Mi opinión
Un 11 de abril de 1947 falleció el sabio Julio C. Tello, el fundador en nuestro país de una disciplina que nos ha servido tanto para entender quienes fuimos. En su honor, todos los el 11 de abril, celebramos en nuestro en el Perú el Día del Arqueólogo.
Debo decir que siempre he admirado a este peruano ilustre nacido en Huarochirí y ciudadano del mundo en una época en que la ciencia y el conocimiento académico eran patrimonio de la aristocracia en el poder. Tello conquistó la Lima de los Riva-Agüero y García Calderón con la misma terquedad con la que recorrió los caminos del Perú tratando de entender nuestro derrotero cultural.
Hay que volver al Maestro cada cierto tiempo para no olvidar la ruta que debemos seguir como colectivo. En ese afán es que les presento esta entrevista que le hiciera Alfonso Tealdo, periodista de larga trayectoria a quien tuve el privilegio de gozar durante los últimos años de su ejercicio profesional.
Disfruten esta maravilla del viejo “nuevo periodismo” que hemos recogido de www.portalperu.pe, un estupendo portal peruano que se ha propuesto poner al alcance de la gente información valiosa como la que les presentamos. Y feliz día del Arqueólogo , con retraso, a todos mis amigos que ejercen tan hermosa profesión. Buena semana para todos.
Les paso el link de donde se obtuvo la nota para que puedan conocer el trabajo de PortalPerú http://portalperu.pe/nota/257-tealdo-julio-c-tello-un-lujo-entrevista-para-eternidad
Quiero -le dije- que usted desentierre su pasado, toda su vida, como si se tratara de descubrir una momia.
Y entonces pude comprobar cuánto oro y cuánta plata había en esa tumba. Primero, fue un leve escarbar con la uña; pero después la evocación tomó el pico y la lampa del entusiasmo, y los brazos se movieron como aspas de molino, el derecho por la obra y el izquierdo por el orgullo. Y su voz fue al principiar leve como el rumor de la brisa, y después vibrante y ruidosa como el trueno. Y sus ojos dijeron: “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
Nací -me dijo- en Huarochirí el año de 1880. Mi padre era alcalde. Tenía yo más o menos unos siete años cuando el doctor Manuel A. Muñiz, el gran alienista Director del Manicomio del Cercado, encargó a un hermano suyo que le consiguiera cráneos para su colección antropológica. En su tiendecita de coca mi padre tenía precisamente uno con un corte en la frente. Pasaron los años. Yo era empleado de la Biblioteca Nacional, y un día, curioseando libros, encontré un grueso volumen publicado por la Smithsonian Institution, y en una de sus láminas, el mismo cráneo de la tiendecita paterna. “Chancuya” decía al pie de la calavera. Chancuya, lugar de gentiles cercano a mi pueblo. Pero esa obra monumental de Mac Gee, editada en los Estados Unidos, estaba en inglés.
Libro oscuro como cuencas vacías para el joven serranito. Chancuya. ¡Ah, la tiendecita de coca, y el padre y la madre, y la tía María y el tío Belisario, y los carneros en los campos de Huarochirí! Y el frontal herido se convirtió en un valle donde los hombres trabajan y parten leña y son pastores y son felices. Y el corazón del empleadito no pudo más:
– Mi amigo José Arce Dávila, entonces, me tradujo la obra, y yo me dediqué a estudiar esas cosas. Tenía ambición de muchacho, y al llegar las vacaciones, fui a Huarochirí y realicé mi primera expedición.
Hacia Lima
La tía María había sido empleada de la familia Pardo. Al regresar a Huarochirí llevó ideas nuevas, y soñaba con indios altos, rubios y de azules ojos.
-Era una eugenista y quería que todos los serranos se casaran con “gente superior”, no con cholitos retacos; y creía que sólo por la educación se alcanzaba la felicidad. Quiso educar, pues, a toda mi familia y un día me tocó el turno de venir a Lima. “Tú no vas”, dijo mi madre. “Julio va”, dijo mi padre. De esto hace cincuenta años. Salí sobre una mulita, y en el zaguán de la casa -no lo puedo olvidar- mi tío Belisario le dijo a mi padre: “Vamos a tomar esta copita por el porvenir de Julio para que algún día, educándose, haga bien a su pueblo y a su país”.
Sí, de eso hace cincuenta años. Ahora hay plata erizada en el pelo del eminente arqueólogo peruano, y se ha cumplido el brindis. Su nariz recuerda al búho muchic que toca la flauta, y en su rostro ya están definidos los rasgos como en una escultura de Chavín.
-Después de los años vividos, creo que mi tía María sufría de un error. Todo no consiste en educar, pues yo pienso que la educación no da mucho al hombre. La felicidad no sólo está en los libros sino en un conjunto de pequeños placeres, como los que en mi niñez me brindaba el ambiente de Huarochirí. A veces pienso, por eso, que más felicidad habría sido manteniéndome en la sierra misma, donde no tenía grandes comodidades, pero sí una vida sencilla llena de cosas agradables…
Sí, ya había sido aceptada y resuelta la idea de tía María, pero ¿cómo iba a sostenerse en Lima el chiquillo de 11 años de edad? Muchos carneros habían perecido.
-Entonces mis padres decidieron vender la chafalonía heredada, recuerdos de familia que se hallaban escondidos bajo el trigo. Los adornos de plata fueron vendidos al peso, y a mí me dio pena. Pero sirvieron para traerme a Lima. Al entrar por Barbones, me encantaron dos figuras de soldados tocando la trompeta.
Estaban tocando la marcha de su porvenir. “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
En la casa del peluquero
Recostado en su asiento giratorio, el doctor Julio C. Tello me está hablando de su infancia. Sus piernas no tocan el suelo y se balancean en el aire como péndulos de un reloj evocativo. Y detrás de los cristales reductores, sus ojos se achican mucho más.
-Mi padre me entregó a la esposa de un peluquero en el Cercado y le asignó seis soles al mes para que me diera de todo. Fui casi un sirviente, pues tuve que lavar ropa y hacer otros menesteres domésticos. Cuando, al mes, regresó mi padre, le dije: “Papá: tú pagas seis soles y sin embargo tengo que lavar medias de otros”. “No importa, hijito -me contestó-, algún día ellos te lavarán a ti las medias”. Y así fue…
Pero pronto el serranito quejumbroso despierta a la realidad, y allá, en los Barrios Bajos, arrastra tranvías descompuestos con zambitos criollos tiernos, se baña en el Martinete, roba abridores y uvas en las huertas del Cercado y sus hombros cargan a un Señorcito de los Milagros. Y el chisporroteo de las luces y el estampido de los cohetes de los fuegos artificiales llenan de alegría y de optimismo a su alma. Julio C. Tello ya está sumergido: es miembro del Batallón “Cuchara”. En el colegio de Osma, sin embargo, ocupa la banca de los cholitos, al lado de Próspero Suyo, el sirviente del cura de Santa Clara; y al mirar la de los blanquitos, sabe Dios en qué piensa. A lo mejor, y con los puños cerrados: “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
Su primera expedición
Estamos en la Rotonda de Paracas, en el Museo de Antropología de Magdalena Vieja. En los escaparates se yerguen, por milagro de la Arqueología, las momias que durmieron siglos de siglos en la falda del Cerro Colorado, y que ahora, revestidas de yeso y de color se presentan como orgullosos maniquíes de una raza fuerte que tuvo raro esplendor. Y sus mantos anteriores a la era Cristiana, son magníficos esfuerzos de eternidad en la gracia de sus bordados y en su arco iris indeleble.
Y junto a vicuñas panzonas y de atentas orejas verticales, me dijo el doctor Tello:
-Tenía ambición de muchacho, y al llegar las vacaciones fui a Huarochirí y realicé mi primera expedición, en busca de cráneos trepanados. La hice con 25 libras y auxiliado por un secretario y otro compañero, quienes se embriagaron en el primer pueblo. Conocí por entonces a José Sebastián Barranca, un hombre de sabiduría muy discutida. Me acerqué a él y aprendí mucho, pues siembre buscaba hechos y planteaba problemas. Una vez, estaba con él en La Punta y me dijo señalando la playa: “Mira, ¡si algún día se hiciera un estudio de estas conchitas!”. Cursaba yo los últimos años de Instrucción Médica…
Peripecias
Ya es estudiante de Medicina y muy claramente ve el ideal de su vida: estudiar el pasado remoto de su país.
-Cierta vez, en una de mis correrías por los cementerios de Sunicancha, allí como a las tres de la tarde en dirección a Huarochirí. Montado sobre una mula con sus alforjas repletas de cráneos, llegué hasta un río que estaba muy cargado, pues había llovido mucho. A la mitad del puentecito, la bestia metió las patas entre dos palos, y así se quedó, inmóvil. Vi la muerte. Por delante, la cabeza del animal; detrás, sus ancas; y a uno y otro lado, cráneos y cráneos. Abajo, el tumulto de las aguas. Vi la muerte, y me puse a rezar. Yo nunca había rezado. Y la mula comenzó a quejarse, hasta que al fin sacó una pata y después la otra, y entonces besé al noble bruto.
Y los cráneos indiferentes, siguieron su camino. Y las aguas también.
-Por aquella misma época yo vivía en un cuartito de callejón en la calle de Comesebo. Acababa de traer sobre unos burros un cargamento de momias y cráneos que los vendedores del Mercado confundieron con aclamación, y de allí data mi amistad con los doctores Guillermo Gastañeta y Leónidas Avendaño.
Un oscuro estudiante de Medicina, “habitué” de cementerios, atrae quesos y sandías. En mi cuarto, como estaban húmedos los fardos, los abrí para que se orearan por la noche. Por la ventana del techo, sin embargo, me había espiado un muchacho. ¡Y cayó la policía! El escándalo fue tremendo: ¡se había descubierto un “crimen”! El comisario me hizo multitud de preguntas y terminé en el calabozo. Felizmente…
Es verdad, pues, cuando él dice que nunca ha necesitado de la propaganda. Oídlo:
-Yo soy producto de mis enemigos. Las más grandes alabanzas de mi vida a ellos se las debo. Me han ayudado mucho. Nadie se habría ocupado de mi persona sin sus pequeños celos. Yo les estoy profundamente agradecido.
Y un Dios de piedra del antiguo Perú, ante nosotros, sentenció: “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
Anunciación
Sentado sobre la piedra del reconstruido templo de Nepeña, en el patio del Museo de Antropología, continúa su discurso el doctor Tello:
-Desde la iniciación de mi carrera tuve la firme intención de estudiar las enfermedades existentes en el Antiguo Perú. Me guiaban las sombras tutelares de mi padre, de mi madre y de mi tía; y me parecía oír sus voces: “¡no hagas eso!”, “¿por qué no haces esto?”. Y yo obedecía como cuando era pastorcillo. Mi tesis fue “La antigüedad de la Sífilis en el Perú”. La hice a base de las lesiones que presentaban los huesos y de las huellas de intervenciones quirúrgicas. Fue aprobada por la atención pública del país hacia 1908:
-Los jóvenes de mayor brillo, por entonces, eran Víctor Andrés Belaunde, Oscar Miro Quesada, Juan Bautista de Lavalle, José de la Riva Agüero, Pedro Oliveira, José Gálvez y otros más. Era Ministro de Educación un hombre joven, Manuel Vicente Villarán, y la publicación de mi tesis coincidió con la de la obra “El Perú contemporáneo” de Francisco García Calderón. Toda la intelectualidad peruana le ofreció un banquete en el “Maury” y a ese agasajo asistieron también los maestros Alejandro Deustua y Ricardo Palma. El tradicionista me tenía cobijado en su casa. Un día, almorzando, me dijo: “No deje, Tello, de tomar su “ticket”. “¿Qué voy a hacer allí?, le respondí. Don Ricardo insistió: “No; ¡compre usted su boleto y vaya!”.
Y fueron.
-Fuimos al “Maury” y tomé asiento en una de las últimas mesitas, al lado de Valdizán.
Comenzaron los discursos, y le tocó el turno de hablar a don Ricardo Palma. ¡Fue como si se hubiera caído el techo! Dijo que en la primera fila de la generación actual se encontraban tres jóvenes: Francisco García Calderón, José de la Riva-Agüero y ¡Julio C. Tello! Todos se quedaron espantados y yo tuve deseos de enterrarme como una momia…
Al día siguiente, en la casa del gran arqueólogo de nuestras tradiciones, el todavía estudiante de medicina avergonzado y agradecido no supo qué responder al “que hay de nuevo” de don Ricardo. Pero estaba en marcha el “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
Estados Unidos, Europa
-Como mi cuarto ya estaba repleto de momias y cráneos, otros llevé a una habitación que me había cedido don Ricardo en la biblioteca. Un día los estaba estudiando, cuando el Director me presentó a Reinch, profesor de Wisconsin, y a Holmes, de Coolidge, llevados a la biblioteca, a su paso por Lima, por don Antonio Miro Quesada. Ese señor, me dijo al salir: “Jovencito, voy a hacer algo para que estos gringos le ayuden en su carrera”. Un día, recibí un catálogo de Harvard y el anuncio de una beca para estudiar allí. Y así fue como marché a los Estados Unidos. Conseguí luego mi traslado a Europa, me casé en Inglaterra y estuve seis años en Alemania. Traté a numerosos hombres de ciencia, entre ellos, Seler, von Luschan, Birchow, Rivet y Bandelier.
Y nunca fue más encantador el balido de las ovejas de Huarochirí. “Sapallaymi kjarin ruakuni”.
La obra
Hemos dejado el Museo y ahora estamos en el terreno anexo que ha donado al doctor Tello el señor Germán Luna Iglesias, propietario de la antigua Hacienda “La Cueva”. Y a esta tierra abrupta y desolada la mira con alegría, y con entusiasmo se ensucia los zapatos como si todavía fue el lejano palomilla del Martinete. Y es que la ve convertida en esmerados pabellones, guardando para siempre los mejores testimonios de la civilización antigua. Al fondo, un depósito y en él miles de cráneos y cientos de fardos, como de papas, pero de momias. Momias acurrucadas durante milenios y que en la oscuridad atesoran los siete colores de este mundo. Como si fueran del arco iris del cielo, que nunca envejece.
Su primera expedición, ¿y las demás?
-Han sido muchas. En total, unas veinticinco importantes. En 1913 fui al sur del Perú, Puno, Cusco y después Nazca. Dos años más tarde exploré la región comprendida entre Paita y el Pongo de Manseriche. En 1919 hice otra, patrocinada por don Javier Prado, hacia Áncash, Chavín y Huari. En 1925 descubrí las ruinas de Paracas, y en 1937 viajé por el Marañón.
En la actualidad, el doctor Tello está acumulando datos e informaciones históricas sobre una región todavía no explorada: la comprendida entre el Apurímac y el Urubamba, un poco al sur de Machu Picchu.
-Saldré -me dice- el 15 de julio para practicar un corte arqueológico desde la costa de Pisco hasta Paucartambo, atravesando por el Cusco. Mi afán es explorar los sitios arqueológicos de Salkantay, Ninantay, y conocer a fondo la vieja Civilización de los Chankas. Haré el viaje por cuenta de “The Viking Fund Inc” que ha botado con ese objeto una apreciable suma que ¡jamás imaginé llegaría a manejar!
“Sapallaymi kjarin ruakuni”
En Inka Wasi, las seis de la mañana y el automóvil listo para el viaje a Pachacámac. Ya iba a partir el doctor Tello. Como solía hacer Clemenceau, duerme por etapas y se levanta muy temprano.
Miraflores, Barranco, Chorrillos. El indio de la antigüedad no conoció la rueda -quizás porque amó verticalmente a la tierra y quiso ser como la planta, enamorada del Sol-, pero este chofer andino que conduce es experto y arriesgado en el volante como un corredor de Indianápolis. Pasamos por Armatambo:
-Aquí almorzó Hernando Pizarro -según refiere el cronista Estete- en su viaje a Pachacámac.
Avanzamos por la pista, que más o menos sigue el trazo del Camino de los Incas. Arenas, y a lo lejos, intermitente, estalla en espuma un mar embravecido. De vez en cuando, algunos pinos heroicos, y el veloz desfile de las señales amarillas que indican las distancias vencidas. Y son como el trabajo realizado: “La Antigüedad de la Sífilis en el Perú”, “El Uso de las Cabezas Momificadas en el Arte Antiguo Peruano”, “Wiracocha”, “Antiguo Perú”, “El Origen de las Civilizaciones Antiguas”, “Anáhuac”. Y ahora:
-Pronto publicaré una “Introducción al Estudio de la Civilización de Paracas”, primer volumen de un material fantástico y obra patrocinada por el “Institute of Andean Researge”.
A la vista, el Templo del Sol. Unos cuarenta obreros están removiendo estos médanos que ocultan a la ciudad sagrada. Avanza, en cuarto creciente, la reconstrucción del Templo de la Luna. Ya está asomando su faz la muy antigua piedra labrada del edificio, y en las plataformas superiores, como ojos de la eternidad, nos miran los nichos de los lejanos muertos. Pasamos por sus corredores y observamos el agua verde esmeralda de los arcaicos pozos. Y el doctor Tello me dijo con ira:
-Este es el único Perú cierto y verdadero, un Perú con sus indios y sus huacos. Debemos amar la tierra donde Dios los arrojó.
“Tierra: desde el fondo de ti y arrodillado,
un indio triste, como yo, nos mira”.
Pasó una anciana mujer y él la llamó:
-¿Cómo estás, mamita?
-El paludismo, taita.
-¿Tienes huevos que me vendas?
-Como no, taita.
Y fue a su choza y en una canasta trajo ocho huevos. Y mientras el doctor Tello los llevaba a su automóvil, le pregunté a la buena mujer:
-¿Cómo se dice en quechua “solo me hice hombre”?
– Sapallaymi kjarin ruakuni, señor.
-Y sonrío con frío en las mejillas oscuras.
*Publicada en la revista “Turismo” en mayo de 1942.
18/4/2016