Mi opinión
Meliponicultores, esa es la denominación que reciben los cientos de criadores de abejas sin aguijón de la Amazonía peruana que de manera empírica, primero y ahora último de forma científica, como lo comenta la periodista de Ojo-Público en el reportaje que les dejo, se vienen dedicando al cultivo de una miel rica en proporcionar salud y de la buena a cada vez más personas en nuestro país. La miel que dos de las 175 especies de abejas nativas de nuestro territorio, las conocidas con el nombre de neronto (Melipona eburnea) y la shinkenka (Tetragonisca angustula) en el mundo asháninka, producen, cuya “industria” he visto prosperar en dos localidades que acabo de recorrer: Naciente del Río Negro y mirador Sendero Royal , en el Alto Mayo, contienen moléculas con gran potencial antimicrobiano, anticolesterol, antiviral, antiinflamatorio, antidiabético, antioxidante, antibacterial o analgésico.
Formidable, las abejas sin aguijón, las meliponeas de esta historia, lo ha corroborado la ciencia, se están adaptando al cambio climático y a la consecuente deforestación de manera acelerada, lo que ha hecho que los investigadores detrás de sus beneficios concuerden en considerarlas como parte de una de las tantas soluciones basadas en la naturaleza que pueden proveernos los pueblos indígenas en la tarea urgente de sanar la casa de todos. “Las abejas en el proceso de polinización cumplen el servicio de limpiar el aire y de mantener el bosque, y así mantienen el recurso hídrico. Permiten que el agua se recicle”, comenta una de los entomólogos asociados al proyecto que ejecuta Amazon Research International (ARI), en algunas de las comunidades asháninkas del VRAEM , si nos quedamos sin ellas el bosque desaparece. Todo lo contrario, si sus poblaciones aumentan y el uso económico por parte de las poblaciones bosquecinas de su miel las ayuda a sobrevivir en buen estado.
Buena semana para todos, ojalá que puedan disfrutar del reportaje de Rosa Chávez para Ojo-Público como lo hemos disfrutado por aquí. Para nosotros la conservación y el buen cuidado de los bosques amazónicos están íntimamente ligados al desarrollo sostenible de las comunidades que lo habitan y los econegocios, cualquiera sea su dimensión y su tamaño, constituyen la mejor herramienta para el cumplimiento de tal cometido.
Rosa Chávez para Ojo-Público
En la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka, en las regiones de Cusco y Junín, en el conocido Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), un grupo de asháninkas se enfrentan a la depredación de sus territorios, por los cultivos ilegales de coca y el narcotráfico, a través de la crianza tecnificada de las abejas sin aguijón. Esta especie nativa de la Amazonía es capaz de adaptarse a la crisis climática y la deforestación, y su miel tiene compuestos con propiedades medicinales. Durante una semana, un equipo de OjoPúblico recorrió cuatro comunidades con meliponicultores indígenas, como parte de una expedición científica internacional.
En el principio de los tiempos, cuenta la leyenda asháninka, el mundo era una planicie uniforme y todos sus habitantes eran humanos. Entre todos estos personajes, sin embargo, existía una suerte de niño sumamente especial y poderoso: el Avireri, el dios de todos los dioses.
Cierto día, dice el relato, esta divinidad decidió transformar a las personas en seres según sus cualidades, pero también de acuerdo a sus taras. Entonces convirtió en mono al que le gustaba comer fruta de los árboles; en avispa al agresivo; a quien preparaba un buen masato o bebida de yuca, lo volvió abeja sin aguijón.
“La melipona era gente como nosotros y el Avireri la convirtió en neronto [abeja], porque lo ha encontrado en su casa que tenía bastante masato, pero que era bien rico”, dice en su idioma Benjamín Tiviito Coshanti, de 59 años, sabio de la comunidad asháninka de Marontoari, en la Amazonía de Cusco, en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka, en medio del conocido Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). “Por eso es que su miel de la abeja es bien dulce”.
Las abejas sin aguijón o meliponas forman parte de la historia y la cultura de los pueblos asháninkas desde que conservan memoria. Estos insectos, que por carecer de aguijón no pican —aunque sí puede llegar a morder—, son propios de los territorios amazónicos, a diferencia de la popular abeja con aguijón o Apis mellifera, que proviene de Europa, África y algunas zonas de Asia. Tal vez por eso, las meliponas aparecen en los mitos fundacionales indígenas e, incluso, en algunas de sus canciones.
“Yo soy neronto, neronto, y cuando viene mi enemigo para tomar mi masato, yo no le doy”, entona don Benjamín Tiviito Coshanti, sentado en medio del follaje, cerca de varias colmenas.
Se estima que existen más de 400 especies de abejas sin aguijón en el mundo. Pero son más numerosas y diversas en América del Sur. En Perú se han identificaco 175 tipos hasta el momento. Es decir, casi la mitad del total.
A lo largo de sus generaciones, Marontoari y las comunidades asháninka aledañas de Cusco y Junín, en el VRAEM, se han servido sobre todo de dos especies de abejas nativas: la neronto (Melipona eburnea) y la shinkenka (Tetragonisca angustula). De ellas han obtenido cera, para fabricar velas y alumbrarse, y miel, para comer con yuca e incluso para tratar males respiratorios como toses o resfríos.
Pero desde hace alrededor de cuatro años están aprendiendo a criar las meliponas de forma tecnificada y, por lo tanto, provechosa. Esto es: extraen los nidos que encuentran en árboles del bosque y los traspasan a unas pequeñas cajas de madera de cuatro pisos, especialmente fabricadas para multiplicar las colmenas y la producción de miel.
“Conocíamos a la melipona por diferentes motivos, por el tema de alumbrado o por el tema de curar las amígdalas, pero más allá no sabíamos cuán valioso era”, reconoce Pascual Tiviito Taipe, de 35 años, hijo de don Benjamín y apu de Marontoari. “Recientemente vimos que en otros lugares crían las meliponas en cajitas y vemos que sí, normal pueden acostumbrarse”.
En Marontoari dicen que criar a las nerontos y shinkenkas es una forma de proteger a su querido y a la vez “satanizado” valle, que sufre el embate de los cultivos ilegales de coca y el narcotráfico: entre otras cosas, estos insectos polinizan los cultivos, como el achiote o el camu camu, y aumentan su producción.
De hecho, estudios han demostrado que polinizadores como las abejas nativas sin aguijón pueden ayudar a incrementar la producción de frutos como el camu camu hasta en un 44%.
Los asháninkas del VRAEM no están solos en su objetivo de convertirse en prósperos meliponicultores: la comunidad científica los acompaña y los asesora. Entre estos profesionales se encuentra César Delgado Vásquez, entomólogo e investigador del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), responsable del proyecto de abejas nativas sin aguijón, quien capacita a comunidades indígenas en la crianza de meliponas desde hace casi una década, más intensamente desde la pandemia.
“Nos dimos cuenta de que era importante diseñar cajas tecnificadas para criar estas abejas”, explica a OjoPúblico quien es considerado el mayor especialista científico en abejas nativas sin aguijón del país. “Porque la crianza que hacían estas comunidades originarias no era muy rentable”.
También participa en la causa Rosa Vásquez Espinoza, doctora en biología química y fundadora de Amazon Research International (ARI), una organización sin fines de lucro dedicada a la conservación de la biodiversidad amazónica, y que está centrada en la meliponicultura y la preservación de las abejas nativas sin aguijón.
“Lo más bonito que he aprendido en trabajar con tantas comunidades y culturas en la Amazonía es ver que la abeja unen al ser humano con la naturaleza”, dice la experta que trabaja junto con Delgado Vásquez en ARI y que, en julio último, llegó al VRAEM con casi una decena de científicos y expertos en biodiversidad, encabezando una expedición investigativa por comunidades de Junín y Cusco.
A ellos también se sumó el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) y EcoAsháninka, que en conjunto administran la Reserva Comunal Asháninka, y son quienes identifican a las comunidades que interactúan con estos insectos.
El objetivo de la expedición no era solo seguir entrenando a los potenciales meliponicultores asháninkas en sus técnicas de crianza, sino también investigar sobre el valioso etnoconocimiento que estas comunidades indígenas tienen sobre las abejas nativas.
“Con mucha comunicación nos adaptamos al contexto cultural de las comunidades: la ciencia es un mecanismo, no es la meta final”, señala la científica que lidera la primera investigación química de abejas amazónicas sin aguijón y su miel medicinal en Perú.
Porque sí: la miel de las meliponas —mucho más líquida y húmeda, y con menos azúcar que la miel de la Apis mellifera— contiene moléculas de potenciales propiedades medicinales. Y, aunque aún no obtiene el reconocimiento legal como alimento debido a sus características particulares, cada vez más se va convirtiendo en un manjar atractivo y cotizado en los mercados.
“Abejita, abejita, dame tu miel”, dice en medio de una capacitación el apu Pascual Tiviito Taipe, y luego se ríe como un niño.
Él y todo su pueblo saben que la miel de las abejas sin aguijón no solo es una acompañamiento que se come con yuca o pan, sino también una posibilidad: un medio para ganar dinero y salir adelante.
“Como asháninka tenemos necesidades también, tenemos nuestros hijos”, dice el apu que tiene nidos de neronto y shinkenka. “Queremos tener más abejas y más mieles y queremos que nos compren. Eso es lo que buscamos”.
Las amigas y las guardianas del bosque
Los pueblos asháninka tienen relaciones honestas y prácticas con las abejas sin aguijón. Las llaman según las miran, se alejan de las que consideran malignas y se acercan a las especies que no les hacen daño.
Neronto es la Melipona eburnea, una abeja casi negra, cuya miel es clara. Y la Tetragonisca angustula lleva el nombre de shinkenka, una abeja de color amarillo, con una miel más oscura. La primera tiene el tamaño de una Apis mellifera, mientras que la segunda compite en dimensión con un mosquito.
Pero lo que realmente importa, aseguran las comunidades, es que ambas son abejas inofensivas.
Es cierto: se puede meter la cabeza en medio de un nutrido revuelo de nerontos o shinkenkas y lo único que se siente, aparte de uno que otro choque de sus cuerpecitos contra el rostro, son sus zumbidos. Ni una sola picadura.
“Esas abeja no pican: decimos hay que sacar y no nos pican. Y por esa confianza le traemos en un cajón y le estamos criando, las abejas que pican no podemos sacar”, explica Héctor Soto Anaya, de 33 años, apu de la comunidad de Chimiato, también ubicada en la región de Cusco, en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka, en el VRAEM.
Las comunidades ashánika reconocen a la shinkenka como la especie de abeja nativa más amigable. Es más, es tan dócil que puede establecer sus colmenas en las casas de la comunidades, en contraste de la neronto, cuyos nidos se encuentran solo en el bosque.
Una mañana, en una de las capacitaciones de meliponicultura en Chimiato, uno de los habitantes aparece con un nido de shinkenka que ha crecido en su cocina, dentro de la cáscara de una especie de calabaza marrón y lisa, a la que llaman choncorina.
Los vecinos rodean el hallazgo entre chistes en asháninka y risitas. Alguien alcanza una sierra. Entonces, un hombre con kushma (túnica) de rayas blancas y marrones comienza a serruchar un extremo de la choncorina. Cuando está por fin abierta parece una fruta pulposa y madura recién reventada. Dentro, las abejas están junto a sus discos de huevos y sus potes de miel.
Pero quizá la mayor cualidad de la abeja nativa sin aguijón no es el poder mantener una pacífica y hasta divertida convivencia con el ser humano, sino su increíble nivel de adaptación y resistencia ante los obstáculos de la naturaleza y del clima.
“Me fascina que Melipona eburnea y Tetragonisca angustula, que son dos de las especies que la mayoría de comunidades cría, también se han adaptado a las distintas regiones de la amazonía, desde Loreto hasta Cusco y Junín”, señala la doctora Rosa Vásquez Espinoza, de ARI. Es decir, pueden vivir en diversos climas, alturas y entornos.
“El hecho de ver esta resiliencia de estas abejas nos da esperanza sobre cómo se están adaptando al cambio climático y la deforestación”, añade Vásquez Espinoza. Esa fortaleza lleva a la científica a pensar que “hay una solución climática, social, económica y cultural en las abejas nativas”.
“Las abejas en el proceso de polinización cumplen el servicio de limpiar el aire y de mantener el bosque, y así mantienen el recurso hídrico. Permiten que el agua se recicle”, dice el entomólogo del IIAP César Delgado Vásquez. “Si no existen abejas en un área boscosa, el bosque va a desaparecer y, por lo tanto, el agua va a desaparecer”.
Sin embargo, advierten Delgado Vásquez y Vásquez Espinoza, la investigación sobre las abejas sin aguijón aún es incipiente en Perú. Esta última se pregunta: “¿Por qué nadie nunca había estudiado su importancia vital para conservar la Amazonía?”.
Aún hay muchos temas sobre las abejas sin aguijón por explorar en el país. Durante la expedición de ARI, por ejemplo, inició el que será el primer estudio sobre la relación entre las abejas nativas y los parásitos que viven en sus nidos: tanto en las colmenas salvajes como en las cajas tecnificadas.
“Es importante estudiar los parásitos de las abejas sin aguijón para proteger la salud de estas y promover la meliponicultura y la tenencia indígena del conocimiento de las plantas”, dijo a este medio Kathryn Naherny, entomóloga de la Universidad de Colorado, en Boulder, a cargo del trabajo.
Para la especialista, estudiar y proteger la diversidad de abejas sin aguijón en la Amazonía peruana “es esencial para comprender la intrincada red de relaciones ecológicas que dan forma a esta región biodiversa”.
En el trabajo científico sobre las abejas sin aguijón también participan activamente los propios asháninkas. Uno de ellos es Richar Antonio, guardaparque de la Reserva Comunal Asháninka y vecino de Caperucía, una de las comunidades del VRAEM. De hecho, Antonio ha participado como coautor, junto a Delgado Vásquez y Vásquez Espinoza, en un artículo científico sobre el etnoconocimiento asháninka respecto a las abejas nativas.
“Yo me aboco más a la investigación porque me permite a mí como indígena decirle a las comunidades que como asháninkas sí podemos hacerlo, podemos ser científicos”, dice Antonio. “Mi sueño es que digan que sí, que hay un asháninka científico. No quiero que mi sueño se trabe”.
Una especie poderosa y desprotegida
En la comunidad asháninka de Pitirinquini, en la Amazonía de Cusco, los adultos recibieron de sus padres el mismo consejo: los niños tienen prohibido comer la miel de las abejas sin aguijón. La razón era una sola y lo suficientemente convincente:
“Las abejas sin aguijón han sido parte de nuestra cultura porque hemos crecido juntos con ellas en el bosque. Pero cuando éramos niños no nos dejaban comer la miel porque creían que nos volvíamos ocioso o haragán”, dice Percy Amaro Bonatto, de 49 años, vecino de “Piti”, como también le llaman a esa comunidad.
Al parecer, en ese entonces se creía que solo la contundencia de la mayoría de edad podía equilibrar las delicias y los riesgos de semejante dulzura.
Pero los tiempos han cambiado.
Durante una capacitación de meliponicultura en Pitirinquini, los niños y las niñas meten sus manos en un nido que ha crecido al interior de una olla tiznada. Después chupan sus dedos cubiertos con miel. Una de las niñas se sienta sola detrás de un caño de agua para disfrutar de un pote de miel con más libertad.
Ninguno de los padres y las madres se ven preocupados por una futura holgazanería.
“Ahora sabemos que la miel contiene una gran cantidad de medicina”, dice el señor Amaro Bonatto.
Las mieles de la neronto y la shinkenka, en efecto, contienen moléculas con potencial antimicrobiano, anticolesterol, antiviral, antiinflamatorio, antidiabético, antioxidante, antibacterial o analgésico. En Perú, restaurantes que encabezan las listas culinarias internacionales, como Maido o Central, las emplean en sus cartas.
Si a los propios asháninkas les tomó años conocer los reales beneficios de las abejas sin aguijón y sus mieles, la gran mayoría del resto del país todavía sigue en la ignorancia. Este desconocimiento tiene que ver, según los expertos, con el hecho de que esta especie no es reconocida por la ley peruana.
“Lamentablemente la abeja nativa sin aguijón hoy en día no tiene una ley que le respalde”, dice César Delgado Vásquez. “Científicamente está demostrado que en Perú existen 175 especies de abejas, pero políticamente el Estado peruano no lo considera”. Para el especialista, se deben generar políticas que “impulsen el cultivo y el mantenimiento de estas especies, así como el aprovechamiento de su miel”.
Amazon Research International ha impulsado el proyecto de ley 4994-2022, de la congresista de Alianza Para el Congreso María Acuña Peralta, para proteger a las abejas nativas sin aguijón. Este ya fue aprobado por la Comisión Agraria del Congreso, pero desde hace casi un año se encuentra en espera para ser debatido en el Pleno.
Si el proyecto prospera, se modificará la ley 26305 que declara de interés nacional la apicultura y la actividad agroindustrial de productos apícolas. Bastián Nuñez Vega, asesor jurídico e investigador chileno de Earth Law Center, organización sin fines de lucro a favor del derecho ambiental, explica que “actualmente la ley 26305 solo consagra derechos de la abeja Apis mellifera, que es una especie introducida. Pero no se contemplan los derechos para las especies nativas o meliponas que existen en el Perú”.
Antes, la iniciativa de ley solo había recibido la opinión favorable de la Confederación Nacional de Apicultores del Perú. La Confederación Peruana de Apicultores, la Universidad Nacional Agraria La Molina y el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riesgo no dieron su visto bueno.
Para Núñez Vega, las abejas sin aguijón son “seres vivos clave en el correcto desarrollo del ecosistema”. Por eso debe ser reconocido no solo a nivel peruano, sino también en el ámbito internacional.
La miel de las meliponas, asimismo, tampoco cuenta con un reconocimiento legal como producto alimentario: ni dentro de Perú, ni tampoco fuera. Por ejemplo, el CODEX-Alimentarius de las Naciones Unidas define la miel como «la sustancia dulce natural producida por las abejas melíferas (Apis spp.)». Esto es, la miel de abeja reconocida oficialmente en el mundo es la de la abeja con aguijón.
La bióloga química Rosa Vásquez Espinoza indica que, al ostentar características físicas y químicas distintas a la miel tradicional, la de las abejas sin aguijón necesita su propia categoría y reglas.
Y al obtener su reconocimiento como alimento, los meliponicultores podrán comercializarla sin problemas, e inclusive a gran escala, en el mercado.
En el plano nacional, la primera instancia a la que se debe acudir para el reconocimiento de la miel, señala Vásquez Espinoza, es al Instituto Nacional de Calidad (Inacal), del Ministerio de la Producción. Esta institución certifica la calidad de los productos locales y los adapta a las normas internacionales para permitir su exportación. ARI también está intentando avanzar con ese trabajo.
Mientras tanto, muchos de los criadores de abejas sin aguijón aún no saben bien cómo vender sus mieles.
En Tincareni, uno de los anexos de la comunidad asháninka Cutivireni, en Amazonía de la región Junín, una mujer tiene más de una decena de frascos de vidrio, chatos y circulares, con miel de shinkenka y de neronto. En una banca de madera, al lado del local comunal, ha acomodado los recipientes de unos 200 milímetros, uno al lado del otro. Ella espera sentada a un costado.
Poco a poco los compradores comienzan a acercarse, le piden uno, dos, tres, ocho potes. La mujer quiere que le paguen en efectivo, no con transferencias digitales. Tampoco acepta que le den billetes grandes: solo “sencillo”, por favor.
Pero, lo que no ha decidido del todo es el precio de su miel. ¿Veinte soles? ¿treinta? ¿cincuenta soles? Parece confundida. La experiencia de recibir tantos clientes al mismo tiempo luce nueva para ella.
Al final vende alrededor de veinte frascos.
Más tarde, la gente en el anexo de Tincareni dirá que fue una venta exitosa, que si ella ganó tantos soles en una mañana ¿por qué los demás no podrían?, y que tal vez las abejas nativas sin aguijón sí son la solución.