Mi opinión
“Vivíamos como en la edad de Bronce, rememora Eduardo Nycander para esta entrevista exclusiva, teníamos que cargar más de cinco kilómetros unos nidos que pesaban más de 250 kilos y una vez ubicado el árbol, que iba a servir de soporte, treparlos 40 o 50 metros”. Lo que nació como un proyecto entusiasta, de mucho compromiso y terquedad juvenil, se ha convertido en una de las experiencias de ecoturismo y conservación de la naturaleza más potentes de esta parte del planeta.
Rainforest Expeditions cumple treinta años, qué la fiesta continúe por mucho tiempo más.
La Amazonía puede…
“Quería ser fotógrafo, esa era mi ilusión, soñaba con ver mis fotos publicadas en National Geographic”. Treinta años después Eduardo Nycander Von Massenbach, peruano, fundador del mítico Tambopata Research Center (TRC), el centro de investigación de fauna silvestre creado en 1989 en las proximidades de la collpa Colorado, el más grande lamedero de arcilla del mundo, no puede ocultar su emoción al rememorar esos años maravillosos.
“Era muy joven, acababa de terminar la carrera de arquitectura y quería salvar las selvas de Madre de Dios. Pensaba que la fotografía podía ayudar a lograrlo”.
“Sin darme mucha cuenta, llegué a Tambopata”.
Los bosques de esa sección de la cuenca del río Tambopata, actualmente a seis horas de navegación de Puerto Maldonado, entonces, a fines de la década de los años ochenta, a dos días dando tumbos por un río casi desconocido, habían permanecido relativamente vírgenes, intocados, guardando en su interior más de un millón de hectáreas de vida natural.
Cuando Eduardo llegó a la collpa Colorado junto a un grupo de expedicionarios de Wildlife Conservation Society (WCS) no lo podía creer.
Cientos, por no decir miles, de loros, guacamayos y otras especies de aves de vistosos plumajes se amontonaban sobre las laderas de unos barrancos despejados de árboles donde las concentraciones de sal y otras sustancias químicas actuaban como un maná caído del cielo para todas…
El impetuoso muchacho decidió cambiar de rumbo de un solo plumazo y sentar reales en ese universo nuevo y fascinante. “Con Kurt Holle, su socio posteriormente en Rainforest Expeditions, la empresa de ecoturismo que fundó para ordenar sus sueños, nos pusimos a estudiar el comportamiento de las tres especies más comunes en la collpa: Ara ararauna (guacamayo azul y amarillo), Ara chloropterus (guacamayo rojo y verde) y Ara macao (guacamayo escarlata o rojo)”.
“Kurt todavía no había acabado la universidad y yo lo único que tenía era mi título y cierta experiencia de trabajo con los machiguengas de la región”.
Con esas credenciales, mucha obstinación y una capacidad de trabajo propia de titanes, los dos muchachos nacidos y criados en Lima echaron a andar el Proyecto Guacamayo, el centro de investigación especializado en guacamayos más importante y longevo de esta parte del planeta.
Hacer bien la tarea
Los guacamayos, loros y pericos del Tambopata pertenecen a una misma familia compuesta por 332 especies distribuidas principalmente por el trópico. Donald Brightsmith, actual director del Proyecto Guacamayo, ha comentado que los psitácidos de esta historia son las especies más amenazadas entre todas las familias de aves del planeta. Sus hábitats, por lo general bosques tropicales, vienen siendo destruidos a pasos agigantados.
Cuando Nycander y Holle se instalaron en el Tambopata para estudiar el comportamiento de los guacamayos de los alrededores no se habían creado todavía las dos áreas protegidas que existen en la actualidad, la Reserva Nacional Tambopata y el Parque Nacional Bahuaja-Sonene.
“Pese a seguir siendo una selva sin hombres, continúa Nycander, observamos que los peligros eran inminentes: la gente ingresaba a la zona a cazar guacamayos para preparar sopa de guacamayo y la tala selectiva, de grandes árboles maderables, empezaba a poner en riesgo los lugares donde anidaban estas aves”.
Los dos aventureros y la legión de amigos que fueron convocando, se propusieron proteger las comunidades de guacamayos para permitir que la naturaleza pudiera seguir haciendo bien su tarea: colocaron nidos artificiales en el aguajal adyacente al albergue y en las zonas donde crecían los shihuahuacos (Dipteryx micrantha), los gigantescos árboles que elegían las parejas para cuidar a sus polluelos.
Los primeros nidos fueron hechos de madera de pona (Iriartea ventricosa), una palmera muy común en la Amazonía que solían utilizar los guacamayos del Tambopata, los siguientes de cedrelas. Funcionaron, pero al poco tiempo empezaron a podrirse. La lluvia y el ataque de insectos y otros invasores era incesante. Los siguientes tuvieron que ser de plástico, de PVC, un material resistente que fue rápidamente aceptado por las parejas de inquilinos.
“Vivíamos como en la edad de Bronce, rememora Eduardo Nycander, teníamos que cargar más de cinco kilómetros unos nidos que pesaban más de 250 kilos y una vez ubicado el árbol, que iba a servir de soporte, treparlos 40 o 50 metros”.
Los trabajos pioneros del Tambopata Research Center dieron sus frutos. Los guacamayos empezaron a utilizar los nidos de manera permanente y el éxito reproductivo fue más que evidente: durante la temporada de anidamiento era común ver a las parejas de guacamayos buscando con frenesí los nidos que habían utilizado el año anterior.
Los turistas empezaron a llegar de manera más fluida y la experiencia se hizo conocida en el mundo del turismo de naturaleza. La marca Rainforest Expeditions se convirtió en un referente de ecoturismo y conservación de la naturaleza.
Por fin las fotos de Eduardo Nycander, esas que había soñado tomar, se publicaron en National Geographic.
No solo eso, la edición de enero de 1995 se ocupó de narrar su historia en veintiún páginas y una tapa inolvidable. El joven fotógrafo y sus guacamayos fueron retratados por Frans Lanting, celebridad mundial en fotografía de vida silvestre.
Desde entonces, el Proyecto Guacamayo, el Tambopata Research Center y Rainforest Expeditions han unido sus nombres para convertir al Tambopata –sus bosques, sus ríos, su fauna silvestre- en una marca registrada que combina amor por la naturaleza, ecoturismo del más alto nivel y respeto por las comunidades locales que habitan las cercanías del destino, en este caso los indígenas de la etnia Ese eja de la comunidad de Infierno.
La escuela Rainforest Expeditions
“Acabo de volver de Tambopata, comenta Eduardo, y esto que voy a contar refleja lo que hemos hecho: uno de los guías que dirigió la visita a los emprendimientos turísticos que la propia comunidad ha creado era el hijo de Agustín Mishaja, el primer trabajador que tuvimos en la empresa. Cuando me dijo su nombre, lo recordé: era el menor de los cuatro niñitos que vivieron con nosotros en el albergue. Y no solo eso, el joven que me atendía ahora, veinticinco años después, me contó que el mayor de la familia, el muchachito de siete años que jugaba entre los nidos, es el actual presidente de la comunidad de Infierno”.
Tarea cumplida. El bosque del Tambopata mantiene una población estable de guacamayos debido a los nidos que se colocaron, algunos de ellos hace más de 25 años y la reintroducción de individuos nacidos en cautiverio también ha sido muy exitosa.
“Nuestros Chicos, los guacamayos que nacieron en el albergue en las campañas de los primeros años, no solo se adaptaron a la vida silvestre con normalidad, también lograron formar parejas reproductivas; algunos de estas parejas, además, con guacamayos silvestres. Nuestros Chicos siguen viniendo a visitarnos después de 27, 28 años de haber nacido en el albergue”.
La fiesta del arribo de los guacamayos al Tambopata Research Center, el albergue que se ha ido renovando con el paso de los años y que en la actualidad es uno de los más modernos y cómodos de la región neotropical, es una de las actividades más celebradas por los visitantes que llegan al Tambopata.
“Yo solo quería tener tiempo libre para tomar fotos, rememora Eduardo en la oficina de Rainforest Expeditions en el distrito limeño de Miraflores, no lo pude hacer, me dediqué por completo a estar en contacto permanente con la naturaleza y su conservación”.
En el camino el joven arquitecto que dejó la fotografía por un tiempo supo transformar su pasión en un movimiento científico –y ecoturístico- que ha sido capaz de preservar el paraíso.
Una última pregunta, Eduardo, me animo a decirle, ¿Qué significan para ti estos primeros treinta años?
«Una aventura, me responde, una aventura que por ahora no quiero que acabe. Todavía hay mucho por hacer…»
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