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El sendero de la historia. Un viaje por el Camino Inca a Machu Picchu

Mi opinión

El equipo de Viajeros visitó la ruta de trekking más famosa de los Andes peruanos, el Camino Inca a Machu Picchu. Cuatro días para conocer algunos de los más impresionantes testimonios culturales dejados por los antiguos peruanos, rodeados de un entorno geográfico que quita el aliento a cada paso.


Por Gabriel Herrera, texto y fotos. Especial para la revista Viajeros

Per aspera ad astra. Por los caminos duros se llega a las estrellas. Siempre me repito esta frase cada vez que el aliento me falla y la cresta se ve lejana. Cuando el escaso oxígeno de las alturas no es suficiente para llenar los pulmones y las piernas empiezan a pedir descanso, pero aún así es necesario seguir. “Per aspera ad astra” me voy repitiendo como un mantra conforme mis piernas intentan, una vez más, llegar hasta el abra. Han sido casi mil metros de ascenso desde el campamento de Wayllabamba hasta el cada vez más cercano paso de Warmiwañuska, ubicado por encima de los 4,200 msnm. Detrás de mí, Bernardo, mi hijo de diecisiete años, parece repetir igual que yo las mismas palabras para darse ánimo. Es su primer abra, su primer trekking, su primer gran desafío que lo ha llevado desde la comodidad de su habitación limeña hasta el corazón del Camino Inca a Machu Picchu.

Nuestra aventura –es la primera vez que viajamos solos– comenzó dos días antes, en la ciudad de Cusco y durante cuatro jornadas nos llevó desde el cálido y abrupto valle del Vilcanota –el Wilkamayu de los incas– y atravesando los más variados pisos ecológicos, hasta la llaqta sagrada, la cima de nuestra civilización prehispánica, de la misma forma en la que el inca Pachacútec la recorrió hace más de 500 años.

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El tramo final del ascenso al abra de Runcuracay da inicio a un ecosistema peculiar y muy frágil, el pajonal húmedo andino. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Día 1: Cusco-Wayllabamba

4:00 am. Dejamos Lima y su cielo ‘panza de burro’ rumbo a la ciudad imperial. Cusco nos recibe con un amanecer luminoso sobre el gran macizo del Salkantay, el apu mayor de la ruta a Machu Picchu, un espectáculo inolvidable que agradecemos desde la cabina del avión. Ya en el ombligo del mundo, somos recibidos por Guisselle Castillo, especialista en turismo del Santuario Histórico de Machupicchu, el área natural protegida administrada por el Sernanp en cuyos límites se encuentran tanto el Camino Inca como la ciudadela. Guisselle, con entusiasmo,  nos explica el recorrido y nos brinda con calidez un resumen del estado de conservación del área, las bellezas naturales que veremos y los sitios donde pernoctaremos cada noche de nuestra travesía.

Hecho el trasbordo de nuestros equipos, emprendemos la ruta hacia el puesto de vigilancia y control de Piscacucho, ubicado en el km 82 de la vía férrea que une Cusco con Machu Picchu Pueblo (Aguas Calientes). Son tres horas de camino que nos permite comenzar a conectar con el gran paisaje del Valle Sagrado, mientras atravesamos las localidades de Chinchero, Urubamba y Ollantaytambo, con sus amplios espacios agrícolas dedicados al cultivo del maíz, el producto estrella de esta región, siempre en compañía del río Urubamba o Vilcanota, y al pie de los nevados Chicón, Pumahuanca y Sahuasiray, guardianes de hielo que, aunque amenazados por la crisis climática, todavía cuidan orgullosos a los hijos del valle.

Una breve parada en Ollantaytambo para comprar algunos últimos pertrechos me sirven para enseñarle a mi hijo –que no ha dejado de sorprenderse desde que salimos de Cusco– la planta urbana tradicional de este pueblo inca, que acoge a la estación ferroviaria donde un promedio de cuatro mil viajeros de todo el mundo parten cada día a Machu Picchu.

Turistas en la ruta. Foto Gabriel Herrera / Viajeros

Saliendo de Ollantaytambo, y siempre siguiendo la vía férrea y el río Vilcanota, atravesamos poblados agrícolas como Chilca y Kanabamba, cuyos campos están rebosantes de maíz, hasta llegar a nuestro punto de partida, el puesto de Piscacucho, donde nos esperan nuestros compañeros de ruta: Elodio Dávalos y Ever Chuchullo, curtidos guardaparques con los que compartiremos los próximos cuatro días. Antes de partir, nos invitan a visitar el centro de interpretación ubicado en el puesto, donde los caminantes podemos entender mejor la geografía, la ecología y la enorme diversidad del santuario histórico que estamos a punto de recorrer.

De pronto, una lluvia tenue nos hace recordar que estamos a fines de octubre y que las lluvias de verano están próximas. Con los ánimos a tope, Bernardo y yo nos preparamos a caminar apenas intuyendo lo que esta experiencia va a significar para nuestras vidas.

Foto Gabriel Herrera / Viajeros

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Bajo la guía y tutela de los guardaparques del Sernanp cruzamos el puente sobre el Vilcanota para iniciar nuestro camino hacia el primer campamento, el puesto de control de Wayllabamba. Las primeras dos horas de caminata se realizan sobre un terreno plano, en un típico valle seco interandino, rodeado de matas de chilca, papas silvestres, coloridas flores de cactus, añosos árboles de tara y amarillas retamas que alegran el camino. En la ruta nos cruzamos con diligentes campesinos, a pie o en acémilas, pobladores de los caseríos cercanos como Carpamayo o Tarayoc.

El arribo a la zona de Meskay (2,800 msnm) indica el inicio de un ascenso gradual a través de la quebrada del río Cusichaca, que desciende hacia su encuentro con el Vilcanota, y que nos permite observar el primer asentamiento inca del camino, el  impresionante sitio arqueológico de Llaqtapata o Patallaqta (2,650 msnm). Se trata de un extenso centro de producción y almacenamiento de alimentos compuesto por más de un centenar de edificios, algunos de dos pisos, que se yerguen sobre un sistema de terrazas agrícolas, de allí el nombre quechua que significa ‘pueblo sobre andenes’.

Hiram Bingham, quien en 1911 realizó el descubrimiento científico de Machu Picchu, describió Llaqtapata: “Del otro lado del río Urubamba, cerca de la desembocadura del río Cusichaca, en lo alto de una serie de terrazas, vimos una extensa ciudad en ruinas; contiene unas cien casas… Su identidad sigue siendo un acertijo, aunque la simetría de sus edificios y su idiosincrasia indican un origen incaico”.

El primer día de caminata nos regala una visión orivilegiada de Llaqtapata, un importante sitio de producción de alimentos construido por los arquitectos incas. Foto Gabriel Herrera / Viajeros

La arqueóloga Ann Kendall, quien ha realizado los más prolongados estudios en el valle del Cusichaca, identifica este sitio como Inca tardío (Imperial) y da cuenta que “las estructuras están usualmente organizadas alrededor de plazas o en filas… y en todos los sitios las puertas, ventanas y nichos son de forma trapezoidal”. Elías Mujica, arqueólogo peruano, da cuenta de “23 conjuntos a manera de manzanas, que contienen 109 recintos, 38 patios y 63 espacios sin techo”. En la parte baja de este conjunto destaca una construcción circular conocida como Pulpituyoc, que claramente tuvo una función ceremonial a juzgar por su construcción, muy similar al Templo del Sol de Machu Picchu, y también elevada sobre una gran roca que le sirve de base.

Desde el mirador que nos permite observar Llaqtapata llegamos a una suerte de puesto de observación construido por los incas, Wilkarakay, el primero de una serie de atalayas levantadas en zonas estratégicas de la ruta y que permitieron mantener una férrea vigilancia del acceso a la ciudad sagrada. Conforme ascendemos hacia Wayllabamba, el río se encañona y las paredes verticales de la cordillera de Vilcanota se pueblan de bromelias que parecen desafiar la gravedad. Conforme se acerca la tarde el cielo se despeja y nos permite atisbar –al otro lado del Vilcanota– el poncho blanco del Verónica o Weqey Wilca (5,832 msnm), el apu protector de esta región, ubicado en la transición entre la zona andina y amazónica del Cusco.

Han pasado cinco horas de caminata y el último tramo antes de llegar a la zona de campamentos de Wayllabamba, lo hacemos a través de una empinada serie de escaleras de piedra labrada. Cansados pero satisfechos por el largo día, somos bienvenidos en el puesto de vigilancia y control con café y comida caliente. Una noche clara de luna, poblada de estrellas, se cierne sobre nosotros. Un sueño apacible y reparador nos espera.

Día 2: Wayllabamba-Pacaymayo alto

Nuestro segundo día se inicia poco antes de salir el sol. Cantos de aves y el zumbar de veloces colibríes nos anuncian la cercanía del alba. Nuestros compañeros, caminantes experimentados, han repartido de mejor manera la carga y nos dan una mano con las cosas. “Hoy la trepada es más brava”, nos comenta Ever, que además de guardaparque es un experimentado guía naturalista y un amante de la fotografía. Luego de un desayuno contundente preparado por Elodio, a quien todos conocen como el “Zorro”, emprendemos el camino hacia el punto más alto del camino, el abra de Warmiwañuska (4,200 msnm), cuyo nombre significa “donde murió la mujer”.

Buena parte del camino del segundo día se realiza a través de densos bosques andinos e interminables escalinatas de piedra. Foto Gabriel Herrera / Viajeros

La ruta sigue la quebrada del río Llullucha y se dirige hacia un tupido bosque de uncas (Myrcianthes oreophilla), un hermoso árbol nativo de Perú y Bolivia cada vez más raro de encontrar debido a la tala indiscriminada a la que ha sido sometido (su madera es valiosa para fabricar carbón y es muy apreciada en las anticucherías).

Caminamos en silencio, arrullados por las aguas del estrecho cauce del río, ensimismados por el poder del bosque. Aquí según registros del Sernanp encontramos al menos 49 especies de plantas y más de medio centenar de aves, entre ellas loros, semilleros, picaflores y atrapamoscas. Es también el reino de especies como el chachacomo, el qolle y el maqui maqui. A medio camino encontramos los campamentos de Ayapata y Llulluchapampa, que son utilizados por grupos que desean pernoctar más cerca del abra el primer día de caminata, o partir en dos la ruta hacia Pacaymayo Alto, el campamento al otro lado de las montañas que nos espera por la tarde.

Es en esta parte del camino donde el Qhapaq Ñan labrado por los incas comienza a ser más notorio. Largas escalinatas, senderos empedrados, así como sistemas de contención y drenaje son cada vez más frecuentes conforme nos adentramos en el territorio protegido del Santuario Histórico de Machupicchu.

Conforme ascendemos por la empinada ladera no podemos dejar de hablar sobre lo que vamos pisando. Los antiguos peruanos fueron eximios constructores de caminos. John Hyslop, uno de los mayores investigadores sobre el Qhapaq Ñan, indica que la red vial inca estaba formada por al menos 23 mil kilómetros. Estudios posteriores indican que la cifra podría elevarse hasta los 50 mil. Para el arqueólogo estadounidense “una combinación de factores ambientales, económicos y simbólicos convirtió la construcción de caminos en los Andes, incluso antes del surgimiento de los Incas en una actividad importante… Los caminos constituían un medio de concebir y expresar su concepto de una geografía cultural… El sistema vial era el símbolo de la omnipresencia Inca a lo largo de los Andes”.

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En una entrevista realizada por un visitador español a la comunidad de Yachas, en Huánuco, en 1562, un poblador responde a la pregunta si había estado en Cusco: “Sí, yo conozco Cusco, porque he visto el camino”. El sistema vial no solo articulaba la economía y movilizaba a las personas y los ejércitos, era también un instrumento ideológico, que representaba los conceptos de complementariedad y reciprocidad tan caros a la cosmovisión andina.

“Per aspera ad astra”. Volvemos al principio. Hemos salido del bosque y su sombra acogedora, para ascender a la parte alta del camino, donde el viento de la puna es fiero, y el oxígeno nunca es suficiente. Bernardo, un músico apasionado, se detiene un momento para sentir la melodía del viento entre los árboles, el canto del chihuanco, el intenso llamado de un diminuto cucarachero, la música de una naturaleza poderosa que siente por primera vez, y me hace recordar mi primer trekking, a la cordillera Huayhuash, veinte años atrás. La maravilla de ver todo por primera vez.

Poco antes del mediodía llegamos al abra de Warmiwañuska, tras un empinado tramo final que se practica a través de unos duros peldaños de piedra. Grupos de estadounidenses, brasileños, alemanes y españoles que han llegado poco antes que nosotros se toman un descanso en el paso de montaña. “Esto parece la ONU”, comenta mi hijo.

Elodio y Ever nos esperan a un lado del camino para ver que todo esté bien. En todo momento han estado pendientes de nosotros, alentando y contando sus historias, sobre todo a Bernardo, a quien tratan con una especial deferencia al saber de su primer trekking. Ambos son expertos bomberos forestales e incluso han formado parte de equipos especiales para combatir fuegos tanto en el Perú como en el extranjero, así que las anécodtas nunca faltan.

Antes de descender, construimos una pequeña apacheta y dejamos una ofrenda para las montañas. Algo de fruta, un kintu de coca y un poco de licor que esparcimos entre las piedras, para agradecer a los apus que nos hayan dejado pasar sin novedad, y nos den su protección en el camino. Costumbre de caminante curtido, que mi hijo observa con reverente silencio y emoción.

Desde el abra de Warmiwañuska se inicia un prolongado descenso a través de unas de las partes mejor conservadas del Camino Inca. Un largo tramo empedrado que nos deja boquiabiertos y a nuestras rodillas, exhaustas. Es la quebrada de Pacaymayo, que en dos horas nos deposita en el segundo campamento, ubicado al pie de los bosques nublados de la vertiente oriental de los Andes. Hacemos el camino con pausas, pues esta transición de ecosistemas nos regala muchas sorpresas, desde el sutil aroma de un arbusto de citronela hasta una delicada orquídea del género odontoglossum, que nos sorprende en el camino, o coloridas flores de oca silvestre que crecen entre las piedras del camino.

Los guardaparques y especialistas del SHM manejan una información muy actualizada sobre el ecosistema y el escena. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

El campamento de Pacaymayo Alto nos recibe al final de la tarde. Es una serie escalonada de espacios bien distribuidos en la ladera de la montaña. Esta tarde han sido 19 grupos los que han llegado hasta aquí. Además de la cálida recepción de los amigos guardaparques –que siempre tienen café y pan disponible para quienes los visitan– somos recibidos por hordas de mosquitos casi invisibles que penetran el cabello y se festinan con nuestros cueros cabelludos. Son los voraces pumawaccachi, voz que quechua que significa “el que hace llorar al puma”.

Día 3: Pacaymayo alto-WiñayWayna

Tras una noche lluviosa, amanecemos cubiertos de una densa neblina, que asciende desde el fondo del valle y apenas deja observar a pocos metros de distancia. Buen conocedor de los gestos más sutiles del cielo, Ever nos dice que es tiempo de seguir, pues la lluvia arreciará a media mañana.

Hoy es el día más largo, pero también el más atractivo, pues luego de un breve ascenso hasta el abra de Runkurakay, iniciaremos el largo descenso hacia el campamento de Wiñay Wayna, en el corazón de los bosques nublados del santuario. Una clase incomparable de geografía e historia siguiendo el paso de los incas.

El ascenso hacia el abra de Runkurakay (3,970 msnm) se realiza por un balcón vertical sobre la montaña y nos permite llegar en 45 minutos al sitio arqueológico del mismo nombre. Una construcción circular que domina todo el entorno y que habría servido de tambo y puesto de vigilancia. Hiram Bingham, quien visitó el lugar en 1915, lo describe como “una interesante fortaleza india, de cortas dimensiones… Era en apariencia una estación fortificada en la vieja carretera. De forma circular, contenía los restos de cuatro o cinco edificios agrupados en torno a un pequeño patio en el que se entraba a través de un pequeño pasaje”.

Claroscuros de un paisaje extraordinario. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Un último esfuerzo nos dirige hacia una puna húmeda donde encontramos la laguna de Yanacocha (‘laguna negra’), poco antes del abra. Allí, una familia de patos de la puna distrae a nuestro compañero Ever, quien pasa varios minutos fotografiando a estas aves que se distinguen por el brillante color azul de sus picos.

El abra de Runkurakay nos permite acceder a un frágil pero notable ecosistema, el pajonal muy húmedo. Aquí el ichu cede terreno al musgo que parece cubrir cada roca y rincón del suelo formando una esponja por la que  literalmente observamos fluir el agua. Una flora novedosa, compuesta por helechos de apariencia jurásica y arbustos retorcidos aparece ante nuestra vista. El pajonal húmedo altoandino juega un rol de importancia en la generación de recursos hídricos en el santuario, un punto resaltante si tomamos en cuenta que estas cabeceras de cuenca alimentan el sistema del Urubamba, donde se encuentra una de las centrales hidroeléctricas más importantes del país.

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Continuamos el descenso hacia el amplio campamento de Chaquicocha. Nos quedamos sorprendidos por la amplitud de los lugares de camping, el orden con que se está manejando los espacios y los servicios higiénicos que se han implementado en tiempos recientes. Se observa orden y limpieza, a la que se suma un estricto control en el tratamiento de los desechos sólidos, que son pesados, segregados y rigurosamente anotados en planillas que cada líder de grupo debe llevar hasta su salida del Santuario.

A través de cada vez más notables escalinatas y senderos de piedras pulidas seguimos cuesta abajo, cortando literalmente las montañas en estrechos pasos entre las rocas que nos hablan de la gran habilidad de los ingenieros incas. Como bien dice John Hyslop: “Los medio ambientes naturales a través de los cuales pasan los caminos incaicos, han ejercido profundo efecto sobre su ingeniería… íntimamente relacionada al medio circundante”.

Hemos llegado, casi sin darnos cuenta, a los bosques montanos, la selva de montaña o rupa rupa como nos enseñaron en el colegio. Un mundo de abundancia poblado de orquídeas, helechos arbóreos y begonias gigantes, donde habitan las más singulares criaturas, como el oso andino, el pudú o sachacabra –un venado enano de pocos centímetros de alzada–, raudos colibríes que atraviesan como balas el sendero, así como el gallito de las rocas, una de las aves símbolo del Perú.

Raudos colibriés salpimientan el camino que en el tercer día se nos muestra rodeado de epífitas. Hemos llegado al reino de las orquídeas. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Laderas cubiertas por árboles hasta donde alcanza la vista, y donde llueve casi todos los días del año. La llovizna y la niebla nos dan un breve respiro y como si corriera un velo ante nosotros, nos muestra la imponente fortaleza de Sayacmarca. Nombrada como Cedrobamba por Hiram Bingham en 1915, es posible que su nombre original haya sido Qarmenqa. Fue Paul Fejos –cineasta nacido en Budapest que derivó en investigador de las culturas precolombinas de América– quien nombró al sitio con su nombre actual. El arqueólogo Elías Mujica describe de esta forma a Sayacmarca: “un ejemplo del sistema de planificación milimétrica utilizado por los incas en el diseño y construcción de sus poblados enclavados en topografías difíciles. En un espacio relativamente estrecho se ha logrado construir una docena de ambientes muy bien definidos y elegantemente logrados”.

Frente a Sayacmarca encontramos el sitio de Conchamarka, otra suerte de Atalaya en el camino que refuerza el carácter exclusivo de la llaqta. Recreo del inca Pachacútec, centro ceremonial, lugar de experimentación tecnológica y agrícola, Machu Picchu debió ser, como apuntan las investigaciones, un lugar para unos pocos escogidos.

La vegetación cambia con cada recodo del camino y casi con cada escalera que utilizamos. Cerca de nuestro siguiente tambo, densos bosques de bambú toman por asalto las laderas que rodean el camino. En cuestión de minutos somos envueltos por una densa niebla que da paso a una fuerte lluvia. Encaramados bajo un cedro de altura que nos protege algo del diluvio, apenas si podemos proteger nuestros equipos. Pero debemos continuar como sea. Elodio y Ever han debido adelantarse pues llevan la comida y nuestra ropa, y es imperativo que lleguen al puesto a tiempo antes del anochecer.

Observo a mi hijo esperando encontrarme con un rostro de desesperanza, pero lo que veo es un fuerte deseo de continuar. Hay alegría en su mirada. La lluvia no va a arruinar lo que hasta el momento es nuestra más grande aventura. Así que salimos de la protección del follaje y seguimos la ruta hacia Phuyupatamarca, la “Ciudad entre las nubes”.

Orquídeas de insólitas apariencias: el espectáculo de la naturaleza en toda su grandeza. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Fue Hiram Bingham quien descubrió este lugar en su visita de 1915 y lo bautizó como Qoriwayrachina (‘donde se ventea el dorado’), pero fue Paul Fejos, quien en 1940 –como líder de la expedición patrocinada por la Wenner Gren Viking Foundation– la bautizó con su nombre actual. El destacado intelectual cusqueño Uriel García, indicó que su nombre original podría haber sido Yanaqaqa, del quechua “roquerío negro”.

Se trata de una pirámide trunca formada por una serie de andenes, rematada por una suerte de patio con aparente finalidad ceremonial al que se llega a través de unas empinadas escaleras de piedra. El complejo –que por las mañanas parece flotar entre las nubes– se completa con un conjunto de pozas y fuentes de agua recurrentes en la arquitectura inca del periodo imperial. Desde aquí, cuando el clima lo permite se obtienen espectaculares vistas del Camino Inca, pudiendo observarse la montaña Machu Picchu y los andenes de Wiñaywayna, y del otro lado, la fortaleza de Sayacmarca.

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Pero la lluvia apenas nos deja disfrutar de este impactante lugar. Retomamos el camino, en una de las secciones mejor conservadas, y Bernardo –curioso desde la cuna– me pregunta “¿cómo hicieron los incas para que lluvias como esta no malograran la ruta?”, que por tramos pareciera haber sido construida en tiempos modernos. La respuesta nos la da Ruth Wright y Alfredo Valencia, dos de los más destacados investigadores en temas de ingeniería inca, autores de una de las más completas guías sobre Machu Picchu: “Sin un buen drenaje subterráneo, Machu Picchu sería inestable y habría sufrido de deslizamientos y suelos anegados. El sistema de drenaje fue parte de la preparación del sitio. Se estima que cerca del 60% del trabajo constructivo de la ciudadela está por debajo del suelo creando superficies estables para los edificios”. Capas de piedras menudas o arena que permiten la evacuación del agua, canales, líneas de desfogue, entre otras herramientas de ingeniería hacen del camino inca y los edificios en la ruta practicamente indestructibles.

Volvemos al camino para encontrar a lo lejos los andenes de Intipata, un extenso sistema de andenes descubierto por Bingham en 1915, emplazado sobre el cerro Qorihuayrachina. El “Sitio del sol” según la traducción del quechua está compuesto por tres conjuntos de terrazas, cada uno con más de 40 andenes agrícolas y en la parte superior posee edificios de carácter administrativo así como almacenes o qolqas. Desde aquí, parte un camino que lleva hacia el sitio de Qantupata (“el lugar de las cantutas”), hoy cerrado al público, y desemboca en Phuyupatamarca. Un último descenso luego de largas ocho horas de caminata y fotografía nos deposita en el puesto de control de Wiñaywayna. El día nos ha ganado, así que dejamos la visita del sitio arqueológico para el amanecer siguiente.

La noche en el puesto de control –todo un lujo cinco estrellas para nuestros cuerpos cansados– es amena. Finalmente, podemos conversar largo y tendido con nuestros compañeros, alrededor de un café y una buena cena. Los guardas del puesto se unen a la conversación y podemos conocer un poco sobre su trabajo.

Phuyupatamarca se ubica a medio camino entre los campamentos de Pacaymano y Wiñay Wayna, en el ingreso al bosque nublado. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Elodio, Ever y sus demás compañeros no solo son guardianes de estos bosques, son conservacionistas, amantes de las aves, disfrutan a cada paso del camino, no se agotan contando historias de avistamientos, de pumas, osos y venados, de los incendios que apagaron con valentía, exponiendo sus propias vidas para salvar lo que consideran sus bosques. Este es su hogar y lo quieren sano y limpio.

Día 4: WiñayWayna-Inti Punku

Nuestro último día en el camino comienza antes de las primeras luces. Nuestra acción inicial es salir a mirar el cielo y con alegría notamos que las estrellas están nítidas en la bóveda y la hora azul presagia un día de sol en el camino. Vemos filas de turistas, muchos de ellos compañeros de esta ruta, dirigirse al Inti Punku para ver el amanecer sobre la llaqta. Nosotros tenemos un plan diferente. Visitar el vecino sitio de Wiñaywayna, nombrado así por la abundancia de una orquídea del mismo nombre, que en  español significa “siempre joven”.

El timing es perfecto. Llegamos al pie de este sorprendente sitio arqueológico –un “pequeño Machu Picchu” refiere Bernardo– con la primera luz que se cuela a través de unas nubes tenues que sirven de difusor y le dan un áura mágica a este amplio anfiteatro de andenes que rodean toda una ladera. Wiñaywayna es de lejos el más elaborado conjunto arquitectónico de la ruta y consta de dos zonas bien delineadas: una agrícola y otra urbana unidas por una larga escalinata que desciende hasta el fondo del valle y termina en el sitio de Choquesuysuy, ubicado a la altura del km 107 de la vía férrea.

Wiñay Wayna: su ubicación privilegiada en un nudo de caminos que llevaban a la llaqta, su arquitectura de primer orden y la profusión de andenería hablan de la gran importancia que debió tener el sitio durante el tiempo del incanato. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Este lugar fue excavado por Julio C. Tello, el padre de la arqueología peruana, en 1942, y fue él quien la bautizó con este bello nombre. La perfección de sus edificios, construidos con piedras labradas que contaban con techos de paja, puertas de doble jamba y ventanas trapezoidales, dan indicios de la importancia estratégica de este lugar. Se trata de un cruce de caminos, pues aquí se unían al menos tres rutas hacia la llaqta de Machu Picchu. Existe hoy un camino de uso turístico que parte desde Chachabamba (km 104) y se dirige a Wiñay Wayna para luego conectar con el camino tradicional.

Con los sentidos saciados, es tiempo de volver al camino. Un tramo final de una hora que nos dejará en el ingreso a la ciudadela. La ruta es plana, con pequeñas pendientes y nos regala muchas maravillas, como el fugaz encuentro con una familia de coatíes, numerosas orquídeas –entre ellas la famosa wakanki, una de las especies más hermosas de la región–, colibríes, y un enorme helecho arbóreo que se yergue ante nosotros al pie del abismo.

Cincuenta escaleras de piedra son el último tramo que nos lleva hacia el Inti Punku, la “Puerta del Sol”, desde donde tenemos la primera visión de Machu Picchu en todo su esplendor. Cuatro días de ardua caminata nos han llevado desde los valles abrigados al pie del Vilcanota hasta los húmedos y siempre verdes bosques nublados orientales, pasando por frías punas y bosques relictos. Conmovidos, observamos la llaqta inca con reverencia. Por un breve momento que durará para siempre nos fundimos en un abrazo. Mi hijo y yo, solos en el mundo frente a la más grande obra jamás construida por los antiguos peruanos. Solo media hora nos separa de la ciudadela y mientras descendemos, vamos planeando nuestro retorno, vamos plantando semillas de futuras caminatas. Una aventura que recién comienza.

Belleza extrema de Wiñay Wayna. Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Más datos

El Santuario Histórico

Foto Gabriel Herrera/Viajeros.

El Camino Inca y la llaqta se encuentran ubicados dentro de un Área Natural Protegida (ANP), el Santuario Histórico de Machupicchu, establecido el 8 de enero de 1981 sobre un área de 37,302 hectáreas destinadas a proteger tanto los monumentos arqueológicos como la diversidad y ecosistemas naturales donde estos se ubican. Debido a su amplia gradiente altitudinal, que va desde los 2,000 hasta arriba de los 6,000 metros de altitud, el santuario protege un abanico de ecosistemas como valles interandinos, pajonales, humedales de altura, páramos, nevados y bosques montanos que conservan una variada flora y fauna. Se han registrado 447 especies de aves, 14 de anfibios, 24 de reptiles, 75 de mamíferos, 332 de árboles y 423 de orquídeas. Especies de flora en peligro como unca, queuña, cedros de altura, pisonay e intimpa, abundan en el santuario, así como animales en situación vulnerable como el puma, el oso de anteojos, el venado de cola blanca y el cóndor andino.

La arquitectura inca

Foto Gabriel Herrera / Viajeros.

Durante el esplendor de la cultura inca, denominado estilo imperial, la arquitectura, junto con las demás expresiones artísticas andinas, sufrió una notable expansión. De esta época data la construcción de Machu Picchu y los principales asentamientos del Camino Inca. Piedras pulidas de gran tamaño y encajadas una junto a otra con asombrosa maestría son la principal característica de este periodo, así como el uso de puertas trapezoidales de doble jamba, hornacinas y gran cantidad de detalles que buscaban armonizar la construcción con el entorno. En palabras del arqueólogo Federico Kauffmann Doig: “la intensa actividad en materia de arquitectura e ingeniería durante el incario debe entenderse como consecuencia de la orientación política, que requería centros de administración, de guarniciones para mantener el orden, de templos para difundir y administrar los ritos y tambos para facilitar la comunicación y el tránsito de tropas, de graneros para preservar la riqueza del imperio, etc.”.

Recuadro 3

Un santuario de orquídeas

Foto Gabriel Herrera/Viajeros.

Los bosques nublados del Santuario Histórico de Machu Picchu constituyen una de las regiones con mayor abundancia de orquídeas del mundo. Más de 400 especies han sido reportadas, que representan el 20% del total de especies registradas para el Perú. Las orquídeas forman el grupo de plantas con flores más abundantes del planeta, con más de 20 mil especies, cuya forma, color y tamaño pueden variar notablemente al punto de parecer extraño que pertenezcan a la misma familia. El Camino Inca a Machu Picchu es una oportunidad única para apreciar estas formidables plantas, que han desarrollado inusuales adaptaciones para atraer a sus polinizadores que pueden ser desde moscas, hasta polillas, mariposas y colibríes. En el santuario existen algunas especies representativas como la wiñaywayna (Epidendrum secundum) y la wakanki (Masdevallia vetchiana), y otras muy llamativas como las del género Sobralia, también conocidas como ‘flores de un día’.

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