernó 44 años Etiopía mientras que la población que lo adoraba moría en masa por el hambre (El Emperador, 1978). Basado en el testimonio de ex funcionarios, empleados y sirvientes de Mohammad Reza Pahlavi, que gobernó Irán con mano de hierro durante 38 años, reveló el lado oscuro del régimen que se hizo impopular por sus crímenes y alentó la revolución islámica que hasta ahora ejerce el poder (El Sha, 1982). Como Kapuscinski, Svetlana Alexievich siempre conversa con la gente, la principal fuente de un verdadero periodista.

De primera mano

Todos los libros de Alexievich son el resultado de una profunda investigación periodística y el registro de testigos directos en el terreno de los hechos. Relata las historias como si se tratara de una narración literaria. Esa es la magia del periodismo de no ficción.

En 1985 publicó dos libros, Los últimos testigos: Historias nada infantiles, que recoge el testimonio de niños que sobrevivieron a la invasión nazi, y La Guerra no tiene rostro de mujer, que da cuenta de la participación poco conocida pero decisiva de las soviéticas durante la Guerra Patria. Continuó con los muchachos de zinc: Voces de los soviéticos que lucharon en Afganistán (1991), un retrato coral de los soldados que participaron en el catastrófico “Vietnam soviético”; Fascinados por la muerte (1994), un relato testimonial de personas que se suicidaron al derrumbarse la Unión Soviética; y Tiempo de segunda mano (2013), en el que Alexievich hace un registro de los rusos que soportaron la transformación del país entre la segunda mitad de los años 90 y la primera década del nuevo siglo.

Hablar con la gente que sufrió es muy complicado. Convencerla para que cuente lo que sabe, es más difícil todavía. Y saber encajar su rabia, su impotencia y su pérdida, es una tarea titánica para un reportero que busca desentrañar la verdad en medio del dolor que enmudece.

“Lo que ocurrió en Fukushima fue un drama similar al desastre de Chernóbil. Visité Japón poco antes de lo ocurrido en Fukushima. Es una nación diferente con mucho dominio de la tecnología. Esa vez me dijeron: “Una cosa como Chernóbil solo podría haberles sucedido a ustedes los rusos. Nosotros en cambio todo lo tenemos bajo control”. Efectivamente, tenían todo bajo control en caso se presentara un terremoto de 8,9 de magnitud, pero no para uno de 9,0. La naturaleza es impredecible. ¿Quién sabía que iba a ocurrir un terremoto de esa magnitud. Al igual que Chernóbil, el gobierno pretendió convencer a la gente de que todo estaba muy bien y cerraron el acceso a la información. Igual que en Chernóbil, los trabajadores de limpieza actuaron como kamikazes. Comenzaron a morirse. Solo que a ellos les pagaban bien. A los soldados soviéticos los botaban a la calle a patadas”, arguyó Alexievich ante la periodista ucraniana Olesia Yaremchuk.

Retratar el miedo para espantarlo. Contar el miedo para destruirlo. Develar el miedo para que no se contagie. Svetlana Alexievich, después de seis libros publicados, está convencida de que todavía le queda mucho trabajo por delante: “Porque el miedo es una gran parte de nuestras vidas, más, incluso, que el amor”.

11/10/2015

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