Mi opinión
Como Lucas, el personaje del juguete literario publicado por Cortázar en 1979, Miguel Rubio no solamente escribe, sino que le gusta pasarse al otro lado y leer lo que escriben los demás, sobre todo si se trata de Raymond Chandler, Julio Ramón Ribeyro o el viejo Ricardo Palma, para encontrar los motivos, el anfo, que se necesita para encandilar a los distraídos, cualquiera sea su talante. Lo recuerdo así: empecinado buscón de novedades e historias para solaz de las audiencias que solía convocar en el “gabinete” de la avenida Dos de Mayo, en San Isidro; en su casita de Las Acacias, en Miraflores o en la quinta que pobló de risas y bonhomía en el distrito de Barranco.
Como Lucas, el personaje del juguete literario publicado por Cortázar en 1979, Miguel Rubio no solamente escribe, sino que le gusta pasarse al otro lado y leer lo que escriben los demás, sobre todo si se trata de Raymond Chandler, Julio Ramón Ribeyro o el viejo Ricardo Palma, para encontrar los motivos, el anfo, que se necesita para encandilar a los distraídos, cualquiera sea su talante. Lo recuerdo así: empecinado buscón de novedades e historias para solaz de las audiencias que solía convocar en el “gabinete” de la avenida Dos de Mayo, en San Isidro; en su casita de Las Acacias, en Miraflores o en la quinta que pobló de risas y bonhomía en el distrito de Barranco.
Como el alter ego de Julio Cortázar en “Un tal Lucas”, Rubio escritor y Rubio narrador de relatos inverosímiles cultivan el buenhumor para evitar las carrasperas que suelen producir los desencantos del tiempo que pasa raudo y se va como jugando.
Su delicado (¿o delicada?) “Avenida Arequipa”, el segundo libro que publica en este milenio, da cuenta de su oficio de vocinglero cronista de una ciudad fagocitada por los “tiempos modernos” que bien merece un postrero homenaje, no una lisonjera evocación en modo “todo tiempo pasado fue mejor” tan común a los enamorados de una Lima que se fue. Y eso, lo primero, es lo que ha hecho el autor de “La expulsión del paraíso”: hilvanar recuerdos y chirigotas (Eslava, dixit) para redescubrir sus andanzas desde los cuatro años por la avenida Arequipa y sus extramuros, los parques, calles y avenidas de los distritos limeños de Santa Beatriz, Lince, San Isidro y Miraflores.
Y como buen alero derecho el que alguna vez fuera habilísimo futbolista del ADO, el Atlético Deportivo Olímpico para los que nacieron después de los años setenta, driblea –cuando narra- como los buenos. Por momentos su pluma aletea como la del Murciélago, Manuel Atanasio Fuentes, padre de la sátira y el costumbrismo limeño. O se muestra jacarandosa y versátil como la de Luis Felipe Angell, Sofocleto urbi et orbe. O se torna punzante como en las notas del Ribeyro de “Dichos de Lúder”.
Por las páginas de “Avenida Arequipa” desfilan los prohombres de esta parte de esa Lima que pretendió siempre ser moderna: el Drácula del Marcantonio, el poeta Juan Bullita, Perico y Toto Terry, Constantino Carvallo, Erasmo Wong y sus hijos, Desiderio Blanco, Huayhuaca, que se ha encargado del prólogo del libro, y por cierto los espacios públicos que la arteria motivo de sus afanes pudo integrar para beneficio de los paseantes: el parque Hernán Velarde, la plazuela Bélgica, el cine Roma, el Tip Top, el bosque del Olivar, el parque Kennedy. Y todo este repaso bien matizado con menciones al cine de los cincuenta, sesenta y más, el buen fútbol y las mataperradas de la tribu que lo tuvo como a uno de sus mejores exponentes.
Recomiendo este librito de recuerdos limeños y digresiones como cancha. En apostillar Rubio es de los mejores. Como se sabe ha invertido interminables horas de ocio, yo que lo he frecuentado en San Isidro, Miraflores y Barranco lo certifico, a ver buenas películas, leer libros que valen la pena leer y huevear para llenar sus aljabas de datos curiosos, glosas interminables y anécdotas imborrables para que lo sigamos queriendo. Y leyendo.
Avenida Arequipa
Miguel Rubio del Valle
2020