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Discriminado en Pisac

Mi opinión

Entonces sucedió lo imprevisible: el muchacho que fungía de mozo trasmutó su rostro en uno más hostil y sin más ni más me “propuso” que permutara mi mesa por unos mullidos sofás que a esa hora del día no tenían perro que les ladre. Total, mi espacio podía ser más útil para los visitantes de ocasión, que pagan más y dejan propina y punto final, fin del diálogo de sordos, a otra cosa mariposa. Y yo que ya me aprestaba a pedir la carta para ordenar el almuerzo.


La cafetería es de las más antiguas de Pisac, la ciudad constelación del cosmopolita Valle Sagrado de los Incas y la había venido frecuentando con cierta insistencia atraído por los motivos cool de su parafernalia y también, claro, por su estratégica ubicación. Vamos, Pisac, pese al frenético movimiento turístico que la envuelve, sigue siendo una pascana privilegiada para a ver pasar las horas.

Y de vez en cuando, sí, ponerse a escribir, cumplir con los pendientes y la información.

En eso andaba hace unos días: mirando mis notas y terminando los últimos sorbos de una infusión de jengibre que el muchacho que me atendía demoró un siglo en traer a mi mesa. La mañana era esplendorosa tanto que no me dio tiempo de percatarme que la llegada del mediodía venía de la mano con el arribo de los turistas. En tropel, seguramente y deseosos, como yo, de una buena mesa para alargar la dicha.

Entonces sucedió lo imprevisible: el muchacho que fungía de mozo trasmutó su rostro en uno más hostil y sin más ni más me “propuso” que permutara mi mesa por unos mullidos sofás que a esa hora del día no tenían perro que les ladre. Total, mi espacio podía ser más útil para los visitantes de ocasión, que pagan más y dejan propina y punto final, fin del diálogo de sordos, a otra cosa mariposa. Y yo que ya me aprestaba a pedir la carta para ordenar el almuerzo.

Me acordé de Chebo Ballumbrosio, discriminado en Miraflores por ser grone. Y por ser pobre, seguramente. O por no ser blanquiñoso. O turista. Qué lata, ardí en cólera y como corresponde, me negué a aceptar su “sugerencia”. Y amparándome en mi estatus de periodista –a veces sirve para algo- le dije lo que en realidad pensaba: “Estoy aquí, entre otras cosas, para hacer una crítica de este local y ésta va a empezar con este incidente…”.  

El jovencito recogió sus pasos y también su osadía. Yo me fui calmando y entendí que debía irme rapidito antes de estallar y armar un escándalo. No estoy, no estamos, pienso, para discriminaciones ni manejos de fonda, con el perdón de las  seños que me atienden sin chistar en aquellos establecimientos democráticos por definición.

Y allí lo dejo: no soy partidario de usar las redes sociales para armar querellas y sacarle la mugre a los que estorban nuestro camino. Que quedé allí, en la impunidad y que si de algo sirve este arrebato de quinientas palabras que sea para estar advertidos. En el país del turismo como emblema fáctico la discriminación, sea cual fuese, y el poco tino no deben pasar.

PD: la propietaria del local de marras, prevenida por el chicuelo de esta historia me dio el alcance, cuando abandonaba su nave, para darme las explicaciones del caso, muerta de vergüenza. Le dije lo que pensaba: en el territorio de la discriminación como doctrina, discriminar desde el turismo es un crimen. Punto final.

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