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Mi opinión

La Reserva Tierra Linda, en Chontachaca -o Chontachaka para ser justos con los modos que utiliza el poblador local- es un paraíso de vida natural al lado del Parque Nacional del Manu; un territorio reservado íntegramente para la ciencia y la educación ambiental. Ciento veinte hectáreas salvadas de la destrucción para ser puestas al servicio del futuro gracias a la convicción y empecinado trabajo de sus impulsores: José Vicens, Pablo Yglesias y Pïlar Diez.Tiempos de cambios, verdaderamente, en un territorio de aves multicolores y vida silvestre a borbotones.


José Vicens, entomólogo trotamundos y vecino de Chontachaca desde el año 2010 conoció a Pablo Yglesias, catalán, en el camino que desciende desde Acjanaco a Pillcopata, en el maravilloso bosque de nubes del distrito de Kosñipata, en la selva del Cusco.

Conversaron, hicieron migas y al poco tiempo José, mallorquín, coleccionista de mariposas, insectos, fósiles y aventuras, le propuso formar sociedad para sacar adelante el sueño que había traído desde Menorca, en las islas Baleares: la Reserva Tierra Linda, un paraíso de vida natural al lado del Parque Nacional del Manu, un territorio reservado íntegramente para la ciencia y la educación ambiental.

Ciento veinte hectáreas salvadas de la destrucción para ser puestas al servicio del futuro que ambos compartían.

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Tierra Linda

Pilar Diez, profesora, la tercera en la empresa, recuerda con precisión el día que los astros se alinearon para que las tres voluntades se convirtieran en una sola y empezará a ordenarse el mundo. De esto hace cinco años.

Desde entonces la Reserva Tierra Linda se ha ido convirtiendo en un centro de interpretación e investigación científica que recibe a investigadores y voluntarios de todo el planeta; una estación científica, digamos, establecida para entender -entre otras consideraciones- la ecología de un bosque tan particular en el límite de las yungas orientales y el llano amazónico.

Los bosques de Chontachaca, Patria, Asunción y Pillcopata, las localidades más conocidas del distrito de Kosñipata, siguen siendo, pese a haber soportado por décadas la más cruel de las expoliaciones, un manojo de áreas naturales ricas en endemismos y biodiversidad. Ni qué decir de la belleza irrepetible de sus follajes y cuerpos de agua.

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Durante años, de forma continua, madereros venidos principalmente de la sierra aserraron los troncos de los árboles más vigorosos y firmes de esta selva que parecía impenetrable e infinita. Con paciencia de hormigas y sin ningún remordimiento cargaron en los camiones que zigzagueaban por las trochas que fueron improvisando miles, tal vez millones de pies tablares de las más finas maderas de los cedros, caobas, lupunas, tornillos y otras piezas de ébano que tasajearon sin piedad.

Bosques para el futuro

A pesar de tal ignominia, los bosques de Chontachaca lograron sobrevivir. De eso da cuenta la Reserva Tierra Linda; al lado del bosque intervenido, vaciado de sus árboles más antiguos, insurge el bosque primario, intacto, vigoroso, lleno de vida y tanto por cuidar. El milagro de la creación en un fin del mundo que podríamos, esta vez, salvar para siempre…

Si es que la conservación se impone al desarrollismo que mide el valor del bosque en recursos naturales con capacidad de imponer condiciones en los mercados del mundo.

En Tierra Linda el valor que prima, me va contando Pablo mientras tomamos desayuno en el comedor principal de la estación científica que el trío ha levantado en una de las orillas del magnífico río Hospital, el cauce de aguas transparentes que desciende de las alturas con su cargamento de nutrias de río, es el de la abundante fauna que caracteriza a la selva alta de este segmento de los andes-amazónicos.

Pablo Yglesias, soñador.
Pablo Yglesias, soñador.

Hago el listado, boquiabierto, de los animales con los que es posible encontrarse en las trochas que han construido para internarse en el bosque: pumas, osos hormigueros, tigrillos, otorongos, tucanes, oropéndolas, gallitos de las rocas, perdices, ronsocos, guacamayos, sajinos, ciervos enanos, monos, osos de anteojos, mariposas…

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Volver al paraíso

Las tierras en estos valles sobre los 800 msnm perpetuamente cercados por las nubes que vienen desde el océano Atlántico y las lluvias persistentes, se recuperan con mayor facilidad que en otros trópicos. Eso es cierto; sin embargo, la regeneración de este bosque exageradamente expuesto a la mano del hombre requiere del compromiso permanente de una cuadrilla de seres humanos que estén vigilantes a su convalecencia.

Naomi, la voluntaria canadiense que conocí en Tierra Linda lo entendió con claridad cuando decidió dejar la tranquilidad de Montreal para vivir unos meses en las cabañas que José, Pablo y Pilar levantaron en la reserva para acoger estudiantes y otros interesados en la salud de los bosques del planeta que nos van quedando.

Con ayuda de chicos y chicas de todas partes los Tierra Linda han logrado plantar con éxito dos mil arbolitos nuevos de cedro, caoba, águano y otras especies emblemáticas.

Pero aún falta mucho por hacer. En Tierra Linda sus impulsores están decididos a recuperar la cocha poblada de aguajes y chontas –dos palmeras que sirven de hábitat a guacamayos y otras especies- que alguna vez existió cerca del campamento base y seguir generando más ciencia para la conservación. En la lista de pendientes que José Vicens tiene apuntada están también el mariposario, el jardín botánico y el centro de interpretación que están construyendo, de a poquitos, en la propiedad que tiene al lado de la carretera que avanza hasta Pilcopata.

Por ahora financiamos nuestro trabajo con el aporte de los voluntarios, termina de contarme Pablo Yglesias, alguna vez también voluntario en esta floresta, pero estamos interesados en desarrollar una propuesta de turismo de naturaleza más sólida. Tierra Linda, pienso, podría recibir turistas especializados deseosos en conocer el trabajo de una comunidad de hombres libres dispuestos a sanar lo que otros se afanaron en destruir y no pudieron.

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Es cierto, la belleza salvaje de estos bosques ha permanecido incólume. Lo saben perfectamente los tres socios de la reconquista del trópico de Chontachaca, un rincón del planeta Tierra bendecido por la belleza extrema de sus habitantes, gigantes algunos como las lupunas que sobrevivieron al holocausto y otros diminutos como las hormigas corta hojas que avanzan en milimétrica formación llevando los insumos que se convertirán en un “compost” de hongos que habrá de aliviar su apetito voraz.

Reserva Tierra Linda, acabo de volver de allí, es una epifanía, un canto a la naturaleza y a los hombre que la pretenden perpetuar.

Se los recomiendo.

Post scriptum: Me había olvidado de mencionar a Inti, el perro que acompaña a Pablo Yglesias por todas partes. Lo conocí hace unos meses, cuando llegué a Tierra Linda en la camioneta de otros tiempos que conduce el catalán. En mi cuaderno de navegación apunté ese día: “el camino desde la casa de José Vicens, en Chontachaca, hacia la Reserva Tierra Linda, donde vive Pablo con un perro y un gato, nos debe haber tomado recorrerlo veinte o tal vez treinta minutos. En medio de la lluvia, el sonido monocorde de las chicharras y el croar los sapos, pudimos sentirnos, estoy seguro, miembros de una expedición al corazón de África”.

Pero no, estábamos en un borde natural del Manu, el corazón de la biodiversidad amazónica.

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Reserva Tierra Linda
Asentamiento rural Chontachaca
Pillcopata, Cusco – Perú.

+51 963903469 (Pablo)
+51 958461608 (Pilar)
reservatierralinda@gmail.com
http://reservatierralinda.com/

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José Vicens, cazador de sueños

 

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