Mi opinión
Escuchen el sonido de esta música: el trabajo del FONAG, una alianza entre los grandes usuarios del agua de la ciudad de Quito puestos de acuerdo para crear un fideicomiso por 80 años con el propósito de conservar el agua que beben los habitantes de la capital ecuatoriana, le ha devuelto la vida a los páramos del Antisana, la región de las sierras altas de la capital ecuatoriana. ¿Cómo lo hicieron? Utilizando los fondos provenientes del 2 % de las recaudaciones que la empresa pública encargada del suministro del agua potable en la metrópoli les entrega para el desarrollo de acciones de necesarísima restauración ambiental en zonas degradadas.
Impresionante, mientras en Lima todavía estamos en si privatizamos o no Sedapal, nuestros vecinos del norte están aplicando lo que en nuestro país hace tiempo se convino en llamar Mecanismos de Retribución por Servicios Ecosistémicos, MERESE, una importante herramienta de compensación ambiental que la ley peruana prevé para que los usuarios de los servicios ambientales que utilizamos -para el caso de esta nota, el agua que llega a casa- protejamos, a través de diferentes acciones de conservación, los ecosistemas donde se producen estos bienes vitales para nuestra supervivencia.
En Ecuador el FONAG, es el Fondo para la Protección del Agua para Quito y uno de sus principales socios es la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento: con las contribuciones económicas que el fideicomiso captó las organizaciones del fondo público-privado han logrado que las cumbreras donde nace el agua de la capital, hasta hace muy poco tiempo un páramo degradado por la abundancia de ganado doméstico y la sobrexplotación que impedían la indispensable recarga hídrica, vuelva a convertirse en el ecosistema que absorbe, contiene y distribuye el agua de la cuenca hacia las partes bajas, donde viven los casi tres millones de habitantes del distrito metropolitano. Y, por si fuera poco, la restauración ecosistémica en marcha ha logrado reconstruir la cadena trófica de estos paisajes de altura para convertirlos nuevamente en un vergel de la vida: venados, conejos, zorros, águilas y caracaras, cóndores y últimamente osos andinos libres y a sus anchas. Extraordinario, lo que el hombre deshizo, el ingenio y el esfuerzo capitalino lo ha resanado en pocos años.
Los Mecanismos de Retribución por Servicios Ecosistémicos, los MERESE por su inspirador acrónimo, existen en nuestro país y en algunos lugares, por ejemplo, en Abancay, están dando la hora, armando importantes revoluciones, sacándole la mugre a las desilusiones y a la improvisación. Pero se requieren más, muchísimos más. Para ello se necesita, resulta realmente imprescindible, una ciudadanía atenta, menos miope, con capacidad de apoderarse de la legislación ambiental existente y que se atreva a soñar con imposibles posibles. El caso de Quito es inspirador, también seguramente el de los más de 70 mecanismos de este tipo que se han echado andar a lo largo de todo el Perú.
Nos corresponde a nosotros, los ciudadanos de a pie, tener otras miradas del futuro y todas consecuentes con el porvenir que nos merecemos: la mirada estrictamente economicista, aquella que plantea desde los mismos sectores modernizantes de siempre la conversión de los bofedales de las alturas limeñas en el campo propicio para nuevos desarrollos mineros, pienso en el controvertido proyecto Ariana, no son las que deben prevalecer por anticuadas y previstas de un negacionismo dañino.
En fin, lo dejo allí con la ilusión de seguir conversando sobre estos puntos. Y de inspirarnos en campañas como las que han llevado adelante nuestros vecinos de Quito. Bien por ellos, ya es tiempo de que nos toque a nosotros.
Por Ana Cristina Alvarado para Mingabay Latam
- El páramo del Antisana, al sureste de Quito, fue degradado durante siglos por haciendas que se dedicaban a la crianza de ganado.
- En 2010, el Fondo de Agua para Quito y la Empresa de Agua de la ciudad completaron los fondos para adquirir una de las propiedades más problemáticas.
- El Fondo de Agua para Quito es un mecanismo sostenible para la protección de zonas de importancia hídrica, que se sostiene con el aporte de los usuarios del agua potable.
- Con el retiro de los animales exóticos y la restauración, regresaron la vegetación, los humedales y especies como venados, conejos y zorros.
Cuando quitaron las ovejas, el páramo comenzó a recuperarse. Sin sus desechos, mejoró la calidad del agua. Sin sus pezuñas apelmazando el suelo, la vegetación renació. Al principio tímidos, llegaron los venados de cola blanca en búsqueda de hierbas para comer y de arbustos para refugiarse. Detrás de ellos reaparecieron los pumas.
“Este podría ser un caso referencial de cómo las redes tróficas se ensamblan y generan cambios paulatinos a nivel de paisaje”, dice Evelyn Araujo, bióloga de la Fundación Cóndor Andino, que monitorea los páramos del volcán Antisana, ubicado al sureste de Quito.
“Con eso también se recupera esa capacidad de proveer agua para la ciudad”, asegura Silvia Benítez, directora del programa Agua Dulce para América Latina de la organización no gubernamental The Nature Conservancy (TNC).

En 2010, la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento de Quito (EPMAPS) compró unas 7000 hectáreas de una hacienda que se dedicaba a la crianza de ovejas. Más tarde, el Fondo para la Protección del Agua para Quito (FONAG) compró unas hectáreas adicionales. Ahora, el Área de Protección Hídrica Antisana, ubicada en las estribaciones occidentales del volcán y junto al Parque Nacional Antisana, suma 8500 hectáreas.
“Nosotros existimos por la calidad y la cantidad de agua”, dice Bert De Bièvre, secretario técnico del FONAG. “Estamos felices de que podemos cumplir con ese mandato y también contribuir a un restablecimiento de los equilibrios naturales en el ecosistema”, añade.
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Una historia de grandes haciendas
El geógrafo alemán Alexander von Humboldt, en su paso por Quito en 1802, ya registró en su diario la gran presencia de ganado en la zona, de acuerdo con el secretario técnico del FONAG.
Los humedales fueron drenados y convertidos en arenales. Benítez señala que entre biólogos se usaba al Antisana como un ejemplo de cómo no deberían estar los páramos. Después de siglos de presiones, los expertos creían que buena parte del daño sería irreversible.
Robert Hofstede, especialista en la ecología de los páramos y profesor de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), relata que algunas propiedades ubicadas entre el Antisana y el Cotopaxi llegaron a tener más de 20 000 hectáreas y miles de animales domésticos en ecosistemas de recarga hídrica.

Los trabajadores de las haciendas provocaban incendios para convertir el pajonal en pastizal. Las ovejas y las vacas se concentraban en ciertas zonas para descansar y rumiar. “Esto, particularmente en el Antisana, causó la mayor degradación”, dice Hofstede.
Benítez explica que el peso, la densidad poblacional y la forma de las pezuñas de estos animales causaron que el suelo se compacte, se vuelva duro y pierda su capacidad para almacenar agua. Por la falta de cobertura vegetal, el viento causaba tormentas de arena.
Los rebaños desplazaron a los venados de cola blanca (Odocoileus virginianus), los conejos andinos (Sylvilagus andinus) y los zorros andinos (Lycalopex cupaeus), mientras que sus cuidadores se aseguraron de que los pumas (Puma concolor) no rondaran cerca. Fuera de la zona de crianza de animales, los hacendados cazaban venados, de acuerdo con Hofstede.
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Cambios contrarreloj
El ecólogo recuerda que el Proyecto Páramos, del que era parte, así como la discusión en el antiguo Congreso sobre una ley para proteger el ambiente y el trabajo de diferentes instituciones lograron que a finales de la década de 1990 e inicios de los 2000, surja un cambio de mentalidad.
Antiguos cazadores vieron que la fauna nativa era cada vez más escasa, así que dejaron las armas. En algunas haciendas se empezó a retirar el ganado de las zonas altas. Las nuevas generaciones dieron un giro hacia el turismo y convirtieron parte de sus propiedades en lugares para cabalgar o caminar.
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“El que se cerró a todo fue Delgado”, dice Hofstede. Él era el propietario de la gran hacienda que estaba a la entrada de la que en ese entonces era la Reserva Ecológica Antisana, que en 2021 se convertiría en el Parque Nacional Antisana. Para entrar a la reserva, había que pedir varias autorizaciones a su propietario. “Seguía siendo el patito feo del Sistema de Áreas Protegidas”, asegura el ecólogo neerlandés.
Los usuarios financian la conservación
El FONAG “es una alianza entre grandes usuarios del agua del Distrito Metropolitano de Quito”, según De Bièvre. Se creó en 2000. La EPMAPS, la Empresa Eléctrica Quito y The Nature Conservancy estuvieron entre los fundadores. Se adhirieron empresas privadas usuarias del agua. Con los aportes de cada institución se creó un fideicomiso para 80 años, con el mandato de conservar y proteger el agua para la capital ecuatoriana.

La principal fuente de rendimientos del fondo proviene del 2 % de las recaudaciones que hace la EPMAPS a sus usuarios. Es decir, los habitantes de Quito son los contribuyentes mayoritarios. De Bièvre señala que además tienen otros ingresos. Uno de ellos es un programa de reposición de huella hídrica en la que empresas como General Motors o Quiport –la empresa que administra el aeropuerto de la ciudad– aportan al fondo.
“Creo que es uno de los mecanismos para financiamiento ambiental más sostenibles y seguros que hay”, asevera el secretario técnico del FONAG.
El capital se utiliza para proteger y restaurar nueve zonas de importancia hídrica para Quito, dentro de las que están cuatro áreas de conservación del agua que suman unas 20 000 hectáreas.
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Retirar las ovejas y recuperar el páramo
A diez años de la creación del FONAG, se capitalizaron los fondos para comprar la hacienda del Antisana y empezar una restauración que se pensaba imposible. Cuando los antiguos propietarios se llevaron los animales domésticos, hubo resultados “relativamente rápidos en cuanto a la mejora de la calidad del agua”, asegura De Bièvre. Los desechos del ganado contaminaban las fuentes hídricas.
Después de un tiempo se dieron cuenta de que la población de vacas y ovejas que no salieron de la zona, porque estaban en sitios de difícil acceso, estaba creciendo. Los caballos fueron el mayor problema, pues durante décadas los hacendados liberaron a los ejemplares que ya no podían trabajar, estos se reprodujeron y se volvieron silvestres.

“Nos dimos cuenta de que teníamos que hacer una reducción más drástica”, dice De Bièvre. Junto a las comunidades locales, lograron controlar la presencia de animales exóticos. Para Benítez, el rol de los guardapáramos fue “fundamental”. Ellos se encargaron de mantener el páramo libre de ganado. También evitaron la propagación de incendios.
Uno de los mayores retos fue recuperar los humedales que habían sido drenados por décadas. Hofstede cuenta que los equipos técnicos que trabajaban en el Área de Protección Hídrica Antisana empezaron a cerrar los canales con pequeños diques. Así, el nivel freático o nivel de agua estancada empezó a subir.

“Fue uno de los primeros ejemplos de restauración de humedales”, asegura Benítez. Así se recuperó la retención del agua, una función clave de los páramos.
Las zonas que fueron convertidas en arenales también eran críticas. El viento profundizaba la erosión y causaba tormentas de arena. Miembros del FONAG levantaron barreras físicas para proteger y estabilizar el suelo.
De manera paulatina, desaparecieron los pastos y la arena, dando paso a la flora del lugar. Esto se reforzó con plantaciones de pajas, arbustos y otras especies nativas.

El regreso del equilibrio
Benítez relata que una vez que reapareció la flora, llegaron insectos y macroinvertebrados, especies que son indicadoras de la salud de los cuerpos de agua dulce. También volvieron los conejos. Estas especies atrajeron a los carnívoros, como los zorros andinos, las águilas pechinegras (Geranoaetus melanoleucus) y los curiquingues (Phalcoboenus carunculatus).
La población de venados de cola blanca se recuperó a una velocidad que preocupó a los técnicos del FONAG. “Nos preguntábamos si quizás era demasiado”, dice De Bièvre.
La Fundación Cóndor Andino empezó en 2021 a monitorear con cámaras trampa los páramos del Antisana, pues aquí se encuentra el 33 % de la población de cóndores (Vultur gryphus) del Ecuador, de acuerdo con Araujo.

El primer año de monitoreo, miembros de la Fundación encontraron que los cóndores, que por mucho tiempo se alimentaron del ganado que moría en el páramo, volvieron a comer carroñas de venados. Era una buena noticia.
Araujo cuenta que, sin embargo, los venados presentaban señales de haber muerto por ataques de perros. Las cámaras trampa lo corroboraron: había varios registros de perros en diferentes zonas. El puma, el depredador principal de estos ecosistemas, solo tuvo dos registros a lo largo de un año.
En 2022, las cosas cambiaron. Los registros de perros disminuyeron y los registros de puma aumentaron, de acuerdo con Araujo. Una de las imágenes captó a una madre con dos juveniles de puma. Eso es una señal, explica la bióloga, de que estos grandes felinos tienen los recursos suficientes para reproducirse y mantener vivos a los cachorros.

Los pumas controlaron la presencia de los perros y ahora, en los recorridos, el equipo de la Fundación Cóndor Andino encuentra carroñas de venados con señas de haber sido cazados por estos felinos.
Uno de los registros más emocionantes fue el de una osa andina (Tremarctos ornatus). Araujo dice que esta especie transmite el conocimiento de los senderos de generación en generación. Como durante tantas décadas esa zona del Antisana estuvo ocupada por animales exóticos, los osos no caminaban por ahí. Sin embargo, señala, “tal vez la intuición o la curiosidad” motivó a que la ejemplar explore el lugar.

Un modelo para afuera
De acuerdo con Benítez, el FONAG se convirtió en un “referente”. Esto se debe a varios factores. Primero, dice, “es un concepto fácil de explicar, se basa en la idea de que quienes usan el agua se comprometen y ponen recursos para asegurar el ecosistema que la provee”.
En segundo lugar, muestra que la acción colectiva entre entidades públicas, empresas privadas y organizaciones no gubernamentales funciona. Por último, es un modelo que puede ser conocido. Especialistas y miembros de empresas de agua potable de Guatemala y Colombia han visitado las áreas de protección del FONAG.
“Para mí es una historia de esperanza”, dice Benítez. “Ahora tenemos más de 26 fondos de agua en Latinoamérica y más de 50 a escala global”, añade.

Hofstede destaca que las comunidades cercanas también se han apropiado de la conservación y son el primer frente de protección. “Son quienes avisan si hay gente con motos de enduro entrando, son quienes observan y advierten sobre la presencia de la fauna”, asegura.
“Nos da optimismo, la restauración es posible”, reflexiona De Bièvre. Para Araujo, el Antisana es un “laboratorio vivo” en el que se observa cómo zonas “totalmente deterioradas, con un manejo prudente, pueden ser historias de éxito en la recuperación del agua y las redes tróficas que dependen de ello”.
Foto principal: Un puma captado en 2022, en los páramos del Antisana. Foto: cortesía Fundación Cóndor Andino Andino