Mi opinión
Ayer, después de varios meses de obligada ausencia, volví a los Pantanos de Villa para avistar emplumados. Maravilloso. En la laguna artificial, mi paraíso particular desde hace tantos años, la actividad aviar a media tarde sí que estuvo frenética: a la larga presencia de la compacta colonia de flamencos que llegó al humedal chorrillano semanas antes de iniciarse el confinamiento se sumaron cigüeñuelas, rayadores, garzas blancas y azules, gaviotas, gaviotines, patos alabancos y bermejos, zambullidores, guanayes y mucho más, de todo como en botica…
Cuando tengan tiempo, si viven en Lima o están de pasadita por esta ciudad -a veces- sorprendente, no dejen de visitar este sector de los Pantanos de Villa, es una perla, un museo vivo de avifauna marino-costera.
Me dio mucho gusto, debo decirlo también, encontrar voluntarios impidiendo el ingreso de perros, caballos y cuatro por cuatro a la zona de anidamiento de ostreros. Y que un grupo numeroso de personas, la mayoría niños con sus padres, hubiera elegido este paisaje para pasar el domingo atisbando aves y aprendiendo a querer al planeta agónico –y único- que habitamos.
Les dejo esta simpática nota que da cuenta de los esfuerzos de trece estados americanos, uno de ellos el Perú, por proteger el tránsito de las aves migratorias que nos premian desde siempre con su extraordinaria e inspiradora presencia. Buena semana para todos.
- Según el monitoreo de las aves que migran a lo largo del continente americano, desde 1970 a la fecha, el 40 % de todas las aves playeras ha desaparecido.
- Científicos de 13 países del continente americano se han unido para monitorear a las aves a lo largo de la Ruta Migratoria del Pacífico en América (RMPA). Este trabajo ha permitido crear estrategias de conservación para proteger a diversas especies.
En abril, una aguja café (Limosa haemastica) inició un viaje desde la isla de Chiloé, al sur de Chile, hasta el norte de Kansas, en Estados Unidos. Llevaba en una de sus patas un transmisor satelital. Se lo habían instalado unos investigadores que forman parte de un proyecto científico que busca entender cuáles son, y cómo son, los largos viajes que emprenden las aves migratorias en América. Por eso se supo que esta ave recorrió, en aquella oportunidad, unos 9350 kilómetros y que lo hizo volando durante 6 días sin parar.
Las agujas café viajan todos los años desde Alaska hasta Chile y viceversa recorriendo unos 30 000 kilómetros, lo que las convierte en una de las especies que más vuelos sin escalas realiza en todo el continente. Hay otras aves, como los playeritos occidentales (Calidris mauri), que anidan en Alaska y luego viajan hacia el sur pero que, al contrario de la aguja café, se detienen en diferentes lugares durante el trayecto. Otras, como el chorlito nevado (Charadrius nivosus), anidan en el norte de México y apenas se mueven en radios de unos cuantos cientos de kilómetros.
Comprender estas diferentes características ha impulsado a científicos de todo el continente a crear el Programa de Monitoreo de Aves Playeras (MSP por sus siglas en inglés), que desde 2013 recaba información sobre los viajes de las diferentes especies a lo largo de la Ruta Migratoria del Pacífico de las Américas (RMPA) y sobre el uso que las distintas especies le dan a los hábitats que frecuentan. “La única manera de entender qué factores impactan a la población de aves playeras es a través de una red en la que podamos hacer investigación en cada uno de los lugares que ellas visitan y pasan casi la mitad de sus vidas”, explica Matt Reiter.
A partir de 2020, Guatemala se unió oficialmente al programa que ya contaba con la participación de los otros 12 países americanos que tienen salida al océano Pacífico quedando cubierta toda la ruta migratoria por la costa pacífico del continente. Llenar el vacío de información que hasta entonces había en Guatemala permitirá implementar, en ese país, estrategias de conservación que protejan a las aves migratorias y a los ecosistemas de los cuales dependen, tal como ya se ha logrado en otros lugares de la ruta.
Coordinación: la clave para la protección de las aves
Las aves playeras no conocen de límites geográficos, políticos ni económicos por lo que “de nada sirve conservar un sitio en un país, si algún otro de la ruta no lo está”, dice James Chu, del Programa Internacional del Servicio Forestal de Estados Unidos (USFS), una de las instituciones que financia el programa de monitoreo.
Hasta ahora, los científicos han podido identificar 49 especies de aves que viajan a través de la Ruta Migratoria del Pacífico en América y que se dividen en tres grupos diferentes según sus hábitos migratorios. Están las de larga distancia que recorren unos 30 mil kilómetros anualmente; las de media distancia que viajan entre 8 mil a 15 mil kilómetros, y “las que hacen saltitos, que van de sitio en sitio, durante cientos de kilómetros, como los chorlitos”, dice Arne Lesterhuis, especialista en conservación de la Red Hemisférica de Reservas Naturales para Aves Playeras (RHRAP).
Según explica Lesterhuis, aún no se sabe por qué las aves deciden hacer escalas en ciertos sitios, pero que para protegerlas es necesario conservar todos los lugares en los que se detienen durante el viaje.
El playerito occidental (Calidris mauri), por ejemplo, viaja desde Alaska donde se reproduce hasta el norte de Suramérica e incluso hasta el centro de Perú en busca de alimento, asegura Lesterhuis. Debido a que son los machos quienes cuidan a las crías, las hembras son las que migran primero deteniéndose en lugares como el Río Delta, en Canadá; en las playas del Pacífico mexicano; el sur de Guatemala hasta las playas del centro de Perú. “La desaparición de un sitio en toda la ruta impacta directamente a las aves ya que, en muchas de ellas, la capacidad de adaptabilidad es reducida, por lo que corren riesgo de morir”, dice el experto.
Según la Iniciativa para la Conservación de Aves de América del Norte (NACBI, por sus siglas en inglés), las poblaciones de aves migratorias han decrecido en un 40 % desde 1970. De las 49 especies identificadas, 25 muestran un descenso sostenido, siete han aumentado su población, seis se mantienen estables y de 11 no se tiene datos precisos. El género Calidris, por ejemplo, al que pertenece el playerito occidental, descendió de los 526 mil individuos monitoreados en 2014 a los 210 mil registrados a inicios de 2020. Las razones son muchas, como la desaparición de sus ecosistemas, la falta de alimento y el cambio climático, entre otras, aseguran los expertos.
A pesar de las cifras, no todo son malas noticias. La información levantada por la MSP le ha permitido a la Red Hemisférica de Reservas Naturales para Aves Playeras (RHRAP) crear estrategias de conservación en los diferentes puntos de tránsito de las especies y así detener la disminución de sus poblaciones.
“Como biólogos hemos sido muy inocentes y hemos creído que solo con apelar a la conciencia ambiental de la gente era suficiente. Sin embargo, ahora hemos entendido que es necesario un trabajo interdisciplinario en el que participen políticos, gobiernos, tomadores de decisiones y el sector privado para crear soluciones más sólidas e integrales”, dice Osvel Hinojosa, coordinador del Programa de Soluciones Costeras de Cornell.
Estrategias exitosas en Latinoamérica
La RHRAP, presente en 17 países del continente americano, es un organismo regional que busca enlazar estrategias de conservación en los diferentes sitios de los que dependen las aves. Actualmente, dicha red está formada por unos 117 sitios esparcidos por todo el continente de los cuales 59 se encuentran en Latinoamérica.
Según Lesterhuis, que los sitios de conservación estén agrupados en una red permite que estos estén conectados y que se puedan desarrollar estrategias de conservación regionales que beneficien efectivamente a las aves.
El experto explica que para ser parte de esta red, un sitio debe ser de importancia para las aves, es decir, que al lugar deben llegar al menos 20 mil individuos o al menos el 1 % de la población biográfica de una especie. Si esto se cumple, se realiza un compromiso con el propietario del sitio —que puede ser el Estado, un privado o una comunidad— para que este realice un manejo en favor de las aves y mantenga un monitoreo constante del estado del sitio.
La RHRAP ya cuenta, en los sitios que la conforman, con algunas estrategias de conservación exitosas. Una de ellas ocurre en la playa Ciprés, frente a la Bahía de Ensenada, en Baja California, al norte de México. Allí, desde hace tres años, un equipo de investigadores y conservacionistas liderados por Jonathan Vargas, becario del Programa de Soluciones Costeras de la Universidad de Cornell, cercan más de 12 mil metros cuadrados de playa para proteger los sitios de anidación del chorlito nevado (Charadrius nivosus), una especie que se mueve entre Oregón y las costas de California, en Estados Unidos, y el norte de México.
Puesto que el chorlito nevado anida en la arena, las actividades humanas que se desarrollan en las playas ponen en riesgo la reproducción de estas aves. Por eso, los cercos alrededor de los nidos han sido clave para evitar que los huevos sean depredados por perros, aplastados por cuadrimotos o por las mismas personas, explica Vargas. En 2018, cuando partió la iniciativa, solamente se cercaron seis nidos de los cuales tres fueron exitosos con huevos eclosionados. En 2019, de los 51 nidos registrados, los investigadores lograron proteger 25 y en 2020, las cifras apuntan a que los resultados serán aún más exitosos. Solo en abril, los huevos de 15 nidos eclosionaron exitosamente. Además, según Vargas, dos polluelos que nacieron en la zona en 2019 regresaron este año al lugar y uno de ellos “ahora está en Morro Bay, California y ya tuvo su primer nido ahí”, asegura.
La isla de Chiloé, al sur de Chile, es un sitio de gran importancia para las aves del continente. Tanto así que los Humedales de Chiloé fueron declarados, en 2011, sitio de importancia hemisférica por parte de la RHRAP. De hecho, el 99 % de la población de agujas café que todos los años abandona Alaska durante el invierno en el norte, llega hasta Bahía de Caulín, ubicada en esta isla, para alimentarse.
Los habitantes de este lugar se dedican, en su mayoría, a la recolección de alga pelillo (Gracilaria chilensis), de la cual se extrae un componente utilizado por las industrias farmacéutica y cosmetológica. El problema es que los pelilleros, como se conoce a las personas que realizan esta actividad, ingresan a los terrenos lodosos donde se alimentan las aves con perros, caballos y carretas artesanales generando disturbios que interrumpen los hábitos alimenticios de la aguja café.
Para solucionar este conflicto, Natalia Martínez, otra becaria del programa de Cornell, se encuentra trabajando con las comunidades locales de la Bahía de Caulín. “Tenemos ideadas algunas buenas prácticas, como la reducción de perros y otros animales domésticos, y organizar la presencia humana no esencial en las zonas de cosecha”, explica Martínez. Sin embargo, debido a la llegada de la pandemia, el proceso participativo se encuentra por ahora detenido, asegura la investigadora.
En Centroamérica, hasta 14 especies de aves utilizan regularmente las salineras y camaroneras como lugares de alimentación y descanso. Allí, el enfoque de RHRAP es “lograr que se respeten los tiempos que las aves usan para alimentarse y descansar por lo que hay que reducir el disturbio humano y la contaminación”, explica Lesterhuis. Un ejemplo de cómo esto ha sido posible es la historia de Julia Salazar quien tiene una salinera ubicada en la Bahía de San Lorenzo, al suroriente de Honduras.
Salazar, con estudios de turismo y miembro de una familia de salineros hondureños, se interesó por las aves que visitan las zonas de producción de sal y vio en su protección una oportunidad de desarrollo sostenible para el sector. “Mi padre en un inicio no mostró ningún interés por las aves”, cuenta, y agrega que para los productores lo que más importa es generar ingresos.
Antes de la innovación impulsada por Julia, la cotidianidad en la salinera familiar era muy diferente a lo que es hoy. Cuando terminaba la temporada productiva de sal, cubrían con plásticos sus áreas de producción impidiendo que las aves pudieran ocupar esos espacios para alimentarse. Además, durante los trabajos, no se tenía ningún cuidado con los nidos. Estos eran destruidos sin consideración si es que se interponían en el área de producción, cuenta Julia. Por último, tampoco se pensaba antes en disponer de manera segura los residuos de la producción para evitar contaminar el agua de las salinas.
Hoy, todo eso está cambiando. Tras convertirse poco a poco el lugar en un sitio de interés para los observadores de aves y en un destino de aprendizaje para los estudiantes, el padre de Julia ya ha comenzado a ver los beneficios económicos de la conservación. Actualmente, hasta el 5 % del presupuesto anual de la salinera proviene de estas actividades relacionadas con la protección de las aves y el siguiente paso es lograr contar con certificaciones de sal amigable con las aves y acceder a contratos con grandes empresas interesadas en productos artesanales sostenibles. Según cuenta Julia, ya es normal que su padre vaya en busca de huevos y nidos para realizar, él mismo, el monitoreo y cuidado de los mismos.
Guatemala se une a la conservación
En Guatemala, tras unirse recientemente este país al Programa de Monitoreo de Aves Playeras, apenas se están dando los primeros pasos. Sin embargo, científicos y conservacionistas esperan que allí se pueda replicar la experiencia de las salineras de Nicaragua y Honduras. “En Guatemala no hay lineamientos para regular el trabajo de salineras y camaroneras. Lo que se busca es crear un manual participativo de buenas prácticas de producción, que contribuya a la conservación”, explica la bióloga e investigadora guatemalteca, Varinia Sagastume.
Aficionada a la observación de aves, Sagastume se dedicó durante todo el 2019 a aprender sobre las aves playeras del pacífico guatemalteco, tanto de las que residen allí como de las que solo están de paso. “No teníamos expertos [en aves playeras]”, cuenta la bióloga quien, junto a su colega Bianca Bossarreyes, comenzó a aplicar técnicas de conteo, a observar patrones de comportamiento en la aves y a identificar especies. A partir de esos primeros esfuerzos, las biólogas contactaron a Matt Reiter, director del MSP, y lograron incluir a Guatemala dentro del programa.
En enero y febrero de 2020 se llevaron a cabo los primeros monitoreos, pero la pandemia del COVID-19 ha imposibilitado el trabajo de campo, las reuniones y el acercamiento con los sectores involucrados. Sin embargo, la ventaja que la bióloga Varinia Sagastume y su equipo de trabajo tienen es contar con todo el conocimiento adquirido a través de los años por los investigadores del Pacífico americano y emprender estrategias que puedan entregarle a las aves, que pasan por Guatemala, un lugar seguro donde hacer una parada antes de continuar el largo viaje.
*Imagen principal: en la isla de Chiloé, al sur de Chile, se concentra el 99 % de las aguja café (Limosa haemastica) que salen de Alaska cada año. Esta ave ha visto reducido sus hábitats debido a que debe de compartirlo con comunitarios dedicados a la extracción del alga pelillo. Foto: Brad Winn/RHRAP
El largo vuelo del zarapito pico recto: 9,359 kms entre Chiloé y Kansas