Mi opinión
Marco Zileri, amigo de la casa y periodista de fuste, acaba de publicar en El País de España una crónica sobre el trabajo de Constantino Aucca, el biólogo cusqueño que hace unas semanas fue distinguido con el premio Campeón de la Tierra del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Que la labor de los guardianes de nuestra Pachamama se conozca resulta una obligación en estos tiempos dominados por las malas noticias y las pequeñeces. Se los dejo, más de tres millones de árboles nativos sembrados en una porción de los Andes no es cualquier cosa. Salud por eso.
Marco Zileri para El País de España
Constantino Aucca Chutas quedó cautivado por el canto de las aves en los bosques de nubes. Al inicio de su carrera como investigador en Perú, el biólogo se internaba en el entramado vegetal con el ornitólogo danés Jon Fjeldsa, y clasificaba las especies más inverosímiles. Ahora, con 58 años, se dedica a preservar y rehabilitar estos bosques a lo largo y alto de la Cordillera de los Andes, En cuestión de dos décadas ha ayudado a plantar cerca de tres millones de árboles, desde Colombia hasta Argentina, unos 7.014 kilómetros. El 21 de noviembre pasado, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP por sus siglas en inglés) lo distinguió como uno de los Campeones de la Tierra en la categoría de Inspiración y Acción.
Más info en: Biólogo Constantino Aucca obtiene el reputado premio Campeones de la Tierra de la ONU
Los bosques de nubes son claves en la compleja hidrología de los Andes tropicales, que abarca Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Cuenta con grandes diferencias de precipitación, humedad y temperaturas, ya que llegan a crecer desde los 3.500 metros de altura hasta la frontera misma de la vida, cerca del hielo glacial de las cumbres nevadas de los Andes, por encima incluso del Mont Blanc (a 4.809 metros sobre el nivel del mar). La soberana indiscutible es la queñua o yagual (Polylepsis spp), un árbol de tronco retorcido y madera muy dura que puede vivir cientos de años. Otras especies nativas y resistentes a los rigores del clima de las grandes alturas son el qolle (Buddleja incana), el aliso andino (Alnus acuminata) y el chachacomo (Escallonia resinosa).
“Estos bosques nativos retienen y almacenan agua, generan suelo con la descomposición orgánica, son bancos de germoplasma y hábitat de numerosas especies. Capturan el dióxido de carbono (CO₂), controlan las cuencas hídricas y los suelos erosionables”, describe Aucca. Se trata de ecosistemas tan singulares que muchas de las especies de flora y fauna en las que habitan estos bosques son endémicas. Apremiados por la acción depredadora del hombre, las aves actúan como el canario en las minas: si dejan de cantar es porque su hábitat está amenazado o ha desaparecido, una señal de alerta inequívoca del cambio climático.
Proteger los queñuales y la biodiversidad andina
En su insólito peregrinaje, Aucca ha forjado alianzas con comunidades campesinas andinas, con quienes organiza anualmente jornadas masivas de reforestación y capacitaciones sobre manejo sostenible de los recursos naturales. Gestiona además el reconocimiento de áreas de conservación natural, privadas o públicas, que ya suman 16 —un total de 300.000 hectáreas— solo en Perú. En el camino, con un par de colegas, fundó en 2001 la Asociación Ecosistemas Andinos (Ecoan), una ONG cuya misión es proteger los bosques primarios, las cabeceras de cuenca y los humedales para preservar recursos hídricos y suelos, con sede en Cusco, al sureste del país.
Desde 2018, el modelo de reforestación comunitaria de la organización, que Naciones Unidas ha respaldado, se aplica también en Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina, en alianza con Global Forest Generation, Conservación Internacional, American Bird Conservancy y Wetlands International. Durante los próximos 25 años, Acción Andina, como se denomina esta vertiente internacional, planea proteger 500.000 hectáreas de bosques de queñuales y sembrar otras 500.000 hectáreas más. “La deforestación está corriendo a mayor velocidad y el cambio climático nos está dando con palo”, explica Aucca.
Más info en El Queuña Raymi, una fiesta campesina para poblar de bosques las alturas del Cusco
En los Andes, “la alta concentración de la población en áreas urbanas (más de un 66%) genera demandas materiales para la producción y consumo, tanto de agua como de nuevos productos agrícolas y energía. Esto transforma el entorno ambiental, la cobertura y el uso del suelo, y los sistemas hidrológicos, a múltiples escalas”, advirtió la Secretaría General de la Comunidad Andina hace ya una década. El científico peruano trabaja sobre todo con comunidades indígenas, con sólidas bases organizativas, las cuales, históricamente, han desarrollado prácticas de adaptación a la variabilidad climática.
Tim Christophersen, experto en ecosistemas del UNEP, el programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, explica que “proteger los bosques tropicales mientras se restauran los bosques degradados y otros ecosistemas podría representar hasta el 30% de la solución inmediata al cambio climático”. “La participación de la comunidad en la plantación del árbol correcto en el lugar correcto es un elemento importante de cualquier programa de reforestación”, puntualizó.
“El verbo tiene que ser claro y sencillo”, dice Aucca sobre su trato con los comuneros. “Cuando nosotros hablamos en nombre de la conservación y mencionamos la problemática del agua, ¡ahí paran la oreja!”, narra. No suele ser difícil persuadirlos de los beneficios de la protección y restauración de los ambientes naturales —las autoridades e instituciones públicas pueden ser un hueso más duro de roer—, y comprometidos despliegan esquemas ancestrales de ayuda mutua llamados ayni en quechua. A contraluz, en estos bosques asombrosos, revolotea el colibrí cola de espátula (Loddigesia mirabilis), señal de esperanza.