Mi opinión
Herzog conoció a Bruce Chatwin en 1983 cinco años antes de que el genial escritor y viajero cayera víctima del Sida. Se encontraron en Australia: el autor de «En la Patagonia», excéntrico y vital, iba tras los pasos de un pueblo indígena del interior de la isla-continente, el director de cine alemán grababa una película más de su extensa filmografía.
De inmediato se hicieron amigos y cómplices. A los dos los unía el mismo impulso: ambos eran nómadas e iconoclastas, los dos vagaban por el planeta absortos en la duda y con los ojos bien puestos en lo desconocido.
Destellos de la amistad entre el escritor inglés tantas veces vilipendiado y el cineasta -hoy- de casi ochenta años se pueden apreciar en «Nomad: In The Footsteps of Bruce Chatwin», el documental que Werner Herzog terminara de grabar en el 2019 que acaba de subirse a la plataforma de cine online Filmin.
Como dice el autor de la nota que les dejo la película es “una oda a un mundo que hoy parece desaparecer aceleradamente tras la espesura de un virus: el mundo de los últimos románticos, donde la épica de los viejos tiempos aún era posible para aquellos que se aventuraban en el camino”.
En esta plataforma seguimos siendo fieles al eternamente joven Bruce Chatwin, a sus sueños, a su ruta, a su búsqueda. A su épica. Lo hemos recordado a propósito de la muerte absurda de otro viajero inmortal por la Patagonia, el escritor Luis Sepúlveda, víctima del coronavirus.
Sepúlveda narra en “Patagonia Express”, su libro más comentado, un encuentro con Chatwin en Barcelona a sugerencia de sus editores españoles. Los dos escritores patagónicos se citaron para repasar las correrías de Butch Cassidy y Sundance Kid por el fin del mundo. De esa conversación regada con abundante coñac el chileno recuerda la promesa que le hiciera al inglés de un viaje juntos por la Patagonia y un regalo inesperado que le hiciera el consagrado escritor: una delicada libreta Moleskín. “Bruce sugirió que antes de usarla hiciera como él: primero numerar las hojas, luego anotar en la contratapa por lo menos dos direcciones en el mundo y, finalmente, prometer una recompensa a quien devolviera la libreta en caso de pérdida”.
Ese viaje al alimón, lamentablemente, nunca se produjo. Cuando Sepúlveda recibió de parte de la dictadura chilena el visto bueno para regresar a su país, Bruce Chatwin ya había muerto. Curioso, los dos grandes autores de la Patagonia, ese fin del mundo que a pesar de haber cambiado tanto seguimos amando, se fueron de este planeta iluso por acción y omisión de dos de las pandemias generadas por el Armagedón que hemos creado, el Sida y el Covid-19.
Caminando junto a Bruce Chatwin
Un artículo de José Alejandro Adamuz para Nat Geo
El nuevo documental del cineasta alemán Werner Herzog profundiza en la personalidad de este mítico escritor y viajero.
Cuando el director de cine Werner Herzog visitó al escritor Bruce Chatwin en Seillans, su amigo le pareció “sólo esqueleto y unos ojos que resplandecían por encima del esqueleto”. Así lo describe en Nomad: In The Footsteps of Bruce Chatwin, el documental que tras su estreno en el Festival de Cine de Tribeca en 2019 se puede ver ahora en la plataforma de cine online Filmin. Cuenta el director que en un momento en el que Elisabeth Chatwin se ausentó de la habitación, el escritor le dijo que se estaba muriendo con esa terrible lucidez que solo puede tener quien siente físicamente el final: “Lo miré y le dije: Bruce, ya lo veo. Mi único regalo no fue una pistola para dispararle, sino que le mostré la película que le había llevado”.
Chatwin y Herzog: la amistad de dos nómadas
En ese momento del documental, Werner Herzog se seca una lágrima enganchada en el párpado. El gesto sencillo revela qué es la amistad: emocionarse todavía al hablar de quienes se fueron hace tiempo. Bruce Chatwin murió en 1989 enfermo de sida, cuando la enfermedad comenzaba solo a conocerse y era aún algo “misterioso y vergonzoso”, según dijo en la época el escritor Edmund White, uno de sus amantes.
Nomad: In The Footsteps of Bruce Chatwin es una oda a un mundo que hoy parece desaparecer aceleradamente tras la espesura de un virus: el mundo de los últimos románticos, donde la épica de los viejos tiempos aún era posible para aquellos que se aventuraban en el camino. El documental sigue el rastro de Bruce Chatwin a través de los lugares que transitó, los libros que escribió y los que trató de escribir: paisajes y entrevistas, en una sucesión de capítulos que Werner Herzog va abriendo con exactitud de ensayista y, como siempre en su filmografía, sin querer distinguir el cine de la vida.
Los dos habían caminado ya lo suyo cuando sus pasos se cruzaron por primera vez en Coober Pedy, Australia, en 1983. Cada uno había ido a buscar su propia historia. Bruce Chatwin, el camino mágico de los aborígenes australianos; Werner Herzog, sus criaturas raras, más propias de la ciencia ficción que de la realidad. “Chatwin, más que la mayoría de escritores —explica su biógrafo, Nicholas Shakespeare, en el prólogo a la antología de cartas del escritor, Bajo el sol (ed. Sexto Piso)— se sentía obligado a ver en persona a aquellos sobre quienes escribía, a ir a los sitios, a leer los libros, en el idioma original cuando le era posible”. No se entendería ninguna de sus obras sin esa necesidad de moverse y de ver por sí mismo, aunque luego en sus libros escribiera “verdad y media”, como dice Nicholas Shakespeare en el documental.
Ese modo chatwiniano de contar ha sido con el tiempo algo muy criticado por algunos, como si la literatura no estuviera hecha más de excesos que de levantar actas notariales. Son esos excesos, precisamente, los que hacen que la realidad parezca verdad en un libro. O como dijo mejor Werner Herzog en una charla, en el Kosmopolis de 2017: “si los hechos fueran únicamente realidad no habría poesía”.
El nomadismo fue el tema más importante del escritor. Su editora y biógrafa, Susannah Clapp, explicó en Con Chatwin, retrato de un escritor (Muchnik Editores) que para él se trataba de una obsesión y un credo, una manera de entender el mundo. De ello habla también Nicholas Shakespeare en el documental: Bruce Chatwin tenía su propia teoría sobre el nomadismo y sobre los poderes sanadores de caminar.
Cuando Bruce Chatwin viajó a Ghana invitado por Werner Herzog, que rodaba la adaptación de su novela El virrey de Ouidah, era 1988 y ya se encontraba enfermo. Aún así, llegó entero y pudo seguir con intensidad el complejo rodaje. A su vuelta, escribió la crónica que se puede leer en su antología de textos, ¿Qué hago yo aquí?. En la misma, destaca que Werner Herzog “era también la única persona con la que puedo mantener una conversación sobre lo que podríamos llamar el aspecto sacramental del paseo. Ambos compartimos la idea de que el paseo no sólo es terapéutico en sí, sino que es una actividad poética que puede curar el mundo de sus males”.
El aspecto terapéutico del caminar lo sacó del mundo de las metáforas el cineasta alemán cuando a finales de noviembre de 1974 se fue a salvar a su amiga Lotte Eisner. Cogió una chaqueta del armario, se calzó sus robustas botas y metió una brújula en su bolsa de lona antes de tomar el camino más directo desde Múnich a París a pie, convencido de que si llegaba a verla, ella continuaría con vida. De aquel caminar salió un diario que escribió con el mismo estilo crudo con el que suele rodar sus películas, publicado en España como Del caminar sobre hielo (ed. Gallo Nero). En él se puede leer: “No, no morirá ahora porque no morirá. Mi paso es firme. Y la tierra tiembla. Cuando camino, es un bisonte el que camina. Cuando descanso, es una montaña la que reposa”.
Tal vez Bruce Chatwin murió porque el cineasta no fue a Seillans caminando. Lo cierto es que en aquel último encuentro, Werner Herzog mostró a Bruce Chatwin su última película rodada, Herdsmen of the Sun (1988), sobre la tribu nómada sahariana de Wodaabe, unos nómadas que lucen la blancura de su dentadura y ojos para ganar esposa. Bruce Chatwin la veía durante unos minutos, hasta que caía en una especie de sopor o delirio; cuando volvía a despertarse, aquellas imágenes le excitaban de tal modo que no dejaba de gritar que tenía que reemprender el camino de nuevo.
Cuenta el cineasta que sus piernas parecían dos alambres cuando el escritor espetó: “¡pero mi mochila pesa demasiado!”. Y, entonces, le dijo: “Tienes que quedártela, tú eres el que debe seguir llevándola”. Actualmente, Werner Herzog tiene 77 años, sigue creyendo en el poder terapéutico del caminar y, por supuesto, allá donde va carga con la mochila de su amigo: cuando camina, sigue siendo un bisonte el que camina. Camina por todos los nómadas que una vez fueron y por los pocos que van quedando arrinconados en un mundo cada vez más empequeñecido.