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El archipiélago de Chiloé, la otra Patagonia chilena

Mi opinión

De acuerdo con Paco Nadal, el celebrado cronista de viajes de El País, el archipiélago de Chiloé, pese a la evidencia de la profusa ocupación humana de sus villorrios y ciudades principales, sigue siendo un destino singular, extraordinario por decirlo de alguna manera, de un país que pareciera no tener fin. De mis apuntes de campo sobre la ruta Castro-Quellón, una de mis preferidas, comenté hace mucho lo siguiente:

“Se trata de un camino de 90 km en perfectas condiciones que une la ciudad de los palafitos de Montt con Quellón, en el extremo de la isla Grande, el lugar donde debo llegar para tomar el ferry que me habrá de llevar a Puerto Chacabuco. Una vía ideal para transitarla en bicicleta… o simplemente a pie.

Después de dejar atrás el barrio de la zona alta de Castro, un retiro sembrado de casitas ordenadas alrededor de jardines muy bien cuidados desde cuyas ventanas se puede observar la bahía, el ómnibus de Transchile en el que me muevo se va adentrando en un paisaje repleto de sauces y eucaliptos. Desde mi asiento de pasajero a toda prisa atisbo la mayor concentración de accidentes geográficos que uno pueda imaginarse. Una clase maestra de geografía litoral: bahías, ensenadas, puntas, golfos, istmos, canales, islotes.

Los campos de cultivo se van sucediendo unos a otros mientras que la autopista se da tiempo para ascender y descender atenta a las contingencias del relieve insular. Pasamos por el lago Tarahuín, más que un cuerpo de agua continental, un boquete en la isla por donde penetra el mar azulísimo de esta parte del Pacífico para de allí ingresar a un sector donde los artilugios de la maricultura han trasformado el paisaje en un interminable campo de cultivo marino.

En Quellón me entero que el Don Baldo, la embarcación de Naviera Austral que parece un Boeing, recién habrá de partir en la madrugada. En una fonda poblada de borrachines pido un curanto, el cocido de mejillones, almejas y carne atocinada cuya preparación es propia de una pachamanca y me entretengo, alerta, con las melodías de Los Bandoleros que propala la radio local. Las canciones o corridos del conjunto son interrumpidas de vez en cuando por el vozarrón del animador que no deja de repetir un estribillo monótono: “Los Bandoleros, robando corazones por todo Chile”. Me imagino que debe ser cierto. Al lado de mi mesa, un borrachín enteco y mal encarado, tal vez un pescador en sus horas de ocio, no deja de mortificar a las guapas dependientes del restaurante que me aloja. No digo nada. Todo parece calzar con la tramoya de este puerto del fin del mundo”. Quiero volver a Chiloé, lo firmo. Mientras tanto los dejo con Paco Nadal, qué viajero…


Paco Nadal. Tomado de 100sitiosquever.com

El archipiélago de Chiloé es la porción más singular de la Patagonia chilena. No esperes encontrar aquí cimas nevadas, glaciares o volcanes. Chiloé son islas relativamente bajas, muy antropizadas y domesticadas por el hombre. Por paisaje, se parecen más a Bretaña  o a las Rías Baixas gallegas. Pero tienen caracter propio y una cultura peculiar muy diferente a la del resto del país, hecha a base de mitos y leyendas vinculadas al mar. Es el Chile  más disímil, que permaneció aislado hasta mediados del siglo XIX.

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Llegar en transboradador

La forma natural para llegar a la isla grande de Chiloé es por el estrecho que separa Pargua (a 45 kilómetros de Puerto Montt) y Chacao. Los ferris salen continuamente en ambos sentidos, así que solo tienes que llegar a Pargua y subir en el siguiente que parta. Hay dos compañías y operan de continuo entre las 6:30 y las 23:30, a partir de cuando el servicio se reduce a uno cada hora. Un coche cuesta 13.900 pesos. Tienes todos los horarios y precios en esta web. La travesía dura unos 20 minutos.

Dónde: Pargua / Chacao.

Quemchi

Pueblo de la costa este con cierto encanto por sus casitas de construcción chilota en madera. Sobre todo en la fachada marítima del centro, donde está el puerto, la comandancia naval y un centro de artesanías que hace las veces también de pescadería. Una de esas viviendas de la costanera es la casa museo de Francisco Coloane, escritor chileno de la generación del 38, galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Una de las atracciones más visitadas es el islote Aucar, unido con tierra por una pasarela de madera de 500 metros (está a 4 kilómetros del centro por la carretera de Dalcahue). A 15 kilómetros al norte está la larguísima y bella playa de Lliuco. Del puerto salen excursiones a la vecina isla de Mechuque, con sus pintorescas casas-palafito. Para comer puedes ir a El Chejo, casa de comidas tradicional en la misma costanera, con precios moderados y comidas chilotas contundentes y de buena calidad.

Dónde: Quemchi.

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Iglesias de madera de Chiloé

Los primeros misioneros jesuitas llegaron a Chiloé en el siglo XVII. Fueron ellos los que empezaron a levantar rudimentarias iglesias. Ante la falta de sacerdotes para un territorio tan extenso, la Orden autorizó el traslado de jesuitas desde otros países europeos, no solo españoles. Fueron ellos también los que trajeron también nuevas ideas constructivas de Centroeuropa que derivaron en un tipo de iglesias muy particulares y únicas del archipiélago chilota: las iglesias de madera de Chiloé. Tan particulares son que han dado lugar a una tipología específica: la escuela chilota de arquitectura religiosa en madera, que se caracteriza por la mezcla de estilos del centro y sur de Europa con técnicas constructivas indígenas (el trabajo en madera). El resultado son más de 150 iglesias, fechadas desde finales del siglo XVIII hasta principio del XX repartidas por todas las islas. Constituyen una de las rutas turísticas obligadas en toda visita a Chiloé. Dieciséis de ellas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad: las de Colo, Tenaún, San Juan, Dalcahue, Castro, Nercón, Rilán, Achao, Quinchao, Caguach, Chelín, Aldachildo, Ichuac, Vilupulli, Chonchi y Detif. Si quieres más detalles para tu visita, puedes visitar la página de la Fundación de las Iglesias Patrimoniales de Chiloé

Chepu

Un desvío asfaltado a la derecha de la carretera de Ancud a Castro lleva a este remoto lugar de la costa noroeste de la isla. No esperes encontrar núcleo habitado alguno: Chepu es un despoblado con varios ranchos, casas de campo y un par de hospedajes rurales. El asfalto acaba en un puente donde están los únicos servicios. Una food truck (a la izquierda) donde hacen bocadillos. Y el restaurante Muelle de la Luz (a la derecha), donde además de comidas organizan los paseos en lancha que buscan los escasos visitantes que llegan a este rincón olvidado de la isla, de pura naturaleza chilota. Las excursiones van a la laguna Coluco, a la pingüinera Ahuenco y al sector norte del Parque Nacional Chiloé. También llevan hasta un muelle de reciente construcción en la desembocadura del río Puntra donde un mirador permite buenas vistas del Pacífico y de este sector de la costa aún virgen.

Dónde: Chepu

Tenaún

Pequeña aldea de pescadores que se ve en media hora pero que sintetiza muy bien el urbanismo chilota, con sus casitas de madera de vivos colores y una placita rectangular aún de tierra apisonada, a la que se asoman los hospedajes y las casas de comida. Lo más llamativo y por lo que suelen venir muchos visitantes en los buses diarios que la conectan con Castro es por la iglesia de Nuestra Señora del Patrocinio, una de las más bellas de las dieciéis que son Patrimonio de la Humanidad. Sus tres torres azules parecen hacer un guiño al mar cercano. Tenaún tiene un playazo de guijarros y un muelle con actividad pesquera desde el que, en días claros, se divisan los volcanes nevados de la Patagonia continental. 

Dalcahue

Ciudad de tamaño medio pero quizá la de mejor ambiente callejero de todas. Sobre todo en torno a la plaza de la iglesia, también Patrimonio de la Humanidad, y a lo largo del puerto y la costanera, rehabilitados como escenario para el esparcimiento ciudadano, que incluye una plaza con un mercado estable de artesanías chilotas. Mucho ambiente pesquero, no en vano tiene una de las principales flotas de la isla. Todo, como siempre, ambientado por las pintorescas casas de madera de colores vivos tradicionales de la isla. En el puerto y aledaños hay empresas que ofrecen paseos en kayak y excursiones en lancha por la costa para ver cascadas e islotes.

Dónde: Dalcahue.

Curaco de Vélez

Otro de los pueblos pintorescos, situado en este caso la isla de Quinchao, la tercera más grande del archipiélago. Se cruza en una corta travesía en ferri desde Dalcahue. Todas sus casitas son tradicionales chilotas, especialmente bien cuidadas las que dan a la plaza de Armas, donde hay otro mercado diario de artesanía. A la plaza se asoma por supuesto su iglesia, otra de las protegidas de la UNESCO, con su peculiar fachada verde y tejado rojo. El templete de cristal que verás en el centro de la plaza es la cripta donde está enterrado el contraalmirante Galvarino Riveros, héroe de la guerra del Pacífico. Como el pueblo vivía de espaldas al mar se construyó una pasarela de madera por todo el frente marino que permite pasear y apreciar las tremendas mareas que afectan a esta parte de la costa. Para comer, sobre todo ostras, la especialidad local, Los Troncos, en la misma costanera.

Dónde: Curaco de Vélez.

Castro

La capital de la isla es una ciudad grande (para los tamaños chilotas) y bulliciosa con dos zonas bien separadas. La plaza de Armas está arriba, en lo alto de una colina. Allí está también la increíble iglesia de San Francisco, la más grande y elaborada de todas las construidas en madera del archipiélago, que más parece una catedral que una iglesia. Solo ella justificaría una visita a Castro. Abajo, en torno al puerto y a nivel del mar, están la mayoría de restaurantes, hoteles y servicios para el turismo. Incluidos los dos barrios de palafitos más fotogénicos y grandes que quedan en la isla. Los palafitos Montt están a la entrada de la carretera 5 (la que cruza longitudinalmente toda la isla Grande) viniendo del norte, de Ancud; la ampliación de esa vía los partió en dos, dejando una parte ahora aislada del mar, pero con buenas vistas desde la misma carretera. Los otros, más fotogénicos aún, son los palafitos Gamboa, a la salida de Castro por la 5 en dirección al sur, hacia Chonchi. Existen dos miradores para fotografiarlos; uno abajo, en la carretera 5, a nivel de mar. Y otro arriba, a la altura de la plaza de Armas, que permite una vista casi aérea de estas curiosas viviendas sobre pilotes tan habituales antes en el urbanismo isleño. Para comer o cenar te recomiendo La Cevichería Espacio Palafito, en uno de los palafitos Gamboa (tiene otra en los palafitos Montt). Otros palafitos se han reconvertido en hoteles boutique. Para dormir, El Unicornio Azul, un hotel histórico que ocupa varias casas de madera en la zona baja, donde el puerto. 

Dónde: Castro

Parque Nacional Chiloé

Ocupa buena parte de la costa oeste del centro de la isla y salvaguarda lo poco que ha quedado de cubierta original de la isla grande, roturada y domesticada desde hace siglos por el hombre. Es una zona de alta pluviometría (3.000 mm anuales) y temperatura media anual baja (10 grados) que ha permitido el mantenimiento del siempreverde, un tipo de bosque característico andino constituido por especies perennifolias adaptadas a la humedad y alta pluviosidad. El siempreverde costero del parque nacional Chiloé lo forman mirtáceas, olivillos, alerces y ciprés de la Guaitecas. Tras pagar la cuota de entrada (4.000 pesos) se accede a la zona de servicios, con los baños y el centro de interpretación desde donde parten varios senderos. El más largo de esta zona es el sendero El Tepual, de un kilómetro. Hay otro más cortos. Hay también una torre mirador de madera (ojo: máximo tres pasajeros arriba) desde la que se ve el sotobosque y las riberas del lago Cucao. Como decía, no es un paisaje muy espectacular. A mi me gustaron más las dunas y playas de Cucao, de acceso libre. Quienes quieran caminar más puede seguir en 4×4 por la pista del litoral hasta la aldea de Huentemó y desde allí seguir a pie por la playa hasta la entrada del parque del sector Cole-Cole (hay zona de acampada) y luego hasta el río Anay. Es la parte más pura y salvaje del parque; dos horas y media de caminata.

Dónde: parque nacional Chiloé

Y para terminar… curanto

No te puedes ir de Chiloé sin probar su especialidad gastronómica, el curanto. Se trata de un sistema de cocción único de Chiloé (aunque ahora se copia en otras zonas del sur) que hunde sus raíces en la prehistoria. Consiste en excavar un hoyo de medio metro de profundidad, llenarlo de piedras y luego hacer un fuego encima para llevarlas al rojo vivo. Por eso se llama curanto al hoyo. Una vez retirados los rescoldos de la hoguera se colocan sobre las piedras humeantes los ingredientes, que suelen ser mariscos, carne de diversos tipos, longaniza, morcilla, papas… Más que una comida, un curanto es un evento social (como el asado argentino), porque lleva horas de preparación y suele ir asociado a una reunión familiar o de amigos, sin prisa y con abundante bebida. Lo preparan en muchísimos restaurantes de la isla y lo anuncia siempre con un cartel en la puerta. «Hoy, curanto».  ¡Tienes que probarlo!

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