Cuando llegas a un alojamiento para backpackers indudablemente eres el nuevo, el que puede subvertir el orden que entre tantos se había ido creando.
Para los que llegaron antes que tú -vamos, te están observando, respira hondo- eres el enemigo en potencia, el NN que ha venido a disputar con cada uno el mejor turno para entrar en el baño o, de repente, el impertinente de ocasión que se va a atrever a dejar la cocina hecha trizas.
La distancia entre la recepción y tu cama, la que te ha tocado, por lo general la menos agraciada de todas, es un campo minado. Cuidado, camina con seguridad, no puedes tropezarte y armar un estropicio en este primer encuentro con los habitantes de esta almena, de esta fortaleza ocupada por quienes no te quieren aquí.
Ya sé que estás cansado: has trajinado todo el bendito día o tal vez acabas de saltar del bus que te trajo durante toda la noche desde el otro lado del mundo. Estás molido, es evidente, pero te están mirando desde el territorio apache que habrás de conquistar muy pronto.
Los pasos siguientes debes darlos con mesura: no te apures. Sé consciente que compartir el cuarto con cinco, con seis, con ocho desconocidos es un acto de fe.
Si has sido cauto y te has movido con recelo en pocos minutos alguien te va a preguntar de dónde eres. Si nadie lo hace es que has apresurado las cosas y tal vez debas buscar otro sitio donde ir a parar.
Sé cordial, diles que eres de donde eres sin mostrar ningún afán de superioridad. Recuerda que en el fondo tú y ellos son pasajeros del camino. Se necesitan.
De pronto tú tienes el cable que le hace falta a uno de ellos para echar a andar el móvil que se quedó sin batería y no hay como seguir escuchando un poco de música.
No te quejes si tu litera, así la llaman en los backpackers, es la que está pegada al techo del camarote de tres pisos que va a ser tu cielo esta noche y quizás las que vienen. Recuerda que afuera hace frío y allá arriba podrás guardar con más cuidado tus tesoros: tu laptop, tu celular, tu pasaporte.
Descansa un rato sin hacer ruidos y cuando sientas que la atmósfera es la mejor vuelve a tierra firme, desciende de las alturas y busca un locker donde dejar tus cosas. ¿Has traído un candado? Tienes que traer uno siempre contigo, recuerda que en este país y en el tuyo muchas veces lo ajeno termina siendo una provocación.
Ahora viene el contraataque. Ya tienes un sitio cálido donde dormir y tus cosas están a buen recaudo. Sal a colonizar el resto del alojamiento que has tomado. Pisa fuerte, que todos se den cuenta que eres un viajero con temple, experto: marinero osado en medio de todos los naufragios.
Sí, ya puedes ir al baño. Entra, cierra la puerta y busca el excusado. Es hora de evacuar los intestinos después de tantas horas en la calle. Sé discreto, date cuenta que ésta es la prueba definitiva. Hazlo, no te aguantes, defeca sin romper la tranquilidad de esta casa ajena que pronto será tu casa.
Si tu performance fue silenciosa trata de acortar la faena. Afuera siempre hay alguien esperando, así que olvídate de los descansos prolongados en el wáter.
No uses la ducha todavía, no es el momento. Ya sé qué en las condiciones en las que estás bañarse resulta lo máximo: piensa, solo piensa, imagina las caricias del agua cayendo sobre tus espaldas cansadas y el olor del jabón de tocador que seguramente no has traído.
Busca ahora la cocina, esa es otra cumbre por coronar. Allí los que llegaron antes que tú parecen imbatibles, ellos saben el lugar preciso donde se guardan los utensilios y el menaje que hace falta para prepararte un buen desayuno o la comida que tanto quieres. Piano, piano, te toca observarlos a ellos.
Si estás muy inquieto y tienes mucha hambre comienza por conseguir un poco de agua caliente; siempre la dejan en un termo a la mano, con ella prepárate el mate con los saquitos de té o manzanilla que sueles guardar en los bolsillos de tu casaca de plumas.
¿Terminaste? Ha llegado entonces el momento de instalar una cabecera de playa en el salón principal, allí vas a pasar buenas horas conectado al WiFi para terminar de armar tu itinerario. Si tienes suerte, en el estante frente al sillón donde te has sentado encontrarás una que otra guía en inglés, en francés, en alemán y hasta en danés pero nunca en español. No te rindas, revísalas.
El salón principal, la sala de estar o como se llame es el mejor lugar para terminar de reconocer a tus compañeros de viaje. Por allí van a recular todos. No creas que ya pasaste piola, te siguen observando. Pero eres una rara avis: has entrado a sus dormitorios con discreción, has utilizado el baño –y no la ducha- con brevedad y limpieza, no has osado disputar con los más veteranos un solo centímetro cuadrado de la cocina y eres un tanto introvertido, hablas poco, escribes mucho y tienes cara de buena gente.
Encima llenas con prisa un cuadernito ajado que está lleno de notas y dibujos insólitos. De repente eres Bolaño, Kerouac o un simple divorciado en plan de rehacer su vida. O un asesino en serie ¿Quién sabe?
Pues bien, ha llegado el momento de sonreír un poco: perrito sumiso que mueve la cola al acercarse a la jauría. Muéstrate como un viajero inofensivo, como un inquilino de paso sin deseo alguno de invadir los dominios de otros.
Llegada la noche trata de ser el último en ocupar el lugar que te corresponde en el camarote de tres niveles. Si están todos dormidos, tienes suerte, ingresa entonces con cuidado, sin prender la luz y acomódate lentamente en el único territorio que por ahora es solo tuyo. Trata de dormir lo más rápido que puedas y olvídate de los ataques de asma, los pedos y, sobre todo, de los ronquidos.
Y si el autocontrol te falla, tienes una ficha más para coronar tu buen día, un jocker bajo la manga: tus compañeros de cuarto están tan exhaustos como tú y ya se durmieron.
Ojo: como ya no tienes veinte años y no te has acostado pasado de copas, serás el primero en estar de pie dentro de pocas horas para tomar el baño por asalto y ducharte con el agua más caliente de la tierra. Y una vez aseado y en relajo total, tendrás el tiempo y la energía necesaria para apoderarte de la cocina, el salón de estar y los ambientes que quieras de tu nueva morada.
Ha llegado el momento de sentirte el dueño de casa y poner cara de pocos amigos, si quieres, al grupo de franceses sudorosos que acaban de llegar, asustados, nerviosos, a tratar de quitarte los milímetros de territorio que acabas de conquistar con disciplinado esfuerzo.