Solo Para Viajeros

Una mujer sola contra el mundo

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Puerto Maldonado, junto al río Madre de Dios. La primera vez que vi a Juana Payaba Cachique, dirigente shipiba de la comunidad ese eja de Tres Islas, en Madre de Dios, se estaba muriendo. Un agresivo cáncer uterino la estaba matando y ella, que había estado en Washington sustentando ante las Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) las razones  de su comunidad en el litigio contra los mineros que habían invadido las tierras comunales, no tenía un sol para viajara a Lima para atender su quebrantada salud en el hospital de Enfermedades Neoplásicas.

Eso fue en el 2015, entonces Juana, casi arrastrando los pies y víctima de frecuentes sangrados, dirigía con un estoicismo propio de su raza el Comité de Castañas de Tres Islas, un colectivo  compuesto mayormente por mujeres que había empezado a comercializar a buen precio la  castaña que crece firme en los bosques del departamento. Su fama había trascendido las fronteras vecinales luego de conocerse el rotundo fallo del Tribunal Constitucional peruano que, admitiendo por primera vez los derechos consuetudinarios de una comunidad indígena sobre su territorio, dejaba sin efectos las írritas resoluciones del Poder Judicial maternitano que en la práctica había convertido a Juana en una subversiva.

Acabo de regresar de su casa en Tres Islas. He pasado el día con ella y con su esposo, don Adolfo Cagna Andaluz, asháninka, alguna vez marinero por estos ríos de trazos indefinibles. He conocido a algunos de sus hijos, al Teddy, a Clara que ya es vocal de la junta directiva de su comunidad y a las dos últimas de la prole: Ketty y Almendra, escolares todavía en la Institución Educativa Aquiles Velásquez Oroz de Tres Islas y tan buenas futbolistas como su madre. Hemos charlado y charlado de todo, le he podido robar su historia que es la historia de una mujer-coraje, de una ambientalista ejemplar que lo dejó todo para cumplir los consejos de su padre, un hombre sencillo que la conminó a ella y sus doce hermanos a luchar por las tierras de los ancestros, por los derechos de una pequeña comunidad de peruanos ese ejas, asháninkas y shipibos que después de tanta guerra decidieron vivir en paz en un bosque y en un río que algún  día fue infinito en riquezas y que ahora se esta convirtiendo, pese a tanta lucha, pese a tanta muerte, en el coto privado de los que  no aprendieron  a respetar lo que es de todos.

Estoy conmovido, vengo de conocer a una Maestra, a una combatiente, a una mujer de acero que está venciendo al cáncer porque todavía, me lo dijo en su cocina llena de vida y de  voces, hay muchas cosas que le quedan por hacer en esta tierra bendita que nos afanamos en perder.

Gracias Juana por tanto amor…