Mi opinión
Los bosques de kelp o de quelpos, las praderas de macroalgas que saturan de vida los océanos del planeta y que, en la península de San Fernando, especialmente, se agrupan para formar impresionantes “maternidades”, por llamarlas de alguna manera, donde se agolpan para depositar sus huevos infinidad de peces, crustáceos y otros invertebrados, son imprescindibles para sustentar la vida tal como la conocemos en el mar peruano. Tal vez la presencia de estos oasis subacuáticos sean el origen -o la causa- de la tantas veces comentada riqueza marítima nuestra (expresión que, por cierto cada día, cobra el sentido de un espejismo). En la siguiente nota Stefano Cárdenas, investigador del Grupo Viajeros, presenta el trabajo de Bruno Cevallos, joven científico peruano cuyos estudios en la Reserva Nacional San Fernando vienen aportando datos muy importantes sobre las poblaciones de una de las especies más extraídas por los recolectores formales, informales e ilegales de macroalgas que actúan en nuestro litoral alentados por un boom comercial que ha puesto en jaque a un elemento fundamental de la cadena trófica del mar peruano. Stefano toca un tema de honda preocupación para nosotros: la salud de nuestro océano depende de cómo administremos la extracción de estos recursos. Investigadores muy destacados como Yuri Hooker lo vienen manifestando desde hace mucho; es necesario, por ello, estar muy atentos a este tema, no es un asunto menor, para nada. Vamos a volver en estos días con más información al respecto.
Por Stefano Cárdenas, especial para SOLOparaviajeros
Conozco a Bruno desde que tengo memoria. Siempre lo vi como ese espíritu curioso que jamás se conformó con lo evidente, con lo que los ojos alcanzan a percibir. Su insaciable interés por ir más allá de los límites de la percepción humana lo ha llevado a transitar caminos poco comunes, explorando ideas que para muchos rozaban la locura, pero que en él se transformaban en visión.
Esa misma “insensata locura” fue la que lo impulsó a diseñar la sonda robótica Fisher X, una herramienta pionera para la exploración de ambientes acuáticos prístinos, y también la que lo conecta hoy con la gestión del riesgo biológico en el Perú, un campo donde ciencia, innovación y compromiso se entrelazan en un mismo propósito.
Bruno es, en esencia, un buscador de respuestas, de horizontes y de nuevas formas de entender la relación entre la humanidad y los ecosistemas que habita. Su travesía científica empezó bajo las aguas de Pucusana, Lima e Ilo, donde descubrió los majestuosos bosques de kelp (algas, en inglés). Sumergirse allí —rodeado de frondas gigantes que se mecen con la corriente y sostienen la vida marina— fue para él el inicio de un camino de descubrimientos que lo ha posicionado como una de las voces más sólidas en el estudio y conservación de estos ecosistemas.
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Hoy, Bruno Cevallos representa a una generación de investigadores que entienden que la exploración no es solo un acto de ciencia, sino también un acto de responsabilidad. En su visión, los océanos, los ríos y los bosques no son territorios inexplorados, sino aliados en la construcción de un futuro resiliente frente a la crisis climática.

El Carbono azul y la paradoja ecológica
En la Reserva Nacional San Fernando, el estudio liderado por Cevallos reveló un hecho inesperado: la población de Lessonia trabeculata está dominada por individuos juveniles que presentan estructuras reproductivas en tallas mucho menores de lo que establece la normativa actual. Este hallazgo cuestiona los criterios de extracción legal y evidencia un riesgo: las regulaciones vigentes podrían no estar protegiendo realmente a los reproductores. La investigación también identificó la coalescencia, un proceso en el que varios juveniles se fusionan en un mismo disco basal, lo que puede llevar a sobreestimar la cantidad de adultos presentes.
Los bosques peruanos de kelp poseen una paradoja fascinante: cada individuo almacena grandes cantidades de carbono en sus tejidos, pero la biomasa por superficie es menor en comparación con otros lugares del Pacífico. No destacan como grandes depósitos locales, pero sí como sistemas con alto potencial de captura y exportación de carbono hacia sumideros marinos profundos. Ese carbono, transportado por corrientes y depositado en sedimentos oceánicos, puede permanecer atrapado por siglos, contribuyendo a la mitigación climática global.
A pesar de encontrarse en un área protegida, los bosques de San Fernando arrastran un historial de explotación. La recolección pasiva de algas llegó a representar hasta el 10% de la producción nacional, un nivel insostenible para ecosistemas tan frágiles. A ello se suman amenazas ambientales como el impacto de El Niño, olas de calor marinas, contaminación por microplásticos y la presión de industrias cercanas.
“Estos organismos [las algas] purifican el agua, alimentan a mariscos e invertebrados y ofrecen refugio a múltiples especies. Sin embargo, su valor ecológico ha sido reconfigurado por la industria global que las codicia como materia prima para medicamentos, fertilizantes, cosméticos y suplementos nutricionales, pero sobre todo por su compuesto espesante, presente en pastas dentales, gelatinas, yogures y más: el alginate”. Leído en Mongabay Latam, 23/9/2025 |
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El investigador insiste en que las familias que dependen de la recolección artesanal deben ser protagonistas de la conservación. Capacitación, certificación de buenas prácticas y acceso a mercados sostenibles podrían transformar el vínculo entre comunidades y bosques marinos, generando ingresos justos y sostenibles. Casos como los proyectos de restauración en Japón (Urchinomics) y en Chile (Huiro Regenerativo) son ejemplos inspiradores de cómo unir ciencia, conservación y desarrollo comunitario.
Consciente de la urgencia, Cevallos envía un llamado directo a los tomadores de decisión: “Los bosques de kelp no son solo algas, son ingenieros ecológicos que sostienen biodiversidad, regulan energía y brindan resiliencia. Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de perder un patrimonio natural que también es un aliado frente al cambio climático”.
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