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La chica de la tele y los mineros Ilegales / Ernesto Ráez

Mi opinión

Guau. Les presento este notable texto de Ernesto Ráez Luna, ambientalista de nota, magnífico escritor y sempiterno alborotador de conciencias, sobre los “avances” de la lucha contra la minería legal en Madre de Dios en tiempos de Otsuka, Hernando de Soto y La Pampa. Son pocos los profesionales que conocen tan a fondo el problema minero en esa región como Raéz; por eso sus comentarios tienen para mí la fuerza de quien se ha batido, desde la sociedad civil y el Estado, en un frente cuya problemática nadie quiere ver en su verdadera dimensión y que se viene recargando, no hay que ser muy exagerado para mencionarlo, con más anfo social que varias Tías Marías.

Sería bueno mirar con más detenimiento el problema que Ernesto Ráez describe en pocas líneas a propósito de una historia de curvas y movidas de cadera.


El 1º de mayo pasado, en uno de los enclaves principales de minería ilegal en el Perú, conocido como La Pampa, en Madre de Dios, el Día del Trabajo fue celebrado con la vivaz animación de Michelle Soifer, lúbrica estrella del programa de TV “Combate”.

La conexión entre la farándula y la delincuencia no es nueva en este mundo. Quien decide ganarse los frejoles bamboleando carnosas desnudeces y aireando intimidades sabe que algún día le tocarán la puerta los criminales más afortunados. Quien elige salir de pelagatos acumulando dinero malhabido, lo hace en gran parte para acceder a esos indicadores arrasadores de prosperidad que son los carrazos y los tarrazos. Así vista, la aparición de la señorita Soifer en La Pampa podría pasar como una anécdota incluso edificante, en el marco de esa alquimia ética que aprendimos en los 90s, según la cual cualquier sudor que dé dinero, vale. El Día del Trabajo, ella estaba chambeando, entreteniendo a mañosos y borrachos. Pero la anécdota también revela aspectos del abismo en el que parecemos empeñados en despeñarnos peruanas y peruanos, sin importar los períodos de bonanza, con la siempre entusiasta participación de nuestros gobernantes.

Esa parranda del 1º de mayo de 2015 revela que fue falsa la promesa de que La Pampa estaría erradicada para diciembre de 2014; anuncio favorito del ex-Ministro del Interior y sacha-candidato presidencial Daniel Urresti.  Aunque la Estrategia Nacional de Interdicción contra la Minería Ilegal (Decreto Supremo 003-2014-PCM) lista a La Pampa como zona prioritaria de interdicción, los operativos fueron suspendidos hace meses; coincidiendo con la victoriosa campaña del dirigente minero Luis Otsuka para Gobernador Regional. La Pampa, lejos de declinar, prospera y es visitada por las celebridades de la tele. El auge de La Pampa demuestra que el Gobierno claudicó ante el crimen. En un extenso territorio eficazmente conectado por la carretera Interoceánica Sur, entre Cusco, Madre de Dios y Puno, llegando a la frontera con Bolivia, se opera abiertamente y viento en popa. La podredumbre avanza.

Por otro lado, La Pampa, cual toda empresa humana, evoluciona. En 2011, unos dudosos líderes comunitarios visitaron Lima buscando el reconocimiento, como centros poblados, de una decena de enclaves ilegales. Incluso elaboraron un fascinante auto-censo socioeconómico, de acuerdo con el cual quince mil personas, contando mujeres y niños, ocupaban La Pampa. Desde entonces, los campamentos se han multiplicado. Si les dejamos hacer su voluntad, la gente de La Pampa irá dejando atrás las covachas de plásticos azules, y se establecerán como pueblo y comarca. Ya hay quien erige construcciones de varios pisos y material “noble”. La impunidad y los ríos de dinero propician un excelente clima de inversiones. Realizar transacciones es muy fácil. Las telecomunicaciones son quizá mejores que en Puerto Maldonado y hay un manojo de radioemisoras que sería ridículo llamar piratas. Emerge un Paraíso de acumulación primaria. Para la audiencia pudiente y distinguida, hay espectáculos con celebridades. Al encuentro con Michelle Soifer acudieron cuantiosos ciudadanos de Puerto Maldonado, ansiosos por un selfie con la diva. La Pampa deja de ser refugio de ilegales para aspirar a lugar de esparcimiento moralmente aceptable. Un provinciano Bulevar de Asia.

Atestiguamos la victoriosa emergencia de una clase hegemónica salida de las cloacas; beneficiaria de los pozos infectos de la puna y la selva, que fueron bosques feraces y humedales. Y así, a grandes zancadas desenfrenadas, se va imponiendo desde lo local hacia lo nacional el discurso minero de fondo, al que quisimos por tanto tiempo hacer oídos sordos. No es el discurso oficial y derrotado de la formalización. Es el que dice “no nos satanicen”, “también somos peruanos”, “dinamizamos la economía”, “somos artífices de la inclusión”, “damos trabajo”. Un discurso al que se van adhiriendo sabuesos como Hernando de Soto, que sabe oler –en el momento justo– montañas de dinero y capitales electorales. Donde unos vemos ciudadanos delincuentes, él quiere que veamos capitanes de empresa e impulsores del desarrollo. Ni él ni los mineros ilegales proponen formalizarse en el sentido de enmendar sus faltas; sino que quieren ser aceptados tal como son, como parte integrante y respetable de la sociedad peruana. En eso, los mineros ilegales y los legales son iguales. Debemos aceptarlos y loarlos de facto, sin condiciones; so pena de ser acusados de querer detener el progreso económico de los peruanos. Quieren que hagamos la vista gorda al daño ambiental, de salud y moral (¡y también económico!) que nos causan. Que aceptemos su dinero sin incomodarnos, como ya lo hacen quienes les proporcionan insumos y maquinarias. Es un discurso refundacional: El 2013, en la comisión de diálogo entre dirigentes mineros informales y el Gobierno, los mineros propusieron modificaciones constitucionales, para que sus pretensiones prevalecieran sobre los derechos a la propiedad y a la salud ambiental de los otros peruanos.

Hay quien propone que caminamos hacia un narco-estado; pero yo creo, con base en lo que veo ocurrir con la minería ilegal y otros delitos extractivistas, que estamos pariendo un novísimo Perú, furioso y estridente. Con mayor o menor desasosiego, ya nadamos en una matriz social entusiasmada con la venalidad y el meretricio. Es una especie de decadencia romana sin monumentos; pero con escándalo. Así, sobre la ola de su propia desfachatez, funcionarios que incumplieron sus encargos aspiran a presidir la República. Otros, que traicionaron sus principios, pontifican y fingen que poseen la autoridad moral que ya no tienen. Al mismo tiempo, una clase pujante amanece en los burdeles de los emprendimientos ilegales, y los sirvientes áulicos del extractivismo presentan en sociedad a sus nuevos aliados, enriquecidos a costa de violar mil leyes. Triunfa la cleptocracia; pero tan solo se escandaliza una minoría desconectada, que insiste en creer que denunciar la corrupción tiene algún asidero en la imaginación de los peruanos. Cuando resulta que lo que excita la imaginación peruana (también la mía, claro) son los ires y venires del pompis de una muchacha. Vamos a La Pampa.

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