Mi opinión
Los amigos de Pro Naturaleza, una organización conservacionista que conozco desde su fundación en 1984, me entrevistaron hace unos días a propósito del Día de las Áreas Protegidas: querían saber detalles del retorno del turismo a los escenarios naturales de nuestro país y la implicancia de estas visitas en el funcionamiento y pervivencia de las mismas. Por supuesto que les di mi opinión: soy un convencido de la potencia que tienen estos espacios de vida en la transformación de un turista distraído–eso es lo que hemos sido, debo decirlo, hasta antes de la pandemia- en un ciudadano ambientalmente responsable y orgulloso del legado natural y cultural que nos legaron los que nos antecedieron. Les paso la entrevista, los excesos y ditirambos son de mi entera responsabilidad…
Pierina Bellota, Pronaturaleza
Guillermo Reaño, Wili Reaño, es periodista, educador ambiental, consultor en temas de desarrollo, turismo sostenible, y conservación de los recursos naturales y culturales de la región. Conversamos con él para conocer cómo el turismo puede fortalecer la sostenibilidad de nuestras Áreas Naturales Protegidas.
Muchos podrían pensar que el turismo y el cuidado del medio ambiente no son compatibles. Cuéntanos cuál es la importancia del turismo para la sostenibilidad de las Áreas Naturales Protegidas (ANP) en el Perú.
En principio, el turismo es una actividad descentralizadora y, en el Perú, eso nomás es un hecho contundente. Somos además un país premiado por sus Áreas Naturales Protegidas, pero estamos en una encrucijada porque el turismo ha sido tal vez la actividad económica más golpeada por la crisis pandémica, así que ahí hay un punto que hay que tomar en cuenta. Por ejemplo, el 60% de los turistas que ingresaron a las áreas naturales protegidas en el año 2019, eran peruanos y el 40% eran extranjeros. Las áreas más visitadas eran Lachay, Paracas, Islas Palomino o los Pantanos de Villa. Ojo, al Perú llegaban más o menos 3 o 4 millones de personas y las ANP eran visitadas por más de 2 millones; es decir, las áreas naturales protegidas competían en número de visitas con los grandes desarrollos culturales, históricos y arqueológicos que tiene el país.
Esa realidad que quizá pocos conocen, ¿plantea ya un punto de inicio?
Sí, nos da una pauta de lo que podemos hacer. Tenemos una oportunidad en un momento de crisis donde el turismo receptivo (el turista que viene de afuera) ya no está llegando al Perú. Los más optimistas consideran que durante los años 2022 y 2023 el flujo de turismo será parecido al 2019 o al 2018, así que, para mi, este es el momento del turismo interno y es el momento en que el Perú puede reconciliarse con un tipo de turismo que, aunque no genera tantas divisas, produce ingresos económicos en las comunidades más alejadas del país, porque el turista interno sí se va al parque nacional más recóndito del país, entonces las ANP han venido aumentando su volumen de visitas, pero los encargados de la administración de estos lugares tienen que innovar en la gestión del turismo. Esta es una crisis puede ser una oportunidad tremenda.
¿Qué tipo de cosas podrían hacerse?
El año pasado, a un mes de iniciada la pandemia, publiqué en Solo para Viajeros una nota firmada por Pedro Solano, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), en la que decía lo siguiente: “Es el momento del turismo en áreas protegidas, porque son áreas que ya tienen protocolos de bioseguridad y de por sí tienen implícito un mensaje que todos conocemos: la distancia social”. Otra nota que publiqué, esta vez 5 meses después de iniciada la crisis pandémica, es una reproducida desde un portal que dirige un conocido influencer y viajero mexicano llamado Alan Estrada, que dice así: “Japón promueve el teletrabajo desde sus parques nacionales. Una vez que se dieron cuenta de que la crisis tenía para largo, que los jóvenes tenían que seguir trabajando a distancia, implementaron un sistema de alojamientos y hoteles en los parques naturales protegidos”.
No todas las ANP tienen esas posibilidades porque algunas, como el Manu, por ejemplo, por su naturaleza misma, no pueden ser abiertas al público; pero imagínate trabajar cinco días desde el refugio de la Reserva Nacional Lachay, con seguridad, wifi, pagamos por ese servicio y todos ganamos. O pensemos en el Refugio de Vida Silvestre Pantanos de Villa, a dos soles cincuenta de Lima en el bus que va a Lurín. ¿Por qué no pasar el día trabajando allí, escuchando el graznido de las aves, deleitándonos con la belleza del paisaje y además aportando para que el área natural protegida tenga ingresos que permitan su supervivencia?
Muchas de nuestras Áreas Naturales Protegidas no cuentan con las condiciones necesarias a nivel logístico o económico. Es difícil instalar Internet de fibra óptica o satelital. ¿Cuáles serían los retos en ese sentido?
Esto que yo planteo, que parece una utopía, se ha hecho en países donde, efectivamente, el Estado cumple mejor su rol planificador y la empresa privada tiene facilidades para invertir, porque esto es, finalmente, un negocio. El turismo es una actividad económica de hondo contenido social, pero económica finalmente. Frente a la crisis, hay que tomar decisiones coherentes y rápidas, determinar cuáles son las áreas que tienen un perfil donde se pueda implementar todo lo necesario para que el turista pase el día o se quede a dormir, y allí invertir. El Manu está fuera de ese registro, pero pensemos en áreas de conservación regional como los Humedales de Ventanilla o Cordillera Escalera. Hay una serie de zonas que pueden ser habilitadas. El 17% del territorio nacional son áreas protegidas y, en algunas de ellas, los habitantes locales no encuentran un beneficio económico, entonces la lucha de las autoridades y de la comunidad científica es rentabilizar estas áreas para que las personas dejen de preguntarse “¿para qué cuidar tanto esto si el beneficio es mínimo y lo recibe otro?”. Una posibilidad es el trabajo a distancia y la otra es el turismo de visitantes que se mueven para pasar el día. Si hay un espacio seguro para el turismo en nuestras condiciones actuales, esos espacios no son los museos, ni los bares, ni las pizzerías; no son los malls, son las áreas naturales protegidas.
¿Piensas que esta es una oportunidad para que las personas desarrollen un compromiso con la conservación?
Claro. Los parques nacionales y las ANP son espacios para la educación ambiental y ciudadana. Ahora que todos salimos de casa asustados porque hemos visto el Armagedón, el fin del mundo, podemos empezar a proteger lo que hay que proteger y tener un compromiso mucho más militante con el cuidado de la flora y fauna del país. Y no solamente con las áreas protegidas del Perú, sino también con los campesinos, los pescadores y los artesanos, porque durante los meses de confinamiento, en las ciudades hemos sido abastecidos por las familias campesinas y yo, que soy un ciudadano como tú, quiero ir al lugar donde trabajan y agradecerles. Tiene que haber ese compromiso y se tiene que verbalizar. El Estado tiene que impulsar la narrativa de que vamos a volver, con mucho cuidado, a las Áreas Naturales Protegidas para regocijarnos con la belleza natural y aprender a valorarla.
Durante este año tan difícil, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) ha lanzado una iniciativa para promover la conservación llamada Árboles Patrimoniales del Perú. ¿Qué quiere decir? Que un municipio, por ejemplo, decide pedirle al SERFOR que le pongan la categoría de árbol histórico y patrimonial a uno de los árboles de la zona que enorgullece a la comunidad: El Molle, el Huarango, el Eucalipto, el Sauce, la Lupuna, etc. Esas noticias son las que tenemos que poner en primera plana, porque tenemos que reconstruir este territorio tan golpeado por tantas otras pandemias y porque los aprietos del cambio climático son cada vez más visibles y potentes. Hay que empezar a mover la maquinaria antes de que nos ganen los tiempos del turismo masivo y perjudicial, que además genera renta para las empresas, pero no para las comunidades.
Hay una línea muy delgada entre el turismo masivo y el que está más centrado en la experiencia. ¿Qué piensas sobre eso?
Para mi esa lucha la tiene que asumir el Ministerio del Ambiente (MINAM). En la discusión interministerial tienen que decir “un momento señores de la producción, un momento señores del extractivismo, vamos a plantear un tipo de turismo distinto en las Áreas Naturales Protegidas”. Porque el turismo no es una industria sin chimeneas, es una industria nociva, y en el mundo, antes de la crisis, lo que más había era turismofobia, es decir, odio al turista. No queremos turistas en Amantani y Taquile porque su invasión ha beneficiado a unos cuantos. El turismo es una industria totalmente irracional cuando se trabaja mal. Pero también puede ser un fueguito que alimenta a las comunidades si se trabaja bien.
Por ejemplo, en las Islas Palomino, donde las empresas de navegación llegan con más de cien personas que se lanzan al agua, poniendo en riesgo sus vidas, me encantaría que el SERNANP (Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado) diga: “No se metan al agua porque esto es una maternidad. Acá hay cachorros, lobos marinos hembras de las dos especies con crías, mirenlas”. Que nos enseñen a ser espectadores, no unos monos de anteojos y pelo largo perturbando la vida de los animales. Necesitamos transformarnos en turistas más cultos y menos consumidores.
Es momento de que todos los ciudadanos exijamos no solamente que haya turismo, sino un turismo adecuado a nuestro país. Que no sea masivo, que no sea dañino. Que sea más bien un momento de unidad entre los peruanos, para hablar de qué país queremos construir, para llenarnos de orgullo, para crear autoestima y para mirar el mundo y el futuro de otra manera.
Para conocer más sobre el trabajo de Wili Reaño, puedes visitar su blog Solo para Viajeros.
CIFRAS PRINCIPALES:
El 17% del territorio nacional son áreas protegidas.
El 60% de los turistas que ingresaron a las áreas naturales protegidas en el año 2019 eran peruanos.
Las áreas más visitadas durante el 2019 eran Lachay, Paracas, Islas Palomino o los Pantanos de Villa.
Antes de la Pandemia, al Perú llegaban más o menos 3 o 4 millones de personas y las ANP eran visitadas por más de 2 millones.