Mi opinión
Hoy estuve en «Buen día Uruguay», el programa de las mañanas con mayor sintonía en Montevideo y el interior para hablar del destino Perú y de la gastronomía que tanto nos enorgullece. Todo bien, Federico y Christian, unos tipazos, Soledad Ortega, encantadora. Todo bien hasta que llegaron las notas de la selección de fútbol desde su concentración en el Complejo Celeste. En ese momento conductores y camarógrafos dejaron de lado el ceviche preparado por el chef ancashino Camilo Moreno y la reconocida bonhomía montevideana para escuchar con particular atención los informes médicos que dan cuenta de la lesión de Suárez. Es que alzarse con el título de la Copa Centenario 2016 que se inaugura dentro de unos días en los Estados Uniidos, significa para los uruguayos repetir la gesta de los once valientes que se hicieron de la primera, hace precisamente cien años, en Buenos Aires.
Y en ese equipo tantas veces recordado, alineó Isabelino Gradín, un negro veloz como una saeta que se ha convertido en símbolo de la lucha contra el racismo y los prejuicios en contra de los afroamericanos, que en Uruguay, como se sabe, son muchos. Todos herederos de una tradición y de una historial que se reflejan, entre otras manifestaciones culturales, en el candombe, un baile que nació en los arrabales de Montevideo y Buenos Aires durante la colonia española que ha sido declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
De eso hablé ligero ayer en la Univesridad Católica del Uruguay con Eduardo Rabelino, director de Artes y Ciencias de la Intendencia de Montevideo e impulsor del Museo del Carnaval, y hoy en la tarde con el periodista Mauricio Larregui con quien posiblemente recorra mañana el Barrio Sur y el Barrio Palermo, los dos barrios donde vibra la cultura afrouruguaya, para entrevistarme con su gente y compartir con ellos lo poco que sé de la cultura afroperuana y contarles también los lazos que me unen con los Ballumbrosio, la familia de mi hermano del alma Valiente Ballumbrosio, negro de Chincha y zapateador como pocos.
Eduardo me pasó una interesante y emotiva nota sobre Gradín publicada el día de hoy en el portal de la Fifa, acompañada de una cálida invitación al taller de creación del Producto Turístico Cultural en el Barrio Sur que dirigirá este viernes en Montevideo. Por supuesto que estaré allí y en primera fila.
La Copa América, el certamen de selecciones más antiguo del mundo, cumple sus primeros 100 años. Muchas historias y vivencias escribieron las numerosas páginas de la competición, aunque pocas como las del pionero uruguayo Isabelino Gradín.
Porque Gradín, el primer jugador raza negra en la historia de una selección sudamericana, resultó además campeón, goleador y mejor futbolista de la edición inicial de 1916. A base sobre todo de amor propio, el delantero zurdo le ganó a los prejuicios y a la discriminación, les mostró el camino a todos los futbolistas de color y quedó marcado a fuego entre los más grandes de aquella época.
Gradín nació en Montevideo en 1897. Descendiente de esclavos africanos de Lesoto e hijo de inmigrantes, creció en el popular Barrio Sur, cuna de tamboriles y tambores que forjaron el candombe, el popular ritmo musical uruguayo. Allí, en los empedrados de la capital del país, Isabelino comenzó a moldear su técnica, en la lucha a brazo partido por el balón y la rudeza del fútbol callejero.
De chico sobresalió por su potencia y velocidad. Tenía tanto de ambas que, ni siquiera habiendo jugado y conquistado títulos internacionales en el fútbol, se decidió entre la pelota y el atletismo. Amaba ambas disciplinas por igual y dedicó su vida a practicarlas.
A los 18 inició su carrera en Peñarol, y al año siguiente ya viajó a Buenos Aires para participar en el primer Campeonato Sudamericano. Eran años importantes en la organización del fútbol en el cono sur de América: los cada vez más recurrentes enfrentamientos amistosos entre los países y la necesidad de competir para crecer derivaron, por esos mismos días en la capital argentina, en la creación de la Confederación Sudamericana de Fútbol.
El certamen continental se celebró para conmemorar el Centenario de la Independencia de Argentina y reunió al anfitrión, a Uruguay, a Chile y a Brasil. El formato fue de liguilla, todos contra todos y el que sumara más puntos se llevaría el trofeo.
Goles, reclamos y consagración
El partido inaugural se disputó entre Uruguay y Chile el 2 de julio en el estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, ante 3 mil personas. La Celeste se llevó el triunfo por 4-0 con dos goles de Gradín, pero lo más importante fue que por primera vez en la historia, dos jugadores de color (Gradín y su compañero Juan Delgado) integraban una selección en una competición oficial.
Luego del encuentro, la delegación chilena reclamó los puntos a la flamante CSF, dado que, según denunció, «Uruguay incluyó en su equipo a dos africanos». El pedido no fue aceptado. Posteriormente, los Charrúas vencieron a Brasil, empataron con Argentina y obtuvieron el primero de sus 15 títulos.
Gradín dejó su huella indeleble en esa competición. Fue el goleador, con tres tantos (también le anotaría a Brasil) y elegido como el mejor jugador del torneo. Al año siguiente, Uruguay repitió la consagración, pero Isabelino no actuó en ningún partido.
En Peñarol, su historia también quedó escrita con letras de molde. Campeón en 1918 y 1921, anotó 101 goles en 212 partidos. Es uno de los grandes héroes del Mirasol, y en el Libro de Oro del Centenario del club, un párrafo lo define de manera inequívoca: “A Isabelino Gradín, como estrella fugaz, le fueron concedidos tres deseos: que brillara en canchas y pistas, que le cantaran los poetas y que no se le olvidara”.
Velocidad, medallas y rostro bondadoso
Isabelino era un superdotado físicamente y tenía el don de la velocidad. Alternó el fútbol y el atletismo en el club Olimpia a partir de 1922. Fue Campeón Sudamericano de 400 metros (1918); de 200 metros (1919); de 200, 400 y la posta 4×400 (1920) y de 400 y posta 4×400 (1922).
Tan bueno era Gradín que escritores y poetas, en la época en la que no existía la televisión, inmortalizaron su figura. El galardonado Eduardo Galeano recordó el incidente del Campeonato de 1916 en su libro Fútbol a Sol y Sombra: “La gente se levantaba de sus asientos cuando él se lanzaba a una velocidad pasmosa, dominando la pelota como quien camina, y sin detenerse esquivaba a los rivales y remataba a la carrera. Tenía cara de pan de Dios y era un tipo de esos que cuando se hacen los malos, nadie les cree”.
El poeta peruano Juan Parra del Riego describió a Isabelino tras verlo jugar, en frases que salieron de sus ojos a su corazón: “¡Flecha, víbora, campana, banderola! ¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va! Billarista de esa súbita y vibrante carambola que se rompe en las cabezas y se enfila más allá… y discóbolo volante, pasas uno… dos… tres… cuatro… siete jugadores…”.
A 100 años de la primera gesta de la Copa América, el obligado recuerdo de Isabelino Gradín, un jugador fundamental que marcó una época y, sin saberlo, cambió al fútbol para siempre.