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Una caminata por la Reserva Nacional San Fernando

Mi opinión

Guardo un especial cariño por San Fernando, la mítica ensenada que movilizó en su defensa a principios de este milenio loco que estamos cabalgando, a amigos tan queridos y entrañables como Antonio Brack y Olivia Sejuro, la incansable promotora del ecoalbergue Wasipunko, en Nasca. San Fernando es uno de los lugares más bellos y fascinantes de la costa peruana; sin duda, un refugio de exagerada biodiversidad que debemos cuidar con celo y mucho compromiso. Me alegra que Iván Canturín, otro viejo compañero de ruta, haya decidido incluir el sitio en su faltriquera personal. Mientras más amantes de la naturaleza se sumen a la causa de su protección, mejor.

Les dejo este bonito relato de una caminata por la Reserva Nacional San Fernando realizado por un empeñoso grupo de caminantes peruchos. Buena semana para todos.


Luego de entrenar en la Reserva Nacional de Paracas los meses de enero, febrero y marzo, acumulando casi ochenta kilómetros de recorrido el grupo estaba listo: Ivan Canturin, Jelly Ocaña y Kathiuska Barrio con quienes recorreríamos una nueva ruta, nunca antes explorada por nosotros, mucho más al sur de lo que estamos acostumbrados en la Reserva Nacional de San Fernando.

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“La Reserva Nacional San Fernando (RNSF) está ubicada en parte de los distritos de Santiago (provincia de Ica), Changuillo, Nazca y San Juan de Marcona (provincia de Nazca) en el departamento de Ica. Su extensión es de 154,716.37 hectáreas. Comprende dos sectores muy diferentes entre sí. En el lado norte se encuentra una zona relativamente accesible, conformada por las desembocaduras de los ríos Ica y Grande, los cuales colorean el gran desierto iqueño con sus bosques ribereños. También se ubican algunas playas de arena donde se forman humedales estacionales cercanos a la Punta Caballas.” (Información oficial obtenida de http://www.sernanp.gob.pe/san-fernando).

Llegamos muy temprano, al amanecer, el día jueves 13 de abril del 2017, a la localidad de Marcona donde luego de tomar desayuno hicimos las coordinaciones para contratar la movilidad que nos llevaría al extremo sur de la bahía de San Nicolás, en la playa La Pedregosa, punto de partida de nuestra caminata. Corresponde hacer una especial mención a la Señora Lilly Salcedo, recomendada por nuestro amigo Kike Antón, propietaria de la empresa Marcona Travel (marconatravel@gmail.com), la principal agencia de turismo de Marcona que en medio de sus múltiples ocupaciones se dio un tiempo para conseguirnos la movilidad y orientarnos con los trámites de ingreso.

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A las ocho de la mañana ya teníamos una movilidad de nuestra disposición que nos llevó a las oficinas de la empresa minera Shougang, concesionaria de la explotación del mineralmen la zona, para que nos “autorizaran” transitar por el desierto para poder acceder a la Reserva. Si bien nos dieron una autorización inicial, en documento escrito, cuando nos tocó pasar el puesto de control nos negaron el ingreso porque para ellos era inconcebible que pretendiésemos caminar cincuenta kilómetros, en tres días, por el desierto hasta la localidad de Puerto Caballas. Luego de insistir y no perder el control, pudimos acceder.

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Siendo las nueve y treinta de la mañana nuestra movilidad nos dejó en la playa La Pedregosa, desde donde dimos inicio a la caminata, recorriendo en dirección noroeste la bahía de San Nicolás, con vista al mar y viento a favor, respirando la brisa marina, para luego elevarnos unos doscientos metros sobre el nivel del mar a la altura de la playa La Chorrera, cuyo camino nos conduciría a la frontera sur de la Reserva Nacional de San Fernando, delimitada por un hito solitario, en una zona que en el mapa se denomina Mancha Blanca. Cruzamos la frontera a eso de las cinco de la tarde. A poco más de un kilómetro encontramos el puesto de control de la reserva en el cual fuimos muy bien atendidos por el personal del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP), con quienes acampamos, habiendo completado ese día los primeros veinte kilómetros.

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A la mañana siguiente, mapa en mano y con el apoyo del personal del SERNANP, conocedores de la zona, trazamos nuestra ruta para los dos días siguientes, siendo autorizados para transitar por zonas intangibles a condición de no alterar en lo más mínimo el equilibrio ecológico, lo cual cumplimos. A golpe de ocho de la mañana dimos inicio a la caminata, escasos cinco kilómetros de iniciada la misma nos topamos con una zona de propiedad privada (dentro de la reserva) en la cual existe una suerte de albergue turístico al parecer de lujo o algo así, lo vimos de fuera, lo vimos de lejos pero ahí estaba.

“La parte sur comprende la ensenada de San Fernando, las lomas costeras y los inaccesibles acantilados del cerro Huasipara. Este cerro es el más alto de la costa peruana (1790 m.s.n.m.), el cual es alzado por la placa de Nasca al chocar con la Continental.

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La ensenada de San Fernando, protagonista del área protegida, es un accidente geográfico único en el litoral peruano. Está conformado por dos puntas o penínsulas que se proyectan en el mar y que están muy cercanas entre sí (de manera paralela) con un gran islote en el centro. Esta zona es relativamente aislada y muy poco visitada. Recién en la última década, el flujo de visitantes ha aumentado considerablemente.

Concentra una rica diversidad biológica marina y marino-costera, incluidos lobos, nutrias, pingüinos y cetáceos. Del mismo modo, en la zona se encuentra fauna típica de la sierra representada por guanacos y cóndores que descienden hasta casi la franja marina –alentados por la vegetación de lomas y la fauna– por un frágil corredor biológico.” (Información oficial obtenida de http://www.sernanp.gob.pe/san-fernando)

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Este segundo día nuestro recorrido fue por punta San Fernando con vista a la ensenada del mismo nombre, lamentablemente no vimos cóndores ni guanacos, pero tomamos nota de la existencia de un corredor biológico cuyo trazo completo es un misterio pero que conecta la reserva con Pampa Galeras, trazo que algún día descubrir. El camino que conecta el lado sur con el lado norte de la reserva era un misterio y para ubicarlo tuvimos que recurrir a las huellas que dejan las únicas personas que transitan por ahí: los recolectores de algas. A golpe de seis de la tarde decidimos levantar el campamento en una playa sin nombre, muy cerca de las Loberas de San Fernando, al inicio del cerro Cuesta del Diablo (si el Diablo le puso su nombre, debe ser bueno), con vista al atardecer y enfrentando el viento más fuerte que haya visto en mi vida, mucho más poderosos que los vientos de la Reserva Nacional de Paracas, los cuales con las justas nos permitieron armar las carpas, habiendo completado ese día quince kilómetros.

“La RNSF es la segunda área natural protegida (después de la Reserva Nacional de Paracas) que protege áreas marítimas en una zona donde los afloramientos en el mar y la diversidad biológica resultante, las corrientes marinas, los bosques relicto, las lomas, los arrecifes y demás accidentes geográficos, los vientos, la belleza paisajística, los valores arqueológicos y el aislamiento, se concentran, originando lugares prioritarios para la conservación.” (Información oficial obtenida de http://www.sernanp.gob.pe/san-fernando)

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El tercer día fue para nosotros el más intenso y técnico. Partiendo de la Lobería de San Fernando, nos tocó recorrer por un estrecho y casi invisible camino de herradura por los acantilados de la Cuesta del Diablo, por más de ocho Kilómetros, siguiendo la ruta de los recolectores de algas y tal vez de los antiguos peruanos que habitaron dicha zona hace más de dos mil años. Luego de ocho kilómetros de recorrido alcanzamos la parte más alta desde donde visualizamos la desembocadura del Río Grande a cuya rivera llegamos a golpe de las dos de la tarde. Una vez allí tocaba cruzar al otro lado del río, pero ¿Cuál sería la ruta más segura para hacerlo?, la respuesta a esa pregunta nos la dieron generosamente unas personas que en dicha zona se dedican a la recolección y secado de algas marinas, gracias a ellos pudimos atravesar el río por una ruta segura, con el agua hasta la cintura, haciendo el río honor a su nombre: Río Grande.

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Arpoximadamente a las cuatro y treinta de la tarde llegamos a la localidad de Puerto Caballas, cuyo recuerdo viene a mi desde que leyendo la biografía de Don Ricardo Palma, descubrí que él naufragó en dicha zona en el siglo XVIII. “En la época colonial y del virreinato alcanzó importante notoriedad en todo el litoral del sur del país por el contacto directo con España. Siglos atrás, por Puerto Caballa se exportaba a Europa el vino que se producía en el valle de El Ingenio y también era el punto de llegada de esclavos negros. En el periodo de la emancipación perdió importancia y se dejó de oír su nombre y pasó al olvido. La playa está ubicado a dos horas del distrito de Changuillo.

En el camino, el visitante observará las inmensas deformaciones del desierto de Granadal, Mal Paso, Pan de Azúcar, Caracoles y Pampa de Moco.” (Texto de Harold Aldoradín Ortiz publicado en http://diariocorreo.pe/ciudad/las-sirenas-de-puerto-caballa-434376/). En dicha localidad, olvidada por el tiempo, terminaba nuestra travesía, completando ese día unos quince kilómetros mas, para un total de cincuenta kilómetros para nuestros tres días de caminata. A las cinco en punto , luego de almorzar un pescadito frito, partiría para suerte nuestra, una camión que nos llevaría a Palpa, coincidentemente el mismo camión que nos llevó el año pasado cuando concluimos la expedición al Cañón de los Perdidos.

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